Saga Vanir - El libro de Jade (71 page)

—Lo estuve muchísimo tiempo —contestó con pena.

—¿Qué pasó?

—Elegí mal —hizo una mueca con los labios.

Aileen siguió con atención las expresiones de Daanna mientras le pintaba los ojos.

—¿Tú y Menw siempre os habéis llevado tan mal?

Daanna dio un respingo. Aileen era muy directa y tenía que acostumbrarse a ella. Las mujeres de su clan habían aprendido a hablar lo justo y con sabiduría, pero eso había quitado espontaneidad y autenticidad a sus actos. Aileen conservaba todo eso y a ella le gustaba. Daanna devolvió el kohl a su lugar.

—¿Es él verdad? Él te ha roto el corazón —inquirió Aileen.

—Es difícil... Él y yo...

—Puedes hablar con él. A veces se hacen cosas horribles creyendo que es lo que se debe hacer

—la tomó de la mano apretándosela con dulzura. —Esas decisiones hacen daño tanto al que las toma como a quién sufre las consecuencias y entonces te llenas de odio y rencor y crees que jamás volverás a creer en esa persona que tanto te ha hecho sufrir. Pero hay que saber perdonar, porque si no lo intentas, si no consigues transmutar el dolor en aceptación y en amor, te privas de la

posibilidad de ser feliz. Sólo aquéllos a los que más quieres y que más te quieren son los que nos
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harán más daño.

Ja

Daanna agrandó los ojos ante las palabras de Aileen.

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—También eres sabia, Aileen, y una gran oradora. Me gustaría que otros pudieran escucharte
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—le apretó la mano en reconocimiento.

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—No sé qué te hizo, pero...

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—Aileen, no —le dio un beso en la mejilla. Estaba acongojada y realmente parecía sufrir con
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ese tema. —Ya has dicho mucho y yo todavía no estoy preparada para hablar de ello.
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—Está bien. Pero recuerda lo que me ha hecho a mí tu hermano. Y mírame ahora... He tenido
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que perdonarle, Daanna, porque el odio me carcomía y me hacía sufrir y porque sentía algo mucho

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más fuerte por él de lo que nunca he llegado a imaginar que fuera posible.
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—Pero todavía no se lo has perdonado del todo. No estás marcada y es porque no confías en él
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—señaló Daanna con suficiencia.

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—Me está costando, Daanna. No es fácil. Pero, en fin, creo que tampoco soy la más idónea para dar consejos. Mi cabeza es un caos.

—Tú lo has dicho —sonrió comprensiva. —Aun así, tu caso y el mío... son diferentes. Pero estoy orgullosa tanto de ti como de él. Ha sido valiente por vuestra parte. Mi hermano ahora está

rodeado de luz y nunca lo había visto tan cautivado. Vuelve a estar vivo.

—Tú también volverás a estarlo —Aileen estaba convencida de ello. Una mujer como Daanna encontraría el amor. Debía ser amada.

—No lo veo tan claro. Una vez viví bajo el sol, pero ahora me hace daño.

—Daanna...

—Vamos —la tomó de la mano y tiró de ella. —Cuando mi hermano te vea, va a sufrir un colapso.

Aileen asintió. Esperaba de corazón que Daanna sanara de sus heridas. Le había cogido mucho cariño y deseaba que Menw y la vaniria arreglaran sus desavenencias, porque si veía algo claro en su historia, era que Menw había sido el culpable de herir de muerte a su corazón.

Cuando Caleb la vio aparecer entre las hogueras que rodeaban el bosque de Kilgannon, sencillamente sufrió un colapso. Aileen vestía como las mujeres celtas y su porte denotaba la misma actitud. Una mujer celta, orgullosa, hermosa y muy consciente de su magnetismo. Su vestido rojo bailaba con el viento y su melena recogida a medias descansaba sobre uno de sus esbeltos hombros.

Daanna hablaba con ella y ambas sonreían. Caleb no podía dejar de mirar a la hija de su mejor amigo. Era todo un espectáculo de luz y colores para él.

—Aileen —le dijo Daanna entre dientes. —Ahí está mi hermano. Tienes que ver la cara que pone nada más mirarte.

Aileen alzó la mirada y buscó con los ojos a Caleb. No le hizo falta buscar mucho. Ya lo olía y, además, Caleb era el hombre más atractivo que había en aquel inmenso bosque rodeado de hogueras cercadas con piedras. Su pelo medio suelto le llegaba por los hombros y sus ojos verdes la estaban evaluando centímetro a centímetro.

Caleb la miró fijamente. Ella lo miró a él. Y el fuego de las hogueras alcanzaré cuotas altísimas con sus llamas.

—Vaya, Cal —le dijo Cahal con una mirada de admiración a Aileen. —Tu cáraid puede dejar a un

hombre sin aliento —Caleb no apartó la vista de su mujer y no contestó a Cahal. —¿Verdad,
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Menw?

