Saga Vanir - El libro de Jade (75 page)

—Alto, Caleb. O tendrás que ver cómo le corta el cuello a esa preciosidad. Caleb, todavía encima de Samael, miró la pantalla y se le congeló el corazón. Mikhail había cogido del pelo a Aileen y la zarandeaba con violencia. Aileen no se rebotaba porque Mikhail le decía algo que la reducía.

—Ni se te ocurra, guapa —decía Mikhail. —Tenemos a Caleb y como intentes volverte contra mí lo mato. ¿Me has oído? —le lamió la cara con lascivia y ella la apartó cerrando los ojos con fuerza.

—Sí, te he oído —susurró entre dientes. —¿Dónde está? ¿Dónde lo tenéis?

—Lo tenemos en buenas manos.

—Mikhail, hijo de puta —lo encaró con valentía.

—No insultes a tu abuela —se echó a reír con maldad. La tomó de la muñeca y tiró de ella, pero Aileen aulló de dolor. —¿Qué es esto? —miró el sello. —¿Te has hecho un tatuaje? ¿Te has convertido en una hija rebelde? —meneó la cabeza haciendo negaciones. —No, no, cariño. Papá

te pondrá recta.

—Es un nudo perenne —sonrió un hombre apoyado en el balcón. —Ya están sellados.

—Tú... —exclamó Aileen. —Eres Dubv... del consejo de Walsall. —Sí, perra. Un diez para ti.

—Cobarde traidor... —lo insultó dejando que sus incisivos se alargaran. —Tiene carácter —

murmuró otra voz.

—Fynbar —espetó Aileen. —¿Cómo habéis podido? ¿Dónde está Caleb?

—Eso no importa —se encogió de hombros.

—¿Dónde está?.. —sus ojos lilas se oscurecieron y su energía explotó haciendo que las ventanas estallaran a añicos.

—Rápido. Llevémonosla de aquí —ordenó Mikhail asombrado.

Mikhail la empujó hacia Fynbar y éste, nada más agarrarla, saltó con ella por el balcón.
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CAPÍTULO 26

—YA ESTÁ. Ya se está despertando.

Oía esa voz en la lejanía. Quería moverse pero no podía. Tenía frío y se sentía drogada. ¿Dónde se encontraba? ¿Dónde estaba Caleb? ¿Qué habían hecho con él? ¿Si él estuviera muerto ella lo sentiría físicamente?

Agitándose, intentando recuperar la movilidad, se percató de que estaba atada. Una luz potente la iluminaba y ella quiso abrir los ojos, pero esa luz la cegó. —Levanta la lámpara —

ordenó otra voz.

¿De qué le sonaba? No. No quería que fuera cierto. Era Samael. Inspiró trémulamente, como si hubiera estado llorando durante horas, y olió a podrido. Esa peste insoportable provenía de él. Tenía la boca pastosa y sabía perfectamente que la habían drogado y que además estaba atada sobre una mesa metálica y muy fría.

—Hola, sobrina —Samael sonrió con cinismo. —Te hubiera llevado a una de mis casas, pero tus amigos las han cercado y las han quemado muy amablemente. Incorporadla —ordenó. La mesa metálica giró ciento ochenta grados y la dejó en posición vertical, como si estuviera de pie. Los brazos extendidos a los lados y las piernas abiertas.

Aileen miró a Samael. Era un vampiro. Pálido, con los ojos ojerosos y rojos, los dientes amarillos y los labios morados.

—Suéltame —murmuró intentando vocalizar lo mejor posible. Sus músculos se despertaban poco a poco. —¿Dónde estoy?

Samael se echó a reír.

—Mírala, Caleb. Está aquí por tu culpa.

—En Glastonbury Tor, álainn —murmuró Caleb.

Cuando Aileen oyó esas palabras supo que Caleb estaba con ella y que si podía hablarla era porque seguía vivo. La alegría y la esperanza se desbordó en su interior.

—No has sabido protegerla, como tampoco hiciste con nosotros hace tantos años.

—No... —gimió Aileen intentando enfocar la mirada. No permitiría que hiciera culpable a Caleb de eso. Ni hablar. Suficiente acarreaba Caleb con sus recuerdos. Aileen se esforzó un poco más arar ver dónde estaba. El suelo empezó a delinearse. Un suelo grisáceo, sucio. Alzó la vista y vislumbró una madera clavada en el suelo. Unos centímetros más arriba unos pies sucios y sangrantes estaban clavados por el empeine con una estaca a la madera.
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Aileen apretó la mandíbula al ver esa imagen. Siguió ascendiendo y sintió que el corazón se le
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partía a cada milímetro. Unos pantalones negros de cubrían unas piernas poderosas, pero ahora,
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sin embargo, indefensas y en muy mala posición. El torso desnudo tintado con churretes de sangre
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por doquier que empapaban el pantalón y los brazos abiertos en cruz se sostenían porque las
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muñecas estaban clavadas a la madera con unos clavos. Pensó que si seguía subiendo se echaría a
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llorar si además de todo eso le hubieran colocado una corona de espinas. Pero aunque el rostro de
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Caleb, porque era Caleb, estaba teñido de sangre y lleno de cortes no tenía ninguna corona de
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espinas.

