Saga Vanir - El libro de Jade (36 page)

—Nuestro clan siempre ha permanecido en estas tierras, en esta zona. Antes de que se erigieran las industrias y las fábricas, el suelo de tierra oscura y los gases que exudaban el interior de las minas ya cubrían estos cielos de un perceptible color ofuscado. A nuestro cutis nos va muy bien —bromeó sin sonreír.

Caleb asintió con la cabeza cuando vio que Aileen no estaba para bromas. Tenía que dejar de comportarse como un adolescente inseguro.

—Y... ¿qué haces aquí? —preguntó ella frotándose los brazos, incómoda.

—Quería ver cómo estabas.

—¿Cómo sabías que iba a estar aquí?

—¿Cómo podría no saber dónde estás?

Aileen lo miró a los ojos unos instantes, buscando en su mirada la sinceridad de sus palabras. Parecía que decía la verdad y a ella le alegró.

—¿Cómo estás tú? —preguntó ella con timidez. —La espalda tiene que dolerte, pero seguro
e

que cicatrizas rápido.

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Ja

—Tengo la espalda en carne viva —respondió él contrito. —Pero, es verdad. Cicatrizo rápido —

de

mintió él estudiándola.

orbi

Aileen agachó la mirada y frunció los labios.

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—No debiste hacerlo.

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—No estoy arrepentido —replicó Caleb buscándole los ojos. —Cada pinchazo me recuerda lo
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injusto que fui contigo, Aileen. Me lo merezco.

Va

Aileen se giró y le dio la espalda. Temía mirarle a sus ojos esmeralda y quedarse hipnotizada por
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ellos.

S -

—¿Qué haces tú aquí, Aileen? —se acercó a ella hasta casi rozarle la espalda.
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Su voz seductora le ponía los nervios en tensión.

Vaa

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Aileen sentía el calor que irradiaba su cuerpo tan cerca de ella. Se aclaró la garganta y respondió:

—Necesitaba salir y tomar el aire.

Por el amor de Dios, ¿dónde había ido a parar todo el oxígeno del bosque?

—¿Por qué? ¿Acaso te sentías mal? —ronroneó. —¿Te sentías mal por mí?

—No —se apresuró a contestar dándose la vuelta para encararlo. —No, claro que no.

—Yo creo que deseabas encontrarme aquí, como ayer, porque necesitabas verme.

—Eres un pedante —gruñó ella avergonzada por haber sido descubierta. Pero antes muerta que reconocerlo. —Un patán.

—Puedo leer tu mente cuando quiera —cogió un mechón de ébano en sus manos y se inclinó a olerlo. —Pero no tengo tu permiso para hacerlo, así que no sabré si me mientes o no.

—Ayer te pedí que hablaras conmigo de mente a mente y no lo hiciste.

—Ayer, en aquel momento, no sabía ni cómo me llamaba. Además, quiero que me lo pidas en voz alta, no mentalmente.

—Dices que no sabes si miento o no y que por eso quieres entrar en mi cabeza —murmuró

molesta. —Según tú, seguro que miento para variar —le arrojó el guante. —Nunca me has creído.

—¿Entonces, me estás mintiendo? ¿Te preocupas por mí?

Aileen resopló irritada.

—¿Por qué puedes leer mis pensamientos? —notaba cómo la caricia del pelo se propagaba por todo su cuerpo y le ponía la piel de gallina.

—Conozco todos tus secretos. Puedo hablar contigo y hurgar en tu memoria. Es uno de los dones con los que los dioses dotaron a nuestra raza. Los vanirios podemos inculcar imágenes y podemos hipnotizar con nuestra voz, controlar mentalmente a alguien. Sin embargo, sólo podemos mantener conversaciones telepáticas con nuestras parejas vinculadas y con aquellos de los que hemos bebido, es así como podemos saber todo lo acontecido en la vida del donador.

—¿Yo fui una donante para ti? —preguntó con la mirada fría y acusadora. —¿Un banco de sangre?

—No.

—Porque yo no recuerdo haber firmado nada para que me dejaras seca —espetó apretando los puños.

—Tienes razón —la miró con ternura explícita. —Pero necesitaba hacerlo.

Aileen exhaló todo el aire de sus pulmones y relajó los hombros, resignada.
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—Entonces ya lo sabes todo de mí —dijo ella recelosa.

Ja

—Sí. Bebí de ti.

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—No me gusta. Yo a ti no te conozco.

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—Ya va siendo hora, ¿no te parece?

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—¿Ése también es mi «don» ahora? —cambió de tema. No iba a contestar lo que le parecía. —

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¿Puedo hacer todo eso como vaniria? Caleb sintió su incomodidad.
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Va

—Tienes sangre vaniria. Sí, puedes hacerlo. ¿Quieres saber quién soy? ¿Cuál ha sido mi vida,
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Aileen? ¿Entrar en mi mente? —le preguntó ilusionado por una respuesta afirmativa.
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Sí. Quería saber quién era ese hombre que se había llevado su inocencia, y parte de su cordura.
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¿Quién era el hombre que temía y anhelaba a partes iguales?

el

—No me interesa conocerte —mintió. —Pero ¿puedo contactar contigo cuando quiera? —

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preguntó con reservas.

