Saga Vanir - El libro de Jade (48 page)

—¿Lo sientes, Aileen? —la penetró más profundamente todavía. —Todo lo que hay dentro de tu cuerpo, todo lo que te llena y te estremece, todo, soy yo —miró hacia donde sus cuerpos
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estaban unidos y sonrió orgulloso. —Míranos. Todo entero. Me haces sentir tan bien...
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Ja

A Aileen le costaba respirar y difícilmente podía oír nada, porque el corazón le zumbaba en los
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oídos. Miró hacia abajo y vio lo que quería decir. Caleb estaba tan clavado en ella, que su pelo
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púbico se confundía con el suyo.

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Caleb la miró con determinación, le enmarcó la cara y juntó su frente con la de ella. Ella se
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cogió a sus hombros. Él la besó y suspiró de puro placer. Aileen sintió como la misma ola de placer
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que arrasaba a Caleb se precipitaba también por todo su cuerpo. Respondió al beso de un modo
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tierno e intenso y empezó a mecerse contra él, dejando que él le diera aire.
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Ambos excitados, estimulándose el uno al otro con sus cuerpos. Caleb descendió las manos por
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todo su cuerpo, lentamente, en una caricia ultra-estimulante y abarcó las nalgas de Aileen, para

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moverla y acompasarla a su penetración.

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Aileen profundizó el beso y siguió el ritmo de Caleb, un ritmo sensual y erótico. Danzaban al
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ritmo de la pasión.

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Ella jadeó cuando él acrecentó el ritmo. Sus ojos verdes la miraban con posesividad y con unos párpados demasiado pesados por el placer. Aileen le enmarcó la cara con las manos y volvió a juntar su frente con la de él, esta vez sin parpadear, sólo mirándolo, esperando traspasar su alma.

—No habrá nadie más para ti —dijo él moviendo la cabeza de un lado al otro. —Te voy a marcar, Aileen. Todos sabrán que me perteneces. Acéptalo. —Caleb, cállate, no digas nada más —

suplicó ella jadeante.

—Tienes... que saberlo —iba a ganar la batalla, ella tenía que reconocerlo. —Sabes que te digo la verdad. Sólo mía. Sólo para mí.

Caleb no podía hacerle eso. La estaba marcando con sus palabras, con sus movimientos. La quería enloquecer y quería obligarla a admitir que ella le pertenecía.

—Por favor, Caleb... —gimió sin saber si le pedía que no parase o que se callase. Él gruñó y la invadió una y otra vez, torturando su carne húmeda. Aileen tenía que ser valiente, él sabía que ella tenía coraje para cualquier cosa. ¿Por qué no admitía lo que para él era tan obvio? Intentó dejar esa guerra y decidió devastarla de otro modo. Aileen pasó sus manos por la nuca. Con una mano le acariciaba la cara, con la otra jugaba con su pelo y lo mantenía pegada a ella.

Un cúmulo de sensaciones y de fuerzas poderosas demasiado intensas se arremolinó en su interior a la altura del ombligo. Caleb intensificó los movimientos con el objetivo de hacerla arder en el infierno.

Excitados, se subieron a la ola de éxtasis que les recorrió y la cabalgaron durante un largo rato hasta que algo estalló a la vez en su vientre, algo increíble que los dejó rotos. Mientras sentía aquel huracán de emociones y sensaciones internas, Aileen sintió que Caleb era para ella, sólo para ella, pero lejos de decírselo y expresar algo tan loco como aquello, frotó su cuello con los labios y lo mordió.

Caleb jadeó y la abrazó con más fuerza mientras seguía meciéndose en su interior. Una mano se enredó en su pelo y la atrajo más a él. La lengua de Aileen lo lamía, los labios lo succionaban, ella bebía de él y de repente se encontraron de nuevo en la ola de un segundo orgasmo.


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... —cerró los ojos con fuerza y echó el cuello hacia atrás para soltar un gemido de lujuria y satisfacción mientras apretaba su cabeza contra su cuello para que ella bebiera lo que desease y cuánto desease de él. —Eso es, pequeña. Bebe de mí. Aliméntate. Ella desclavó los colmillos y se lamió los labios y los dientes con la punta de la lengua. Tenía ganas de aullarle a la luna, su lado berserker la animaba a ello. Caleb sabía a mango de verdad, a fruta fresca y exótica, y ella por fin se sintió saciada en días.
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Tiró del pelo de él de un modo posesivo y dominante, echándole el cuello más hacia atrás, y lo
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besó mientras gemía de placer con los ojos completamente dilatados y llenos de placer.
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El segundo orgasmo los devastó, y los hizo gritar. Aileen sollozando, con lágrimas en los ojos,
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dejó caer su cabeza sobre el hombro de Caleb, y éste acariciándole el pelo la calmó susurrándole
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palabras de tranquilidad y de orgullo. Orgullo porque su cáraid era toda una amazona, fuerte y

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apasionada, dulce y tentadora. Y era suya. Suya.

