Saga Vanir - El libro de Jade (64 page)

—Y yo te tengo a ti —jugó con su lengua sobre la carótida y lo mordió, apretándolo contra ella,
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tirándole del pelo como una hembra exigente, necesitada de la fortaleza y el cobijo de su pareja.

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Caleb gruñó de placer, clavó los dedos en sus nalgas e imprimió un ritmo devastador a sus
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caderas, hasta que los dos a la vez volvieron a correrse.

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Aileen desclavó los dientes y sollozó echando la cabeza hacia atrás, dejando que el agua mojara
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su rostro.

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Caleb se quedó muy quieto en su interior y volvió a apoyar a Aileen de nuevo contra la pared
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mientras se deslizaba más a poco a poco.

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Se maravillaba de lo receptiva que era su chica, de lo bien que lo acariciaba con sus paredes y lo ordeñaba. Estaba fascinado por cómo ella lo aceptaba y le agradaba estar dentro de ella, de hecho, era el mejor lugar que él podía visitar. Su casa. Su hogar. Aileen.

—¿Me quieres matar? —preguntó ella abrazándolo y hundiendo la cara en su cuello. Estaba temblando.

—Perdona —musitó él besándola en el hombro. —Ven, vamos a secarnos. Sin soltarla, salió de la ducha y tomó una toalla enorme de color amarillo. Se fue hacia la cama, dio un salto y los colocó a ambos sobre ella. De repente, él se arrodilló y se sentó sobre sus talones. Aileen seguía rodeándole la cintura con las piernas y seguía ensartada por él. Caleb pasó la toalla por su espalda y los tapó a ambos con ella. Aileen se movió incómoda, intentando salir de él, se sentía un poco irritada, pero entonces Caleb la apresó de las nalgas manteniéndola en el mismo sitio.

—No —dijo con un tono de soberanía.

Aileen deslizó la mirada hacia abajo y luego volvió a mirarlo a él interrogándolo con sus ojos lilas. No podía ser que quisiera más.

—No te salgas de mí, por favor —le pidió él más suave.

—Caleb, no creo que pueda otra vez... yo... estoy un poco dolorida...

—Sí puedes —la animó él moviéndose en su interior. Esta vez con lentitud y paciencia. —Lo haré con cuidado. Sí. Así, cariño. No, no te cierres seré... suave. Aileen cerró los ojos, apoyó la frente en la de Caleb y dejó que él con su fuerza manipulara su cuerpo.

—Dame un descanso —pidió ella abatida. Pero él ya la estaba haciendo llegar al límite de nuevo con sus movimientos.

—Voy a entrar un poco más... —pidió él contra su cuello.

Aileen tuvo ganas de echarse a reír. Cómo si ella hubiese podido negarse... Nada le gustaba más que hacer el amor con él.

Caleb colocó los antebrazos debajo de sus rodillas y embistió con dureza hacia dentro. Aileen volvió a gemir y se le saltaron las lágrimas. Nunca se había sentido tan tensa, tan llena. Esta vez la profundidad de sus embestidas era casi desgarradora. Justo cuando creía que él no podía llegar más lejos, la estocada era más profunda.

—Aileen —él le apartó el pelo de la cara y la besó entrelazando la lengua con la de ella. —

Siento haberte mentido.

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Aileen abrió los ojos y vio cómo Caleb estaba realmente arrepentido.
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—¿Me perdonas? —preguntó sin dejar de mirarla.

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Aileen tragó saliva y exhaló el aire trémulamente.

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—No vuelvas a hacerlo —sugirió ella abrigándolo más con la toalla y respondiendo a sus
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embestidas.

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—Y siento lo que te he dicho esta mañana. También te mentí —la apretó más contra él y
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mordió suavemente su labio inferior.

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Aileen sacudió la cabeza y rozó sus labios con los de él. —No... no vuelvas a insultarme. Y no
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vuelvas a reírte de mí —susurró acongojada sobre su boca.

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—No, nunca más. No lo haré. Tú me heriste al rechazarme. —No te quiero rechazar.
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—Bien —Caleb le miraba la boca hipnotizado ante sus labios gruesos e hinchados por los besos.
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—Yo también te he mentido —cogió aire. —También he protegido a Daanna por ti. No quería que... —se mordió el labio y cerró los ojos para no ceder al placer. No antes de decirle lo que quería. —No quería que te hicieran daño y, si hacen daño a Daanna, también te lo hacen a ti. Caleb no la dejó hablar. La besó hasta dejarla casi sin respiración. Con dificultad, Aileen se retiró

para tomarle la cara con las manos.

—Y ahora dime en qué me has mentido exactamente antes de que muera por combustión espontánea. De todas esas horribles cosas que me dijiste... — perdió el hilo de sus pensamientos cuando él la tomó de las axilas y la levantó ligeramente para poder morder a placer uno de sus pechos. Morder, que no besar.

