Saga Vanir - El libro de Jade (10 page)

Beatha tomó aire, se levantó de la silla y caminó hacia ella. Hubo un murmullo entre los asistentes.

La vaniria se agachó para quedar a su misma altura y le tomó de la barbilla para mirarla a los ojos. Dejó caer su capucha y mostró su innegable belleza ante ella. Era una mujer de pelo rubio casi platino, los ojos marrones rojizos y la boca carnosa y bien perfilada. La piel pálida le daba aspecto de fragilidad, pero sus facciones eran sexys y frías.

—¿Os compadecisteis de mis dos hijos cuando los secuestrasteis y los matasteis? ¿Dos niños inocentes? —le preguntó sin inflexiones en la voz. Eileen sintió que se le desgarraba el corazón.

—Yo soy inocente —susurró ella, —pero aunque me queráis hacer daño, todavía tengo suficiente corazón como para compadecerme de lo que dices que le hicieron a tus hijos. Nadie debería vivir algo así.

Beatha apretó la mandíbula y toda la frialdad se reflejó en su mirada.

—¿Ves las copas vacías? —le preguntó en un tono neutro.

Eileen las miró y asintió.

—Iban a llenarse todas de tu sangre. Te íbamos a abrir y a dejar que te desangraras. Sí, íbamos a beber de ti e ibas a morir después de que nos lo hubieras revelado todo. Era el plan inicial.

—Pues entonces, matadme —replicó ella contundentemente.

—Pero no podemos decidirlo nosotros. Caleb es tu propietario —lo miró entornando los ojos—

y, por lo visto, te quiere sólo para él. Una pena —chasqueó la lengua. —¿No le agradeces que te perdone la vida?

—¿La vida? —preguntó ella con sorna. —Si a vuestro modo de sobrevivir le llamáis vida, entonces pido que si hay algún dios allí arriba, me mate ahora mismo. No os conozco pero por lo poco que sé los vanirios sois crueles y abusivos. Me dais asco. No seré la puta de nadie y ninguno

de vosotros me pondrá nunca una mano encima. Nunca... —se apoyó en una mano y se levantó

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para mirarla desde lo alto. —Decís que hay personas que os persiguen y que os matan sin
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escrúpulos. Yo he visto cómo ese vampiro de ahí —señaló enfurecida a Samael, —ha matado a mi
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padre y a mi guardaespaldas sin ningún escrúpulo tampoco. Dos personas humanas —recalcó con
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los dos dedos de la mano en alto. —Sus vidas por las de tus hijos. Vamos dos a dos. ¿No es lo
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justo? Ahora sois iguales que esa gente a las que llamáis cazadores. Ya estáis en paz.

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¿Lo creía de verdad? Por supuesto que sí. Su padre y su guardaespaldas eran inocentes. Igual
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que los dos niños de Beatha. Por cierto... ¿Los vampiros podían tener hijos? Puede que Beatha los
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tuviera antes de que la convirtieran...

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El ambiente en el salón se espesó. Los vanirios endurecieron sus rasgos y Eileen pensó que
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estaban haciendo un sobreesfuerzo para no abalanzarse sobre ella y descuartizarla. Pero se
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aguantaban por respeto a Caleb. Él tenía cierto rango entre ellos.
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Beatha se levantó con la gracilidad de una serpiente y sonrió.

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—Tienes muchas agallas, pequeña zorra —susurró a un centímetro de su garganta. La rubia más alta que ella. —Y, además, eres muy buena actriz. Aquí no hay ningún vampiro, tú lo sabes muy bien. Somos vanirios y fuimos creados por los dioses para defender a la humanidad de los nosferátums y de los humanos como tú. Es una pena que decidieras decantarte por ser una asesina, Eileen —la miró con sincero respeto. —Con la energía de guerrera amazona que desprendes, creo que cualquier vanirio estaría dispuesto a que lo montaras por la eternidad. Más de uno te reclamaría para que te unieras a nosotros. Sin embargo, eres víctima de tus decisiones. Además —arqueó las cejas y sonrió con desdén mirándola a los ojos, —ya no importa porque... te van a montar de todos modos. De una forma u otra, hoy morirás.

Todos arrancaron en aplausos y Eileen se apretó más el pecho con el antebrazo para entrar en calor. Esa gente estaba obsesionada con el sexo. Debería sentirse intimidada, pero sólo sentía rabia por la impotencia de no poder demostrar su verdad. ¿Qué diferencia había entre los vampiros y ellos?

Beatha dio media vuelta, caminó hacia su butaca y se sentó cubriéndose la cabeza de nuevo. El Consejo miró a Caleb y movieron sus cabezas de arriba abajo. Le estaban dando el beneplácito para que se la llevara de allí, para que por fin hiciera con ella lo que le viniera en gana. Caleb tomó a Eileen del codo y la obligó a darse la vuelta. Ella apenas tenía fuerzas para caminar. Por primera vez, Caleb se dio cuenta de lo duro que la habían tratado. Tenía el pómulo hinchado y amoratado, y el labio inferior, ese labio inferior delicioso, también tenía una ligera inflamación. Su muñeca estaba rota. Había lidiado con el dolor sin quejarse, sin mostrar debilidad. Una guerrera amazona.

