Con esa idea escribieron un programa con capacidad de aprender, que analizaba las pautas de respuesta del dispositivo y marcaba el código según los resultados. El proceso era sencillo. Primero analizaba el código de cada versión, luego se enfrentaba a una simulación con un sujeto real, y las pautas de respuesta consideradas normales eran marcadas en verde en su banco de datos.
Durante el fin de semana habían sometido a
Predator
a innumerables pruebas. El domingo por la noche, el programa ya estaba preparado para enfrentarse a las versiones del software del dispositivo que habían empezado a dar problemas, desde la 1.36. Por si acaso, Alex había propuesto empezar a revisar desde la 1.20, ya que en esa versión empezaba a usarse el módulo de interpretación neuronal.
Lo peor era que tampoco podía descartar que el error pudiera hallarse en una versión anterior. Por desgracia alguien más se había dado cuenta. Rememoró parte de la conversación que habían mantenido en la última reunión del día anterior:
—Empezaremos por la versión 1.20 —le había explicado él a los jefes de equipo.
—¿Y si, por un casual, tu programa no encuentra nada? —preguntó Lia.
Alex suspiró. Ya se le había ocurrido esa posibilidad.
—Como todos sabéis —dijo—,
Predator
se basa en el aprendizaje que ha obtenido con versiones que hemos marcado como correctas. Si el código erróneo es anterior a la versión 1.20… —hizo una pausa para coger aire—, entonces habrá fracasado.
—¿Qué? —saltó Boggs—. ¡No me habías comentado que existiera esa posibilidad!
—Entonces, ¡no hay ninguna certeza de que las pruebas sean seguras! —añadió Lia—. Alex, te lo preguntaré solo una vez: ¿tienes idea de lo que estás haciendo?
Se hizo un incómodo silencio, y todos esperaron su respuesta. Alex tragó saliva varias veces, intentando encontrar las fuerzas y las palabras adecuadas:
—La posibilidad de que algo vaya mal —dijo al fin— es remota, pero existe. No puedo negar la evidencia. Así que, mientras realizamos las pruebas, debemos estar preparados para… —tragó saliva de nuevo—, lo peor.
—Un maravilloso día… Aunque parece más apropiado para ejercitar la poesía en lugar del deporte.
Algo en esa voz le sonó familiar a Alex. Se volvió y vio a un individuo alto, enfundado en un abrigo largo y oscuro.
—No me lo puedo creer… —dijo sonriendo—. ¡Jules Beddings!
El paseo marítimo estaba teñido de colores naranjas. Había salido a correr, y los primeros rayos de sol y la voz de su amigo le habían sorprendido mientras se ataba una de sus deportivas. Se acercó al enjuto individuo y le abrazó, con sincero afecto. A pesar de tener su misma edad, Jules aparentaba bastantes más años. Era algo que le había ocurrido desde que lo conoció en la universidad. Apenas tenía pelo entonces. Alex dedujo que la vida debía de haber sido dura para él, por la tristeza que asomaba en sus ojos. Su vestimenta, impecable pero negra casi en su totalidad, no mejoraba su siniestra imagen.
Durante los estudios universitarios Jules había destacado no solo por su inteligencia y su falta de escrúpulos, sino también por su físico: piel pálida, nariz aguileña y pelo escaso siempre engominado. Por ello se había hecho merecedor de la repulsa de sus compañeros y del apodo de Nosferatu. Alex, sin embargo, hizo buenas migas con él. Probablemente debía de ser el único al que Jules consideraba a su altura, y ambos entablaron una sincera y cordial relación que se enfrió cuando obtuvieron la licenciatura y sus caminos se separaron. Más tarde supo que Beddings se había especializado en genética, trabajando en Holanda y Estados Unidos.
Y el último lugar donde esperaba encontrarlo era justo allí, así que la presencia de su amigo no podía ser casual.
—¡Te hacía por Estados Unidos! —dijo, dándole una palmada en el hombro.
—No me extraña tu sorpresa —contestó Jules, riendo—. Entiendo que te parezca raro verme por aquí. De hecho, te ahorraré la clásica perorata, tan propia de otros, e iré directo a la cuestión que me ha traído a tu tierra… Me gustaría hacerte una oferta, para que trabajes conmigo.
Alex se quedó sin respiración. Eran las últimas palabras que esperaba oír.
—Me dejas sorprendido… —respondió—. ¡Y no te imaginas cuánto!
—Sé que últimamente vas mucho al desierto de Tabernas —dijo Beddings, sentándose en un banco—. Y ambos sabemos que no eres precisamente un amante de la naturaleza.
—Yo… —empezó a replicar Alex, sin poder articular las palabras de forma fluida—, no puedo…
—Sé que no puedes hablar —le interrumpió su compañero—, así que lo haré yo: mi oferta es para un trabajo parecido al que estás realizando. Trabajarías en el campo de la programación enfocada a la interpretación neuronal con una tecnología, digamos, igual a la que estás usando. Y cuando digo esto, me refiero a que vas a tener «exactamente» los mismos componentes que tienes allí, incluido un chip igual a ese que tan asombrados os tiene. Solo que nosotros le estamos sacando mucho más partido.
