Sexo en Milán (2 page)

Read Sexo en Milán Online

Authors: Ana Milán

Tags: #Humor

Los que merecen la pena, claro está.

Y los hay, aunque a veces nos cueste encontrarlos… Es parte del encanto.

Y, de repente, lo vemos.

Y el estómago nos da un vuelco.

Y todo lo demás desaparece…

Desaparece la vez que todo salió al revés, literalmente, la vez que te hiciste la encontradiza tres veces en la misma tarde… en dos ciudades diferentes. La vez que miraste tan fijamente el teléfono esperando aquella llamada que creíste haberlo movido con la mente, las resacas tras aguantar estoicamente toda la noche a aquel tipo que te narró en tiempo real las 24 horas de Le Mans, las excesivas veces que un desalmado trató de llevarse, sin éxito, tu alma… pero que al marcharse te robó en un descuido el corazón.

Y de repente, todo es nuevo… y solo le vemos a
ÉL.
Y pensamos que vuelve a ser posible. Y cerramos los ojos y saltamos, sin preocuparnos de si hay suelo bajo nuestros pies. Y apostamos todo al verde, y volvemos a esperarlo todo, y tratamos de salirnos con la suya… Y si no, siempre nos quedarán
Los puentes de Madison
,
Love Actually
o
El diario de Bridget Jones

Y es que en una décima de segundo todo cambia. Tu estómago no te engaña, y se te eriza la piel al cruzar de forma totalmente accidental tu mirada con la mirada más intensa de la fiesta… La música se ralentiza, las conversaciones se funden con el ambiente y todo parece ir mucho más despacio… salvo tu corazón, que se ha puesto a bombear sangre como si no hubiese mañana.

Y ahora solo esperas que nada de esto se te note. Si ya moviste un teléfono con la mente, esto será pan comido.

ÉL va acortando esos interminables diez metros que os separan, todo un desierto, y tú no te explicas por qué en este justo momento no suena un bolero (fallo del guionista).

Mientras se va acercando, te preparas mentalmente para encajar que, lo más seguro, es que todo vaya a ir mal: tendrá la voz demasiado aguda, seguro que cuando se acerque es bajito (ese extraño fenómeno podría darse por un mal cálculo por tu parte de la distancia que os separa…), será un pesado, no será simpático, gracioso, poseedor de un Premio Nobel… todas esas pequeñas expectativas que hemos ido acumulando con el tiempo sobre el hombre perfecto.

Pero se acerca y es tan alto como prometía la perspectiva, y tiene una voz que te ha erizado la piel, y es gracioso sin llegar a ser cansino, y cuando se acerca para decirte algo al oído porque la música está demasiado alta aspiras su perfume hasta casi despegarlo de su piel, y el roce casual de su mano en tu brazo ha hecho que olvides comprobar si llegó a conseguir el Nobel o solo quedó finalista… porque algo te dice que esta vez puede funcionar.

De repente, no sabes cómo ha pasado, la fiesta toca a su fin y ni te has dado cuenta… y sigues con la sonrisa tonta en los labios mientras no consigues apartar tu mirada de la suya, y te sientes la única mujer del planeta… porque lo eres. Todos tus miedos se han ido haciendo pequeños con cada risa, cada mirada… y cada vez que, ya menos accidentalmente, él te ha rozado.

Sin darte cuenta, has llegado a casa. Levitar a un palmo del suelo tiene esas ventajas.

Él ya no está, hace diez minutos que te acompañó hasta la puerta… y todavía no has conseguido dejar de sonreír. Y en cuanto te metes en la cama, un
«buenas noches, preciosa»
en el buzón de voz del móvil te vuelve a erizar la piel, esta vez…

Al día siguiente, mientras te preguntas si dará señales de vida, un sms preguntándote si tienes por costumbre cenar los sábados te transporta directamente al séptimo cielo. Y claro, le contestas que SÍ. Que, de hecho, solo cenas los sábados.

Y ahí comienza la maratón de pruebas de ropa, saltos por la casa, llamadas a tus amigas que suelen comenzar con la frase: «¿¿Te acuerdas del tío de ayer??, pues…».

Así que salta lo que quieras, baila por tu casa, ponte tan guapa que no se pueda soportar y vive esta cita como si jamás te hubieran hecho daño.

Hoy es vuestro primer viernes. Vuestro primer todo… de mucho más.

