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Authors: Doris Lessing

Relatos africanos (34 page)

Pero es como si al enterrar la ropa sucia y cortada hubiera enterrado también la debilidad con que soportaba a Jerry. Dice enseguida:

–Yo no he matado a Betty.

Luego se va hasta la pared, se sienta y queda listo para lo que vaya a suceder. Ya no le importa. En lo más hondo, no le importa. Jerry, al ver ese profundo abandono, lo interpreta mal. Piensa: «Ahora puedo hacer lo que me dé la gana con él. A lo mejor está bien haber matado a esa mujer. Al fin Jabavu hará lo que le diga».

Por eso ignora a Jabavu, con quien se siente seguro, y se dirige a los demás para intentar calmarlos. Todos gimen y lloran y algunos gritan para pedir skokian como remedio para el miedo de esa noche terrible. Pero Jerry les habla con firmeza, les prepara otro té fuerte, da a cada uno un trozo de pan y les obliga a comérselo y finalmente les dice que se duerman. No pueden dormirse. Se acurrucan en un grupo, hablan de la policía, de que les echarán a todos la culpa del asesinato, hasta que Jerry les obliga a beberse un té en el que ha echado algo que compró a un indio, algo que sirve para dormir a la gente. Al poco rato están todos tumbados en el suelo, pero esta vez se trata de un sueño que los curará y despejará el mareo del skokian.

Pasan durmiendo las largas horas de la noche, gruñendo a veces, soltando también algún grito, palabras gruesas, asustadas. Jerry se sienta, juega a las cartas y mira a Jabavu, que no se mueve.

Ahora Jerry se siente muy confiado. Hace planes, los examina, los altera; su mente se mantiene ocupada toda la noche y el miedo y la debilidad desaparecen. Decide que matar a Betty es lo más inteligente que ha hecho jamás sin haberlo planificado.

La noche avanza entre el ruido de las cartas y los gruñidos de los que duermen. La luz entra gris por la ventana sucia; luego, cuando sale el sol, se vuelve rosa y dorada para alcanzar al fin una calidez amarilla y estable. Cuando el día llega de verdad, Jerry los despierta a patadas, pero de tal forma que ni siquiera lo recuerden cuando estén despiertos.

Se sientan y ven a Jerry jugando a cartas y a Jabavu desplomado contra la pared, mirándolos. Acude a sus mentes un recuerdo salvaje y confuso de muertes y luchas y se miran y ven el rastro de ese recuerdo en sus caras. Luego miran a Jerry en busca de una explicación. Pero Jerry está mirando a Jabavu. Al recordar que Jabavu mató a Betty sus caras adoptan un color gris y les cuesta respirar. Sin embargo, ya no los atonta el skokian, sólo están débiles, cansados y asustados. Jerry está completamente seguro de que podrá manejarlos. Cuando se despiertan del todo y empiezan a mostrar cierto conocimiento en la cara, empieza a hablar. Explica lo que pasó la noche anterior en un tono tranquilo y natural y les cuenta que Jabavu mató a Betty. Jabavu no dice nada.

Lo único que molesta a Jerry es el silencio de Jabavu, porque no contaba con él. Pero está tan seguro que no le hace caso. Explica que, según las normas de la banda, si alguien sospecha de ellos Jabavu debe entregarse a la policía y no mencionar a los demás. Pero si el problema se olvida tendrán que guardar silencio todos y seguir como si nada hubiera ocurrido. Jerry habla con tal ligereza que todos se sienten seguros y uno de ellos sale a comprar un poco de pan y algo de leche para el té y comen y beben juntos e incluso se ríen cuando Jerry hace alguna broma. No es una risa muy profunda, pero les resulta útil. Durante todo ese rato, Jabavu permanece sentado junto a la pared, aparte, sin decir nada.