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—Dios mío... ¿Qué... qué he hecho? —susurró Aileen llorando.

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—Hemos hecho el amor —contestó él meciéndola. Disfrutaba de su cuerpo dulce, sudoroso y
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abatido sobre él. A Aileen todavía le recorrían los espasmos del segundo orgasmo.
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Aileen podía no estar preparada para aquella unión pero él sabía por los dos que se pertenecían
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y, aunque deseaba locamente que ella se lo dijera, él tendría paciencia.
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Mineadh: significa 'cariño'.

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Miró la cama, estaba desordenada y manchada.

No, dijo ella. No iba a dormir allí.

Caleb asintió. Como ordenes, pequeña. Salió de ella a desgana, pues nada le apetecía más que compartir su cuerpo. Aileen se estremeció, pero no dejó de abrazarlo y mantuvo su cara sumergida en su hombro. Caleb la tomó en brazos, salió de la habitación y la llevó a la planta inferior. Abrió una compuerta, bajó unos nuevos escalones y entró en una habitación cálida, iluminada con lámparas alógenas de suelo alrededor. Una gran cama llena de cojines y sábanas de seda negras y fucsias quedaba en el centro de la habitación. Y alrededor, rodeando la sala, cortinas de agua corrían por las paredes y caían a un riachuelo que recorría todo el círculo del lugar. Piedras de caliza blanca decoraban ese pequeño río y motitas de césped contrastaban con la piedra blanca. Decoración Zen, sin duda.

El resto del suelo era de cálido parquet.

Caleb la llevó a la cama, la acercó a él, la abrazó y se taparon con las sábanas, dejando que ese jardín interior y el ruido del agua al caer los sumiera en un sueño profundo. Besó la coronilla de su Aileen. Y se prometió que le enseñaría a no temerle ni a él, ni a los sentimientos que despertaba en ella. Pero ¿estaba él preparado para los sentimientos que sin duda estaba ella despertando en él?

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CAPÍTULO 17

UN CUERPO inmenso y duro le daba calor en la espalda. Su cabeza estaba apoyada en el brazo musculoso de Caleb, su pelo desparramado por la almohada. El vanirio le acarició la nuca con la nariz. Ella intentó mover las piernas pero él las tenía inmovilizadas con una de las suyas, mucho más grandes y velludas. Estaban encajados como dos cucharas, perfectamente amoldados. Aileen sonrió. Caleb era una caja de sorpresas. Sintió un dedo de Caleb siguiendo su columna vertebral de arriba abajo. Toda la piel se le erizó. El contacto más nimio del vanirio, la despertaba y la hacía hervir como un volcán a punto de estallar. Qué locura.

—¿Te encuentras bien? —susurró Caleb en su oreja.

—Estoy... bien —sorprendida por la respuesta, dio gracias porque Caleb no viera lo sonrojada que estaba.

—¿Te he hecho daño? —su voz sonaba preocupada. Para Aileen era su segunda vez, todavía era nueva en eso.

—No, no me has hecho daño... —contestó dándose cuenta de lo importante que era para él no volverla a hacer daño ni a intimidarla en la cama— esta vez.

Caleb la abrazó y apretó su pecho y todo lo que sobresalía de su cuerpo contra la espalda y las nalgas de Aileen. Tenía miedo de que Aileen no aceptara todo lo que había visto en él.

—¿Qué ha pasado ahí dentro? ¿En qué me he convertido? —exclamó ella con incredulidad. —

Te he mordido.

—Mmm... sí y me ha encantado —cogió con los dientes el lóbulo de su oreja. —Así hacemos el amor los vanirios. ¿Y a ti? ¿Te ha gustado?

Aileen enmudeció y se pensó la respuesta.

—Sí —apretó la cara contra la almohada. Sentía vergüenza. —¿Cómo puede gustarme beber sangre?

—Beber sangre es generalizar —la corrigió él sonriendo. —A ti te gusta sólo mi sangre, que te quede claro preciosa. Igual que a mí sólo me gusta la tuya. Tu sangre es muy poderosa —

reconoció pasándole la lengua dulcemente por la oreja. —Nunca me había sentido tan bien.

—La tuya es... buena. Buena no, deliciosa.

—Gracias —le dio un beso húmedo en la nuca.

—¿Y si bebo tu sangre... ya no tendré hambre hasta...?

—Bebemos una vez al día el uno del otro y gracias a eso podemos disfrutar de la buena comida.
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Ahora puedes alimentarte de cualquier cosa y sentir como la comida te sacia, porque mi sangre te
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ha saciado por hoy. Iremos a restaurantes preciosos y únicos en el mundo, mi pequeña Aileen.
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Disfrutaremos juntos de tantas cosas... —la abrazó con más fuerza, demostrándole la alegría de
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haberla encontrado por fin y de ser aceptado.