Caleb succionó, lamió y se llenó de ella. Aileen siseó y gritó de placer. Había bebido de su teta y nada le había parecido tan erótico como aquello. Luego volvió a penetrarla.

—Mírame —le ordenó él tomándola del pelo con dulzura.

Aileen pensó que iba a morir si ese hombre seguía invadiéndola y haciéndole el amor de ese modo. Lo miró a los ojos y volvió a ver deseo irrefrenable en ellos. Ella se estremeció de nuevo.

—Me tienes de rodillas, Aileen. Míranos —recorrió sus cuerpos con los ojos. Sí, él estaba de rodillas y ella estaba encima de él. —Tú eres la única que puede tener ese poder sobre mí. Y ahora quiero que me escuches y que me creas cuando oigas todo lo que quiero decirte. No eres ninguna niña, sino toda una mujer —acarició sus formas femeninas con reverencia para acabar rodeándole la cintura con los brazos y darle un abrazo protector. —Una mujer que me vuelve loco y me quita el aliento con sólo mirarla. No eres ninguna cobarde, sino todo lo contrario. Has salvado a mi hermana cuando yo no podía hacerlo y te has entregado a mí cuando menos razones tenías para ello. Eres valiente y hermosa. Y me estás... me estás volviendo loco... Aileen no podía hacer otra cosa que mirarle los colmillos y los ojos mientras él se sinceraba.

—¿Me crees? —preguntó él sobre su boca.

Aileen sin parpadear, completamente a su merced, asintió lentamente con la cabeza. Después de esa confesión, volvieron a sucumbir al placer y llegaron juntos de nuevo al éxtasis. Besándose, aferrándose el uno al otro, acariciándose.

Caleb quedó tumbado de espaldas con Aileen encima, recostada sobre su pecho. Apenas tenían fuerzas para seguir respirando.

Caleb buscó su cara con las manos y tiró de ella hasta ponerla a la misma altura que sus ojos. Aileen lo miraba con las pestañas húmedas. Había llorado en el último orgasmo y se veía lánguida y quebrada en sus brazos.

Caleb le acarició con los labios la ligera hendidura, tan sexy, de su barbilla y luego la besó en la
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boca.

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Ella se incorporó ligeramente, desparramando todo su hermoso pelo azabache sobre él para
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poder devolverle el beso con más comodidad.

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—Dame una oportunidad —le sonrió dulcemente mientras acariciaba su espalda, la abrazaba
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con ternura y le daba toda su protección. —Dilo.

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—Está bien, Caleb —estaba abatida.

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—No vuelvas a alejarte de mí, pequeña. Puede que discutamos más de una vez, pero no voy a
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permitir que te largues de nuevo.

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Aileen lo miró a los ojos y luego a la boca. Estaba sopesando lo que él decía.

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—Entonces no vuelvas a hablarme del modo en que lo has hecho esta mañana, Caleb. No lo
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permitiré. Si vuelves a hacerme daño, si vuelves a herirme de algún modo, vanirio abusón, te
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mataré —dejó caer su cabeza sobre el cómodo pecho de Caleb y frotó su nariz como una gatita saciada y feliz.

Caleb sonrió y la habitación se iluminó.

—Aileen, quiero que te duermas así, conmigo dentro —murmuró sobre su largo pelo.

—Así no voy a poder —besó su tetilla con plena confianza y volvió a mirarlo a los ojos. —

¿Todavía no te he saciado?

—Me siento pleno y lleno de ti —sonrió.

—No, cariño —dijo arrastrando las palabras dulcemente. —Yo sí que estoy llena de ti —levantó

la ceja y sonrió ampliamente. —Tengo el vientre ardiendo... —susurró escondiendo la cara en su pecho. —Me gustaría ir a limpiarme.

—¿Te sientes sucia? —preguntó él a la defensiva.

—No, Caleb —volvió a alzarse y a besarlo en los labios, mordiéndolos y succionándolos a placer.

—Estás muy susceptible —bromeó al besarle la nariz. —Pensaba que querrías...

—No —contestó él masajeándole la espalda. —Me gusta tenerte así. Si te noto rodeándome, siento alivio, álainn —posó sus inmensas manos sobre sus nalgas y la apretó contra él. —No me eches.

—¿Es una orden? —preguntó ella acariciando su piel con los labios y alzando sus perfectas cejas para mirarlo.

—No. No lo es —él la miró a su vez. —Te lo estoy rogando. Aileen, por favor... Ella alargó su mano y colocó los dedos sobre su boca para silenciarlo. Si tuvieran más luz, Caleb habría jurado que ella se mordía el labio para no echarse a reír.