Una mala guerrera amazona.

Una cruel, mala y asesina guerrera amazona.

No podía permitirse sentir arrepentimiento por nada de lo que le había hecho. No, no lo iba a sentir.

—Vamos —le dio un tirón para que caminara junto a él.

—¿Adonde me llevas?

—Según muchas, te llevo al mismísimo cielo. Pero para ti puede que sea el purgatorio. Cuando Caleb le sonrió, juraría que había visto cómo le enseñaba los colmillos. Ella agachó la cabeza y arrastró los pies hasta su purgatorio particular. Le dolía todo el cuerpo. Iba a necesitar mucha fuerza para soportar a Caleb.

Caminaron por un pasillo tan y tan largo que parecía interminable. Cuando creía que ya habían llegado, unas escaleras de por lo menos doscientos peldaños ascendentes cortaron su camino.
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Ella ya no podía dar un paso más. Las heridas de los pies le dolían demasiado, así que se apoyó

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en la pared justo debajo de una antorcha y cerró los ojos.

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—¿Y ahora qué te pasa? —le preguntó disgustado.

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—Ya no puedo caminar.

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Caleb deslizó la vista por sus increíbles piernas hasta detenerlas en sus pequeños y femeninos
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pies. Tenía rojeces y heridas entre los dedos y algunas heriditas, hinchadas por la infección, a la
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altura de los talones.

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—Continúa —le dijo él.

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Ella abrió los ojos y lo miró como si estuviera vacío. —Te he dicho que no puedo, hijo de...

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En un abrir y cerrar de ojos, Caleb le puso un brazo por debajo de sus rodillas y con el otro le
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rodeó la cintura y parte de la espalda. La había cogido en brazos y levantado como si no pesara
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más que un saco de plumas.

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—Como nuestra primera noche de bodas —dijo él de modo cínico.

—Sólo que yo nunca seré tu mujer —se tensó ella.

—No quiero que seas mi mujer. No querría a alguien como tú jamás —la miró de reojo. —Sólo quiero follarte.

Eileen estaba sorprendida por muchas razones. Sus palabras crudas no cuadraban con el modo en que la había alzado. La había tomado con suavidad, no del modo bruto e insensible que estaban utilizando con ella. Su cuerpo era caliente. Caliente era poco. Era una hoguera, por Dios bendito... Inconscientemente se acurrucó contra él y contra todos sus principios. Así que la iba a tomar, quisiera o no. De repente sintió mucho frío. Estaba tan destemplada que necesitaba una manta para empezar a calentarse, y a falta de ella, estaba el cuerpo musculoso, duro y ardiente de Caleb.

Pero no estaba sorprendida por aquellas superficialidades, sino porque cada vez que él la tocaba, sentía una extraña sensación de cobijo. ¿Cómo era posible? El iba a aprovecharse de ella. Él creía que ella era su enemiga, que era una asesina. Le había hecho daño físicamente. ¿La trataría así de estar en otro contexto? ¿De darse otro tipo de situación completamente distinta a la que estaban viviendo? ¿Cómo podía pensar en esto estando en su situación?

Ella no quería olerle. No quería rozar su garganta con la nariz... Oh, qué bien olía. Olía a bosque y a algo parecido a Allure de Channel. Y a hombre. A hombre de verdad. Ella no quería cerrar los ojos ni apoyar su cabeza en su hombro, pero lo hizo. Y lo hizo además sintiéndose plenamente relajada contra él. ¿Eran sus poderes? ¿Él no podía leerle la mente pero sí

que podía incitarla a hacer lo que quisiera? ¿Era eso?

—¿Me estás induciendo a que me comporte así? —le preguntó ella sin poder despegarse de él. Le había puesto los brazos alrededor del cuello y hablaba con los labios pegados al lado derecho de su garganta.

Caleb la tenía tan dura que en cualquier momento podía matar a alguien con el botón del pantalón. La joven era dulce y provocativa a la vez. Lo hacía a propósito.

—¿Te golpeó Samael en la cabeza y yo no me di cuenta? —le contestó él con una sonrisa.

¿Había sido eso una broma? ¿Estaba bromeando con ella? Qué surrealista parecía todo.

—De hecho, me habéis hecho muchas cosas, pero de momento todavía no me habéis bateado el cráneo —replicó ella. —Viendo lo brutos que sois, tarde o temprano lo haréis.

—Si sigues contestando a todo el mundo así, pronto alguien lo hará, no lo dudes. Tienes la lengua muy larga.