Llegados a este punto, he de hacer una pausa para apuntar lo que
NO-NUNCA-JAMÁS-BAJO NINGÚN CONCEPTO
debes hacer o pedir en la primera cena con ÉL:

  • No te dejes llevar a una mesa teriyaki.
    Que te cocinen a un palmo de la cara, o que te cuelen de forma acrobática un trozo de tortilla en el escote, contra todo pronóstico, no es sexy. Evita irte a casa oliendo como un trozo de solomillo con salsa teriyaki de metro y pico.

  • Spaghetti.
    En ninguna de sus versiones: nada menos sexy que dejarte ver sorbiendo un interminable fideo. Ni lo intentes. Eso solo les funcionó a
    La dama y el vagabundo
    … y a Meg Ryan. Los primeros son perros y la segunda hace siglos que no protagoniza una película de éxito… (¿he dicho yo eso?).

  • Arroz negro.
    Huelga más explicación…

  • Chipirones en su tinta.
    Ni siquiera si es en la tinta de otro chipirón, por las mismas razones que el punto anterior.

  • Ajo, en cualquiera de sus versiones.
    Sí, es buenísimo para el riego sanguíneo, y te ayudaría mucho a descartar sin esfuerzo que él sea un vampiro… pero tendrás que correr ese riesgo.

  • Hamburguesa tamaño XXL.
    No es necesario que en la primera cita compruebe hasta qué punto eres capaz de abrir la boca (…). Para eso ya están las boas y, créeme, no quieres parecer una boa. No importa que el pan sea ecológico, que la carne sea de Kobe masajeada por una geisha hasta la laxitud, mientras suena música clásica interpretada en directo por un quinteto de cuerda (lo que se deben de estar riendo los japoneses sabiendo que en Occidente nos hemos creído que dan masajes a las vacas…). Recuerda: porciones pequeñas.

Si la cena ha ido bien, los chipirones siguen conservando su tinta, las geishas han conseguido descontracturar a todas las vacas de Japón y tú sigues conservando el misterio de hasta qué punto puedes abrir la boca, el resto de la semana pasará volando, con el exclusivo protagonismo en tu cabeza de
ÉL.
Será algo así:

Domingo

Un «buenos días…» es lo primero que ves en la pantalla del móvil nada más abrir los ojos… y los vuelves a cerrar para dejar que esa frase se pasee despaciiiito por cada rincón de tu cerebro.

Lunes

Intercambio de
mails
. Descubres lo mucho que pueden decir unos estratégicos puntos suspensivos, y lo contundente de un «mmm…», o de un
«JAJAJAJA»
que, por supuesto, escribirás con cara de nada, milagros de la era 2.0.

Martes

Sms invitándote a ir al cine. Jamás recordarás de qué iba la película, pero nunca olvidarás que en todo el tiempo no te soltó la mano, con la incomodidad a la hora de comer las palomitas que ello implica.

Miércoles

Siguen los
mails
. Decides abrir una carpeta en tu correo con su nombre. En estos electrónicos tiempos esto equivale a la promesa de algo serio, es el nuevo «¿quieres salir conmigo?» que se decía en los 90.

Jueves

Te pasas varias horas en su página de Internet repasando con lupa sus fotos para comprobar que, efectivamente, tú eres mucho más guapa que todas las mujeres que aparecen con él… exceptuando la que se parece a Gisele Bündchen y a su hermana, que es clavadita a ÉL (no me refiero a la hermana de Gisele Bündchen, que seguro que también está como un tren, sino a su hermana. La de ÉL. Vamos, tu cuñada…).

Viernes

Te llama por teléfono para preguntarte qué tal has pasado el día y cuando has querido darte cuenta, tenéis vuestra segunda cita, ¡sí!

Todo apunta
a que hoy va a ser el Gran Día: ¡¡viene a cenar a casa…!!
¡OH-DIOS-MÍO…!

Tu casa es estupenda, te encanta… pero ¿le encantará a él? Empiezan a asaltarte las dudas… y empiezas a tratar de calmar los nervios dejando la casa como si un inspector de Sanidad fuese a dar el visto bueno a tu vivienda como hospital de campaña.

Llegados a este punto, no te vuelvas loca: salvo excepciones, él no va a sacar un algodoncito del bolsillo, pasarlo por la parte de arriba del ventanal y señalarte con un
¡TE PILLÉ!
(en ese caso, saca a Míster Proper de tu casa con alguna excusa… y de tu vida. Vuelve a la casilla de salida. Él no es «ÉL», por higiénico que sea). Te aseguro que existen (situación basada en los lamentables hechos reales de una amiga a la que quiero mucho. Afortunadamente, Míster Proper ya está fuera de su vida).