Alex tragó saliva y estuvo a punto de atragantarse.
¿Acaso tiene cámaras en el laboratorio?
, se preguntó. Estaba en una situación delicada, rozando los límites de su contrato de confidencialidad, y eso le hizo sentirse particularmente vulnerable. Dedujo que podía ser hasta una especie de prueba, una de esas histriónicas simulaciones de seguridad que las grandes empresas adoraban.
—No sé de qué me hablas…
Jules le miró a los ojos.
—Alex —dijo, muy despacio—. Conozco perfectamente las cláusulas de confidencialidad de tu contrato, si es eso lo que te preocupa. Y si dejas que sea yo el que lo diga todo, no tendrás ningún problema. No tienes ni que afirmar ni negar nada. Simplemente déjame que te lo exponga, y luego tú decides.
Uno de los mayores puntos débiles de Alex era la curiosidad. A sabiendas de lo peligrosa que esta podía resultar, aceptó.
—De acuerdo. Pero si dices algo que considere inconveniente, me iré.
—Perfecto —contestó Jules, mostrando una media sonrisa—. Nuestro proyecto es ligeramente distinto del de tu amigo Stephen. Y, aunque también tenemos unos rigurosos plazos que cumplir, nuestra ventaja es que hemos sido más prudentes: no nos hemos encontrado los problemas que está teniendo él. —Hizo una pausa, en la que Alex intentó asimilar todo lo que le estaba contando su amigo—. Mi propuesta es esta: te ofrezco el doble de tus emolumentos y un equipo de gente mejor preparada. El proyecto de Stephen está condenado al fracaso precisamente porque parte de su financiación es pública, y hay cosas que ni con tu ayuda podrá explicar a una comisión de investigación cuando llegue el momento, y… creo que sabes a lo que me refiero. Y total, ¿tanto esfuerzo para unas gafas de realidad aumentada para turistas? No, tú aspiras a algo más: el mío es uno de los proyectos más ambiciosos en los que ha trabajado el hombre, un proyecto que cambiará el mundo que hoy conocemos y que te hará ser recordado. Te estoy ofreciendo la oportunidad de ser el Einstein del siglo XXI.
Alex se sintió aturdido. Llevaba tan solo una semana en el proyecto de Boggs, y ya tenía una oferta para embarcarse en otro. La parte económica era muy importante, pero no tanto como las posibilidades de éxito. Pensó que triunfar en proyectos de esa envergadura podía ser sinónimo de pasar a la historia tecnológica de la Humanidad, y eso era demasiado atractivo para él. Al mismo tiempo también sabía que los problemas de Stephen eran difíciles de resolver. Sin apenas darse cuenta de lo que hacía, preguntó:
—¿Podría contar con la ayuda de…?
—¿Lia…? —se le adelantó Jules, con una sonrisa algo siniestra—. Por supuesto. Tú mismo podrías hacerle la oferta.
De nuevo se quedó sin habla. Parecía que Jules sabía absolutamente todo sobre él y su nuevo trabajo. Con resignación, admitió que aquello le había fascinado aún más.
—¿Y cuándo tendría que responderte?
Jules le miró a los ojos. Lentamente, pronunció:
—Ahora.
—Análisis de la versión
1.20
del software del dispositivo —la voz de Lia sonó dubitativa a través del auricular bluetooth de Alex—. Doctor Gekko, por favor, informe de hardware.
—Equipos correctos —dijo Mark—. Sistemas funcionando a temperatura normal.
Alex se fijó en que el rostro del ingeniero era de plena concentración. Algo normal, supuso, ya que era la primera de las pruebas, y aunque en ella solo se iba a analizar código, la tensión era evidente. Supuso que esta iría en aumento conforme fueran avanzando en los sucesivos tests.
Espero que seamos capaces de soportar el estrés… y lo que pueda ocurrir
, pensó suspirando.
—Informe de software, por favor —dijo Lia, más firmemente. Su tono de voz, tan formal, le resultó extraño a Alex. Él la había oído hablar de forma mucho más cariñosa… aunque también más agresiva. Lo malo es que ambas podían intercalarse rápidamente, pensó rememorando discusiones del pasado, y también momentos de pasión. Con ella los sentimientos siempre eran extremos.
—
Predator 2.0
cargado en memoria. —Respondió Chen, con el rostro contraído por la tensión—. Versión 1.20 del software del dispositivo preparada para ser analizada por
Predator
.
Lia alzó la mirada hacia uno de los ventanales de la parte superior del laboratorio. Alex vislumbró el perfil de Boggs, y vio cómo asentía.
—Lee, por favor —exclamó la neuróloga—, inicie la prueba.
Lee tecleó una contraseña y los monitores empezaron a llenarse de secuencias de números y gráficos de color verde. Con él,
Predator
marcaba el código analizado como correcto. En milésimas de segundo analizó miles de líneas. Por delante, aún tenía millones.