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—Puedes, si lo deseas. Sólo tienes que ponerle la intención. Visualizar en tu mente mi imagen y llamarme. Como una llamada telefónica pero sin móvil de por medio.

—Y podría hacerlo porque yo fui tu donador, y eso nos mantiene ligados —concretó. Aileen deslizó la mirada hasta sus labios delineados y carnosos y luego hasta el hoyuelo de su mentón.

—O porque estamos vinculados como pareja.

—¿Qué dices? —dijo ella horrorizada.

—¿Ya no me tienes miedo? —preguntó él frotando el mechón de pelo entre sus dedos. Ignoraba su tono resentido. Ella cedería tarde o temprano.

—Te tengo miedo Caleb y creo que eso no va a desaparecer nunca.

—Dejarás de temerme, ya lo verás.

—No puedo olvidar lo que me hiciste —murmuró fijándose en sus blancos colmillos. —No lo puedo olvidar.

No. No podía olvidar ni el dolor ni el placer que experimentó en sus manos.

—No puedo obligarte a hacerlo —reconoció con pesar. —Aunque podría. Aileen tembló y se apartó de él haciendo que soltara su pelo.

—Podría Aileen. Podría inculcarte una imagen tuya y mía retozando en la cama como animales, sin miedos, sin inhibiciones. Y tú dejarías de temerme.

La imagen erótica de ellos dos haciendo el amor como salvajes la asustó tanto que tuvo que agitar la cabeza para hacerla desaparecer.

—¿Serías capaz? —le dijo entre dientes, furiosa y temerosa a la vez.

—Podría. Pero no lo haré —confesó con pesar. —Esa es una mancha que voy a llevar toda la vida. Me avergüenzo de ello, Aileen, pero tengo que vivir con la culpa. Sólo te pido que me conozcas para que veas que nunca más te haré daño. Jamás.

—¿Y por qué tendría que confiar en ti?

—Porque vamos a vernos más de lo que esperas —volvió a acercarse a ella. —Y si voy a protegerte, necesito que confíes en mí.

—No eres mi protector, Caleb. Ya tengo a As, Noah y Adam que cuidan de mí.

—No... —la aferró por los hombros y se cernió sobre ella, provocando que Aileen tuviera que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo. —No lo entiendes...

—¿Qué tengo que entender? —lo desafió. No. Ya no le tenía miedo.
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—Tú... estás a mi cargo —suplicó con la mirada que no lo contradijera.
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Ja

—No seas ridículo —espetó ella haciendo un gesto de incredulidad con los labios. —Y... y
de

suéltame, Caleb —le empujó el pecho.

orbi

—Me está costando darte espacio Aileen y no sé cuánto más voy a soportar esta separación —

LlE

concedió con sinceridad. —Tú... me deseas —no era una pregunta.

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Aileen se quedó boquiabierta ante el atrevimiento de ese presuntuoso. Alzó una ceja incrédula
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por lo que acababa de oír.

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Va

—Claro, monstruo. Me muero por ti, cavernícola vanidoso —contestó burlándose de él e
eir

intentando mover el muro de su pecho.

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Caleb apretó la mandíbula y se obligó a relajarse. Dejó de tocarla y se apartó dando un paso
tin

hacia atrás.

el

Al momento, ella anheló de nuevo su cercanía y se sintió estúpida y enferma por ello. ¿A qué

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estaba jugando? Se apartó un mechón de la cara.

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—Mira. Necesito saber cosas sobre mi naturaleza vaniria —explicó queriendo serenar los ánimos. —Te he perdonado Caleb, así que no hay necesidad de mantener el hacha de guerra. He querido comprender que todo formó parte de una gran equivocación. Aun así, no me gustan vuestros métodos ni las ansias de venganza que tenéis. No voy a olvidarlo —le advirtió. No, claro, él no quería ni el hacha de guerra ni que olvidara lo sucedido entre ellos. Él quería fumar «la pipa del amor».

—Yo no quiero estar en guerra contigo, princesa.

—Entonces: ¿Tú me vas a ayudar a entender esa parte de mí o tengo que acudir a otro para que me explique qué soy y de dónde vengo? Tu hermana me ha ofrecido su ayuda y esta noche...

—Te ayudaré en lo que sea necesario —sonrió con presunción. —No tienes por qué acudir a mi hermanita. ¿Qué quieres saber? —estaba irritado.

—Muchas cosas... Si no sois vampiros —dijo intentando desviar la tensión del momento, —

¿qué sois? Ya sé que venís de los dioses, pero ¿me lo explicas mejor?

