Saga Vanir - El libro de Jade (4 page)

Caleb que estaba a casi trescientos metros de distancia, agudizó el oído y escuchó la conversación.

—...Está bien, en su habitación —dijo Víctor.

—¿Todo normal? —preguntó Mikhail con interés.

—Como siempre —miró el reloj de su muñeca. —Tengo prisa, Mikhail. Hasta mañana. Mikhail lo siguió con la mirada hasta que el Honda Civic se fue. Caleb los estudió a ambos. Por el lenguaje no verbal que pudo observar no tenían una buena relación. Parecía que Mikhail lo coaccionaba de algún modo, se percibía la falta de confianza entre ellos.

Mikhail dirigió la mirada a los pinares y con sus ojos negros inspeccionó el perímetro. Inmediatamente entró cojeando en la casa.

—Samael —dijo Caleb sin perder de vista al cojo. —Avísalos a todos para que estén preparados. En cuanto entre Mikhail, entraremos nosotros. Diles que en media hora tengan los coches en la salida.

Samael asintió y se alejó para llamar por el transmisor que tenía pegado a la oreja. Caleb inspiró profundamente mientras dejaba que su naturaleza fluyera como río de lava ardiente. Los ojos se le oscurecieron como la noche. Los colmillos blancos y brillantes se alargaron hasta rozar el labio inferior. Cualquiera que lo viera, aunque seguía siendo salvajemente bello, saldría corriendo.

No se iba a sentir orgulloso de lo que iba a hacer. Su misión era proteger a los humanos, no acecharlos. Sin embargo, ni Eileen ni Mikhail podían llamarse humanos para él. Ellos habían sido responsables del asesinato de su mejor amigo. Ellos, junto con el resto de las sociedades que capturan a personas con extrañas mutaciones genéticas sólo para la investigación y la explotación de sus facultades, como los vanirios, estaban exterminando su raza. No iban a quedar impunes, no lo iba a permitir. Sobre todo porque la humanidad también debía librarse de individuos como

ellos, y él y los de su clan habían sido elegidos para proteger a la humanidad.
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Lanzó un grito al aire. Calma. Necesitaba calmarse o no iba a disfrutar de la tortura. Tal y como
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habían visualizado, había un guardia en la entrada, dos guardaespaldas en el interior de la casa y
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tres pastores alemanes cercando el jardín.

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Él podía comunicarse con los animales, aquel había sido su don otorgado, así que los perros
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estaban más que controlados. Sólo hacía falta reducir al guardia y a los dos armarios que vigilaban
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la seguridad interna de padre e hija.

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Sonrió con malicia. Iba a ser fácil. Con gesto sereno, cogió impulso sobre sus piernas, los

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músculos se flexionaron y dio un salto por encima de los pinos. Su media melena negra ondeaba al
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viento, enmarcando un rostro felino y lleno de convicción. Se preparó para aterrizar sobre la
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cabina del guardia de seguridad.

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Mikhail ordenó a la sirvienta que le ayudaba a quitarse el abrigo empapado, que le trajera un bourbon. Cada noche más de lo mismo.

Llegaba de los laboratorios, después de revisar tomas y tomas de sangre que se comportaban ante él como libros cerrados. Se sentaba en el sofá y se tomaba una copa.

¿Qué era científicamente hablando lo que hacía que esos monstruos tuvieran un ADN tan sumamente complejo? No podía dar con la solución y el no poder controlar las cosas lo enfurecía. Se recostó sobre el sofá de piel marrón del amplio salón. El suelo del salón era de parquet oscuro. Una gran alfombra con motivos árabes decoraba la zona de estar. Cuatro figuras de piedra estaban colocadas estratégicamente en cada esquina de la sala. Figuras de guerreros de terracota, en posición de larga y eterna vigilia.

La sirvienta, rechoncha, rubia y de mejillas rosadas, le trajo el bourbon en una elegante copa de cristal, dejándola sobre la mesa de marfil blanca. Con un tímido asentamiento de la cabeza se fue dejándolo solo.

Mikhail tomó la copa entre sus dedos y observó el líquido ambarino removerse mientras la movía en círculos. Estaba cerca de conseguir algo. Los años pasaban y la larga espera debía llegar a su fin. Tenía que dar con el eslabón perdido, aquella diferencia entre ellos y los humanos. Tomaba su primer sorbo cuando oyó unos ruidos extraños en el jardín. Se levantó del sofá con la mirada recelosa y apretó el comunicador plateado que había sobre la mesa.

—¿Daniel? —preguntó esperando respuesta. —¿Va todo bien?

No se oía nada. No hubo ninguna contestación.

Mikhail dirigió la mirada al amplio ventanal que daba al jardín. No parecía haber nadie. Y los perros... ¿Por qué demonios no ladraban los perros?

