Rama Revelada (54 page)

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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

—¿Qué te pasó a
ti
, Ellie? —dijo de pronto él, alzando la voz—. ¿Cómo es posible que les hayas dicho a esos soldados que no fuiste secuestrada y que las octoarañas no eran hostiles…? Me convertiste en el hazmerreír de todos. Todos y cada uno de los ciudadanos de Nuevo Edén me oyó, en televisión, describiendo ese terrible momento en que fuiste secuestrada… Mis recuerdos son tan horriblemente claros…

Ellie había retrocedido al principio, cuando Robert empezó su arranque de cólera. Mientras estaba parada allí escuchando, sosteniéndole aún la mano, la angustia de él resultaba evidente.

—Hice esos comentarios, Robert, porque estaba, y estoy, tratando de hacer todo lo que pueda para detener un conflicto entre las octoarañas y nosotros… Lamento que mis observaciones te hayan infligido dolor.

—Las octoarañas te lavaron el cerebro, Ellie —continuó Robert con amargura—. Lo supe no bien los hombres de Nakamura me mostraron los informes. De algún modo te manipularon la mente, y ya no estás en contacto con la realidad.

Nikki había empezado a lloriquear cuando Robert levantó la voz por primera vez. No entendía a qué se debía el desacuerdo entre sus padres, pero se daba cuenta de que no todo andaba bien. Empezó a llorar y se aferró a la pierna de la madre.

—Todo está bien, Nikki —la tranquilizó Ellie—. Tu padre y yo sólo estamos hablando.

Cuando Ellie alzó la vista de nuevo, Robert había tomado de una gaveta un casquete transparente y lo sostenía en la mano.

—¿Así que me vas a hacer un electroencefalograma —dijo Ellie con nerviosidad—, para asegurarte de que no me convertí en una de ellas?

—Eso no tiene gracia, Ellie —contestó Robert—. Todos mis EEG han sido extrañísimos desde que regresé a Nuevo Edén. No puedo explicarlo ni puede hacerlo el neurólogo de mi equipo. Dice que nunca vio cambios tan radicales en la actividad cerebral de una persona, salvo en el caso de lesiones graves.

—Robert —adujo Ellie, volviendo a tomarle la mano—, cuando te fuiste, las octoarañas implantaron un bloqueo microbiológico en tu memoria. Para protegernos… Eso podría ser parte de la explicación de tus peculiares ondas cerebrales.

Robert la miró largo rato sin hablar.

—Te secuestraron —dijo por fin—. Manipularon mi cerebro… Quién sabe qué pueden haberle hecho a nuestra hija… ¿Cómo es posible que las defiendas?

Ellie se sometió al EEG y los resultados no mostraron irregularidad alguna ni diferencias de importancia con las pruebas cerebrales de rutina que se le habían hecho durante los primeros tiempos de la colonia. Robert parecía estar legítimamente aliviado. Entonces le dijo que Nakamura y el gobierno estaban dispuestos a perdonar todas las acusaciones contra ella y le permitirían volver a su casa con Nikki, bajo arresto domiciliario temporal, claro está, si les suministraba información sobre las octoarañas. Ellie pensó durante unos minutos y después accedió.

Robert sonrió y le dio un fuerte abrazo.

—Bien —dijo—. Empezarás mañana… Se lo diré de inmediato.

Durante el viaje a lomo de avestrusaurio, Richard le había advertido a Ellie que Nakamura podría intentar usarla de alguna manera, muy probablemente para justificar la continua prosecución de la guerra por parte de él. Ellie sabía que al acceder de modo ostensible a ayudar al gobierno de Nuevo Edén, se estaba comprometiendo en un curso de acción muy peligroso.

Debo tener cuidado
, se dijo, mientras se sumergía en una bañera de agua caliente,
de no decir algo que pueda lesionar a Richard o Archie, ya que eso concedería a las tropas de Nakamura una injusta ventaja en una posible guerra
.

Al principio, Nikki no se mostró familiarizada con su antiguo dormitorio, pero, al cabo de una hora, o algo así, de jugar con algunos de sus juguetes, pareció estar bastante complacida. Entró en el baño y se paró al lado de la bañera.

—¿Cuándo va a volver papito a casa? —preguntó.

—Va a venir tarde, corazón —contestó Ellie—, después que te hayas ido a dormir.

—Me gusta mi cuarto, mami. Es mucho mejor que ese viejo sótano.

—Me alegro —repuso Ellie. La niñita sonrió y salió del baño. Ellie hizo una profunda inspiración.
No habría tenido el menor sentido
, analizó racionalmente,
que me hubiera rehusado y que se nos hubiera devuelto al confinamiento
.

4

Katie no había terminado de aplicarse sus cosméticos, cuando oyó el sonido del timbre eléctrico. Le dio una chupada al cigarrillo que ardía en el cenicero al lado de ella y apretó el botón “Hablar”.

—¿Quién es? —dijo.

—Soy yo —fue la respuesta.

—¿Qué estás haciendo aquí en mitad del día?

—Tengo noticias importantes —contestó el capitán Franz Bauer—. Aprieta el botón para que pueda subir.

