Saga Vanir - El libro de Jade (11 page)

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de Eileen.

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—Ahórrate los comentarios —le dijo Eileen. —Sé que me vas a decir que soy escoria, que te doy asco, que merezco que me torturen, me arranquen las uñas y me tiren de los pelos... Pero no soy quién creéis y, además, el sentimiento es recíproco.

Daanna dirigió la mirada a Caleb, con sorpresa. —Ponle un bozal —sugirió Daanna levantando una ceja. —Créeme. Lo haré —contestó él. —¿Va todo bien, hermanita? Sí, Eileen estaba en lo cierto. Se parecían porque eran hermanos. Daanna inspiró profundamente y exhaló con brusquedad. —Vengo a decirte que no apruebo lo que vas a hacer —le mantuvo la mirada sin ningún tipo de respeto.

—¿No lo apruebas? —dijo él sonriendo. —¿Y qué? —¿Recuerdas a
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. Caleb palideció al oír las palabras de su hermana.

—Si la recordaras —continuó Daanna, —no harías lo que tienes pensado hacer y lo que es peor: si la mantienes a tu lado contra su voluntad, será un peligro para todos nosotros.

—No hay ningún peligro que temer. No saldrá nunca de nuestros condominios, Daanna.

—Es una mujer —cruzó los brazos y la revisó de pies a cabeza. —Nunca subestimes a una mujer humillada.

—Oh, por favor...

—El caso no es ése —resopló. —¿Quieres revivir lo que vivió mamá? ¿Vas a hacer el papel de Gall?

Un pesaroso recuerdo cayó sobre Caleb. Sin quererlo, su mente se desplazó en el tiempo, cuando él todavía era humano y sólo tenía siete años.

—¿Mamá, adonde te llevan estos hombres? —preguntó él mientras observaba a los hombres ataviados con faldas rojas, sandalias, escudos y chalecos de metal. Daanna estaba cogida a su mano con los ojos llorosos y la cara manchada. Ella sólo tenía cuatro años.

—No te preocupes por mí, cariño —le contestó ella. —Esté donde esté, siempre cuidaré de vosotros. Siempre os querré con todo mi corazón.

Se agachó y los abrazó a los dos a la vez. Tras ella, muchas otras mujeres hacían lo mismo con sus pequeños.

Un hombre alto, de largas barbas y cabello rojizo se acercó por la espalda de su madre.

—Vamos —le dijo mientras la agarraba posesivamente del brazo. —Déjame despedirme de ellos —rogó ella.

—Dejas de ser madre, dejas de ser esposa, ahora mismo sólo eres mi esclava —le espetó él
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mientras la miraba con lujuria.

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—Gall, eres un cerdo traidor —dijo Caleb con su dulce voz de niño y los ojos llenos de lágrimas
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de odio.

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—Tu madre es mi recompensa, por haber sido listo y ponerme del lado de los más poderosos,
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Cal —lo miró de pies a cabeza. —Pronto servirás a sus tropas, y tu hermanita de aquí a unos

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años...

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—Déjalos en paz —gritó su madre.

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Gall le dio una bofetada y la tiró al suelo.

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Caleb se le echó al cuello y lo golpeó varias veces en el cráneo. Pero Gall era un hombre muy
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grande, y las pequeñas manos de Caleb, aunque le pegaban con furia, no le hacían nada. Gall lo
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Mamaidh: en gaélico significa 'mamá'.

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agarró del pelo y lo tiró delante de él haciendo que su cuerpo de niño diera una voltereta por los aires.

—Mañana vendrán a por vosotros —dijo Gall mientras se llevaba a rastras a su madre.

—Mamá... No... Mamá...

Con estas palabras, ese hombre apartó a su madre de él y de su hermana, la subió a un carro mugriento y sucio y se la llevó al campamento romano.

La niebla del pasado se disipó y Caleb recuperó la noción del presente. Sacudió la cabeza queriendo hacer desaparecer el doloroso pasado detrás de él. Pero había cosas que siempre le perseguirían.

Caleb miró a Eileen y pareció meditar las palabras de su hermana. Eileen le aguantó la mirada. Sentía curiosidad por saber dónde había ido Caleb en los últimos tres minutos que había permanecido con la mirada perdida.

—Vete, Daanna —le pidió él.

—No está bien. Ese comportamiento ensucia los valores de los vanirios —le recriminó dándole con el dedo índice en el hombro. —Castígala si quieres, pero no la ates a nosotros. Dale su merecido, mátala o déjala libre, pero no...

—¿Por qué no? —le preguntó él apretando los dientes.

—Porque si te acuestas con ella y la transformas, no podrás vivir sabiendo que dependerá de ti eternamente. ¿Y qué pasará cuando encuentres a tu
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? Sabes muy bien cuál es el tipo de relación que hay entre las parejas Vanirias. Ella no lo soportaría, y al final se convertiría en...

