Ríos de Londres (3 page)

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Authors: Ben Aaronovitch

Tags: #Fantástico

—¿Cómo te ha ido? —me gritó Lesley para hacerse oír dentro del estruendoso pub.

—Mal —le grité a mi vez—. Unidad de Seguimiento de Casos.

Lesley hizo una mueca.

—¿Y cómo te ha ido a ti?

—Prefiero no decírtelo —me respondió—. Te cabrearás.

—Suéltalo —le dije—. Aguantaré el golpe.

—Me han asignado provisionalmente a la Brigada de Homicidios.

En mi vida había oído nada parecido.

—¿Como detective?

—Como agente uniformada de paisano —dijo—. Este caso que tienen entre manos es muy serio y necesitan gente.

Las expectativas de Lesley se cumplieron. Me cabreé.

Pasé mal el resto de la noche. Tuve aquello atravesado durante un par de horas, pero no me gusta la compasión por uno mismo, sobre todo si el uno mismo soy yo, así que salí a la calle con la intención de que me sucediera lo más parecido a meter la cabeza dentro de un cubo de agua fría.

Por desgracia, había dejado de llover mientras estábamos dentro del pub, así que tuve que contentarme con que el aire frío me serenara.

Lesley salió a buscarme veinte minutos más tarde.

—Ponte el puto abrigo —dijo—. Te vas a morir de un resfriado.

—¿Hace frío? —le pregunté.

—Ya sabía yo que te lo ibas a tomar mal —dijo.

Me puse el abrigo.

—¿Se lo has contado a la tribu? —le pregunté.

Aparte de una mamá, un papá y una abuelita, Lesley tenía cinco hermanas mayores, y aún residían todas ellas a menos de cien metros del hogar familiar en Brightlingsea. Los había visto un par de veces cuando bajaban en rebaño a Londres para alguna expedición comercial. Armaban tal barullo que se les podría haber considerado unidad familiar empeñada en infringimiento del orden público, y les habrían puesto bajo custodia policial de no ser porque ya tenían una, esto es, Lesley y yo.

—Esta misma tarde —dijo—. Se han alegrado. Incluso Tanya, aunque no entienda de qué le estoy hablando. ¿Y tú? ¿Se lo has contado a los tuyos?

—¿Qué quieres que les cuente? ¿Que voy a trabajar en un despacho?

—No hay nada malo en trabajar en una oficina.

—Yo lo que quiero es ser policía —dije.

—Ya lo sé —replicó Lesley—. Pero ¿por qué?

—Porque quiero servir a los ciudadanos —respondí—. Y encerrar a la gente mala en la cárcel.

—Entonces, ¿no te hiciste poli por los vistosos botones? —me preguntó—. ¿Ni para poder ponerle las esposas a un chaval y decirle: «Quedas detenido, hijo»?

—Lo hice por salvaguardar la paz de la Reina —dije—. Por imponer orden en el caos.

Lesley negó tristemente con la cabeza.

—¿Y cómo puedes pensar que aquí hay algún tipo de paz? —me dijo—. Y además, has salido a patrullar los sábados por la noche. ¿A ti te parece que aquí hay algún tipo de «paz de la Reina»?

Quise simular indiferencia y apoyar la espalda en una farola, pero no acerté y di un traspié. Lesley lo encontró mucho más divertido de lo que me había parecido a mí. Se sentó en el peldaño de la librería Waterstone y respiró hondo.

—Está bien —dije—. ¿Y por qué estás tú en esta profesión?

—Porque soy muy buena en esto —respondió Lesley.

—Pues no eres una policía tan buena —le dije.

—Sí lo soy —replicó—. Hazme el favor de reconocer la verdad, soy una policía de puta madre.

—¿Y entonces qué soy yo?

—Un tío que se distrae con demasiada facilidad.

—Que no.

—Nochevieja, Trafalgar Square, todo lleno de gente, un hatajo de gilipollas que se mean en la fuente… ¿te acuerdas? —preguntó Lesley—. La cosa se sale de madre, los gilipollas se ponen quisquillosos, ¿y dónde estás tú?

—Sólo me fui un momento —respondí.

—Habías ido a mirar lo que estaba escrito en la grupa del león —dijo Lesley—. Yo me daba de porrazos con un par de tíos borrachos y tú te habías ido a hacer investigación histórica.

—¿Quieres saber lo que decía en la grupa del león? —le pregunté.

—No —dijo Lesley—. No quiero saber lo que decía en la grupa del león, ni cómo funcionan los sifones, ni por qué una acera de Floral Street es cien años más antigua que la otra.

—¿No te parece interesante?

—No, no me lo parece cuando estoy peleándome con unos tíos, ni cuando persigo a ladrones de coches, ni cuando voy a ayudar en un accidente con muertos —dijo Lesley—. Me gustas, creo que eres un buen hombre, pero no ves el mundo como tiene que verlo un policía. Es como si vieras cosas que no están ahí.

—¿Como qué?

—No lo sé —dijo Lesley—. Yo no veo cosas que no estén ahí.

