Saga Vanir - El libro de Jade (12 page)

Los rizos de la entrepierna de su esclava aparecieron como si fuera el primer amanecer que pudiera disfrutar en siglos. Inhaló profundamente y cerró los ojos. La erección que sólo el olor íntimo de Eileen le provocó fue demasiado brusca y agitada para su autocontrol. Eileen lo miraba con ojos de deseo, mientras se bajaba las braguitas hasta las rodillas. Pero lo hacía inconscientemente, con lentitud como si sus manos no le pertenecieran.

Ella era demasiado bonita. Demasiado tierna para un bruto como él. Los colmillos estallaron en
ed

su boca y un rugido victorioso emergió de su garganta. Mientras le apretaba el pecho con una
Ja

mano, dirigió la otra mano a la tela que se deslizaba por las pantorrillas y la rasgó por completo.
deo

Aquella era la única prenda de vestir que ella se había llevado. Ya no tenía nada.
rbi

Eileen se asustó ante su reacción tan salvaje y empezó a respirar agitadamente, saliendo del
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trance de deseo que esperaba que hubiese sido inducido. Deslizó sus ojos ante su desnudez y se

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derrumbó. Estaba perdida.

0rin

Caleb se erguía a su lado como un animal a punto de montar a su hembra. La miraba como un
Va

loco posesivo y ella nunca había tenido relaciones ni con locos ni con posesivos ni con nadie del
eire

sexo opuesto. Nunca se había sentido atraída por ningún hombre. La humillaba darse cuenta de
S -

que Caleb, su enemigo, su secuestrador, tenía ese poder sobre ella.
tine

A lo mejor era porque todavía quería creer que Caleb no era lo que parecía. Sin embargo, ahora
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parecía alguien fuera de control.

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—Desabróchame el pantalón, ramera —le pidió clavándole la mirada en la entrepierna.
Len

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—Vete a la mierda, monstruo... —le gritó ella luchando contra el deseo de hacerlo. Ese insulto podía con ella. Demasiado duro, demasiado hiriente.

Él soltó un taco y un gruñido y le enseñó los colmillos. Se puso de pie, se desabrochó el cinturón y lo tiró sobre la cama. Rompió y desgarró su pantalón como había hecho con los shorts de Eileen, que yacían ahora en el suelo, rotos por completo.

Su pene largo, grueso como su muñeca y palpitante, se irguió hasta su ombligo. Ella no entendía mucho sobre tamaños ni tipos, pero el suyo debía de ser de los inmensos. ¿Cuánto mediría? ¿Veinticinco centímetros? ¿Algo así podía entrar en ella? Era demasiado grande. Parecía un semental. Una mata de pelo negro, cubría la parte superior de su pubis. Aquel falo era de piel oscura como su cuerpo bronceado y se le marcaban las venas. El glande, de un rosa pálido, estaba húmedo y sobresalía como algo que pidiera libertad a gritos.

Con cada vistazo rápido que él le echaba a su cuerpo, aquello parecía crecer y crecer.

—Te dije que me llamaras amo —subió a la cama y la miró desde arriba, de pie, como un guerrero sexual.

Ese hombre era espléndido en su desnudez. Sus piernas estaban tan fornidas v tenía los músculos tan delineados y grandes que bien podrían ser las piernas de un jugador de fútbol. Y su cara... podía dar miedo, pero no a ella. Sus labios, sus ojos, sus pómulos, su nariz... una cara masculina, pero llena de vulnerabilidad, como la de un niño. Eso era lo que la desarmaba. Él quería luchar por ser agresivo, pero alguien con un rostro angelical como ése no podía ser tan malo. ¿O

sí?

Eileen tendría que cambiar sus gustos.

—¿Por qué haces esto? —le preguntó ella con la voz ahogada por la conmoción. —¿Eres un monstruo de verdad? ¿Quieres asustarme?

Pero Caleb no le respondió. Hacía rato que quería clavarse en ella, hasta lo más hondo, hasta donde su cuerpo le dejara llegar, y más aún. Esa mujer podía ser su perdición. Su olor femenino era pura tentación. Su cuerpo como el de una sirena y su mirada, por los
Atalayas
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, lo estaba derritiendo. Derretía el hielo que había forjado alrededor de su corazón para que nadie como ella llegara nunca a cautivarle.