Reserva tiempo suficiente para
ponerte monísima.
No te creas eso que cuentan las modelos de que su secreto de belleza radica en beber dos litros de agua al día y dormir ocho horas. Es tan falso como que comen lo que quieren, y recuerda que entre tres mil millones de mujeres en el mundo, apenas hay treinta top models… y muchas de ellas están solteras/abandonadas por sus maridos/divorciadas/denunciadas por su asistenta.

Así que ponte una mascarilla en el pelo, procura dejártela un par de horas, y si cubres el pelo con una toalla caliente o un gorro de ducha el resultado será todavía mejor. Mi favorita es Olive Fruit Oil Deeply Repairative Hair Pak, de Kiehl’s. Exfóliate el cuerpo (y si me apuras, el alma). A mí me chifla Exfotonic, de L’Oréal, y el exfoliante de jengibre de Origins. Después, recuerda hidratarte bien. Mi crema corporal favorita es Creme de Corps, de Kiehl’s, y el bote azul clásico de Nivea. Intenta sacar tiempo para dejar tus manos y tus pies impecables, por lo que más quieras hidrata bien tus talones, es horrible cuando ves a alguien que parece que ha empezado a morir por ellos…

Perfúmate el pelo, echa la cabeza hacia abajo y pulveriza un par de veces desde la nuca, es sin duda uno de los mejores trucos de belleza que existen.

Sé previsora y hazte la depilación brasileña el miércoles o, si todo va como esperas que vaya, perderás la piel en zonas donde desearías seguir conservándola.

Compra unas cuantas velas. Pero cuidado, no te pases… no queremos que nuestra casa parezca una vigilia por la desaparición de Michael Jackson, o que vamos a sacrificar a una virgen lanzándola a un volcán antes de los postres… Pon velas, pero no te pases. Se trata de crear ambiente, no de aterrorizarlo. Busca ese mantel de lino blanco que guardas para una ocasión especial. Esta lo es.

Y ahora, sigamos: ¿qué te pones?, ¿qué
NO
debes ponerte jamás?

Aquí es donde te asaltan todo tipo de dudas. No te agobies, es normal. Queremos parecer sexys, pero dejando lugar a la imaginación. Que parezca casual, pero sin que dé la impresión de que nos hemos puesto cualquier cosa «cómoda», no queremos que piense que, cuando nadie mira, no vamos hechas unas diosas. No rompas el encanto, ni dejes de ser tú. El secreto está en que parezca que nos hemos puesto «cualquier cosa», pero que, por azares de la genética y de nuestra elegancia innata, «eso» resulta darnos un aspecto
sofisticado, chic, sexy y casual.
Vamos, facilísimo…

Hay ciertas prendas que NUNCA, bajo ningún concepto, has de ponerte. A saber:

  • Simplifica:
    nunca un corpiño rojo con 56 corchetes. Mejor: no te pongas un corpiño. La mayoría de los hombres no están genéticamente preparados para «desactivarlo» sin ayuda de un sofisticado equipo de excarcelación en la primera cita. Queremos que pase lo que sabemos que va a pasar, pero no queremos que parezca que va a pasar lo que, sin duda pasará… ¿me explico, verdad?

  • Nunca utilices
    una braga-faja. Jamás. En el caso de que llegue el momento en que la ropa interior pase a primer plano, y por más que sea una prenda que reorganiza tu fisonomía, el impacto visual que la imagen de algo así causaría en él no se arregla ni con años de terapia. Además, te mereces respirar. Tú lo vales.

  • No te vistas de fiesta.
    No viene a que le presentes las campanadas de Nochevieja.

  • No a los labios rojos.
    No queremos que nuestro primer beso le convierta en RuPaul por obra y gracia de la traicionera transferencia del carmín.

  • Pase lo que pase, desmaquíllate
    antes de dormirte si no quieres despertar como la niña de The Ring.

Después de leer todo esto, ponte lo que te dé la gana, sé tú, porque no hay nadie mejor, diviértete y disfruta. Ya tienes la casa bonita, ya estás preciosa… ahora solo toca acordarte de respirar (me ratifico en lo del corpiño) y preparar la cena.

Other books

Thief! by Malorie Blackman
Tropisms by Nathalie Sarraute
Bound by Pleasure by Lacey Wolfe
Invincible Summer by Alice Adams
The Architecture of Fear by Kathryn Cramer, Peter D. Pautz (Eds.)