Jerry ya ha hecho su plan. Es muy sencillo. Si la policía da alguna muestra de poder averiguar quién mató a Betty, se limitará a desaparecer enseguida, recurrirá a algunos conocidos que lo pueden ayudar y viajará al sur con papeles a nombre de otro, dejando atrás todos los problemas. Pero después de haber pasado una semana bebiendo tiene poco dinero. Cinco chelines, quizás. Tal vez sus amigos le presten algo más. A Jerry no le gusta la idea de ir hasta Johannesburgo con tan poco. Quiere más. Si la policía no sabe a quién culpar, Jerry se quedará aquí, en esta tienda, con Jabavu y los demás, hasta la noche. Y luego... Ahora el plan es tan audaz que Jerry se ríe por dentro y se muere de ganas de contárselo a los demás porque es como un buen chiste. A Jerry no se le ocurre otra cosa que ir a casa del señor Mizi, coger el dinero que sin duda habrá allí y huir al sur con él. Cree que habrá dinero, y mucho, en la casa. Hace cinco años robó al señor Samu en otra ciudad y llevaba diecinueve libras. El señor Samu guardaba el dinero en una lata grande de tabaco y la escondía en el techo de hierba de una choza. Jerry cree que basta con ir a casa del señor Mizi para encontrar dinero suficiente para llegar a Johannesburgo, rodeado de lujo y seguridad, con muchos recursos para sobornar. Y se llevará a Jabavu. Ahora Jabavu le da seguridad porque está amargado y tiene tanto miedo que no va a avisar al señor Mizi. Además, debe de saber dónde está el dinero.

Es todo muy sencillo. En cuanto Jabavu le dé el dinero a Jerry, éste le dirá que se vaya con los demás y espere su regreso. Lo esperarán. Tardarán unos días en darse cuenta de que los ha engañado y para entonces él ya estará en Johannesburgo.

Hacia el mediodía, Jerry saca la última botella de whisky y da un poco a cada uno. Jabavu lo rechaza meneando la cabeza. Jerry lo ignora. Mejor así.

En cambio, se asegura de que todo el grupo se siente a jugar a las cartas, de que beban whisky y coman todos bien. Quiere ganarse su favor y su confianza antes de explicarles el plan, que podría asustarlos dada la condición en que se hallan por culpa de la bebida y el asesinato.

A media tarde vuelve a salir y se mezcla con la gente del mercado, donde oye hablar mucho del crimen. La policía ha interrogado a mucha gente, pero no han arrestado a nadie. Será un caso como tantos otros: una matsotsi más asesinada en una reyerta, a nadie le importa demasiado. Los periódicos le dedicarán un párrafo; quizás algún predicador pronuncie un sermón. El señor Mizi podría hacer un nuevo discurso sobre la corrupción del pueblo africano por culpa de la pobreza. Jerry se ríe al pensar en eso y vuelve con los otros de muy buen humor.

Les dice que todo está controlado y luego habla del señor Mizi, en parte por el plan que ha diseñado, pero en parte porque eso le da placer. Hace una buena imitación del señor Mizi soltando un discurso sobre la corrupción y la degradación. Jabavu no se mueve en todo el rato, ni siquiera levanta la mirada. Luego Jerry bromea mucho sobre el señor Mizi y la señora Samu, sobre lo inmorales que son, y se ríen todos menos Jabavu.

Todos, incluido el propio Jerry, malinterpretan el silencio de Jabavu. Creen que tiene miedo, miedo sobre todo de ellos porque saben que mató a Betty. A esas alturas todos lo creen; incluso creen haberlo visto.

No entienden que lo que le pasa a Jabavu es muy antiguo. Su mente se oscurece en la desesperanza, en la aceptación de lo que le depare el destino, y se vuelve hacia la muerte. Esa noción del destino, del azar, es muy fuerte en la vida de la tribu, donde la culpa y la responsabilidad ante el mal se decidían siempre por antiguos medios mágicos. Quizá si esos jóvenes no llevaran tanto tiempo viviendo en la ciudad de los blancos entenderían lo que ahora perciben de Jabavu. Ni siquiera Jerry se da cuenta, aunque en algún momento le preocupa ese largo silencio. Le gustaría ver a Jabavu un poco más asustado y respetuoso.