Ella era una asesina. Eileen, asesina y él, un monstruo. Podrían completarse. Ahora iban a ponerse las cartas sobre la mesa. Ella tendría que admitir lo que él descubriera y él disfrutaría de su rendición. ¿Disfrutaría?

—Sí, Eileen —dijo él con su aterciopelada voz. —Soy un monstruo y, a diferencia que tú, yo no lo niego. Déjame que te lo demuestre.

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Se arrodilló delante de su cuerpo y le puso las manos debajo de las rodillas. Las dobló hacia
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arriba haciendo que flexionara las piernas y las separó un palmo para ver mejor sus partes más
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íntimas. Ella estaba expuesta ante él. Su sexo se abrió para él.
orbi

—No —intentó cerrar las piernas resistiéndose a su íntima exploración.
LlE

Los labios internos de su vulva estaban hinchados, húmedos y palpitantes.

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—Joder —dijo él complacido mientras se masajeaba el pene de arriba abajo, bajo la
rin

sorprendida mirada de Eileen. —Ya estás lista.

Vae

—No, Caleb. No... No lo estoy... Yo nunca... —ahora sí que estaba realmente aterrorizada.
ireS

—Chist... —le dijo él colocándose entre sus piernas. —Cálmate. Vas a estar bien. Te he dicho

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que no te haría daño.

nel

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Va

Atalayas: son los cuatro guardianes de los elementales. Cada uno representa a un elemento y cada elemento
a

custodia un punto cardinal.

Len

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Eileen intentó apartarlo poniéndole las manos en el pecho, empujando para sacárselo de encima. Quería detenerlo, decirle que ella era virgen. Tenía miedo. Él podía matarla con algo así, podría desgarrarla.

Caleb palideció al sentir las manos de ella sobre su cuerpo, a la altura de su corazón. No había sido una caricia, sino un movimiento de rechazo absoluto, pero el contacto de sus manos sobre su piel lo bloqueó.

—No —le dijo él con voz peligrosamente dócil y respirando nervioso. Las manos le quemaban.

—No me toques...

Le agarró las muñecas, cogió el cinturón del pantalón que había dejado sobre la cama y con brusquedad, le ató las muñecas a los barrotes de la cama. No quería el contacto de sus manos para nada. Eso lo debilitaba y le hacía perder el norte. Y no quería preguntarse por qué.

—No quiero que me toques... —hizo los nudos con fuerza. —Yo me encargaré de ti, pero no me toques —no soportaría esas manos culpables de matar a su mejor amigo encima de su piel. Ella soltó un grito seco al sentir la presión en la muñeca. Empezó a temblar. La había inmovilizado. Ahora sentía más miedo que en todas las horas anteriores desde que lo vio en su habitación. Sí que era cruel. Había perdido toda la bondad del niño que ella quería ver en su cara. Entre Samael y él no había diferencias. ¿Por qué había creído que sí las había?

—Caleb —dijo ella apretando la mandíbula. —Estoy atada. Será mi pri... primera vez —le suplicó piedad con los ojos.

Caleb dejó caer las manos a cada lado de la cabeza de Eileen y se echó a reír con ganas. Cada carcajada se clavaba en su alma inocente.

—Serás mentirosa —contestó él mirándola con rabia. —¿A quién quieres engañar? Sales con ese tipo, Víctor —lo dijo con tanto asco que él mismo se sorprendió. Eileen se asustó cuando él pronunció su nombre.

—¿Intentas ponerme cachondo con eso de que eres virgen? Cada noche te abres de piernas para él, pero él... —rozó la hendidura de ella de arriba abajo con la cabeza de su pene— él no es como yo.

Eileen se tensó ante esa caricia atrevida y Caleb frunció el ceño.

—Si de verdad eres virgen, déjame entrar en tu cabeza para verlo.

—Enséñame cómo podría hacerlo... —estaba desesperada. —Yo quiero dejarte entrar pero tú

no puedes y no sé por qué...

