Sexy de la Muerte (12 page)

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Authors: Kathy Lette

Shelly se metió a tirones el traje de buceo, que parecía creado a partir de un tejido hecho de implantes de pecho reciclados. El profesor en prácticas de buceo holandés al que ella había visto por última vez en la parte poco profunda de la piscina del hotel le colgó su chaleco de flotabilidad, apretándole las correas claustrofóbicamente fuerte.

—¿Estás bien?

—Sí —respondió Shelly—. Perder la sensibilidad en las piernas no siempre es indicativo de un tumor cerebral.

—Tú recuerda las señales internacionales de buceo, ¿
okay
? —Hizo una O con el pulgar y el dedo índice.

Shelly intentó devolver un signo de «
okay
» pero, cuando intentó moverse, la voluminosa botella de aire le propinó un golpe doloroso en el cóccix. Perdió el equilibrio, se desplomó hacia atrás y se movió frenéticamente con inutilidad sobre la cubierta del barco como un escarabajo con las patas hacia arriba. Para cuando el profesor la puso erguida de nuevo, los buceadores se estaban tirando hacia atrás por encima del borde del barco, haciendo
plof
en el agitado mar gris como
lemmings
en traje de neopreno. Al momento el profesor la propulsó hacia el fondo del barco y fue su turno de tirarse al agua. Era una perspectiva que Shelly enfocaba de tan mala gana que sus aletas dejaron en la cubierta marcas de derrape visibles desde la estación espacial Mir 2.

—¿Nerviosa? —preguntó Kit, con expresión divertida, mientras Shelly perdía el equilibrio una vez más y se caía a su lado. Le puso una sonrisa somnolienta y empapada de sol, una sonrisa que la hizo temblar de deseo, a pesar de lo enfadada que estaba con él.

—¿Nerviosa? ¿Quién… yo? ¿Por saltar del barco a esa tumba acuosa infectada de tiburones? Ay, no sé… —dijo Shelly, con el timbre de voz una octava o dos más agudo que el
do
más alto de una coloratura.

Kit la miró fijamente de manera burlona.

—Es que no estoy acostumbrada al buceo en mar abierto —improvisó—. Soy más bien una buceadora de los de arrecifes de coral, ¿sabes?

—Towtruck es el único jodido depredador que hay por aquí del que tenemos que preocuparnos. —Kit señaló con el pulgar en forma de gancho hacia el cámara. Dos miembros de la tripulación estaban intentando embutir su carne en un traje de neopreno. Era como observar a un gran danés intentando pasar por una gatera—. ¿Y qué me dices de ese técnico de sonido? ¿Habla alguna vez? ¿O se lava al menos?

—Tiene algunos problemas, sí, pero el champú medicinal debería cuidarle —dijo Shelly, en un intento de parecer más optimista de lo que se sentía.

—Ah, bueno —rió Kit—. En cualquier caso, la forma de asegurarte de no acabar en las mandíbulas de una máquina de matar de mil quinientos kilos es no actuar como un cebo, ¿de acuerdo?

«Eso no sería muy difícil», pensó Shelly con desánimo. Kit no se había tragado su anzuelo, ¿verdad?

—Los tiburones son más tontos que los
pit bull
; también más malos. No te dejes llevar por el pánico ni chapotees. Parecerás una foca herida. Ve al fondo. Yo suelo moverme por el fondo y aparentar que soy una roca. Si el tiburón ataca, golpéale en las branquias. Eso hará que seas demasiado difícil de comer. Quien se arriesga vive. —Kit guiñó, antes de acoplarse la máscara sobre su rostro besado por el sol—. Ah, y no hagas pis en el agua. Los tiburones adoran el pis. Estaré ahí al lado si me necesitas.

—¿Necesitarte? ¡No te hagas ilusiones, Kinkade! —dijo Shelly, intentando sonar desenfadada y valiente. No obstante, era tranquilizador saber que estaba buceando con un médico cualificado. Oh, cuánto anhelaba Shelly experimentar su trato hacia los pacientes en cama, preferiblemente en su propia cama.

