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Authors: Doris Lessing

Relatos africanos (30 page)

–¿Al señor Mizi? –pregunta Jabavu, asombrado–. ¿Por qué iba a robarle nada?

Jerry lo agarra por un brazo, lo detiene y dice:

–Es rico, tiene una tienda y una buena casa. ¿Me vas a decir que no has robado nada? Entonces eres tonto y no te creo.

Jabavu se queda pasmado por la sorpresa al notar que los dedos de Jerry recorren con la velocidad de la luz sus bolsillos. Luego, Jerry se aparta de él, asombrado por completo, incapaz de creer lo que sus dedos le acaban de confirmar, y vuelve a revisar los bolsillos de Jabavu. No encuentra más que un peine, un arpa de boca y una pastilla de jabón.

–¿Dónde lo has escondido? –pregunta Jerry.

Jabavu lo mira fijamente. Ahí empieza la mutua capacidad para entenderse que algún día, dentro de no demasiado tiempo, provocará serios problemas. Jerry es sencillamente incapaz de creer que Jabavu haya dejado pasar la oportunidad de robar algo; en cambio, para Jabavu, robar a los Mizi, o a los Samu, sería como robar a sus padres o a su hermano. Entonces Jerry decide fingir que lo cree y dice:

–Bueno, me han contado que son ricos. Tienen en su casa todo el dinero de la Liga. –Jabavu guarda silencio. Jerry sigue hablando–: ¿No has visto dónde lo esconden?

Jabavu mueve los hombros sin querer y busca una salida. Han llegado a un cruce y allí se detiene. Es tan simple que piensa torcer a la derecha, por la calle que lleva a la ciudad, con la idea de que podrá regresar a Alice y pedirle ayuda. Pero le basta una mirada al rostro de Jerry para entender que no es posible, de modo que sigue caminando a su lado por la otra calle, la que lleva a Polonia Johannesburgo.

–Vamos a ver a Betty –dice Jerry–. Es tontorrona, pero también es guapa.

Mira a Jabavu para hacerle reír, y Jabavu se ríe tal como el otro espera; al poco, los dos jóvenes hablan de Betty y dicen que si es así y asá, cómo es su cuerpo, cómo son sus pechos, y cualquiera que los viera caminar y reírse diría que son buenos amigos, felices de estar juntos.

Y no deja de ser cierto que Jabavu está en parte estimulado por la idea de que pronto irá al antro y estará con Betty, aunque se tranquiliza pensando que luego huirá de Jerry y volverá con los Mizi, e incluso llega a creérselo.

Da por hecho que van a la habitación de Betty en casa de la señora Kambusi, pero siguen caminado y bajan una cuesta hasta el riachuelo, luego suben por el otro lado hasta llegar a una vieja chabola que parece abandonada. Cruzan deprisa los árboles y setos que rodean la casa para llegar a la parte trasera y entran por una ventana que parece cerrada pero se abre bajo la presión del cuchillo de Jerry, deslizado entre el marco y el pasador. Una vez dentro, Jabavu ve no sólo a Betty, sino a media docena de personas, hombres jóvenes y una chica; mientras permanece de pie, invadido por el miedo, preguntándose qué va a pasar, lanzando a Betty una mirada retorcida, Jerry anuncia con voz animosa:

–Y éste es el amigo del que os habló Betty.

Guiña un ojo, pero Jabavu no lo ve. Lo saludan todos y él se sienta a su lado. Esa sala vacía fue en otro tiempo una tienda, pero ahora hay cajas en vez de sillas, y un cajón grande de embalaje en medio con unas cuantas velas enganchadas, barajas de cartas y botellas de diversas bebidas. Nadie bebe, pero ofrecen comida a Jabavu y él la acepta. Betty está callada y se comporta con educación, aunque cada vez que la mira a los ojos se da cuenta de que aún le gusta, cosa que lo incomoda, aparte de que ya bastante incómodo y asustado está por el mero hecho de no saber qué quieren de él. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo va perdiendo el miedo. Parece que se ríen mucho y no son violentos. El cuchillo de Betty no sale del bolso y lo único que pasa es que ella se sienta a su lado y, poniendo los ojos en blanco, le pregunta:

–¿Estás contento de volverme a ver?