Caleb la escuchaba mientras seguía frotándose contra ella. La textura de Eileen le hacía perder

la cabeza. Intentó concentrarse en ella de nuevo y entrar en su mente. Pero de nuevo, la puerta
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estaba cerrada. Era un muro de hormigón enorme lo que les separaba.
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—Ya no te doy más oportunidades —afirmó con frialdad, irritado por no poder entrar.
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—No, Caleb... Víctor es... es mi...

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—Ya sé lo que es... —le gritó. —Lo sabemos todo sobre ti. ¿Por qué no le pides ayuda a él
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ahora? —hundió su cara en su pelo e inspiró profundamente. —¿Vendría a rescatarte?

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Eileen sentía un ardor profundo a la altura del ombligo, y bajaba hasta concentrarse allí donde
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él la rozaba.

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—Si se la pidiera, él vendría, porque es mucho más hombre que tú... Pero tú le matarías. Y su
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vida vale más que la tuya, te lo aseguro, pedazo de animal... —gritó ella.

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Caleb volvió a levantar su cara para mirar su boca. Había decisión en esos pozos verdes que la
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vigilaban. Está defendiendo a otro hombre. Odiaba oír aquello. Odiaba ver que Eileen protegía a
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otro con tanta vehemencia.

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—Que la mía, seguro —se colocó de rodillas entre sus piernas. Deslizó sus manos por debajo de sus caderas, las levantó apretándolas con ansia y él acomodó la punta de su pene en su entrada.

—Y que la tuya también. Pero te aseguro que no vale más que la de Thor ni que la de los hijos de Beatha. Ojo por ojo.

Con un movimiento directo y seco la penetró de una sola embestida. No por completo. Ella era muy estrecha y, además, se había encontrado con una barrera en el camino que había hecho retroceder la penetración, pero que había logrado derribar con una fuerte presión. Eileen gritó intentando mover las piernas, apartándolo de ella, queriendo que él saliera. Sentía que se estaba partiendo en dos. Santo Dios, qué dolor... Sólo sus hombros y su cabeza estaban tocando la cama. Su espalda y sus caderas se elevaban a cuatro palmos del colchón dibujando un arco perfecto. Caleb la sostenía así.

Se echó a llorar tan afligidamente que intentó esconder el rostro entre su brazo y la almohada, pero parecía que a cada espasmo que hiciese al coger aire, ese monstruo se clavaba más en ella. Su primera vez. Era su primera vez. Y estaba con un vampiro.

Caleb se quedó blanco. Si lo pinchaban no iban a sacarle sangre. Estaba sorprendido. Cerró los ojos con fuerza e intentó doblar las rodillas para bajar el cuerpo de Eileen poco a poco. No iba a salir todavía, le haría más daño, pero podía modificar la posición de sus cuerpos. Dirigió los ojos para ver la zona donde ellos dos estaban encajados. A él todavía le faltaba por meterle la mitad. Aquello no era posible. Víctor la iba a ver cada noche. Eso decía Samael, eso habían investigado. Ella no podía ser virgen. Pero, le había dicho la verdad, no tenía experiencia con los hombres.

¿Pero es que los hombres de Barcelona no tenían ojos? Si él la hubiera visto, habría hecho todo lo posible por seducirla. Si hubiese sido humano...

No la había seducido y, además, la había penetrado cuando todavía tenía que estar más lubricada. Pero él no le iba a hacer el amor. Él se la iba a follar, eso le había dicho tan cruda y duramente. Y además su comodidad, a él no debía importarle. Pero descubrió que sí le importaba.

¿Por qué se sentía tan mezquino? Los vanirios keltoi veneran a las mujeres, no les hacen daño, y menos les arrebatan la inocencia de ese modo. Ni siquiera la había inducido a que se excitara con él.

Pero ella era... una mala persona... ¿No? No importaba. No era justificable.

—Salte de mí, monstruo hijo de puta —pidió Eileen completamente partida en dos y con el ceño fruncido de dolor. Ya no le quedaba dignidad.

Caleb tomó aire y se salió apenas unos milímetros, pero entonces se perdió en el hilo de sangre que cayó sobre la sábana. Tarta de queso con fresas. Almizcle. Calor. Deseo. Eileen. Su primera

vez. Ella era suya. Suya.