A última hora de la tarde Jerry saca sus últimos cinco chelines, se los da a la chica que trabajaba con Betty, que está más preocupada que los demás, y le dice que ha sido escogida por su inteligencia para ir a comprar comida al mercado. Ella se va encantada, regresa al cabo de media hora con pan y mazorcas frías y les dice que ya nadie habla del asesinato. Jerry les insiste en que coman. Es muy importante que estén llenos y a gusto; cuando por fin lo están, les cuenta su plan.

–Ahora os voy a contar un buen chiste –les dice, riéndose–. Esta noche robaremos en casa del señor Mizi. Es muy rico. Y Jabavu robará conmigo.

Hay un segundo de incertidumbre. Se miran unos a otros, ven la pesadez en la mirada de Jabavu, dolorosamente alzada hacia ellos, y luego ruedan por el suelo muertos de risa y tardan mucho en parar. Pero Jerry está mirando a Jabavu. Decide provocarlo un poco:

–Negrito de pueblo –le dice–. Estás asustado.

Jabavu suspira pero no se mueve, y el pánico invade a Jerry. ¿Por qué no grita Jabavu, por qué no protesta o demuestra su miedo?

Decide esperar para demostrar su fuerza cuando llegue el momento. Mientras los demás dejan de reír y lo miran en espera del siguiente chiste, Jerry hace muecas a Jabavu para provocar la complicidad de los demás, que sonríen y se miran entre ellos. Enciende las velas y les dice que se reúnan en un pequeño espacio iluminado, en torno a una caja de embalaje. Jabavu queda fuera del círculo, en la sombra, y se ponen todos a jugar a cartas entre risas y ruidos, condicionados por Jerry para que apliquen su excitación a las cartas y no centren su atención en Jabavu. Mientras tanto, Jerry va pensando todos los detalles del plan y concentra su mente en tal propósito.

A media noche, tras guiñar un ojo a los demás, se levanta y se acerca a Jabavu. De tan concentrada como está su voluntad, rompe a sudar.

–Ha llegado la hora –dice con ligereza, y fija la mirada en Jabavu.

Éste no levanta la vista, ni se mueve. Jerry se agacha con mucha rapidez y, tal como hizo la noche anterior, dando la espalda a los demás, apoya la punta del cuchillo suavemente en el pecho de Jabavu. Lo mira con mucha dureza y susurra:

–Te estoy cortando la chaqueta. –Frunce los ojos, presiona a Jabavu con la mirada y sigue hablando–: Estoy cortando la chaqueta. Pronto el cuchillo te atravesará. –Jabavu alza la mirada–. Levántate –dice Jerry.

Jabavu se levanta como si estuviera drogado. Jerry está casi mareado por el alivio de su victoria, pero apoya una mano en la pared y se dirige a los demás:

–Ahora, escuchad lo que os quiero decir. Nos vamos los dos a casa del señor Mizi. Soplad las velas y esperadnos a oscuras... No, podéis dejar una vela encendida, pero ponedla en el suelo para que no se vea la luz desde fuera. Sé que hay mucho dinero escondido en casa del señor Mizi. Volveremos con él. Si hay problemas, me iré corriendo a casa de alguno de nuestros amigos. Tal vez me tenga que quedar allí un día, o tal vez dos. Jabavu volverá aquí. Si no he venido mañana por la mañana os podéis ir de uno en uno, no juntos. No trabajéis juntos durante unos cuantos días y no os acerquéis a los antros, y os prohíbo que volváis a tocar el skokian hasta nuevo aviso. Ya os diré cuándo podemos reunimos de nuevo con seguridad. Pero todo eso es sólo por si hay problemas, así que no hace falta. Jabavu y yo estaremos de vuelta dentro de tres cuartos de hora con el dinero. Entonces lo compartiremos. Eso significa que no habrá que trabajar durante una semana, y para entonces la policía ya se habrá olvidado del crimen.

Jabavu habla por primera vez:

–El señor Mizi no es rico y en su casa no hay dinero.