Vaeir

Cuando lo miró a los ojos empezó a sollozar abatida.

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—Caleb... ¿Qué te han hecho?

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—No llores, querida —le dijo Samael cogiéndola bruscamente del pelo. —Se lo merecía. Ha
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matado a más de quince de mis hombres él solo y además te ha puesto en peligro después de
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decirle que si se resistía a mí te mataría.

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—Caleb... ¿Estás... estás...? —Aileen ignoró su comentario.

—No te preocupes, álainn —susurró Caleb forzándose a sonreír.

Samael se giró y le dio un puñetazo en el estómago. Caleb expulsó el aire bruscamente y se quedó lívido.

—Para, maldito cerdo... —gritó Aileen.

Samael la miró con los ojos encendidos de rabia.

—Ni una palabra más ¿Me has oído? A no ser que quieras que lo desfigure ante tus ojos. Aileen frunció los labios. Haría lo que fuese con tal de que no le hicieran más daño.

—¿Qué quieres de nosotros, Samael? —preguntó Caleb recuperando el aire.

—Ya te lo dije, perdedor. En realidad nada. Sólo quiero demostrar lo que he descubierto y para eso la necesito a ella. Una vez muestre que mis sospechas son ciertas a ti ya no te necesitaré, pero me quedaré con Aileen.

Caleb gritó y aulló como un animal herido, sacudiéndose intentándose desclavar él mismo de la cruz, pero a cada tirón su carne sufría nuevos desgarros.

—Caleb... —sollozó Aileen. No por ella, sino por verlo a él tan desesperado. Aileen cerró los ojos e intentó entrar en comunicación mental con él, pero cuando lo intentó

Samael la agarró y le dio un puñetazo en plena mejilla.

—Cabrón, hijo de puta —gritó Caleb ofendido y dolido por ella. —Te mataré si vuelves a tocarla...

Aileen, que escupía sangre por el labio partido, miró de reojo a Samael. Samael sacó una daga de su pantalón oscuro. Su puñal distintivo. Le puso la punta dos centímetros por encima del ombligo a Aileen y esperó a ver la reacción de Caleb. Aileen tomó aire y metió la barriga para adentro y Caleb enseguida se serenó.

O eso. O ver como Samael hacía daño a Aileen.

—Bien —sonrió Samael. —Veo que entendéis qué idioma hablo. Dejad de estimularos, Aileen

—la miró recriminándola. —No se te ocurra entablar comunicación con él. Ni con él ni con vanirios, ni con berserkers, ¿me entiendes? Yo hablo en esa frecuencia y puedo detectarlas. Si intentas alertar a alguien de lo que está pasando simplemente lo mataré —se encogió de hombros. —Pero sería una pena porque entonces no podrá ver lo que te vamos a hacer. Mikhail apareció justo al lado de Samael. Llevaba una maleta negra consigo y estaba pálido y ojeroso. Aileen no había sido fácil de reducir y puesto que Samael no lo alimentaba, se veía forzado a beber sangre de humanos. La sangre lo mantenía vivo, pero al no ser el tipo de
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hemoglobina que él necesitaba para mantener las características vanirias lo estaba mutando a
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pasos forzados en un vampiro.

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—¿Por qué haces esto, Samael? —preguntó Aileen acongojada y asustada. —Puede que esté

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hastiado de todo —contestó llanamente. —Abre la maleta, Mikhail. Puede que me harté de vivir a
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la sombra de la vida, esclavizado por un ser mucho más débil y menos poderoso que yo. ¿Qué

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sentido tiene? Llevo tantos siglos en vida que me ha dado tiempo de ver el esplendor del ser
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humano, y estoy harto de proteger a algo tan estúpido, ignorante y vanidoso. La raza humana
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debe llegar a su fin.

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—¿Así que quieres acabar con todos los humanos?

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—No —sonrió sin que le llegara a los ojos. —Una de dos: o acabo mejorando la raza o

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simplemente los haré desaparecer.

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—No eres Dios —replicó Aileen.

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—No. Pero gracias a él, a mi Dios, hoy soy lo que soy.

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—Un asesino —replicó esta vez Caleb.

—Un visionario. Caleb —se agachó y observó los instrumentos que disponía Mikhail en su maleta. —¿Qué has logrado desde que te transformaron? ¿Has pensado alguna vez en eso? ¿Sirve de algo tantos siglos de hambre y de sufrimiento para que luego no salgas ni en los libros de Historia?

—No necesito ser recordado por nada cuando yo mismo soy más longevo que la memoria de los demás. ¿No crees?

Samael apretó la mandíbula ante su respuesta.