—Jorge, Louise —gritó a los dos guardaespaldas para que acudieran a su lado. Inmediatamente dos torres humanas, de talla XXXL, se colocaron detrás de Mikhail. Eran gemelos. Calvos, morenos y con muy malas pulgas.

—¿Qué ocurre, señor? —preguntó uno de ellos.

—No puedo contactar con Daniel. Uno de vosotros que vaya a ver si funciona su comunicador. Jorge, que era ligeramente más alto, salió del salón en busca de Daniel. Al llegar al jardín vio tres cuerpos tirados en el suelo. Con el ceño fruncido se acercó a los bultos inanimados. Eran los pastores alemanes.

Se agachó a inspeccionarlos. No parecía que estuviesen heridos. Parecían... parecían dormidos.
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¿Cómo era posible? Alzó la mirada para localizar la cabina de Daniel. Lo que vieron sus ojos lo
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asustaron. No había nadie en la cabina, no había ni rastro de Daniel.
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De repente oyó pasos tras de él. Una presencia grande y poderosa. Se giró con cuidado,
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temeroso de hacer movimientos bruscos. Enfrente de él, un hombre de espaldas anchas, de su
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misma altura, pero más corpulento y con más pelo lo miraba con gesto frío y divertido.
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—¿Buscabas esto? —dijo Caleb tirando a sus pies el cuerpo inconsciente de Daniel.
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Jorge abrió los ojos con consternación mientras que Caleb se cruzaba de brazos y le sonreía.
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Daniel tenía un golpe muy feo en la cabeza.

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El guardaespaldas miró a Caleb, lo miró a la boca para advertir no sin sorpresa que de sus labios
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caía un ligero hilo de sangre. Caleb se había cortado a sí mismo con sus colmillos, pero el humano

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creería que había mordido a su compañero.

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Sus colmillos eran largos y afilados y su mirada negra con una aureola verde más clara de lo que ningún humano había visto jamás. Daba a entender que ese ser era letal. Y que él era el culpable del estado letárgico del guardia de seguridad. ¿Un vampiro?

Nervioso volvió sobre sus pasos a avisar a Mikhail de lo que pasaba, pero Caleb lo cogió de la pechera y lo alzó a medio metro del suelo.

—¿A dónde crees que vas?

—Por... por favor... dé-déjeme libre...

Caleb miró al hombre tembloroso y pálido que agarraba sus muñecas con fuerza.

—Muy bien —sonrió chasqueando la lengua. —Si eso es lo que quieres... Con una fuerza sobrehumana lo lanzó a más de veinte metros de distancia, por encima de los árboles. Se oyó un golpe seco, un hueso roto y seguidamente un rugido de dolor. Caleb miró hacia donde lo había lanzado.

Utilizó su visión nocturna para ver como el cuerpo de Jorge, poco a poco, perdía el color del calor corporal. Se había quedado inconsciente.

Hizo un gesto con la cabeza a Samael para que entrara a buscar a Mikhail. De entre los árboles, corriendo a la velocidad del viento, Samael se dirigía hambriento a la casa. Mientras él se ocupaba de Mikhail y lo retenía Caleb iría a por la princesita.

Acto seguido miró hacia la torre donde estaba la habitación de Eileen. Volvió a impulsarse sobre sus talones y voló hacia el balcón. Cayó a cuatro patas y se dirigió a abrir la ventana. Allí

estaba ella. Dormida.

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CAPÍTULO 02

EILEEN INTENTABA salir del trance en el que se hallaba. Su sueño tan profundo no le permitía abrir los ojos, pero luchaba para ello. Algo no iba bien. Sentía que la estaban observando. Que alguien la llamaba, que la incitaba a que saliera de la cama.

Caleb intentaba despertarla con su mente. Intentaba meterse en su sueño y sacarla de allí. Debía convencerla, atraerla hasta él, pero no era fácil entrar en su cabeza. Eileen sintió una amenaza, una punzada en el corazón. Debía despertarse. ¿Por qué no podía hacerlo? Sacó fuerzas de la flaqueza e intentó levantar los párpados. Imágenes borrosas de su habitación aparecían ante ella como sombras fantasmales. Empezó a ser consciente del sonido de la lluvia, del viento que acariciaba su rostro. ¿Viento? Intentó abrir más los ojos y dirigió su mirada a la ventana. Estaba abierta.

Intentó aclarar su vista y un sudor frío se concentró en sus manos. ¿Qué hacía la ventana abierta? Antes de dormirse estaba cerrada. Se sentía aturdida.

Hacía años que no se despertaba en la noche. Su sueño duraba desde que se acostaba hasta que sonaba el despertador. Nunca se había desvelado.