—Tu abuelo te habló de las dos razas de dioses que experimentaron con nosotros ¿verdad? —

Aileen asintió. —Los vanir, que eran los dioses que apoyaron a los aesir en el plan evolutivo de Odín con la humanidad, vieron que los berserkers adquirían cada vez más y más poder. Cuando se hibridaron con los humanos, la energía del Midgard podía llegar a desequilibrarse con lo que se necesitaba a otros guerreros que ayudaran a mantener la energía de la tierra y la protección de la humanidad, pero sobre todo unos guerreros cuya labor también era la de controlar a los berserkers de que no abusaran de su poder. Los berserkers son muy tribales y eran incapaces de acabar con la vida de los híbridos que se habían convertido al poder de Loki. Y fueron muchos. —

Los lobeznos.

—Sí. Seguían viéndolos como parte de su clan. No se atrevían a matarlos, con lo cual las guerras no cesaban y los berserkers que no se habían corrompido caían en número ante los lobeznos que no tenían compasión ni escrúpulos a la hora de eliminarlos. Los vanir decidieron que era el momento de participar en ese plan evolutivo y de protección a la humanidad. Si los aesir tenían representación en el Midgard, ellos también querían tenerla. Además, era un modo de igualar las fuerzas con los aesir, un modo de cubrirse las espaldas también contra ellos. Ya habían tenido antiguos enfrentamientos y, aunque entonces ya habían firmado la paz, no era muy recomendable que uno de los dos grupos de dioses que controlaban el Asgard, tuviera un ejército tan fuerte a sus órdenes, y el otro ninguno. Además, Loki estaba apretando muchísimo con sus tretas y pensaron que no vendría mal la ayuda de otras manos.

—Y entonces os crearon a vosotros.

—Bueno, no exactamente. Somos mucho más jóvenes que los berserkers. Nosotros aparecimos
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hará unos dos mil años atrás. Una época en la que la oscuridad creada por Loki ganaba terreno en
Ja

la Tierra y donde los berserkers apenas podían controlar todo el daño que se hacían los humanos
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entre ellos. Los vanir son unos dioses que no tienen nada de bélicos. No saben nada de la guerra.
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Son dioses que representan la riqueza, son los creadores de las artes mágicas, exaltan el amor, el
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placer y la sexualidad, y promueven la fecundidad y la paz. Pero quisieron tomar cartas en el

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asunto para ayudar a equilibrar la balanza. Así que estudiaron a los clanes de humanos guerreros
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que poblaban la tierra y los mutaron genéticamente. Tomaron a espartanos, vikingos y celtas,
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seres humanos que sabían del arte de la lucha y la espada y les ofrecieron una serie de dones.
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Njord, Frey y Freyja, los principales dioses vanir, fueron los artífices de nuestra transformación.
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—¿Cómo os transformaron? —preguntó acercándose a él y deseosa de tocarlo e inspeccionar

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ella misma esos cambios.

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Caleb se sintió vulnerable cuando ella se aproximó de aquel modo. Su pastelito de queso y
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frambuesas estaba ya demasiado cerca.

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—Freyja fue la que nos dotó de todo el poder. Nos entregó la belleza física.

—¿Antes eras un adefesio? —le preguntó arqueando las cejas.

Caleb se echó a reír.

—Nos hizo atrayentes a los ojos de los demás y sexualmente muy activos, llenos de una vitalidad erótica que no tiene ningún otro ser en la tierra —eso último lo dijo en un tono tan ronco que Aileen se estremeció. —Nos dio poderes curativos, con lo que nuestros cuerpos cicatrizaban y se regeneraban con rapidez, y nos otorgó poderes mágicos como la telepatía, la capacidad de volar y la telequinesia. Pero no todo es oro lo que reluce. Freyja estaba harta de llorar lágrimas de sangre, de oro rojo, cuando Od, su esposo, la abandonaba por tan largas temporadas. Así que sintiéndose despechada nos hizo débiles ante aquellas que serían nuestras parejas eternas, nuestras verdaderas mujeres. Nos quitó la capacidad de saciar nuestro apetito y nos lanzó a una vida inmortal de hambre eterna, hasta que encontráramos a nuestra verdadera pareja, nuestra cáraid. Su sangre se convertiría para nosotros a algo parecido a la ambrosía.

—Así que Freyja dijo algo así como: «tragaos mis lágrimas».

—Más o menos. Entonces, sólo entonces, nosotros dependeríamos de nuestra pareja, nos entregaríamos a ella, porque sin su sangre moriríamos y los más débiles acabarían transformándose en nosferátums.

—¿Cómo?

—Loki tiene un radar para la vulnerabilidad del alma vaniria. Encuentra a los que han sido rechazados por sus cáraids y les da a elegir entre la muerte que llega inevitable sin los recursos de la sangre de la pareja o entre la vida eterna, bebiendo y saciándose con los cuellos de los humanos. Loki te ofrece dejar de pasar hambre y saciarte con la muerte de un ser humano. A cambio de ese pacto roba sus almas. Muchos vanirios lo aceptan —se encogió de hombros resignado.

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