—Pero no te engañes, Samael —continuó Caleb. —Siempre quisiste tener el protagonismo. Siempre quisiste ser el líder y sin embargo nunca te eligieron. Un hombre que es tan vanidoso y tan egoísta no puede pensar en los demás. ¿Qué bien podrías haber hecho tú, aparte de llevarnos a guerras y más guerras entre clanes y seguramente al final entre nosotros y los humanos? Nunca fuiste conciliador y tuviste siempre una lucha particular. No odias andar bajo la sombra del ser humano. Ni odias andar baja la noche. Odias andar bajo la sombra de un hombre que fue mejor que tú en todo, tú no le llegabas ni a la suela del zapato, de ahí tu rabia. Thor siempre fue el mejor de nosotros y eso te corroía las entrañas. Eres un jodido traidor. Samael arqueó las cejas y lo desafió con la mirada.

—Yo os pude haber ofrecido muchas más cosas de las que Thor os dio. Tenía conocimientos, estaba investigando sobre nosotros, sobre nuestra maldición.

—No. No es una maldición —aseguró Caleb mirando fijamente a Aileen. Samael miró a Aileen con sus ojos casi blancos y le acarició una mejilla. Esta se encogió

esperando recibir otro golpe y Caleb se tensó creyendo que llegaría. Caleb odiaba no poder protegerla. Necesitaba tiempo para sacarlos de allí. ¿Cómo iba a hacerlo?

—Ahora no lo ves así porque has encontrado algo que te calmará por la eternidad —ronroneó

Samael. —Qué suave es... Es realmente hermosa. En fin, yo esperaba encontrar al menos una fórmula para que nos permitiera salir bajo la luz del sol —Mikhail le ofreció un bisturí y él lo aceptó sin inmutarse.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Caleb entre dientes. —No le hagas nada, por favor. Si tienes que hacer algo házmelo a mí.

—Oh, cállate. Das pena —le espetó Samael furioso señalándole con el bisturí. —Sabía que la sangre guarda fórmulas, rompecabezas que si se consiguen descifrar pueden reconstituir aquello que ha sido malogrado. Como nosotros. A nosotros nos mutaron.

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—Asesinaste a berserkers, torturaste a vanirios. A niños y niñas. Mataste a Thor y a Jade —

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Aileen le sentenció tirando de su amarre y la camilla se agitó. —No te escudes en tu afán de
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encontrar una cura para vuestro defecto. No te cree nadie.

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—Ése no era el fin. El objetivo era encontrar la fórmula perfecta que reconstituyera nuestro
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ADN y rectificara nuestra deficiencia. El fin era convertirnos en el clan más poderoso del mundo

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una vez pudiéramos salir también bajo la luz del sol. Seríamos invencibles. Seríamos reyes.
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—Loki te ha tentado y no te has podido echar atrás, ¿verdad? Lo hiciste por avaricia. Todo lo
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has hecho por avaricia —Caleb le escupió. —Un hombre que no puede ganarse el respeto de los
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demás a través de su actitud y sus palabras siempre quiere hacerlo al final a través de la extorsión.
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Cobarde genocida. Thor era el líder y tú quisiste su puesto, Thor se enamoró y quisiste a su mujer.

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Thor tuvo a una hija y ahora quieres a su hija. Es triste ir siempre detrás de todo aquello que no
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puedes tener...

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—¿Quién te ha dicho que no puedo tener a Aileen? Mírate —se acercó a ella y le puso una mano sobre el pecho, apretujándoselo. —La estoy tocando y si quiero ahora mismo le subo el camisón y me la folio delante de tus ojos. No podrías detenerme ¿Te gustaría?

Aileen se asqueó ante lo que le hacía Samael. Le hacía daño en el pecho, era brusco y su aliento apestaba. Supo que aquello no acabaría bien si no sucediera algo que realmente sorprendiera a todos y les hiciera bajar la guardia lo suficiente como para que ella pudiera entrar en contacto con alguien... No podía hablar con vanirios ni con berserkers, sólo tenía... a Ruth. Ruth era especial. Lo había dicho tanto Daanna como Adam. Ambos coincidían en que era poderosa mentalmente.

¿Habría una posibilidad? Y María... Aquella mujer tenía un sexto sentido para las cosas. ¿Y si lo intentaba también con ella?

Aileen observó a Caleb. El irradiaba odio por sus ojos verdes y además se sentía impotente e indefenso.

Sí, Ruth. Se anclaría a esa única salvación. Cerró los ojos con fuerza y se aisló de lo que le estaba haciendo Samael que ahora le tocaba el otro pecho clavándole las uñas. La estaba lastimando.

—Ruth, soy Aileen... y están a punto de matarnos...

Ruth acababa de despertarse rodeada por dos berserkers. No estaba desnuda, simplemente dormía apoyada, o mejor desmayada, sobre el pecho de uno de ellos. Alrededor, varios miembros del clan también se despertaban. Daanna se acercó por detrás y le dio la mano para que se levantara.

—Chica, ese hidromiel es... —comentó Ruth aceptando la mano de Daanna. Se puso una mano sobre la cabeza y apretó los ojos con fuerza. —Siento que me va a estallar la cabeza.

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