Katie inhaló profundamente del cigarrillo y lo aplastó contra el cenicero. Se paró y miró en el espejo de cuerpo entero. Se acomodó levemente el cabello, justo antes que se oyera golpear en la puerta.

—Mejor que esto sea importante, Franz —manifestó, dejándolo entrar en la habitación—, o te hago mierda. Ya sabes que dentro de unos minutos tengo una reunión disciplinaria con dos de las chicas y odio llegar tarde.

Franz sonrió de oreja a oreja.

—¿Otra vez las pescaste quedándose con un vuelto…? ¡Por Dios, Katie, odiaría que fueras mi patrón!

Ella lo miró con impaciencia.

—¿Y bien? —dijo—. ¿Qué es lo que era demasiado importante para decir por teléfono?

Franz había empezado a caminar por la sala de estar. La habitación, decorada con buen gusto, tenía un sofá en blanco y negro y un confidente, dos sillas haciendo juego y varios
objets d'art
tanto en las mesitas auxiliares como en la de café.

—No hay posibilidad alguna de que tu departamento esté intervenido con micrófonos, ¿no?

—Dímelo tú, señor capitán de policía —contestó Katie—. De veras, Franz —añadió, mirando su reloj de pulsera—, no tengo…

—Hay un informe confiable —la interrumpió Franz— de que tu padre está en Nuevo Edén en este preciso instante.


¡Quée!
¿Cómo es posible? —Estaba atónita. Se sentó en el canapé y extendió la mano para tomar otro cigarrillo de la mesita de café.

—Uno de mis tenientes es amigo íntimo de uno de los guardias de tu padre. Le dijo que a Richard y uno de esos seres octoaraña se los retiene en el sótano de una residencia privada que no está muy lejos de aquí.

Katie cruzó la habitación y levantó el microteléfono.

—Darla —ordenó—, notifica a Lauren y Atsuko que se suspende la reunión de hoy… Surgió algo… Reorganízala para las dos de la tarde de mañana… Oh, tienes razón, lo olvidé… Maldición… Muy bien, haz que sea para las once de la mañana… No, once y
media
, no quiero levantarme ni un momento antes de lo necesario.

Regresó al canapé y levantó el cigarrillo. Le dio una enorme chupada y exhaló anillos de humo hacia el aire, sobre su cabeza.

—Quiero saber todo lo que hayas oído sobre mi padre.

Franz le informó que, según sus fuentes, hacía unos dos meses su padre, su hermana Ellie, su sobrina y una octoaraña habían aparecido de repente, llevando una bandera blanca, en el vivac instalado en la margen austral del Mar Cilíndrico. Parecían sumamente tranquilos y hasta bromearon con los soldados, dijo Franz. El padre y la hermana de Katie dijeron a las tropas que se habían adelantado, con un representante de las octoarañas, para ver si, mediante negociaciones, se podía evitar un conflicto armado entre las dos especies. Nakamura había ordenado que todo el asunto se mantuviera en secreto, y los había llevado…

Katie estaba midiendo la habitación a zancadas.

—Mi padre no sólo está vivo —dijo con excitación—, también está
aquí
, en Nuevo Edén… ¿Alguna vez te dije, Franz, que mi padre es, sin el menor asomo de duda, el ser humano más inteligente que haya vivido jamás?

—Lo dijiste cerca de una docena de veces —asintió Franz. Rió—. No puedo imaginar que exista alguien más inteligente que tú.

Katie agitó la mano.

—Me hace parecer como una idiota sin remedio… Siempre fue tan adorable… Yo podía hacer
cualquier
cosa, y siempre salía impune. Dejó de caminar de un lado para otro e inhaló de su cigarrillo. Los ojos le centelleaban cuando exhaló el humo.

—Franz —continuó—,
tengo
que verlo… Me es absolutamente imperioso verlo.

—Eso es imposible, Katie. Se supone que nadie sabe que está aquí. Podrían despedirme, o algo peor, si alguien se enterara de que te lo dije…

—Te lo estoy suplicando, Franz —insistió Katie, cruzando la habitación y sujetándolo por los hombros—. Sabes cómo odio pedir favores… pero esto es muy importante para mí.

Franz estaba encantado de que, por una vez, Katie estuviera pidiéndole algo a
él
. No obstante, le dijo la verdad.

—Katie, sigues sin entender. A toda hora hay una guardia armada en tomo de la casa. Todo el sótano está intervenido con monitores de sonido e imagen. Sencillamente no hay manera.


Siempre
hay una manera —enfatizó Katie—, si algo tiene la suficiente importancia. —Se metió la mano dentro de la camisa y empezó a retorcerse suavemente el pezón derecho.

—Tú sí me amas, ¿no, Franz? —Lo besó, un beso con la boca completamente abierta y la lengua entrando y saliendo velozmente, atormentando la de él. Katie se separó un poco, sin dejar de jugar con el pezón.

—Claro que te amo, Katie —dijo él, muy excitado ya, …pero no estoy loco.

Katie fue rápidamente hacia su dormitorio y volvió menos de un minuto después, con dos fajos de billetes.