—Pues la habilidad de ver cosas que no están ahí puede serle útil a un policía —rebatí.

Lesley resopló.

—Es cierto —le dije—. Anoche, mientras la dependencia de la cafeína te apartaba de tus deberes, me encontré con un testigo ocular que no estaba ahí.

—Que no estaba ahí —dijo Lesley.

—Y ahora me vas a preguntar: ¿cómo pudiste encontrarte con un testigo ocular que no estaba ahí?

—Sí, eso mismo te pregunto.

—Porque el testigo ocular era un espectro —le respondí.

Lesley me miró fijamente.

—Lo único que se me había ocurrido era el operador de la cámara de videovigilancia —dijo.

—¿Qué?

—Que cabía la posibilidad de que algún tío hubiera visto el asesinato por la cámara de videovigilancia —dijo Lesley—. Podríamos considerarle testigo ocular sin necesidad de estar allí. Pero eso del espectro me gusta.

—Hablé con un espectro —recalqué.

—Y una mierda —dijo Lesley.

Y así fue como le hablé de Nicholas Wallpenny y del elegante asesino que se volvió, cambió de ropas y le arrancó la cabeza de un golpe al pobre…

—¿Cómo habías dicho que se llamaba la víctima? —pregunté.

—William Skirmish —dijo Lesley—. Ha salido en las noticias.

—Le arrancó la cabeza de un golpe al pobre William Skirmish.

—Eso no salió en las noticias —dijo Lesley.

—La Brigada de Homicidios no debe de querer hacerlo público —dije—. Todavía estarán interrogando a los testigos.

—¿Y el testigo en cuestión es un espectro? —preguntó Lesley.

—Sí.

Lesley se puso en pie, se tambaleó y luego consiguió volver a mirar en la dirección que quería.

—Crees que todavía estará por allí? —me preguntó.

El aire frío empezaba a devolverme la sobriedad.

—¿Quién?

—El espectro ese —dijo—. Nicholas Nickleby. ¿Crees que aún podría hallarse en la escena del crimen?

—Y yo qué sé —exclamé—. No creo en espectros.

—Vamos hasta allí a ver si lo encontramos —ordenó—. Si yo también lo veo quedará corrobr… coborrorad… será una prueba.

—Vale —dije.

Anduvimos agarrados del brazo por King Street hasta Covent Garden.

Esa noche, el espectro Nicholas brilló por su ausencia. Empezamos a buscarlo por el pórtico de la iglesia donde lo había encontrado, y luego, como Lesley era una policía cabal incluso cuando estaba borracha, efectuamos un registro metódico del perímetro.

—Vamos por unas patatas fritas —dijo Lesley cuando hubimos recorrido por segunda vez todo el circuito—. O por un kebab.

—Puede que no salga porque me ve con otra persona —dije.

—Puede que trabaje por turnos —sugirió Lesley.

—A la puta mierda —exclamé—. Vamos por un kebab.

—Lo vas a hacer muy bien en la Unidad de Seguimiento de Casos —dijo Lesley—. Tendrás la posibilidad de…

—Como se te ocurra decirme que tendré la oportunidad de hacer una valiosa aportación, no respondo de mis actos.

—Yo iba a decir que tendrías la posibilidad de hacer un trabajo importante —dijo—. Siempre te queda la posibilidad de marcharte a Estados Unidos. Estoy segura de que el FBI te contrataría.

—¿Y por qué iba a contratarme el FBI? —pregunté.

—Les servirías como doble de Obama —dijo.

—Después de esto —le respondí—, serás tú quien pague los kebabs.

Al final nos vimos demasiado hechos polvo como para comer kebab y regresamos a los alojamientos de la sección. Lesley no me invitó a su cuarto. Había llegado a esa fase de la borrachera en la que uno se echa en la cama y la habitación empieza a dar vueltas a su alrededor, y uno se pregunta por la naturaleza del universo y por las posibilidades de llegar a la taza del inodoro antes de vomitar.

El día siguiente iba a ser el último de permiso, y si no lograba demostrarles que ver cosas que no están ahí es una habilidad esencial para el agente de policía moderno, tendría que preparar el saludo para la Unidad de Seguimiento de Casos.

—Siento lo de la otra noche —dijo Lesley.

Ni ella ni yo nos sentíamos con fuerzas para hacer frente a los horrores de la cocina compartida y nos refugiamos en la cantina de la comisaría. Aunque el personal de servicio fuera una mezcla de polacas de carnes prietas y somalíes flacuchos, una extraña suerte de inercia institucional había preservado la clásica bazofia de cantina inglesa. El café era malo y el té estaba caliente, dulce y se servía en jarras. Lesley se tomó un desayuno inglés completo; yo, tan sólo un té.

—No pasa nada —dije—. Eres tú quien se lo pierde, no yo.

—No me refería a eso —dijo Lesley, y me dio un golpecito en la mano con la parte plana del cuchillo—. Me disculpaba por lo que te dije sobre el oficio de policía.