—Basta, Daanna —la mirada que le dirigió podía partir un muro de hormigón. —Eso es decisión mía.

—No tienes por qué sacrificarte así —le susurró ella mirándolo con tristeza. —Tú sabes que lo que vas a hacer no está bien. Tu corazón
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, ya no sólo el vanirio, así te lo dice. ¿Acaso quieres hacer penitencia por ello? ¿Quieres auto flagelarte para sentirte mejor?

—No. Sólo quiero vengar a Thor.

—Yo lo quería tanto como tú. Era como un hermano para mí y lo sabes. Pero puedes vengarte sin necesidad de cargar con la culpa y sin necesidad de cargar con ella. Tarde o temprano nos traicionaría. Entrégala al Consejo y ellos decidirán. Sólo hay que beber de ella y todo se revelará.

—La matarán —dijo él mirando a Eileen de reojo. —En el momento en que la prueben, la matarán.

—Y se supone que con eso pagaría, ¿no? —preguntó Daanna confundida. —¿No quieres que
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muera? Es lo mejor. Es una asesina.

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—Convéncelo —le rogó Eileen a Daanna. —Matadme. Por favor, matadme.
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Daanna alzó las cejas sonriendo a Caleb.

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—¿Acaso eres el único que no ve lo que todos ven con claridad? Y tú, zorra —le dijo a ella con
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desprecio. —¿No vas a pelear por tu vida?

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—No puedo pelear por algo que no controlo —contestó ella con severidad. —Y no puedo luchar
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cuando nadie me cree ni cuando estoy en inferioridad de condiciones. Por lo visto, vosotros ya
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habéis dictado sentencia, incluso antes de conocerme.

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—Cállate ya —le dijo él. —Daanna, vete.

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—Caleb, no lo hagas —le pidió ella.

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Cáraid: en gaélico significa 'pareja'.

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Keltoi: sustantivo que significa 'celta'.

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—He dicho que te vayas.

Daanna se dirigió a la puerta malhumorada. La abrió y Eileen notó un fuerte olor a tierra mojada. A noche. ¿Estaban a pie de calle? ¿Qué hora debía de ser? ¿Las cinco o las seis de la madrugada?

Daanna giró la cabeza hacia ellos y le dijo:

—No tienes por qué hacerlo. Adiós.

Caleb no se giró para verla. Oyó un portazo y empezó a subir las escaleras que llevaban a la parte de arriba.

A Eileen se le aceleró el pulso. Dios mío, iba a pasar. Ella, ella... era virgen todavía y, como había dicho Caleb, él iba a acostarse con ella. Sin miramientos. Sin cuidados. Sin preliminares. Las manos se le enfriaron y le empezaron a sudar. ¿Era un bajón de azúcar? Por favor, ésa era su única salvación. Y además no tenía insulina. Si se desmayaba a lo mejor él no haría nada con ella.

Caleb caminaba con ella en brazos, impasible. Frío como el granito. Se paró enfrente de una puerta metálica. Puso la mano sobre una pantalla de TFT pequeña que había al lado derecho y la puerta metálica se abrió. Entraron en una habitación completamente oscura. La puerta se cerró

tras ellos, dejando la habitación absolutamente sellada y en penumbra. Caleb susurró algo en algún idioma antiguo y pequeñas antorchas que estaban colgadas en la pared hicieron combustión e iluminaron toda la habitación. Era otra habitación circular e increíblemente grande. Con una gran cama colocada en el centro, de sábanas y cubrecamas negros, con cojines blancos y, bajo la cama, una alfombra gruesa de color rojo. Sólo había esa cama, esa grandiosa cama. Si había algo más en la habitación, Eileen no lo advirtió.
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CAPÍTULO 04

—SUÉLTAME —Eileen empezó a reaccionar luchando con fuerzas contra él. Le golpeaba el pecho, tiraba de su pelo, pero Caleb no hacía caso de nada.

—Tranquila —le susurró. —Relájate, Eileen.

Su voz era música. Eileen dejó de pelear con él al instante y se quedó en sus brazos como si fuera una niña indefensa y confiada. Su voz...

—No, no me hagas esto, por favor... —dijo ella con los ojos humedecidos y tragando saliva.

—Deja de luchar —la dejó sobre la cama acomodando su bonito cuerpo sobre el colchón y colocando su cabeza sobre la almohada. —Esto iba a pasar por mucho que lo quisieras negar. Vamos a disfrutar los dos. No te haré daño. Puedes ser una asesina, pero yo no te haré daño en la cama. No me gusta hacerlo así. No disfruto.

—Caleb, te estás equivocando conmigo —tenía un nudo en la garganta. A él le enfurecía que ella luchara por su inocencia cuando todos sabían que era culpable.

—¿Cómo te he dicho que me llamaras? —gritó a un centímetro de su cara. —Soy tu amo —

tomó sus muñecas y se las colocó sobre la cabeza.

