Riesgo calculado (13 page)

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Authors: Katherine Neville

Tags: #Intriga, Policíaco

Al calor del taxi, camino del centro de la ciudad, Tor se volvió hacia mí.

—Quiero mostrarte lo que yo apuesto —explicó—, para que veas que hablo completamente en serio.

—Devolveré el dinero, ¿comprendes? —le dije—. Ni siquiera lo voy a coger. Sólo lo trasladaré de un lado a otro para que no lo encuentren durante un tiempo. Todo lo que quiero es ver sus caras cuando no puedan encontrar su dinero. Así que, aunque aceptara tu ridícula apuesta, ¿qué interés tiene para ti?

—El interés que tiene para mí, como tú dices de manera tan encantadora, es el mismo que para ti y algo más. No sólo quiero ver sus caras, quiero que ellos aprendan a comportarse.

—¿Quiénes son «ellos»? —pregunté, sarcástica—. Has olvidado mencionar de dónde vas a sacar esos mil millones.

—¿No telo he dicho? —dijo Tor con una sonrisa—. Vaya, permíteme enmendar mi error, querida mía. He pensado dedicarme a los «grandes»: a la Bolsa de Nueva York y a la Bolsa Americana.

Suele decirse que la línea divisoria entre el genio y la locura es muy delgada, y pensé que Tor la había cruzado. Pero, pensándolo con la distancia que da el tiempo, mi pequeño plan tampoco era precisamente el resultado de una mente en su sano juicio. Al parecer, empeoraba por momentos.

El taxi nos depositó en la parte baja de Manhattan, en el laberinto del distrito financiero, donde la trémula neblina del río cercano quedaba suspendida en los estrechos cañones que se formaban entre los edificios próximos al cielo. Frente a nosotros había un edificio de cristal y hormigón que se elevaba cuarenta pisos sobre la calle Water y ostentaba el 55 en grandes y gruesos número sobre la fachada.

—Mis aguafuertes están dentro de este edificio —me aseguró Tor con una sonrisa, al tiemo que se frotaba las manos para ahuyentar el frío—. O quizá debería decir «grabados». Esta estructura alberga la mayoría de los valores y bonos con que se ha negociado en las principales bolsas durante los últimos treinta años.

«La idea surgió en los años sesenta, cuando las agencias bursátiles de todo el mundo empezaron a saturarse de papel. Se requería una ingente tarea para transferir valores y bonos de una mano a otra, de modo que decidieron ponerle fin. Los valores se guardan según el “nombre de calle», es decir, el de las agencias que los negoció por última vez. Esa misma agencia controla la propiedad de los valores, y los instrumentos físicos son depositados aquí. Éste es el edificio financiero más importante de Nueva York; el Depository Trust.

—¿Todos los valores bursátiles que se negocian en Estados Unidos se encuentran en este edificio? —inquirí.

—Nadie sabe con exactitud qué porcentaje se almacena aquí en relación con los valores y bonos que aún obran en manos de agentes de bolsa, bancos o particulares, pero la intención es que todo se traslade aquí, por mor de la eficacia.

—Ya veo el gran riesgo que corren. ¿Y si alguien tirara una bomba, por ejemplo?

—Es algo más complejo —me aseguró él, mientras rodeábamos la gigantesca estructura para conseguir una visión mejor. Me quitó el primer copo de nieve de la cara, me pasó el brazo por el hombro como quien no quiere la cosa y prosiguió—. La semana pasada precisamente asistí a una reunión del SEC. Habían reunido a un nutrido grupo de ejecutivos de las agencias bursátiles y los bancos más importantes. El propósito de la reunión era conseguir que esos banquero y agentes de bolsa utilizaran una nuevo sistema informático desarrollado por el SEC y que servirá para localizar físicamente los valores.

—¿No se controlan ya los valores por ordenador? —pregunté asombrada.

—El comercio sí, pero no la ubicación física —me informó Tor—. El SEC cree que de un cinco a un diez por ciento de los valores que hay en bóvedas de bancos, viejos baúles caseros e incluso en el Depository Trust, o bien son fraudulentos, o bien robados. Si consiguieran meterlos todos en un ordenador, podrían descubrir cuáles son duplicados y cuáles falsificaciones. Quieren tener un inventario físico y además lo quieren ya.

—Parece una gran oportunidad para todo aquel que quiera hacer un blanqueo— convine.

—¿Estás segura? —dijo Tor, alzando una ceja y mirándome en la creciente penumbra del atardecer—. Entonces quizá puedas explicarme por qué todas las instituciones sin excepción rechazaron el plan.

Desde luego, no se necesitaba ser un genio para imaginárselo. El SEC no era dueño de los bancos y no podía obligarlos a realizar un inventario, aunque ellos mismos les proporcionaran el sistema. ¡Y ninguna de aquellas instituciones querían que se supiera cuántos de sus valores carecían de valor! Mientras ellos siguieran fingiendo que eran auténticos, podrían seguir negociando con ellos o utilizarlos como garantía subsidiaria para otras cosas. Si se demostraba que eran falsos, ¡bingo!, sería como tener el saco vacío. De repente me di cuenta de la enorme difusión de ese comportamiento vil a lo largo y ancho de toda la industria financiera, exactamente como había dicho Tor, y me enfureció.