Kit sonrió con complicidad, se colocó el regulador en la boca, sujetó la máscara y a continuación se deslizó en silencio dentro del mar.

La entrada de Shelly en la mar salada fue un poco menos elegante. Recordaba más a una morsa dando a luz. Después de chisporrotear y despellejarse en la superficie y haberse bebido un trago o dos de agua de mar, el profesor agarró el extremo de su botella y la arrastró de vuelta a través de algunas malas hierbas hacia la cuerda del ancla.

Descendiendo nudo a nudo, contando hasta diez en cada uno de ellos mientras se tapaba la nariz para presurizar sus oídos como lo había practicado en la piscina del hotel… Shelly se recordó que en todos sus poemas favoritos los dioses nadaban con náyades y ninfas. Pan, el más salvaje de todos los dioses, ¿con quién bailaba? Los duendecillos de las piscinas, con esos eran. El agua, se tranquilizó a sí misma, era buena, natural, bonita. Tarareó la
Música Acuática
de Haendel. Sí, estaba segura, a salvo, bien… además, Kit era un experto en medicina. Estaba en las mejores manos posibles, o al menos pronto lo estaría, una vez que hubiera fingido un accidente de buceo que requiriera la resucitación boca a boca por parte del buen doctor.

El profesor le hizo una señal a Shelly para que se soltara de la cuerda, una invitación que ella se tomó con la misma calidez que podría tomarse una sugerencia de extirpación quirúrgica de ambos pechos sin anestesia. Las corrientes la arrastraban desde todas las direcciones. Esto, más que un mar, era una batidora gigante. El holandés le hizo señas una vez más para que continuara. «¿Por qué sería que… —se preguntó—, cuanto más peligro de muerte conllevaba un pasatiempo, más placentero se consideraba?» Una excursión directa al Congo parecía una mejor alternativa que soltar esta cuerda en pleno mar abierto.

El profesor hizo la señal internacional de buceo que Shelly había aprendido en la piscina para decir «¿Estás bien? ¿Puedo hacer algo por ti?».

Shelly, hiperventilando, se preguntó cuál era la señal para: «¿Qué tal un trasplante de pulmón gratis como recuerdo?».

El profesor, con impaciencia, le separó a Shelly los dedos de la cuerda y le hizo un gesto para que nadara hacia las sombras tenebrosas. A través de la espeluznante penumbra, estallidos de burbujas marcaban las botellas de otros buceadores que movían sus oscuras piernas a estilo tijera, cortando inútilmente el agua. El peso de la botella la estaba haciendo girar como borracha de un lado a otro, pero de alguna forma consiguió acercarse al grupo de buceo. Para su intranquilidad, vio que estaban a punto de entrar en un barco hundido, algún tipo de buque de carga a juzgar por su aspecto, incrustado en el arenoso fondo marino. Uno a uno, los buceadores desaparecieron por una portilla con incrustaciones de percebes. Shelly hizo la señal internacional de «ni de coña» a su profesor, el cual se encogió de hombros, y luego aleteó con los demás hacia el mugriento interior.

Shelly intentó no dejarse llevar por el pánico de haberse quedado sola en las profundidades del Océano Índico. Todo estaba en silencio, salvo por el sonido de su propia respiración agitada.

Había un paisaje lunar ahí abajo… vacío, a excepción de un banco de imitadores de Mick Jagger conocidos técnicamente como lábridos limpiadores y alguna pastinaca ocasional con su capa teatral y su sonrisa de villano.

Con cautela, aleteó hasta la parte trasera del barco hundido y, envalentonada tras su éxito al nadar con una botella de leche enorme adherida a su espalda, pataleó hacia la banda derecha del buque damnificado con la esperanza de que sus compañeros emergieran pronto por la portilla correspondiente.