—Cállate, pequeño —le espetó imitando su modo de hablar. —Nunca he dormido así, no sabía ni que se podía realmente, pero creo que nada me gustará más que dormirme contigo en mi interior, tonto.

Miró directamente las ventanas y ordenó que se cerraran. Luego ordenó a las persianas que se bajaran por completo.

—No queremos que el sol de la mañana te achicharre, ¿verdad? —le susurró ella con una sonrisa. Le dio un ligero beso en los labios y se apoyó en él.

Aileen cerró los ojos sobre su pecho y, aunque Caleb no le hubiera dejado, ella tampoco sintió

ganas de apartarse de él. Caleb los tapó a los dos con la sábana, sonrió al oír las palabras de ella teñidas de satisfacción sexual, la besó en la coronilla y sucumbieron al sueño.
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Quedaban dos horas para el amanecer. Caleb no dejaba de observar a esa chica temperamental
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y hermosa que tenía entre sus brazos. Seguían unidos, pero de lado, uno enfrente del otro. Una de
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las firmes piernas de Aileen descansaba sobre la cadera de Caleb.
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Él la miraba embobado. Jugaba con un mechón de pelo negro entre sus dedos. Inclinó la vista

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hasta sus pechos. Estaban rojos por la fricción y los besos, y el izquierdo tenía delineadas las
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hendiduras de sus colmillos. Sopesaba si cerrarle esa marca territorial con su propia lengua o si
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debía dejarla semi-cicatrizar. Le gustaba la idea de que Aileen llevara en su cuerpo restos de la
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pasión que compartían. Ella era suya, maldita sea.

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Aileen tampoco le había cerrado las heridas, pero ella no sabía que su saliva era cicatrizante si

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lamía el cuerpo de su pareja con esa intención.

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Él sí. Deslizó el índice por el hoyuelo de su barbilla y sonrió con orgullo. Quería que ella llevara
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sus mordiscos, pero antes le preguntaría. En otros tiempos, él hubiera decidido sin preguntar, pero
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esa mujer era tan importante para él que no permitiría que su arrogancia y sus ganas de dictarlo todo estropearan la pequeña confianza que parecía haberse forjado entre ellos en aquel interludio amoroso.

Nunca había tomado a una mujer de ese modo, tan avaro y codicioso. Pero ella le había correspondido en cada uno de sus movimientos. Se había desinhibido con él. Sólo de pensar en las veces que se habían corrido a la vez, sintió que se le ponía dura de nuevo. Sus gemidos, el modo de morderse el labio, su tono de voz turbio por el deseo. Menuda mujer... Acercó el cuerpo de Aileen al de él, aunque tuvo que apretar la mandíbula cuando el interior de ella lo aferró de nuevo en un gesto inconsciente. Caleb ahogó una carcajada gutural. Todavía dormida, su cáraid no quería que él se apartara de ella. Una ola de satisfacción y algo parecido a la más profunda ternura lo abrigó. Se sentía vivo de nuevo.
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CAPÍTULO 22

QUEDABA POCO para la salida del sol. Aileen abrió los ojos y se encontró con el pecho de Caleb. Hundió su nariz en él, como si fuera la más normal de las cosas, y la frotó cariñosamente mientras inhalaba todo su aroma. Por el amor de Dios, olía tan bien... La mano enorme de él descansaba sobre su muslo derecho, que estaba apoyado por completo en la cadera de Caleb. Su propia mano estaba posada en la nalga de él, amarrándolo para que no se saliera. Se sonrojó

al recordar todo lo que había pasado entre ellos.

Hacer el amor era algo increíble. Era la primera vez que confiaba plenamente en alguien. No sólo había entregado a Caleb su cuerpo, su alma y más de la mitad de su corazón, sino todo. Aileen lo observó dormido. Su barbilla no tenía ese gesto severo y mandón que tanto la sacaba de sus casillas. Estaba relajado y sus labios semi-abiertos eran los más apetecibles que jamás había visto.

Cómo la habían besado, qué sinceras habían sonado todas las palabras dichas de esa boca. Apretó los músculos internos y lo acarició en toda su largura. Seguía dentro de ella. Se estremeció

cuando se dio cuenta de que incluso relajado era enorme.

Cómo la había mordido. Menuda noche... Menuda verbena de San Juan... Esa noche con Caleb, rindiéndole homenaje a su cuerpo, había visto los mejores fuegos artificiales de su vida. Suspiró más que satisfecha, rozó con sus dedos aquellos labios de pecado y perfiló su forma y su silueta.

Sí, menuda noche... Justo cuando creía que él iba a volver a derribarla, que iban a volver a reñir, Caleb la volvió a sorprender con todas esas declaraciones.

Pero no podía sorprenderse, porque ella sentía la misma necesidad por él. Y ya le daba igual si era por algo genético o por algo espiritual o emocional. Caleb había confesado todo lo que ella también pensaba.

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