Pero también me di cuenta de otra cosa. Había subestimado con mucho a Tor y me sentí horriblemente mal por ello. ¿Por qué tenía que ser tan malditamente farisaica y dar por supuesto que yo era la única persona sobre la tierra que poseía principios, y deseaba actuar guiada por ellos? Tor estaba en lo cierto al decirme que necesitaba ensanchar mis horizontes. Por fin sabía lo que tenía que hacer.

Alcé los ojos y lo vi contemplándome mientras nos rodeaba la niebla, que se había convertido en una ligera nevada. Su rostro mostraba aquella sonrisa irónica tan característica de él, y durante unos segundos sentí renacer las sospechas, como si Tor hubiera diseñado previamente los engranajes de mi cerebro y supiera exactamente cuántas revoluciones serían precisas para hacerme llegar a ese punto.

—Así pues, ¿aceptas la apuesta? —me preguntó.

—No tan deprisa —le respondí—. Si se trata de una apuesta y no sólo de un robo con doble dificultad, ¿no debería haber alguna recompensa?

—No había pensado en eso —concedió, molesto por un momento—. Pero tienes razón. Si tenemos que esforzarnos, supongo que debería haber una recompensa.

Reflexionó durante un rato mientras caminábamos del brazo por la calle vacía en busca de un taxi. Por fin se volvió hacia mí y me puso ambas manos sobre los hombros, mirándome con una expresión que no logré descifrar.

—Ya lo tengo —me dijo, con un mohín travieso, que no me gustó lo más mínimo—. El que pierda deberá concederle al ganador su más ansiado deseo.

—¿Un deseo? —pregunté—. Eso suena a cuento de hadas. Además, quizás el perdedor no esté en disposición de conceder ese deseo.

—Quizá no —admitió él, sin dejar de sonreír—, yo sólo sé que tú estarías en situación de concederme el mío.

La sociedad limitada

Los hombres de piel fina, cuya conciencia

Les produce picores constantes, están fuera de

Lugar en el regateo de los negocios. Una con—

Ciencia quisquillosa sería como un mandil

Blanco para un herrero.

Lo que cuenta no es el modo de conseguir

Dinero, sino lo que se hace con él.

BOUCK WHITE

The Book of Daniel Drew

Indudablemente fue un alivio tener la oportunidad de pasear por Wall Street tras la comida. Pero, aun así, apenas puede ingerir un cuarto de la cena que Tor pidió en el comedor del Plaza esa misma noche —
saumon en papillote
, pato a la naranja y
soufflé Grand Marnier
, por mencionar lo más importante mientras pulíamos los defectos de nuestra apuesta.

Tor no estaba dispuesto a revelar cuál sería su deseo en caso de ganar la apuesta. Por eso, basándome en mi experiencia previa con él, creí que sería mejor proponer unos términos más concretos. La negociación no empezó con el café, sino con el salmón, y nos llevó horas; después, a pesar de que me dolía la cabeza desde mucho antes de que nos sirvieran el coñac, no recordaba la última vez que me lo había pasado tan bien.

Tor había tenido siempre una habilidad especial para explicarlo todo con asombrosa claridad, pero su mente en sí era barroca. Era un maestro de la complejidad y la intriga, y le encantaba examinar un asunto desde todos los posibles puntos de vista. Yo sabía que había ideado aquella apuesta tanto por aburrimiento como por indignación moral. Como de costumbre, para él la vida no constituía un reto suficiente.

—Llevarse simplemente mil millones de dólares es demasiado sencillo —me soltó nada más empezar—; cualquier
hacker
podría hacerlo. Para que sea interesante de verdad, creo que no deberíamos concretar la cantidad de dinero.

—¿Cómo determinaremos entonces quién ha resultado ganador? —quise saber.

—Estableceremos un tiempo límite, tres meses o algo así, y añadiremos un poco más para planear los detalles. Luego cogeremos el dinero que hemos «tomado prestado»… ¡y lo invertiremos! De este modo, el desafío de la especulación constituirá un aliciente añadido. La cuestión no será sólo quién roba más dinero, sino también quién hace un mejor uso del mismo. Pondremos como tope una suma razonable. El primero que consiga reunir la cantidad acordada ganará.

—Claro, porque robar mil millones no es lo bastante difícil —comenté, sin esperar que me respondiera.

En efecto, Tor ya había empezado a teclear en su diminuto aparato.

—¡Treinta millones de dólares! —anunció, levantando la vista—. Eso es todo lo que mil millones pueden proporcionar, con un interés decente, en tres meses. —Sin pararse a escucharme, sacó un calendario de bolsillo—. Hoy es veintiocho de noviembre, casi diciembre —prosiguió—. Tardaría dos semanas, como he dicho, en llevar a cabo el robo propiamente dicho, y tres meses en efectuar la inversión. Con unas pocas semanas más para los preparativos, el asunto debería estar listo ¡el uno de abril!

