Saga Vanir - El libro de Jade (66 page)

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Aileen sintió cómo la mirada de Caleb la llenaba de calor. Con él estaba segura y protegida. Algo
tin

en el interior de su pecho se expandió al darse cuenta de que entre sus brazos conseguía la calidez
el

de un hogar que nunca había tenido.

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—No puedo leerte, Aileen —llevó una mano llena de jabón hasta su entrepierna y la acarició

suavemente, excitándola con total deliberación. —Eres muy fuerte. ¿En qué estás pensando ahora? —preguntó intrigado al ver el brillo de sus ojos.

Pensaba decirle que lo necesitaba y lo quería a su lado para siempre. Pero la fuerza de ese sentimiento, de esa revelación que era una verdad, la hizo recular.

—En que lo siento. Siento haberte hecho daño —se mordió el labio para no gemir de placer ante lo que Caleb le hacía allí abajo. Tomó su muñeca y la apartó de ella.

—Has sido una gran estratega —sonrió Caleb, pero sus ojos no reían. —Hacerme creer que me deseabas y luego... —estaba dramatizando más de la cuenta, pero le gustaba ver a Aileen arrepentida.

—Y te deseaba.

—No es verdad. Lo has hecho para sacar tu beneficio —deslizó las manos hasta su cuello y rozó

la yugular con el pulgar. Sintió orgulloso cómo el corazón se le aceleraba ante ese roce.

—No —negó con la cabeza. Aileen hizo un mohín sincero. —Ya te he dicho que lo siento —

susurró. —Quería tocarte como tú me tocas a mí, pero me daba rabia que no cedieras a lo que te estaba pidiendo. Fui cruel.

—¿Y entiendes ahora por qué no quería ceder, Aileen?

Aileen asintió en silencio, pero no se amilanó. Alzó la mirada y clavó sus ojos en los suyos con una chispa de algo que Caleb no supo qué era.

—Por una vez, yo he hecho de Caleb. He sido egoísta, cruel y mala. Muy mala. Caleb 10 - Aileen 1. Todavía ganas por goleada.

Caleb la miró amenazadoramente, pero tenía razón. Él había sido así con ella al principio.

—Pero puedo arreglar el daño que te he hecho —murmuró Aileen sin una pizca de vergüenza. Caleb tuvo que coger aire para no ceder al relámpago de deseo que recorrió su ingle y su columna vertebral.

—¿Qué me vas a hacer? —preguntó ahogadamente.

Aileen alargó la mano hasta acariciar otra vez toda la longitud de Caleb. Estaba dura, caliente y mojada por el agua. Él dio un respingo en sus manos para hacerse más grande.

—Te puedo acariciar, si quieres.

—¿Me vas a estrujar como antes?

—No —gimió Aileen con pesar. —Ven —lo besó dulcemente en la mejilla para borrar esa parte.

—Lo que quería decir es... Te puedo acariciar así —susurró hundiendo la boca en su cuello
e

mientras lo masajeaba arriba y abajo.

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Ja

—Ah...

deo

—¿Te hago daño? —deslizó la lengua hasta su mandíbula y se puso de puntillas para besarle en
rbi

los labios y lamer la sangre que ya se había secado. Luego se retiró con fuego en la mirada.
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—Por los dioses, Aileen, ah...

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—¿Ah...? ¿Qué quiere decir eso? —preguntó divertida sobre su boca. Deslizó la otra mano por
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su espalda y descendió hasta clavar los dedos en las nalgas. —Me gusta que crezcas en mis manos,
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Caleb. Me encanta —inclinó la cabeza hasta meterse un pezón de Caleb en la boca. Lo mordía y lo
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lamía como él le hacía a ella. —Así me siento cuando me besas tú aquí. Es como si el mundo
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desapareciera.

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Caleb que hasta entonces tenía cerrados los ojos, los abrió mostrando un brillo sensual en la
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mirada. La arrinconó contra la pared del jacuzzi y la besó en los labios de manera insaciable
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abriéndole la boca y metiéndole la lengua como un conquistador.
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Aileen sonrió mientras se dejaba avasallar por él.

Ella seguía mimándolo con las manos y él se mecía de manera descarada y sin reparos, sacudiéndose entre sus dedos. Disfrutaba de su actitud, de su total abandono. A aquel hombre le gustaba el sexo con ella y era incapaz de disimularlo. Tomaba lo que quería y a ella la tenía fascinada, porque ese mismo anhelo era el que la ponía a ella de rodillas cada vez que lo veía. Sólo que ahora, junto con el deseo, había un vínculo más fuerte. Más poderoso. Algo que podría mover cualquier cosa, cambiarla, regenerarla o destruirla, y eso la atemorizaba más que nada.

—Aileen, tus amigos están aquí abajo esperándote —el comunicador se activó y se oyó la voz de María.