—
Predator
en ejecución —dijo Chen—. Tiempo estimado de análisis: dos horas. El software funciona correctamente.
Alex suspiró, aliviado. Funcionaba, ahora solo faltaba esperar. Tenía la vaga esperanza de que
Predator
encontrara algo en ese primer análisis, pero era demasiado pronto: era la primera versión que analizaban, y esta era tan solo la prueba de comprobación de código. Sería más probable obtener un resultado en las pruebas posteriores, ya con personas. En aquellas se generarían pautas de respuesta a las ondas cerebrales, y, mezcladas entre ellas, estarían las alteradas, aquellas que debería encontrar
Predator
y que apuntarían a un código aparentemente inocente, pero responsable efectivamente de la muerte de una persona.
—Lee, supervisa las marcas de
Predator
sobre el código —pidió Lia—. Mark, comprueba la estabilidad de los equipos cada diez minutos. Esta es una prueba de verificación, pero no quiero sorpresas. Solo si el código es catalogado como válido, pasaremos a experimentar con… —Alex notó un ligero temblor en su voz—, un sujeto.
Supuso que ella se sentía responsable de lo que pudiera suceder, era algo propio de Lia. La neuróloga le dijo algo a Chen y, sin quitarse su auricular, se dirigió hacia la sala de descanso. Alex supuso que debía de estar bajo una enorme presión, y no parecía el momento adecuado para lo que tenía que decirle. Tras dudar un momento, la siguió. Aunque resultara complicado de creer, Alex tenía, aparte de lo que pudiera encontrar
Predator,
otros quebraderos de cabeza en ese preciso momento.
—Alex, no es el momento de… —empezó a decir Lia, nada más verle entrar en la sala.
Él se llevó el dedo índice a los labios, haciendo una señal de silencio que ella recibió con evidente sorpresa. Con la otra mano se descolgó el auricular bluetooth de la oreja, y pulsó el botón de «mute», apagando el micrófono. Por gestos le indicó a su compañera que hiciera lo mismo. Ella pareció querer protestar, pero le obedeció.
—Tranquila, podremos seguir oyendo lo que ocurra.
—¡Ya lo sé! —dijo Lia, alzando la voz—. ¿Se puede saber a qué viene esto?
—Solo quería hablar contigo un momento…
—¿Ahora mismo?, ¿no puedes esperar a que finalice el test?
—No, Lia, no puedo esperar… —dijo él, sintiendo la tensión adueñarse de su rostro.
Ella le escrutó durante unos segundos, y él le mantuvo la mirada.
—Cinco minutos —dijo ella finalmente—, ni uno más. No quiero que piensen nada de nosotros.
Alex sintió una punzada de dolor al oír el amargo comentario.
No ha cambiado nada
…
—¿Acaso te importa lo que piensen? —contestó—. ¿O es que sales con alguien?
—¿Era eso? —contestó ella, con las venas del cuello hinchadas—. ¡Ni es el momento adecuado, ni creo que sea un tema que te interese!
Alex se dio cuenta de que había metido la pata hasta el fondo.
Una vez más
, pensó resoplando.
—Lia, yo…
—¡No! —le interrumpió ella, entre dientes, y con un tono de voz gélido—. Sabía que esto iba a pasar. Cuando Stephen me anunció que ibas a venir, lo siento, no me alegré. —Alex sintió como si una espada de hielo le atravesara el corazón—. A ver, pienso que tú eres la persona adecuada para ayudarnos —siguió ella—, pero también me imaginaba que nuestra relación anterior iba a ser un problema. Y veo que he acertado. Así que, si eso era lo que querías saber, la respuesta es un «no quiero tener nada contigo». ¿Satisfecho por fin? Ahora, debo volver al laboratorio —dijo, levantándose del sillón.
En tan solo unas milésimas de segundo Alex revivió su relación de años atrás: intensa y apasionada, pero también desesperante. Los momentos de alegría, locura y excitación se entremezclaban con las peleas, los desprecios y la frialdad. El miedo de Lia a comprometerse y sus bruscos cambios de humor dieron la puntilla a una aventura condenada a extinguirse. Así que todo acabó una tarde de invierno, a instancias de ella. Después de aquello, durante varios días, su ánimo se había sumido en un pozo y él cayó en una profunda depresión, de la que aún no se había recuperado completamente.
—¡Espera un momento! —le gritó, exasperado.
Sintió como si el corazón estuviera a punto de estallarle.
—Lo siento, tengo que irme —dijo ella.
Él le bloqueó el paso.
—Esta mañana me han hecho otra propuesta de trabajo: se trata de un proyecto similar al vuestro.
Lia le miró y vio que sus mejillas habían palidecido.
—«Nuestro» proyecto, dices… ¿Es que ya no es el tuyo?
—¡Es lo que intentaba decirte realmente! —dijo Alex, aproximándose a ella y oliendo su maravilloso perfume—. Pero lo que más me preocupa es que mi amigo parece conocer los problemas que tenéis.