Jabavu contesta que sí, y es verdad.

Luego van al Distrito y ven una película y Jabavu pierde el miedo para pasar a un estado de delirio que no le permite darse cuenta de que los demás se miran entre ellos y sonríen. Es una película de indios y vaqueros y hay muchos tiros y gritos y carreras al galope y Jabavu se imagina a sí mismo chillando y disparando y haciendo cabriolas con un caballo, igual que en la pantalla. Quisiera preguntar cómo se hacen las películas, pero no quiere confirmar su ignorancia a quienes la dan por cierta. Luego ya es mediodía y regresan a la tienda abandonada a jugar a cartas, pero ahora van de uno en uno, y de dos en dos, en secreto. Jabavu ya ha olvidado la parte de sí mismo que quisiera ser como el hijo del señor y la señora Mizi. Le parece natural estar jugando a cartas y apoyar de vez en cuando una mano en el pecho de Betty y beber. Beben cerveza africana, hecha como debe ser, lo cual significa que es ilegal porque ningún africano puede destilarla en el Distrito para venderla. Y cuando llega el atardecer Jabavu está borracho pero no de un modo desagradable, y en consecuencia sus escrúpulos por estar allí le parecen de poca importancia, o incluso infantiles, y cuando susurra a Betty que le apetece ir a su habitación ella mira a Jerry y Jabavu se indigna por un momento, pues le parece que tal vez Jerry también duerma con ella cuando quiere... Sin embargo, esta misma mañana lo sabía, pues el propio Jerry se lo ha dicho, y entonces no le importaba. De hecho, los dos la insultaban y decían que era una zorra. Ahora es distinto y no le gusta recordarlo. Pero Betty le contesta sumisa que sí, que puede ir, de modo que se van los dos, pero sólo después de que Jerry le diga que se reúna con él al día siguiente para trabajar juntos. Todo el mundo se ríe al oír el verbo «trabajar», incluso el propio Jabavu. Luego se va con Betty a su habitación, y toma la precaución de cruzar la sala grande cuando está llena de gente que baila, en un momento en que no está la señora Kambusi, porque le da vergüenza verla. Betty lo complace en todo y se lo lleva a la cama como si no hubiera pensado en otra cosa desde que se fue. Lo cual es casi cierto, pero no del todo: Jerry le ha hecho pensar –de un modo desagradable, por cierto– en la deslealtad y la insensatez que cometió al relacionarse con él. Cuando se lo dijo por primera vez, se enfadó mucho más de lo que ella esperaba, aunque ya contaba en parte con eso. La pegó, la amenazó y la sometió a un interrogatorio tan largo y brutal que al fin perdió la cabeza, tampoco tan resistente en cualquier caso, y dijo toda clase de mentiras, tan contradictorias que Jerry terminó sin saber cuál era la verdad.

Primero dijo que no sabía que Jabavu conociese al señor Mizi, luego que sería útil tener en la banda a alguien que pudiera contarles los planes del señor Mizi... Y ahí Jerry le dio una bofetada y Betty se puso a llorar. Luego perdió la cabeza y dijo que pensaba casarse con Jabavu y formar su propia banda, pero no pasó mucho tiempo antes de que se arrepintiera, y mucho, de haber dicho eso. Porque Jerry sacó su cuchillo –destinado al uso verdadero, y no a la mera exhibición como el de Betty–, y al instante ella temblaba paralizada de terror. Así que Jerry la dejó con una serie de órdenes tan claras e indudables que ni siquiera su cabeza alocada podía malinterpretarlas.