Caleb y Aileen miraron desorientados el comunicador de mesa a la vez.

—No contestes —susurró él poniéndole las manos sobre los pechos. Los masajeó y los miró

cómo si fueran una tarta.

Aileen tuvo que hundir el rostro en el pecho de Caleb para que no le oyera reírse. Caleb sonrió

al sentir que a ella le temblaban los hombros de la risa.

Miró a Aileen y luego observó cómo ella seguía meciéndolo en su mano.

—Me quiero quedar aquí contigo —susurró él en su oído. —Y que me toques así toda la vida.

—Hay que bajar, Caleb —se puso de puntillas y le dio un beso suave y provocador en los labios.

—Querrán ver si sigo viva.

—¿Por qué iban a dudarlo?

—Ayer no estabas muy manso —alzó una ceja negra y sonrió. —Quizá creen que me has comido.

Caleb la miró de pies a cabeza y su mirada se oscureció.

—No, todavía. Pero puede que esta noche...

—Para o no saldremos de aquí —lo regañó ella apartándolo para salir de la bañera.

—Espera —la tomó del brazo para que se girara. Le cogió del mentón y lo alzó hacia él. —No te he dado las gracias, Aileen.

Aileen se tensó. ¿Gracias? ¿Gracias por los servicios? —¿Cómo dices? —le tembló la voz. Caleb entendió que ella temía sus palabras. Seguramente pensaba que la volvería a herir.

—Te doy las gracias por aceptarme. Ayer, cuando el dolor carcomía todo mi cuerpo, tú fuiste mi cura —ella lo miraba con los ojos grandes y lilas más abiertos que nunca. —Y quiero que sepas que fue un regalo para mí, de hecho, el mejor que nunca he recibido. Eres lo más importante que
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tengo, cáraid, y quiero que sepas que voy a cuidarte —Aileen tragó saliva sin saber muy bien qué

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decir. Él la besó con intensidad, la abrazó fuertemente y ella respondió echándole los brazos al
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cuello y apretándolo contra ella. Sus labios eran pura miel para el vanirio.
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—¿Bajamos? —preguntó ella emocionada. No estaba segura de decir nada más porque sólo
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tenía ganas de llorar y reír de alegría. Yo también quiero cuidarte, pensó enternecida. Caleb asintió

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y la ayudó a salir del baño.

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Cuando bajaron al salón, Caleb iba delante de ella y la llevaba cogida de la mano con los dedos
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entrelazados.

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Los dos llevaban ropa informal. Él unos téjanos desgastados y camiseta negra. Ella unos
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pantalones negros ajustados de cintura baja y un top blanco que dejaba ver su vientre plano, el
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hueso de su cadera y su cintura delgada.

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Aileen tenía el corazón hecho un lío. No entendía muy bien cómo esa sensación de cariño y anhelo por él podía crecer a cada minuto, estuvieran juntos o separados. Caleb la miró de reojo y alzó la comisura de sus labios en una sonrisa arrebatadora y provocadora.

—Me gusta llevarte de la mano, Aileen. Me hace sentir bien.

Le gustaba porque era como un símbolo de propiedad. Aileen era suya y quería que todos lo supieran.

—¿No dices nada? ¿No me respondes? —le preguntó él falsamente ofendido.

—No —se aclaró la voz. —No sé qué quieres que diga.

—Quiero que empieces a decir en voz alta lo que yo te hago sentir —se paró ante ella y la tomó

de los hombros. —Me gustaría mucho escuchar cosas bonitas de tus labios. La simpática de mi hermana te ha enseñado a protegerte y ahora te cierras a mí continuamente. No tendría problemas en entrar en tu mente si no fueras medio berserker, pero lo eres y eso lo hace todo mucho más difícil, pues tus patrones mentales son parecidos a los de ellos y un vanirio no los puede leer. A no ser que tú te abras a mí... Y no lo haces. Así no sé si lo estoy haciendo bien o no

—confesó afligido. —¿Vas a dejarme fuera para siempre?

Aileen se lo quedó mirando intensamente. Realmente parecía triste. Caleb quería oír cosas bonitas de su boca, quería compartir sus pensamientos.

—Necesito un poco de intimidad y tú tampoco me abres tus secretos especialmente —replicó

ella cerrándose en banda.

Se miraron el uno al otro en silencio, estudiándose sin saber muy bien quién era la presa y quién el cazador. Había un problema de confianza y ambos lo sabían.

—Quiero que confíes en mí —susurró él levantándole la barbilla con una mano.

—No es fácil, Caleb. Tú sabes muchas más cosas que yo, cosas que eran importantes para mí y no me las has dicho porque... —Porque quería protegerte —se defendió él.