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Pensando en sus palabras, Aileen recordó como la había llenado en todos los sentidos. Su

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sangre era un manjar y su manera de hacer el amor... estaba sorprendida de que todavía siguieran
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vivos.

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Entonces almacenó todas las imágenes de la vida de Caleb. Habían pasado ante sus ojos como
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una película mientras se alimentaba de él.

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—Ahora yo también lo sé todo de ti —susurró ella.

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Hubo un largo y prolongado silencio.

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—Te he visto pelear contra romanos, Caleb. Contra vikingos...

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—Germanos —le dijo él con un tono duro.

—Sí... —se giró hacia él sin salir del círculo de sus brazos. —Fuisteis de los pocos que aguantasteis el asedio del antiguo imperio romano.

Asintió con la cabeza. Caleb la miraba con atención, intentando averiguar si había rechazo en su mirada. Tomó un muslo de Aileen y lo colocó por encima de su cadera.

—No, espera —se quejó ella. —Quiero...

—Tranquila —le dijo él acariciándole la pierna. —Me gusta sentir el peso de tu cuerpo. No te haré nada... por ahora —un brillo travieso iluminó su mirada. —Pero no soy una momia, te lo advierto.

—Tienes dos mil años —lo pinchó ella sonriendo. —Ahora estate quietecito ¿vale? Quiero que hablemos de lo que he visto y no puedo pensar si tu...

—¿Si te toco? —dijo él alzando las cejas y sonriendo pícaramente. Aileen se sorprendió admirando la sonrisa genuina y traviesa de Caleb. Se estaba deshaciendo por él. Obligándose a centrar sus pensamientos, prosiguió con sus visiones.

—Céntrate, quiero hablar de lo que he visto —musitó ella mirándole la barbilla. —Tú y mi padre liderasteis al pueblo celta en sus guerras —se le humedecieron los ojos. —Lo querías mucho.

—Sí —asintió él con sus ojos verdes abiertos y solemnes. —Ya te dije que era como un hermano para mí —le puso un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Era muy guapo ¿verdad?

—Supongo —hizo una mueca y luego sonrió divertido. —Sólo hay que verte.

—He visto muchísimas cosas, Caleb —lo miró con ternura. —He visto a un grupo de niños intentando sobrevivir en los bosques después de que los romanos y los germanos os lo arrebataran casi todo.

—Se llevaron a nuestras madres, mataron a nuestros padres delante de nuestras narices. A nosotros, pensaban reclutarnos para los próximos ejércitos y lo que debía de ser el nuevo ejército centurión, pero... nos escapamos. Nunca lo podrían haber conseguido si algunos de los perros sarnosos de nuestra aldea no nos hubiesen traicionado.

—Luego huisteis a los bosques, os ocultasteis y os preparasteis para enfrentaros a ellos. Pero sólo erais niños.

—Sí, ellos pensaban que nos mantendríamos dóciles hasta que llegaran a por nosotros. Éramos más de veinte niños en nuestro poblado. Pero no nos conocían, no se les ocurrió que los niños celtas tenían la misma sangre guerrera en las venas que los hombres contra los que habían

luchado. Hombres valientes que protegían sus tierras y sus familias con su propia vida.
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—Tú y mi padre fuisteis los líderes de esos niños, los instruisteis y los preparasteis para las
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grandes batallas.

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—Sí —confirmó con melancolía mientras acariciaba la espalda de

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Aileen.

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—Siento lo de tu madre —apretó los labios. —Ese hombre...

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—Se la llevó. Era uno de los mejores amigos de mi padre, se llamaba Gall. Los keltoi no éramos
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fáciles de derrotar, así que algunos centuriones romanos intentaron comprar en nombre del César
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a miembros de nuestro clan. Gall nos vendió. En todos sitios siempre hay alguien que cede al
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miedo y al poder ¿sabes? Él mató a mi padre y se llevó a mi madre. Era tan buena y tan hermosa...

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—se aclaró la garganta. —Tus abuelos también murieron ese día. Los romanos arrasaron con todo
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¿sabes? —apoyó la barbilla sobre su cabeza. —Thor era el mayor de todos los niños que dejaron
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en la aldea. Tenía cinco años más que yo —le explicó apretándola más contra él. —Era un guerrero
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increíble, el más poderoso de todos los que yo he visto. Él nos enseñó a luchar y a defendernos. Samael también luchaba bien pero donde Thor era frío y calculador, Samael se dejaba llevar por el odio y la ira y a veces por su inconsciencia nos encontramos en más de un apuro. Cuando llegó el momento arrasamos con uno de los campamentos romanos asentados en el centro de Britannia. Fuimos uno por uno hasta dar con la zona donde estaba Gall. Lo maté con mis propias manos, a él y al resto de centuriones y traidores que disfrutaban de la protección del Emperador.

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