—No te preocupes —respondí—. He entendido lo que me dijiste y esta mañana, después de mucho estudio, me siento en condiciones de luchar por las metas que me he propuesto en mi carrera profesional, de manera diligente, activa, y, sobre todo, creativa.

—¿Qué piensas hacer?

—Voy a piratear el HOLMES para ver si mi fantasma tenía razón —dije.

Todas las comisarías de policía de este país tienen por lo menos un equipo HOLMES. Se trata de las iniciales inglesas del Home Office Large Major Enquiry System y, gracias a él, los policías analfabetos informáticos pueden trabajar con los medios de finales del siglo
XX
. Sería demasiado pedirles que emplearan los medios del siglo
XXI
.

Toda la información relacionada con investigaciones de cierta importancia se preserva en el sistema y permite que los detectives crucen datos y eviten ese tipo de desastres en comparación con los cuales la persecución del Destripador de Yorkshire fuese una operación ejemplar. El sistema nuevo que tenía que reemplazar al antiguo iba a llamarse SHERLOCK, pero no se le ocurrió a nadie una serie de palabras para formar el acrónimo y por eso lo llamaron HOLMES 2.

En teoría, tendría que ser posible acceder a HOLMES 2 desde un portátil, pero la Policía Metropolitana prefiere que su personal trabaje con terminales fijos, porque así eliminan la posibilidad de que se los olviden en un tren o los vendan en una tienda de segunda mano. Cuando tiene lugar una investigación importante, los terminales de la central se transportan a salas de trabajo dentro de la misma comisaría. Lesley y yo podríamos habernos colado en la central del HOLMES corriendo el riesgo de que nos pillaran, pero pensé que sería mejor conectar el portátil a una de las salidas LAN de una de las salas de trabajo. Así podríamos trabajar cómodamente y sin peligro.

Tres meses antes me habían mandado a un curso de familiarización con HOLMES 2. En ese momento me había parecido muy interesante, porque había pensado que tal vez me preparaban para participar en investigaciones importantes, pero ahora me daba cuenta de que sólo me enseñaban a hacer el trabajo rutinario de introducción de datos. Tardé menos de media hora en encontrar la investigación de Covent Garden. Mucha gente no tiene cuidado al elegir las contraseñas, y el inspector Neblett había puesto el nombre y el año de nacimiento de su hija pequeña, lo cual tiene delito. Me dio acceso a los archivos de sólo lectura que necesitábamos.

El sistema antiguo no podía gestionar ficheros de datos muy grandes, pero HOLMES 2 llevaba tan sólo un retraso de diez años respecto a las máquinas actuales, y por ello los detectives podían subir fotografías de pruebas, documentos escaneados e incluso filmaciones de cámaras de vigilancia bajo la etiqueta de «registros nominales». Es como un YouTube para policías.

La Brigada de Homicidios que tenía asignado el asesinato de William Skirmish se había hecho en seguida con las grabaciones de la cámara de videovigilancia y las había examinado en busca del asesino. Era un fichero de grandes dimensiones y fui directo a por él.

De acuerdo con el informe, la cámara estaba instalada en la esquina de James Street mirando hacia el oeste. Eran imágenes de mala calidad, tomadas con poca luz y actualizadas al ritmo de un
frame
por segundo. Pero, a pesar de la mala iluminación, se veía perfectamente que William Skirmish pasaba por debajo de la cámara y se dirigía a Henrietta Street.

—Ahí tenemos al sospechoso —dijo Lesley, y señaló a la pantalla.

La pantalla mostró otra figura —como mucho se podía decir que era un hombre, probablemente con pantalones vaqueros y chaqueta de cuero— que pasaba al lado de William Skirmish y desaparecía por el borde inferior de la pantalla. De acuerdo con las notas, dicha figura recibía el nombre de Testigo A.

Apareció una tercera figura que se alejaba de la cámara. Cliqué sobre «pausa».

—No parece que sea el mismo tío —observó Lesley.

Desde luego que no. Aquel hombre llevaba puesto lo que parecía un gorro de pitufo y lo que reconocí como un esmoquin eduardiano. Ni se os ocurra preguntarme cómo es posible que reconozca un esmoquin eduardiano. Digamos que tiene algo que ver con
Doctor Who
y dejémoslo ahí. Nicholas había dicho que era rojo, pero en la grabación de seguridad se veía blanco y negro. Retrocedí un par de
frames
y luego avancé de nuevo. La primera figura, el Testigo A, desaparecía uno o dos
frames
antes de que el hombre con gorro de pitufo entrara en pantalla.

—Tendría que haberse cambiado en dos segundos —dijo Lesley—. No sería humanamente posible.

Adelanté la imagen. El hombre con gorro de pitufo había sacado el bate y se ponía detrás de William Skirmish con disimulo. Levantaba el bate entre
frames
, pero el golpe sí era visible. En el siguiente
frame
, el cuerpo de Skirmish se hallaba a medio camino del suelo, y podía verse un pequeño borrón oscuro —entendimos que se trataba de la cabeza— junto al pórtico.

—Dios mío. Es verdad que le arrancó la cabeza de un golpe —dijo Lesley.

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