—Confundes la protección con el hecho de mantenerme al margen. A veces la información nos ayuda a estar más preparados, a ser más fuertes —levantó una mano y le acarició la mejilla. —

Entiendo que es vuestra manera de comportaros. Sois así. Pero, Caleb, no estás tratando con alguien de tu clan. Te estoy pidiendo que me dejes formar parte de tu mundo y eso implica contármelo todo. ¿Entiendes? Enseñarme lo que tú sabes.

—Tienes una manera de pensar muy distinta a la mía, Aileen —él se frotó en su mano como un perrito. —Si te enseñara, tú querrías acompañarme, vendrías conmigo. Eres así, lo he visto en tu interior. Me asusta ponerte en peligro. Yo querría tenerte sólo para mí —la abrazó como si no
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quisiera dejarla escapar nunca. —Guardarte en un lugar donde nadie pudiera hacerte daño.
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—Si me relegaras, me harías daño —su voz sonó amortiguada por el pecho de él.
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—Pero no te mataría.

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—Hay muchas maneras de morir —susurró. —No soy frágil.

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—No —dijo él orgulloso y prendado de ella. —No lo eres. Eres como mi hermana. Ella siempre
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insiste en venir, en acompañarnos, y no es consciente de lo peligroso que es para nosotros perder
in

a una mujer. La guerra no está hecha para algo tan bello como la mujer. No nos entendéis... Las
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mujeres son lo más valioso para nosotros. ¿Cómo creéis que podríamos mantenernos en el buen
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camino si a vosotras os hacen daño? ¿Quién nos iluminaría luego?

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—Pero aunque no luchemos, hay otras maneras de ayudaros, otro modo de colaborar con
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vosotros —replicó apasionada. —Sobreprotegéis a las mujeres, las guardáis con recelo como
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tesoros, en vez de dejar que brillen e iluminen el mundo en el que vivís con todos los dones y la
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sensibilidad que poseen. Yo... no podría estar contigo si tú me trataras así, Caleb —apartó la
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mirada para que él no viera el brillo de las lágrimas asomar por sus ojos. Le dolía el corazón al verse en ese dilema.

—Tienes razón —contestó él inesperadamente. No podía leerle la mente, pero las parejas eran empáticas y sí que sentía su aflicción. —Veré lo que le puedo hacer. Lo intentaré —la tomó de la cara y la besó con una ternura tan intensa que ella tuvo que agarrarse a la pechera de su camiseta para no caerse. —¿Lloras por qué te dolería apartarte de mí si así fuera ?—le preguntó juntando su frente con la de ella.

Aileen tragó el nudo que tenía en la garganta y lo miró con los ojos implorantes.

—No sé por qué lloro —negó con la cabeza. —Me descolocas, Caleb.

—Yo sí que lo sé. Lloras porque te dolería —puso los dedos sobre sus labios para acallarla. —Te dolería porque me...

—Por fin, Caleb —la voz de Daanna cortó la conversación de cuajo. Caleb y Aileen se giraron para mirarla un poco avergonzados por su melosa actitud. Daanna advirtió las lágrimas de Aileen y frunció el ceño.

—He interrumpido algo. Lo siento.

—No, tranquila —Aileen se limpió las lágrimas en un gesto rápido. —Ya bajábamos.

—Aileen —Caleb la tomó de la muñeca.

—Luego, Caleb —le advirtió ella en un tono que sólo él podía oír. —Pero yo...

—Luego. Esta noche
—le repitió mentalmente.

Caleb asintió. No se le daba muy bien esperar, la paciencia no era precisamente una de sus virtudes.

—Esta noche entonces
—entrelazó los dedos con los de ella y bajaron juntos las escaleras.

Se habían reunido todos en la inmensa cocina. Daanna miraba a su hermano y a Aileen como si quisiera averiguar por qué ella lloraba. Menw y Cahal no dejaban de arrasar el frigorífico ante la mirada de asombro de Ruth y Gabriel. María preparaba unos gofres para intentar saciar el apetito de todos. Noah y Adam acababan de llegar. Noah se había sentado sobre la encimera de la cocina y Adam estaba apoyado en la mesa al lado de la silla donde Ruth había tomado asiento. En realidad, todos intentaban fingir que no querían asegurarse de que Aileen estaba bien, entera. Querían cerciorarse de que la nueva pareja, como mínimo, no reñía.

—¿Cómo estás, Aileen? —preguntó Ruth preocupada. —Ya sabes... ¿Estás... bien?

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—Sí —dijo María. —¿Cómo dormiste, jovencita?

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Aileen intentó no sonreír al ver cómo todos esperaban una respuesta. Caleb estaba divertido
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ante tanta preocupación. Gabriel, sin embargo, lo miraba exigiendo venganza.
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—Bien —contestó Aileen sonriéndole para tranquilizarla. Tomó un mango, lo peló, lo cortó y le
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ofreció un trozo a Caleb sin ser consciente de lo íntimo que eso era ante los ojos del resto. —

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Dormí muy bien, aunque me costó conciliar el sueño.

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