Ja

Menw estaba apoyado en un árbol mirando fijamente a la chica que acompañaba a Aileen. Su
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pelo largo estaba trenzado y tenía dos rayas negras sobre la mejilla derecha. Cahal alzó las cejas y
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se echó a reír.

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—Por favor —exclamó exasperado. —Miraos... Dais pena. Embobados por dos hembras. Juro
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por Odín que esto no me sucederá a mí —burlándose de ellos se dio media vuelta y se fue a
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rondar a las vanirias que estaban allí reunidas.

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Menw se acercó a Caleb y se cruzó de brazos para ver cómo se acercaban las chicas.
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—Si en algún momento percibimos algo extraño...

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—Tranquilo, Menw. Estamos todos en alerta. Si fuera por mí, ahora no estaría aquí, sino que
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estaría en un lugar más seguro con Aileen. Pero es la única fiesta que realmente celebramos, es
Va

parte de nuestra cultura y una de las noches en las que se pueden emparejar nuestras mujeres.
a

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Menw apretó la mandíbula.

—Si se atreven a atacarnos esta noche...

—No. No esta noche. No tan pronto. Ya saben que los hemos descubierto y, además, habéis sitiado las propiedades de Samael. Estará muy entretenido ahora ocultándose y reorganizando su secta.

—No es sólo él quien me preocupa.

—Seth y Lucio no están en Inglaterra. Tenemos vigilancia en todo el país y, de momento, no hay noticias de ellos.

—Seth vendrá —aseguró con vehemencia. —Lo presiento.

—Puede ser. Les acabamos de declarar la guerra. Ahora sabemos quiénes son y qué hacen, y nosotros nos estamos uniendo para combatirles. No se quedaran de brazos cruzados mientras les saboteamos.

Menw miró a Daanna y asintió con decisión.

—Hay que vigilarla, Caleb.

Caleb lo miró de reojo y asintió con un leve gesto de la barbilla.

—¿Qué tienes pensado?

—Me la llevaré. No sé ni cuándo ni cómo. Samael conoce la profecía que recae en Daanna —se encogió de hombros. —Seguramente ha informado a los demás sobre ella. También irán a por ella.

—Sé que la protegerás, Menw. Ella es muy importante para nosotros.

—Nunca lo deseó —sonrió amargamente. —Freyja la marcó para siempre.

—Daanna tiene mucho poder en su interior. Los dioses sabían lo que debían de hacer. Es la ungida.

—No le preguntaron.

—No tenía opción —replicó Caleb mirándolo comprensivo. —Estás preocupado por ella. —Sí.

—No tienes que preocuparte por ella, amigo mío. Debes ocuparte de ella. Menw se sorprendió

al oír hablar a Caleb de aquel modo. Aileen lo estaba cambiando, lo serenaba y lo llenaba de paz, de ahí que surgieran sus sabios consejos. Más que nunca admiró a Aileen por hacer de su amigo un hombre feliz y admiró a Caleb por no haberle temido al amor y al poder que éste despierta en el interior de las personas cuando se comparte con la pareja perfecta. Daanna y Aileen llegaron a su misma altura y Menw retrocedió un paso hasta volver a apoyarse en el mismo árbol donde estaba anteriormente. Miró a Daanna con un falso gesto indiferente y ésta lo miró a él durante unos largos segundos que parecieron eternos y luego saludó

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cariñosamente a su hermano, como si nunca se hubiera fijado en Menw.
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Cuando Caleb miró a Aileen para piropearla, Beatha y Gwyn que se acercaban a ellos con las
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manos entrelazadas, se adelantaron.

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—Aileen, estás preciosa —le dijo Beatha saludándola cariñosamente y besándola en la mejilla.
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Miró a Caleb y los ojos le brillaron de complicidad. —Me alegra que compartas esta noche con

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nosotros —reconoció la hermosa mujer volviéndola a mirar.

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—Gracias —contestó la joven sonrojándose ligeramente. Parecía que todos allí sabían lo que
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iba a suceder entre Caleb y ella.

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—Cale —dijo Gwyn desviando la atención. —As y sus chicos ya están aquí.
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—Gracias por invitarlos, Caleb —le dijo Aileen agradecida.

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—De nada —asintió él.

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—De hecho, ahora están tomando un poco de nuestro preciado hidromiel —comentó Gwyn complacido.

—Entonces tendréis que disculparme un momento —resopló Caleb pesaroso. —Cahal preparó

esta vez todo el proceso y creo que lo dejó fermentar demasiado... Está muy fuerte y hay que advertirles.

—¿Hidromiel? —preguntó Aileen.

—Es nuestra bebida predilecta en noches de solsticio y rituales —contestó Beatha. Tomó del brazo a Aileen y Daanna y se las llevó con ella.

Caleb y Aileen se miraron fugazmente y ella habría jurado que Caleb se disculpaba por no poder atenderla personalmente.