Sin embargo esa noche Jabavu sólo piensa que está celoso de Jerry y que no permitirá que ningún otro hombre duerma con Betty. Habla tanto de eso que ella le dice, de mal humor, que aún no ha aprendido nada, pues sin duda le bastaría mirar a Jerry para darse cuenta de que las mujeres no le interesan en absoluto. Esas sutilezas de la ciudad son tan extrañas para Jabavu que le cuesta cierto tiempo entenderlo y cuando al fin lo hace no siente más que desprecio por Jerry, y ese desprecio lo lleva a decidir que es una tontería tenerle miedo y que se irá con los Mizi.

Por la mañana Betty lo despierta pronto y le recuerda que ha de reunirse con Jerry en un lugar determinado; Jabavu dice que no quiere ir, que prefiere volver con los hombres iluminados. En ese momento Betty se levanta de un salto y se agacha hacia él con el miedo en los ojos y le dice:

–¿No has entendido que Jerry te va a matar?

Jabavu contesta:

–Antes de que pueda matarme ya estaré en casa de los Mizi.

–No seas tan niño –dice ella–. Jerry no lo permitirá.

–No entiendo por qué no os cae bien el señor Mizi –dice Jabavu–. A él tampoco le gusta la policía.

–A lo mejor es porque Jerry le robó al señor Samu un dinero que pertenecía a la Liga y...

Pero Jabavu se ríe al oírlo y se gana su docilidad con abrazos y le susurra que volverá a casa de los Mizi, cambiará de vida y será honesto y luego se casará con ella. No lo hace queriendo, pero Betty lo ama y entre su miedo a Jerry y su amor por Jabavu no puede más que llorar, tumbada en la cama, con la cara escondida. Jabavu se inclina sobre ella y le dice que no puede más que pensar en la noche en que se verán de nuevo, algo que oyó decir a un vaquero en la película que vieron juntos, y luego le da un beso largo e intenso, exactamente igual que el que se dieron el vaquero y la chica adorable, y después se va, convencido de que llegará en seguida a casa del señor Mizi. Sin embargo, de inmediato ve a Jerry, que lo espera tras una de las chabolas altas de ladrillo.

Jabavu saluda a Jerry como si no lo sorprendiera verlo allí, aunque no lo engaña en absoluto, y los dos jóvenes se van hacia el mercado, que ya está abierto pese a la hora temprana porque los vendedores pasan la noche en sus puestos. Compran mazorcas de maíz hervidas, frías, y se las comen mientras caminan por la calle que lleva a la ciudad. Caminan con otros muchos; algunos van en bicicleta. Son más o menos las siete de la mañana. Hace ya una hora que los sirvientes, los pinches de cocina y las niñeras se han ido al trabajo, de modo que éstos son obreros de las fábricas. Jabavu ve sus ropas ajadas, ve lo pobres que son, ve que son mucho menos listos que Jerry y no puede evitar la sensación de felicidad por no ser uno de ellos. Le provoca tal resentimiento que el señor Mizi quisiera enviarlo a una fábrica, que empieza a burlarse de nuevo de los iluminados y Jerry se ríe y aplaude y de vez en cuando añade algo para espolearlo.

Así empieza el día más asombroso, aterrador y sin embargo excitante que Jabavu ha experimentado jamás. Todo lo que ocurre lo sorprende, le hace temblar, y aún así... ¿Cómo puede no admirar a Jerry, tan tranquilo, tan rápido, tan valiente? A su lado se siente como un niño, y eso que aún no han empezado a «trabajar».

Porque Jerry lo lleva primero a la trastienda de un comerciante indio. Es una tienda para africanos y pueden entrar fácilmente con los demás, que entran y salen y merodean por la acera. Se quedan un rato en la tienda, oyendo la música de jazz que suena en el gramófono, y luego el indio empieza a mirarlos de un modo extraño y los dos jóvenes se cuelan en una habitación lateral, y de allí pasan a la trastienda. Está atiborrada de objetos de todas las clases: ropa de segunda mano, ropa nueva, relojes de pulsera y de pared, zapatos... No tiene fin. Jerry le dice a Jabavu que se quite la ropa. Lo hacen los dos y luego se ponen ropa normal para parecerse a todos los demás: pantalones cortos de color caqui, con un remiendo en la parte trasera los de Jabavu, y camisas blancas bastante sucias. Sin corbata y con sandalias de tela en los pies. Los pies de Jabavu están encantados de liberarse de los zapatos de piel gruesa, aunque le duela separarse de ellos así sea por un rato.