—Voy a ver a mi padre, Franz —afirmó, tirando el dinero sobre la mesita de café—, y tú vas a ayudarme… Puedes sobornar a quien quieras con este dinero.

Franz estaba impresionado. La cantidad de dinero era más que suficiente.

—¿Y tú qué vas a hacer por mí? —preguntó él, casi en broma.

—¿Qué voy a hacer por
ti
? —repitió Katie—. ¿Qué voy a hacer por ti? —Lo tomó de la mano y lo condujo hacia el dormitorio—. Ahora, capitán Bauer —dijo, acentuando las palabras—, quítese toda la ropa y tiéndase aquí, boca arriba. Verá lo que voy a hacer por usted.

El departamento tenía una sala de estar/de vestir adyacente al dormitorio. Katie entró en la habitación más pequeña y cerró la puerta. Con una llave abrió una caja grande y ornamentada que había sobre el bar y sacó una de las jeringas llenas que había preparado más temprano. Se levantó el vestido y, con un pedazo de tubo negro flexible, se hizo un apretado torniquete alrededor de la parte superior del muslo. Esperó unos momentos, hasta que pudo identificar con claridad un vaso sanguíneo en la cantidad de contusiones que tenía en el muslo y, entonces, se inyectó la jeringa con destreza. Después de expulsar todo el fluido hacia su torrente sanguíneo, esperó unos segundos para que llegara el fantástico aluvión, y después se quitó el torniquete.

—¿Qué hago mientras espero?

—Rilke está en mi lectora electrónica, querido, tanto en alemán como en inglés. Sólo tardaré unos minutos más.

Katie estaba volando. Empezó a tararear la tonada de un tema para bailar, mientras arrojaba la jeringa a un lado y devolvía el torniquete a la caja. Se quitó toda la ropa, deteniéndose dos veces para admirar su cuerpo en el espejo, y la apiló sobre la banqueta del tocador. Después abrió una gaveta grande de ese mueble y sacó una venda para los ojos.

Entró en el dormitorio como si marchara en un desfile militar. Los ojos de Franz se regodearon admirando el elástico cuerpo.

—Mira con suma atención —advirtió Katie—, porque esto es todo lo que vas a ver la tarde de hoy.

Como por casualidad, dejó caer su cuerpo desnudo sobre el de Franz, y besó al hombre en forma intermitente, mientras le ponía la venda. Se aseguró de que estuviera ceñida y, después, bajó de la cama dando un salto.

—¿Qué viene ahora? —preguntó Franz.

—Simplemente tendrás que esperar y ver —le contestó con tono provocativo, mientras revolvía en una gran gaveta que había en la parte inferior de la cómoda. La gaveta contenía una variedad de dispositivos para juegos sexuales, entre los que figuraban complementos electrónicos de toda clase, lociones, sogas y otros equipos para jugar a la esclavitud, máscaras y diversos modelos de genitales. Katie eligió una botellita de loción, una ampolla de polvo blanco y unas bolillas ensartadas en una cuerda delgada.

Sin dejar de tararear y de reírse para sí, se reunió con Franz en la cama y empezó a recorrerle el pecho con los dedos. Lo besó provocativamente, con su cuerpo apretado contra el de él, y acto seguido se sentó. Después de verterse la loción en las manos, y de frotarlas con vigor entre sí, abrió mucho las piernas, se arrastró sobre el vientre de Franz, dándole la espalda a la cara de él, y empezó a aplicarle la loción en las partes más sensibles.

—Ummm —murmuró Franz, cuando la tibia loción empezó a ejercer efecto—. Eso es maravilloso.

Katie le espolvoreó los genitales con el polvo blanco y, después, lo montó muy lentamente. Franz estaba en estado de éxtasis. Durante unos minutos, Katie se meció hacia atrás y hacia adelante con fácil ritmo. Cuando pudo percibir que Franz se estaba aproximando al clímax, cesó su movimiento en forma temporal y metió las manos por debajo de él para introducirle las bolillas. Se meció dos o tres veces más, y después volvió a detenerse.

—¡No te detengas ahora! —gritó Max.

—Repite después de mí —dijo Katie con una risita infantil, moviéndose lentamente hacia atrás y hacia adelante una vez más—. Prometo…

—Cualquier cosa —aulló Franz—, pero no te detengas ahora, por piedad.

—Prometo —continuó Katie— que Katie Wakefield verá a su padre en algún momento de los próximos días.

Franz repitió la promesa y Katie lo recompensó. Cuando extrajo la cuerda, inmediatamente después que él alcanzara el clímax, Franz chilló a voz en cuello, como un animal en el bosque.

A Ellie no le gustaban sus dos interrogadores. Ambos eran personas secas, carentes de humor, que la trataban con absoluto desdén.

—Esto no va a funcionar, señores —dijo con tono de exasperación en un momento dado, durante el primer día de indagación—, si insisten en hacer las mismas preguntas una y otra vez… Entendí que se me pedía que suministrara información sobre las octoarañas… Hasta el momento, todas las preguntas, que ustedes ahora están repitiendo, fueron sobre mi madre y mi padre.

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