—¿Qué es? —inquirió Aileen centrándose en Beatha.

—Está hecha de agua de lluvia y miel —le dijo la alta y rubia mujer. —¿Quieres que vayamos y la probemos?

—Sí —soltó Daanna. —Será divertido.

—¿Lleva... lleva alcohol?

—Es como vino... y sí —asintió Beatha divertida. —Se te sube a la cabeza.

—¿Vosotros os emborracháis? —dijo una escéptica Aileen dejándose arrastrar hacia la zona donde bebían las mujeres.

Todas ellas estaban ataviadas con vestidos helénicos, el pelo suelto y sandalias planas con tiras hasta las pantorrillas. Aileen admiró tanta belleza femenina junta. Las mujeres eran preciosas, esbeltas y con cierto aire aristocrático.

El mundo vanirio era un mundo visceral y nocturno. Sin embargo, todo en él estaba impregnado de belleza.

Todas la miraron y le sonrieron dándole la bienvenida. Aileen enseguida se sintió cómoda, pero cuando creyó que le faltaba su mejor amiga, Ruth apareció de en medio de ellas.

—¿Ruth? —exclamó Aileen feliz.

—Dios mío, Eileen... —Ruth no se había acostumbrado a llamarla por su verdadero nombre. Para ella siempre sería Eileen. Estaba tan bonita. Incluso a ella también la habían vestido igual y su largo y espeso pelo caoba brillaba como si fuera fuego. —Este vino lo carga el diablo. Todas las mujeres se echaron a reír ante la ocurrencia de Ruth. Aileen admiró la facilidad que tenía su amiga para contactar con la gente.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

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—Daanna es misericordiosa —contestó Ruth sonriendo a la hermana de Caleb. —Nos dijo que
Ja

nos vendría bien despejarnos y conocer mejor su mundo. Además, tu querido novio es un nazi, ¿lo
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sabías? Ya nos está dando trabajo que hacer y pretendía que nos quedáramos encerrados en la
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casa de Notting Hill. Lo ha dispuesto todo para que estemos allí y tenemos guardaespaldas que no
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nos dejan a sol ni a sombra. Sólo llevamos unas horas en esa mansión y ya me estaba ahogando —

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sorbió cerrando los ojos con placer. —Que bueno está esto... Por cierto, la casa es tan grande que
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voy a necesitar un mapa para no perderme.

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—¿Gabriel también está aquí? —Aileen miró a los alrededores.

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De repente se oyeron vítores y carcajadas al otro lado, donde bebían los hombres de los
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barriles. Allí, un Caleb muy divertido golpeaba la espalda de Gabriel para que no se ahogara con el

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hidromiel. No le fue difícil imaginarlos hace dos mil años con las caras pintadas, las espadas y los
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escudos en mano, vitoreando y chillando de alegría cuando ganaban una batalla.
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Aileen sintió fuego en las entrañas cuando miró el inmenso cuerpo del vanirio junto al de su mejor amigo, y eso que Gabriel era grande.

Cuando se giró para mirar a Daanna, ésta ya le ofrecía la primera copa de hidromiel.

—Por ti, Aileen. Bienvenida a casa.

Al mirar a las vanirias, todas tenían una copa en la mano y la miraban esperando que ella bebiera. Ruth volvió a llenar su copa del barril y alzó el brazo preparada para brindar. Aileen inspiró profundamente y al exhalar dijo.

—Por vosotras.

Las mujeres vaciaron sus copas de golpe y Aileen siguió su ejemplo. Cuando aquel gustoso y dulce líquido se deslizó por su garganta, se relajó por completo maravillada por el regusto que dejaba en su lengua y en el paladar.

—Madre mía... —susurró. —Esto hay que comercializarlo, porque nos haríamos ricos.

—Está bueno, ¿verdad? —Beatha le pasó un brazo por encima. El hidromiel desinhibía a todos.

—Por eso los romanos luchaban contra Asterix. Querían su pócima —sonrió aceptando otra copa que le ofrecía Ruth.

—Que no decaiga... —musitó Ruth pasándose la lengua por los labios.

—Huele bien, brilla como el oro y es buenísimo.

—Amén —exclamó Daanna bebiendo de su segunda copa.

—¿Y Cahal ha hecho esto? —preguntó una incrédula Aileen al aceptar la segunda copa de Beatha.

Algunas suspiraron al oír el nombre de Cahal.

—Uff, ese hombre las pone cachondas, querida —murmuró Ruth mirándolas de reojo. —La verdad es que está muy bueno.

Las vanirias se echaron a reír ante el atrevimiento de Ruth.

—Cahal es un terrible mujeriego —dijo Daanna observando a lo lejos al susodicho. —Pero sabe cómo hacer una buena fermentación alcohólica de la miel... —bebió de un trago su segunda copa y le dio el vaso a Ruth para que se lo llenara. —Y su hermano es un inepto. Quiero otra copa.

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