Jerry frunce el ceño y luego arrastra a Jabavu deprisa tras de sí, hacia la oscuridad. Tras su salida, las llamas de las velas se agitan en la sala. La oscuridad los rodea por todas partes, los árboles se cimbrean bajo el viento fuerte y frío, unas nubes espesas recorren el cielo y entre ellas asoman estrellas húmedas, débiles. Una buena noche para robar.

Jerry piensa: «¿Por qué ha dicho eso? Qué raro». Pero lo más extraño es que durante todas estas semanas Jerry ha creído que Jabavu mentía acerca del dinero y Jabavu nunca ha entendido que Jerry está verdaderamente convencido de que sí lo hay.

–Venga –dice Jerry, con calma–. Pronto habremos terminado. Y ahora, mientras caminamos, piensa en lo que viste en casa de los Mizi y en dónde puede estar escondido el dinero.

Una imagen destella de pronto en la mente de Jabavu, y luego otra. Ve cómo se acercó el señor Mizi a un rincón de la habitación, levantó una plancha del suelo y se agachó hacia el agujero oscuro que había debajo para sacar unos libros. Allí guarda los libros que la policía podría quitarle. Tras esa imagen llega otra que nunca vio, pues acaba de crearla su mente. Ve al señor Mizi sacando una lata grande llena de rollos de billetes. Sí, Jerry es muy listo, porque la vieja hambre de Jabavu alza la cabeza y está a punto de hablar. Luego se desvanecen las imágenes de su mente, y con ellas el hambre. Camina con pasos pesados junto a Jerry y sólo piensa. «Vamos a casa del señor Mizi. Ya encontraré la manera de hablar con él cuando lleguemos. Él me ayudará».

Jerry lo riñe en voz alta:

–No pises tan fuerte, tonto.

Jabavu sigue caminando igual. Jerry va echando vistazos alrededor, hacia la oscuridad, y piensa con nervios: «¿Se habrá vuelto loco Jabavu?». Porque ese comportamiento le parece muy extraño. Luego se consuela: «Mira que lo de matar a Betty ha salido bien, aunque no era mi intención. Mira que es una buena noche para robar, aunque no la he escogido. Tengo muy buena suerte. Todo saldrá bien...». No vuelve a decir a Jabavu que no haga ruido al caminar porque el viento agita las ramas de un lado a otro y levanta entre sus pies remolinos de polvo y hojas. Es una noche muy oscura. Las luces de las casas están apagadas, pues caminan ya por la parte respetable de la ciudad, donde la gente se acuesta temprano porque se tiene que levantar pronto para trabajar. Luego Jabavu tropieza con una piedra y hace mucho ruido, y Jerry saca su cuchillo y da un codazo a Jabavu para que se dé la vuelta y lo mire.

–Si te rajas o te intentas escapar, te lo clavo –le dice en voz baja.

Jabavu no contesta. Está pensando que Jerry es un tipo muy raro. ¿Por qué va a buscar dinero a casa del señor Mizi? ¿Por qué se lo lleva a él, a Jabavu? ¿Le habrá afectado matar a Betty y se habrá vuelto loco? Entonces Jabavu piensa: «No es tan raro. Bromeaba con el asunto de matar a Betty y al final la mató. Bromeaba con lo de robar al señor Mizi y ahora lo vamos a hacer...». Así que Jabavu sigue andando con sus pasos pesados, entre el ruido del viento y la negrura llena de polvo y de hojas, tiene la mente vacía y no siente nada. Sólo que le pesan mucho las piernas, pues está cansado de dormir tan poco, de tantas noches de skokian y de baile, y sobre todo está cansado de la desesperanza que le habla en todo momento: «No hay nada para ti, vas a morir, Jabavu. Vas a morir». Palabras que valdrían para una canción, una canción triste y lenta, digna para lamentar una muerte. «Eh, mirad a Jabavu, ahí va el gran ladrón. El cuchillo ha hablado y ha dicho: “Mirad al asesino, Jabavu, que atraviesa con sigilo la noche para robar a su amigo. Mirad a Jabavu, con las manos ensangrentadas.” Eh, Jabavu, pero ahora venimos por ti. Ya venimos, Jabavu, no puedes huir de nosotros...»

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