—Me estáis tratando muy mal y estáis siendo injustos conmigo —se le quebró la voz. —Tengo
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que defenderme...

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Caleb tensó la espalda y se apresuró a subir los escalones. Cuanto antes llegara y antes la
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soltara en la cama, mucho mejor. Si seguía así con ella, la apretaría contra él y acabaría pidiéndole
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perdón por todo y lo peor era que no tenía ninguna razón para hacerlo. Ella no era inocente.
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—¿Por qué no lo dejas ya?

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Eileen apartó la cabeza de su hombro y lo miró a los ojos frunciendo el ceño.
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—¿Qué quieres que deje?

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—Deja de fingir. Deja de mentir. Asume lo que has hecho y paga por ello con toda la dignidad
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que te sea posible, la misma que hace que levantes la barbilla ante todos los demás. Si sigues

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aparentando que no has hecho nada, te muestras entonces como una zorra cobarde. Los vanirios
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detestan la cobardía. Prefiero verte como una zorra descarada y valiente —la miró a los ojos y alzó

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los hombros. —Merecerás más respeto y, además, me la pone más dura.
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Eileen lo observó sin pestañear y replicó con voz fría y dura.

—¿Qué va a pasar cuando descubráis que no tengo nada que ver con lo que me explicáis?

¿Cómo vais a proceder cuando se demuestre que es la primera vez que os veo, que sé de vosotros y que ni mi padre ni yo estamos involucrados en cazas de nada ni de nadie? Nunca he matado a nada en mi vida. Jamás. No me gusta la violencia ni la extorsión ni las injusticias...

—No te cansas nunca ¿a qué no? —su pregunta no esperaba contestación. Eileen apretó los labios y volvió a esconder su cara en su hombro, antes de ver cómo le volvía a temblar la barbilla por enésima vez. Era imposible. Abrazada a él, tal y como estaba, sentía asco de sí misma. Parecía que se estaba vendiendo. Pero su cuerpo actuaba por instinto. Necesitaba acoplarse al de Caleb. Y lo odiaba.

—Y no. No te estoy induciendo a que te comportes así —susurró él. —No me interesa que te sientas cómoda conmigo. De hecho, creo que estás intentando seducirme. Te estás vendiendo a mí, para que sea más gentil contigo, ¿verdad?

Ella volvió a tensarse, pero no se movió. La bilis se le removió en la boca del estómago. ¿Qué le importaba a ella si era gentil o no? Su vida ya no valía nada. Lo había perdido todo en unas horas. Su padre, su casa, su perro... el control sobre su vida.

Llegaban al final de la escalera, por fin. El olor embriagador de Eileen, le estaba nublando la razón. Abrió la puerta y palpó la pared hasta darle a un interruptor. Era el interior de la casa más sofisticada y de diseño que ella jamás había visto. Pero no era de habitaciones cuadradas, sino circulares. ¿Por qué? El techo tenía grandes ojos de buey y estaba pintado de color rojo. El suelo era de parqué oscuro y contrastaba con las paredes blancas de aquel salón. A mano izquierda, una cocina americana de última generación, de las inteligentes. Toda de marca, negra y metalizada. La nevera era inmensa.

A mano derecha, se extendía un salón tan amplio que sobraba espacio por todos lados. O tal vez porque sobraba espacio, parecía amplio. Una televisión plana Sony de 56 pulgadas, con Home Cinema, delimitaba la sala de estar. Alrededor, sofás de piel blanca con sus respectivos reposapiés. Y sobre los sofás, cojines negros y otros con rayas horizontales rojas y blancas. A mano derecha de la sala de estar, casi a un metro de distancia, había una chimenea de estilo moderno. A Caleb parecía gustarle bastante la tecnología y los coches caros como los Cayenne que había visto. Los amplios ventanales que había en la casa eran negros completamente y a través ellos no se veía el exterior.

Él tuvo ganas de explicarle cosas de la casa como, por ejemplo, por qué todas las salas que iba a ver eran circulares. Pero ella no era una invitada ni tampoco era bienvenida, sino una rehén a punto de ser esclavizada para la eternidad.

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Entre la cocina y la sala de estar, unas amplias escaleras subían a la planta de arriba. Y al final
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de la escalera había una mujer. Las escaleras eran de madera de... Un momento. ¿Una mujer?

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—Daanna, ¿qué haces aquí? —preguntó Caleb sonrojado.

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Eileen lo miró. ¿Él podía sonrojarse? ¿Quién era ella? Repasó a la mujer de arriba abajo. Era
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preciosa y se parecía a él. Morena, de pelo largo y ondulado, y con los ojos verdes inusualmente
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claros, como los de Caleb.

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—¿Es ella? —dijo la chica con una voz dulce y seductora.

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—Aha —asintió él.

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Daanna bajó las escaleras con la elegancia de alguien que se sabe hermosa y se paró enfrente

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