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Una oleada de posesión le recorrió las entrañas. Intentó tranquilizarse, intentó salirse, pero a
Ja

Eileen le dolía. ¿Por qué debía hacerla caso? El iba a conseguir abatir sus barreras mentales. No
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podía salirse, no ahora. Si conseguía provocarle un orgasmo con él en su interior, ella liberaría
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parte de la energía que utilizaba para erigir las barreras telepáticas. Él podría entrar.
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Eileen no podía creer que Caleb saliese sólo porque ella se lo pedía. Él era tan grande... y la
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había desvirgado con mucha rudeza. Pero parecía que sí iba a hacerle caso, que sí iba a salirse...
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Pero no. Tenía razón: Caleb no iba a ceder. Los ojos se le habían enrojecido y estaban nublados por
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el deseo y la lujuria.

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—Si haces lo que te digo, Eileen —le contestó él con voz gutural, —el dolor cesará. Eras virgen.

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No me habías mentido —reconoció con la voz enronquecida. —Pero, ahora ya no lo eres —sí,
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claro. Ya no lo era, gracias a él, pensó orgulloso Caleb.

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—Para —le pidió mientras se ahogaba con las lágrimas, irritada consigo misma por suplicarle a un animal.

Caleb sintió asco de sí mismo. La venganza no era tan dulce como él suponía.

—Eileen... yo... —él quería, pero no podía disculparse. No sabía hacerlo. Tomó aire y decidió

acabar lo que había empezado. Obtendría la información que necesitaba y la convertiría. —Sólo déjame entrar un poco más —impulsó las caderas con cuidado hacia delante y se introdujo unos centímetros más. Notó que ella lo quería rechazar. —Estás tan cerrada —se cernió sobre ella y aplastó su pecho contra el de ella andándola en la cama. —Déjame un poco más... — empujó con sus caderas.

—No, me haces mucho daño... —gritó ella con la cara llena de lágrimas, luchando por liberar las muñecas.

—Lo sé, lo sé. Maldita sea —se lamentó sinceramente. Ya no quería causarle más dolor. Al menos si ella se relajara. —Queda poco... Y un poco más... —se había introducido por completo. El interior de Eileen lo sujetaba con tanta fuerza que estaba a punto de eyacular. Ella era cálida y acogedora. Y estaba completamente quieta, pero su cuerpo temblaba violentamente.

—Ya está, Eileen —la miró a los ojos. Por Odín, ella estaba abatida de verdad. Ya no lo miraba con esperanza de encontrar algo bueno en el fondo de sus ojos. Ahora su mirada hacia él era fría, letal y vacía. No le sentó bien descubrirlo.

Eileen quería preguntarle por qué hablaba con ella en la cama o por qué le explicaba lo que estaba haciendo. ¿Por qué quería tranquilizarla con esas palabras? ¿Por qué? A él le daba igual lo que ella pensara y se sintió tonta al pensar que sí que podía importarle. Se sintió tonta por haber pensado alguna vez que había algo de luz en el negro interior de Caleb. La cara de Caleb estaba tensa. No podía continuar si ella se quejaba, ya le había hecho daño suficiente. No lo iba a hacer con ninguna mujer y él estaba dejándole tiempo para que se acostumbrara a su tamaño.

Deslizó una mano entre sus cuerpos y ella se envaró.

—Ni se te ocurra.

—Déjame, Eileen —le pidió él apoyando su frente en el hombro de ella, respirando costosamente. —Esto hará que no te duela. Sólo déjame acariciarte... En realidad conocía un montón de juegos preliminares que hacían que la primera vez de una chica fuera muy placentera. Pero se había cegado con ella, y había querido evitar los preliminares. Ahora estaba arrepentido. De haber sabido que ella era virgen, habría sido muy diferente.

¿Arrepentido? Pues sí. Ninguna mujer debería sufrir ese trato en su primera vez, aunque esa mujer
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fuese Eileen Ernepo.

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Ja

Llegó al triángulo de rizos negro y deslizó el dedo corazón entre la hendidura.
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Tocó inevitablemente el punto donde ellos estaban tan íntimamente unidos, donde él estaba
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