Luego Jerry coge una cesta grande en la que hay unas pocas verduras frescas y abandonan la trastienda, pero esta vez por la puerta que lleva a la calle. Jabavu pregunta quién es el indio, pero Jerry contesta con brusquedad que sólo es un indio que los ayuda en su trabajo, cosa que no significa nada para Jabavu. Echan a andar por la zona de tiendas de africanos y de indios y Jabavu mira maravillado a Jerry, quien parece otra persona, más bien como un simple muchacho de pueblo, con la cara fresca y clara. Sólo sus ojos siguen igual, rápidos, astutos, entrecerrados. Llegan a una calle de casas de blancos y Jerry y Jabavu se acercan a una puerta trasera a vender sus verduras. Una voz les grita que se vayan. Jerry mira rápidamente a su alrededor: hay una mesa en el porche trasero con un bonito mantel; lo arranca de un tirón, lo enrolla a tal velocidad que Jabavu apenas ve moverse los dedos, y el mantel desaparece bajo las verduras. Se alejan caminando despacio, como dos vendedores respetables. En la siguiente casa, una mujer les compra una col y, mientras busca dinero en el interior de la casa, Jerry saca por la ventana abierta un reloj y un cenicero, que también terminan escondidos bajo las verduras. En la casa siguiente no hay nada que robar porque la mujer está sentada haciendo punto en el porche trasero para verlo todo desde allí, pero en la siguiente hay otro mantel.

Entonces ocurre algo que hace sentir mal a Jabavu, aunque para Jerry es motivo de grandes risas: un policía les pregunta qué llevan en la cesta y Jerry le cuenta una historia larga y triste, muy confusa, según la cual acaban de llegar a la ciudad por primera vez y se han perdido, de modo que el policía se comporta con mucha amabilidad y les da buenos consejos.

Después de reírse del policía, Jerry dice:

–Ahora vamos a hacer algo serio, porque todo lo que hemos hecho hasta ahora era cosa de niños.

Jabavu contesta que no se quiere meter en ningún lío, pero Jerry le dice que si no obedece lo matará. Jabavu se preocupa, porque cuando Jerry se ríe y dice esas cosas nunca sabe si debe tomárselo en serio. En un instante piensa que es broma; al siguiente está temblando. Sin embargo, en algunos momentos, cuando bromean juntos, siente que le ha caído bien... En definitiva, Jerry le provoca mayor confusión que nadie a quien haya conocido hasta entonces. Se puede decir que Betty es así o asá, que el señor Mizi se comporta de tal o cual modo, pero con Jerry siempre hay una dificultad, una sombra, incluso en los momentos en que Jabavu no puede evitar que le caiga bien.

Van a una tienda para blancos. Es pequeña y está llena de gente. Un blanco atiende tras el mostrador y está siempre muy ocupado. Hay varias mujeres esperando para comprar algo. Una de ellas lleva un bebé en un cochecito, a cuyos pies ha dejado el bolso. Jerry mira el bolso y luego a Jabavu, quien entiende muy bien lo que eso significa. Se le enfría el corazón, pero la mirada de Jerry da tanto miedo que sabe que ha de coger el bolso.

La mujer habla con una amiga y menea el cochecito adelante y atrás, mientras el niño duerme. Jabavu siente que una humedad fría le recorre la espalda y se le aflojan las rodillas. Sin embargo espera hasta que el dependiente blanco se da la vuelta para coger algo de un estante y la mujer se pone a reír con su amiga y en ese momento coge el bolso con un gesto rápido y sale por la puerta. Una vez allí se lo queda Jerry y lo mete debajo de las verduras.

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