Mientras rodeaba la popa corroída del buque de carga, el corazón se le subió dando tumbos a la garganta. En lugar de una cara conocida, se encontró mirando fijamente el ojo vidrioso de un perro muerto. Ahí estaba el cadáver balanceándose, suspendido en la corriente por una cuerda alrededor del cuello, anclado al suelo oceánico por una piedra. La criatura parecía estar contemplando a Shelly con apacible curiosidad.

El pánico en estado puro se apoderó de ella. De acuerdo, un perro muerto era mejor que un tiburón vivo, ¿pero no era exactamente un perro muerto lo que andaría buscando un tiburón vivo?

Chapoteando hacia la banda izquierda del barco naufragado, intentó no ver tiburones en cada sombra… hasta que de verdad vio uno, claro. Era un error de la naturaleza el camuflar a los tiburones… es decir, ¿de quién se están escondiendo ellos, eh? Shelly tuvo una fracción de segundo para preguntárselo antes de que el depredador prehistórico, gris como el mar que los envolvía, cortara limpiamente el agua atravesándola y avanzando hacia ella a tal velocidad que no tuvo tiempo de fingir ser una roca. No. Shelly actuó de inmediato como un cebo. Se revolvió, chapoteó, se hizo pis en sus pantalones cortos de buceo. Intento pulsar el botón de flotabilidad para llegar a la superficie pero en vez de eso se desinfló, cayendo en picado al suelo oceánico, perdiendo su máscara, raspándose toda la piel de las espinillas y clavándose un bígaro en el culo por el camino. El descenso rápido y destartalado también le quitó el regulador de la boca. Aguantando la respiración, se meneó sin control buscándolo a ciegas, sintió la goma en su mano y se la llevó a la cara. Se metió el regulador en la boca e inhaló frenéticamente, olvidándose de pulsar el botón que eliminaría el agua salada de la manguera. Conforme el agua marina eyaculaba en su garganta, balbuceó y se atragantó, sintiendo cómo el terror le embargaba el pecho. Se encontró a sí misma preguntándose si el capitán tendría el número de Cuidados Intensivos del Servicio de rescate aéreo en la lista de marcación rápida. Una luminosidad peligrosa se filtró en su interior. Su mente estaba flotando de un modo en que definitivamente no lo estaba haciendo su cuerpo. «¿Cómo se decía en francés “transfusión de sangre”?», se preguntó. «¡Pero no! Dios mío. ¡No les dejes que me lleven a un hospital francés! ¡Yo no hablo francés! ¡Puedo salir de allí con un cambio de sexo!», pensó de manera errática.

Su cerebro detonó y de repente todo fue negro. Podía sentir los brazos de alguien rodeándola. Era obvio que estaba alucinando por la falta de oxígeno, porque parecía que una versión borrosa de Kit estaba poniendo su regulador en su propia boca. Sintió una oleada de oxígeno frío y limpio entrar por su torrente sanguíneo y se dio cuenta de que realmente era Kit. Con suavidad, para no asustarla, le quitó el regulador e inhaló con fuerza en él antes de volverlo a estrujar entre sus labios azules y temblorosos. Entonces le recolocó la máscara, imitando una demostración de cómo eliminar el agua marina, tal como se lo habían enseñado en la piscina a ella. Shelly no se había dado cuenta de que los tiburones cazan en manadas hasta que vio a Towtruck en un auténtico frenesí alimentario capturando su humillante calvario en la cámara acuática. La filmó con Kit, compartiendo su regulador todo el trayecto hasta la superficie, envueltos, por fin, en los brazos del otro.

El resplandor intermitente de luz era la cosa más preciosa que Shelly jamás había visto. Sus pulmones se pelearon por conseguir aire fresco. Durante los primeros veinte minutos estuvo tumbada en cubierta, con todo el cuerpo retorcido y los brazos extendidos, ocupada convirtiéndose a la religión.

—¿Te han dicho alguna vez lo bonita que estás cuando expulsas agua marina de los pulmones? —la voz de Kit era como una bebida fría que saciaba la sed en mitad del calor.