—¿El Día de los Inocentes?
[5]
—pregunté, riendo—. Me parece muy apropiado. Pero ¿qué me dices de mí? Charles me informó que sólo podría robar diez millones. ¿Cómo voy a invertirlos para que me rindan treinta?

—Nunca he menospreciado a Charles —me contestó, con su característica sonrisa—. Pero he visto tus gráficos. Lo que ocurre es que le hiciste una pregunta equivocada, a saber, cuántas transferencias telefónicas internas podrías robar, ¡apenas una gota en el océano! ¿Qué hay del dinero procedente del extranjero?

¡Santo Dios, tenía razón! Con eso se doblaba el volumen, o más aún, pero no había incluido esas transferencias en mi estudio. Aunque yo no controlaba sistemas como el CHIPS o el SWIFT, las redes de transferencias telefónicas más importantes del gobierno, naturalmente estaba conectada a ellos, y ese dinero también entraba y salía de nuestro banco.

—Empiezo a estarte agradecida —admití, bebiendo coñac con una sonrisa—. Trato hecho, si nos ponemos de acuerdo en la apuesta. Sé lo que quiero; he estado pensando en ello durante todo el día. Quiero ser jefe de seguridad en el Fed. De todas formas iban a darme ese puesto antes de que mi jefe les dijera que no me contrataran. Ya sé que, con tus contactos, podrías conseguir que volvieran a ofrecérmelo ahora mismo, pero no te lo pediré, a menos que gane con todas las de la ley.

—Muy bien —convino él con una mueca—. Pero, querida mía, como te dije hace doce años, tu sitio no está en una institución financiera. Esos tipos no saben hacer la o con una canuto; creen que los préstamos son capital activo y los depósitos capital pasivo. Tu sitio está conmigo. He invertido demasiados años en ti para quedarme mirando ahora cómo rellenas las columnas de los libros mayores de los banqueros, un puñado de ignorantes que no saben apreciar lo que tienen.

—Mi abuelo era banquero —apunté yo, con el orgullo ofendido.

—En realidad, no. Perdió hasta la camisa por culpa de individuos como ésos. Créeme, conozco la historia. ¿Qué le faltó? ¿No te lo has preguntado nunca? No creo que fuera ni inteligencia ni integridad.—Tor hizo una seña para pedir la cuenta mientras hablaba, en un tono algo irritado—. Muy bien, tendrás lo que deseas. Pero si gano yo, como sin duda ocurrirá, no tendré escrúpulo alguno en exigir lo que quiero: vendrás a trabajar para mí, como deberías haber hecho ya hace tiempo.

—¿En calidad de qué? ¿De Galatea, tu creación perfecta? —pregunté con una carcajada, aunque no lo había encontrado nada divertido. Había huido de aquello hacía diez años, y ahora lo tenía de nuevo delante de las narices. Pero, aunque perdiera, no pensaba convertirme en víctima de la arrogancia de Tor durante el resto de mi vida—. ¿Por cuánto tiempo? —le pregunté—. No esperarás que sea para siempre, ¿verdad?

Tor sopesó mi pregunta durante un rato.

—Durante un año y un día —contestó enigmáticamente sin mirarme.

—¡
La lechuza y el minino
! —exclamé—. Recuerdo ese poema: «Un poco de miel cogieron y también mucho dinero…».

—«Envuelto en un billete de cinco libras» —continuó Tor, alzando la vista agradablemente sorprendido.

—«Y estuvieron navegando durante un año y un día, bajo la luz plateada de la luna». —concluí.

—Al parecer, a pesar de ser una madura y experimentada banquera, aún recuerdas las fábulas, mi querida minina —dijo Tor con una sonrisa—. ¡Quién sabe! Quizá disfrutes más perdiendo la apuesta que ganándola.

—Yo no contaría con ello —repliqué.

Sólo había una cosa que molestara a Tor de la apuesta que me había inducido a aceptar. Para poder llevar a cabo su parte de la apuesta, necesitaba un cómplice. Aunque sabía todo lo que había que saber sobre ordenadores, carecía de una de las habilidades necesarias para realizar su plan.

—Necesito un fotógrafo —me explicó—, y uno que sea bueno.

Casualmente, yo conocía a uno de los mejores fotógrafos de Nueva York. Acepté presentárselo a la mañana siguiente.

—Háblame de tu amigo —me pidió mientras el taxi nos conducía a la parte alta de la ciudad el domingo—. ¿Se puede confiar en él? ¿Podemos decirle la verdad sobre nuestro planes?

—Es una mujer y se llama Georgian Daimlisch —le conté—. Es mi mejor amiga, aunque hace años que no la veo. Te aseguro que es de toda confianza, pero no creo una sola palabra de lo que dice.

—Comprendo —dijo—. Te has explicado con toda claridad. Estamos a punto de encontrarnos con una esquizofrénica de mucho cuidado. ¿Sabe por qué vamos a verla?

—No estoy segura de que sepa siguiera que vamos a verla.

—¿Pero, no me dijiste que habías hablado con su madre? —preguntó Tor.

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