Se incorporó y tocó el parqué de la habitación con los pies. Lo palpó buscando sus zapatillas de conejo, miró su reloj y le dio al botón de alumbrar para ver la hora. No hacía más de veinte minutos que había caído rendida en la cama. Abrió los ojos, despierta del todo finalmente. Se levantó y entonces vio algo que la dejó petrificada. Había un hombre oculto en las sombras de la habitación. Un hombre con las piernas y los brazos abiertos vigilaba como un animal que va en busca de su presa. Y a sus pies, Brave, su amado perro, estaba tumbado de espaldas con las patas para arriba, durmiendo plácidamente. Estaba durmiendo, ¿no? Asustada volvió a mirar al hombre. Ese tipo chorreaba de pies a cabeza. El corazón de Eileen palpitaba alocadamente en su pecho y su respiración se descompasó.

El hombre dio un paso hasta que la luz que se colaba por la ventana lo alumbró. Aquel hombre, vestido completamente de negro, que se había colado en su habitación estaba rodeado por el aura más poderosa que había sentido en su vida.

¿Qué hacía ella hablando de auras? ¿Qué sabía ella de eso? Sacudió ligeramente la cabeza, esperando que la imagen viril desapareciese de enfrente de ella, esperando en vano que fuese un sueño. Sin embargo, hacía años que no soñaba, desde su diabetes. Más nerviosa todavía, comprobó que él se le acercaba.

Era enorme, ese cuerpo lo ocupaba todo, comía su espacio vital de un modo escandaloso. Lo
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miró a la cara. Por el amor de Dios, era lo más hermoso que había visto en su vida. Tenía el pelo
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largo, del color del azabache, ligeramente ondulado y le caía sobre su rostro. Los mechones
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goteaban agua y resbalaban por su cara, siguiendo cada uno de sus estilizados rasgos.
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Su cara... Jesús. Esa cara era pura sensualidad. Una promesa que escondía una dulce virilidad en
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su expresión, aunque nunca imaginó que los adjetivos dulce y viril pudiesen conjuntar. Los ojos

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verdes más increíbles del mundo, la nariz perfecta, los labios gruesos, un hoyuelo en la barbilla.
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Como ella. El de él mucho más pronunciado.

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Un calor inesperado empezó a recorrer su estómago.

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Tragó saliva. Caleb la miró de arriba abajo. Había respondido a él. A su llamado. La tenía
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enfrente, con su tez bronceada, los mechones de su pelo caían sobre su cara y por detrás de la
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nuca. Su pecho se alzaba agitadamente como si hubiese corrido un maratón. Su delicioso pecho,
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prieto y firme. Mmm... Qué ganas tenía de morderlo y succionarlo. La miró fijamente a los ojos.
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Era dulce y aunque le doliera admitirlo, preciosa. Con excitación miró su boca.
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Eileen se humedeció los labios sabiendo que él estaba mirándole la boca. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no salía corriendo de la habitación y gritaba para que la ayudaran? Había un hombre, un dios pagano de la belleza. Estaba a solas con ella en su dormitorio... ¿Por qué no podía moverse?

Intentó dar órdenes a sus extremidades, pero éstas no la obedecían. ¿Cómo había entrado y burlado todos los sistemas de seguridad que el paranoico de su padre había puesto en torno a la casa?

Caleb siguió su lengua y rugió por dentro. Era dulce, sí. Y atrevida también.

—Ven —le dijo Caleb con la mirada fija en su boca.

Eileen se quedó estática en su lugar. ¿Qué pasaría si se movía? Tenía la sensación de que ese extraño de atractivo demoledor, podría hacer lo que quisiera con ella. Bueno, con ella y con quien le diera la gana.

Caleb volvió a darle un empujón mental. ¿Por qué no respondía ella? Seguramente había sido Mikhail. Mikhail le había enseñado a protegerse de ellos. La había instruido a erigir barreras mentales para que las ondas no pudieran llegar a ella. Mientras pensaba eso, un músculo se tensó

en su barbilla.

Eileen logró dar un paso atrás. Empezaba a temblar.

—Ven —repitió él.

Su voz era melosa y cautivadora. Pero no podía ir. Él era un extraño, y aunque era capaz de ver la excitación en sus increíbles ojos, excitación por ella, había algo vengativo en su mirada y aquello la asustó, aunque ella era consciente también de su propia excitación. Qué descabellado era sentirse excitada por un hombre que no conocía y que además parecía no tener buenas intenciones. Qué diablos... Es que además se había colado en su casa.

—No —susurró cubriéndose inconscientemente el cuello. —¿Quién eres? Sal de mí... En un abrir y cerrar de ojos, Caleb se abalanzó sobre ella, la agarró de los hombros y la aprisionó contra la pared. El golpe fue duro y ella gimió de dolor. Le dolía la espalda, pero eso era lo de menos... ¿Iba a hacerle daño de verdad? ¿La iba a matar?

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó ella con voz temblorosa.

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