—¡
Mon dieu
! Tu vida. ¿Ha pasado destellando? ¿Ante tus oh'os? —preguntó Coco, agachada junto a ella con una mirada brillante de anfitriona—. Ohhh. A lo meh'og tienes algo de kagma negativo, ¿no?

Shelly parpadeó hacia ella, manándole agua salada de la nariz.

—Yo antes creía en el karma, pero eso fue en una vida anterior —balbuceó.

Pudo ver cómo su comentario rozaba el hermoso pelo negro de Coco conforme le pasaba resbalando por encima de la cabeza. Kit demostró su valoración del comentario de Shelly con una risita en voz alta… pero el tatuaje picante que tenía Coco en la parte interior del muslo tampoco le pasó inadvertido, notó Shelly con consternación.

—¡Sabía que algo malo pasaguía hoy! Lo noto en los huesos. ¿Sabes que soy psicópata?

El alboroto de la conversación amainó un poco. Shelly observó a Coco con dureza. ¿Podría ser ésta la dueña contrariada de un perro muerto?

—Sé lo que le va a pasar a las pegsonás —afirmó Coco—, ya sabes, antes…

—Quieres decir telepata, no psicópata —le corrigió Shelly, arrebatando la toalla que le acaba de dar Coco a Kit y desgreñando su propio pelo trenzado en algas—. Entonces no hace falta que te diga que te apartes de una maldita vez de mi marido —murmuró por lo bajini.

Gaspard dejó de secarse con la toalla y miró con desconfianza a Coco; tenía sus piernas achaparradas a horcajadas, las manos en las caderas fofas y su virilidad no dejaba nada a la imaginación en un cortísimo tanga francés. Coco frunció sus encantadores labios de colchoneta hinchable y corrió hacia la parte delantera del barco a por cervezas y sándwiches de la nevera portátil. Gaspard tosió con flatulencia, luego la siguió.

—Esa mujer es la prueba viviente de que para convertirse en una diosa del amor no sólo se necesitan pechos neumáticos y muslos sedosos, también hace falta estupidez —susurró Shelly, malévolamente chorreando aún agua salada por la nariz de manera atractiva.

—¿Tonta? ¿Coco? En realidad, lo que es de tontos es pensar eso.

—Vamos, Kit. No seguirás creyéndote que sea una activista política, ¿verdad? Esa mujer suspendió en la universidad de la vida. Aunque podría haber sacado un sobresaliente en flirteo y en depilación de ingles. —Los ojos de Kit se desviaron en la dirección de la casi desnuda Coco—. Aquí. —Le puso bruscamente una toalla en las manos—. Se supone que tienes que secar mi frente febril. Viene en el
Manual
del marido
, sabes.

—Oye, pareces olvidar que te salvé el culo ahí abajo. Hablando de lo cual —Kit alzó la voz—, ¿por qué no había ningún experto en buceo y sólo un profesor en prácticas? Era jodidamente peligroso. En realidad, en todas las actividades deportivas falta personal. ¿Dónde están todos los responsables? —Kit dirigió esta pregunta a Gaspard, que había reaparecido por el otro extremo del barco, cerveza en mano.

El comandante de policía se encogió de hombros, luego encendió un cigarro.

—Ya sabes cómo son estos tegsegmundistas —habló con un aire de entretenido hastío—. Pgobablementé hayan encontgado la cagá de la Vigh'en Maguía en un
coco de mer
y huyegon
en masse
. —Sus ojos odiosos y malhumorados miraron a Coco, la cual estaba ayudando a un miembro negro de la tripulación a sacar otra nevera portátil del almacén. El tono hosco y mordaz de Gaspard le puso a Shelly la piel de gallina. Junto con Milosevic y Atila el Huno, Gaspard habría sido de los primeros en ser expulsado de las pruebas eliminatorias de
Mr. Cuidadoso y dadivoso
—. Supongo que están todos en el sacguificio de algún animal. —El jefe de policía dio una calada a su cigarro—. En el zoolóh'ico local tienen una descripción de los animales en el fgontal de la h'aula, ¿y debah'o? La gueseta.

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