Eileen no podía luchar, no podía pelear. Su cuerpo no la obedecía. Caleb se colocó de rodillas sobre la cama y la miró detenidamente. Por todos los cielos. Esa mujer lo estaba mirando con terror, pero también con esperanza. Ella quería creer que él no era así.

Y tenía razón. Él no era así. Todavía no entendía muy bien por qué la reclamaba sólo para él o por qué tenía necesidad de someterla en la cama. ¿Por qué no retiraba la custodia personal de Eileen y la dejaba en manos del consejo como pedía Daanna? Ellos obtendrían la información y listos. Luego, adiós. Eso era ya suficiente castigo. La muerte de su mejor amigo, Thor, por la de Eileen y Mikhail. Lo justo.

¿Por qué quería hurgar tanto en la herida? ¿Acaso no era mejor acabar con ella rápidamente?

No, no era mejor. Desde el momento en que la había visto pegada a la ventana de su habitación, había sentido un deseo irrefrenable de colocarla debajo de él y abrirle las piernas. Y su olor... Ese era el olor por el que él podría volverse loco. Si ella fuese una buena chica, si no hubiese tenido nada que ver con la extorsión y la mutilación de los vanirios, él posiblemente, sólo posiblemente, podría reclamarla como su cáraid. Pero ella no era una buena chica. No, no lo era. Defendía con uñas y dientes su inocencia, pero luego no dejaba que él comprobara si decía la verdad.

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¿Cabría la posibilidad de que Eileen supiese del deseo que él sentía por ella? ¿Y si lo estaba
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utilizando para que él fuese misericordioso con ella? ¿Deseo? No, eso no podía ser. Deseo de
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venganza, sí. Pero nada más. Aun así...

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—Eileen —se colocó a horcajadas sobre ella, inmovilizándole las piernas, —déjame entrar —

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quería entrar en su mente, quería darle la oportunidad de no convertirla y someterla a una vida de

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noches interminables y hambre eterna.

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Eileen se tensó y abrió sus ojos azules grisáceos. Estaba tan asustada, pero su voz la relajaba.
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Caleb intentó tocar sus pensamientos, sus recuerdos, pero aquella bruma espesa y
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desconcertante seguía ahí. ¿Por qué se sentía tan mal al descubrirlo? ¿Creía que ella iba a confiar

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en él lo suficiente como para abrirle su mente? No. No iba a confiar, porque si él entraba, vería
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que ella era culpable.

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—Como quieras.

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Salió de encima de ella y se puso de pie, a su lado. Ella lo miraba fijamente. No le quitaba el ojo. Caleb sonrió y cogió la parte baja de su camiseta negra y ajustada para quitársela por la cabeza. Sin duda Caleb era el ideal de hombre de Eileen. Moreno, fuerte y hermoso. Eileen repasó su torso con los ojos. No tenía vello. Estaba musculado de un modo que debería estar prohibido. Ni ápice de grasa. La piel bronceada, el pectoral esbelto, grande y fibroso. Los abdominales marcados como si fuera una tableta de chocolate. Los hombros increíblemente grandes, grandes y torneados. La cintura estrecha. Sólo tenía vello oscuro y rizado por debajo del ombligo, y descendía en línea recta hasta... Dios mío, el pantalón le iba a estallar. Los ojos verdes de Caleb la devoraban.

Eileen estaba débil y además desvalida en su cama. No podía mover los brazos desde que Caleb se los había puesto sobre la cabeza. Pero ver cómo la miraba Caleb, con qué deseo, con qué

hambre, la hizo sentir ligeramente poderosa y aterrorizada a la vez. Los bíceps se le marcaban sin apenas doblar el brazo. El antebrazo de Caleb era musculoso, salpicado con pelo negro, masculino y vigoroso.

Caleb se llevó las manos a la entrepierna y presionó la incomodidad que sentía. Se arrodilló en la cama y fijó la vista en sus shorts blancos. —Quítatelos —le ordenó él con la voz ronca. Quería que ella participara. Quería que simulara que ella lo invitaba.

—No —susurró ella moviendo la cabeza.

—Eileen... —su voz bajó una octava, cubrió uno de sus pechos con la mano abierta. —

Quítatelos.

Ella sintió el calor abrasador sobre su piel. No quería sentir placer, pero el calor se concentró en su entrepierna y la parte interna de su vulva empezó a palpitar. Cegada por el deseo de sentir el contacto de Caleb, ella bajó los brazos hasta la parte superior de sus braguitas. Introdujo los pulgares y los deslizó hacia abajo hasta quedarse desnuda. Estaba horrorizada por su comportamiento pero su cuerpo, por lo visto, tenía vida propia. A Caleb le empezó a palpitar el corazón descontroladamente. ¿Qué le pasaba? Parecía un chico virgen. Se sentía igual de emocionado.

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