Authors: Kathy Lette
—No puedo creer lo que le dijiste a la cara a ese poli. ¡El procedimiento estándar de la policía francesa es primero pegar y luego preguntar! ¡Qué valiente eres! —dijo Shelly con cariño—. Eres tan seguro de ti mismo, Kit. Apuesto a que incluso haces los crucigramas con tinta.
—Crees que tengo seguridad en mí mismo, ¿eh? —preguntó Kit distraídamente, concentrado en el movimiento de metrónomo de la varilla que estaba moviendo en su cóctel.
—Dios, sí. Las únicas reservas que tienes están en hoteles elegantes de cinco estrellas… ¡gracias a mi perfil de ordenador que te eligió! —sonrió—. Un hotel con grandes camas dobles esponjosas y estupendas —enfatizó por si acaso.
—Bueno, siento decir que ahora mismo mi cama no está reservada para nadie. No hasta que haya encontrado mi, cómo era, libido emocional —bromeó pero sin mucho entusiasmo.
Shelly dio un trago de vino.
—Mira, Kit. No lo decía en serio cuando acusé a 1os hombres de no tener sentimientos. Sencillamente, no te pega llevar un cartel de «No molestar» en tus calzoncillos.
—Pero es que aún estoy entrando en contacto con mi lado femenino —sonrió con picardía—. He descubierto que estoy obsesionado con la comida, el peso, la complexión, el antojismo y la celulitis. —A pesar de la apariencia jocosa de Kit, sus dedos estaban tocando un ritmo agitado sobre el tablero.
—Kit, ¿por qué eres tan misterioso? Si no eres médico, ¿qué eres entonces? ¿Y por qué mentiste? Siempre te estás escabullendo a tu habitación. Hasta comes allí. A excepción del buceo de ayer, no llegas a mucho más que a una carrera de dos minutos desde tu
búngalo
. ¿Por qué? ¿Eres un androide recargando batería? ¿Transmites mensajes a tu nave nodriza? ¿O qué?
—Tengo cosas que encerar —dijo alegremente, poniendo una voz aguda. Pero sus dedos lo delataron. Los movía inquieto, doblándolos y estirándolos como si estuviera calentando para un concierto de piano.
Shelly puso su mano sobre la de Kit.
—¿A qué estás jugando realmente, Kit? Venga, dímelo. Si alguna vez quieres gritar a un oído comprensivo yo tengo una capacidad auditiva excelente. —Habían pedido caracoles para ella y
fish and chips
para él, pero lo que estaba reconcomiendo a Kit seguía siendo un misterio—. ¿Qué pasa, Doc? —dijo con una sonrisa.
Kit miró al rostro compasivo de Shelly.
—Hey, no podría confesar las cosas que me preocupan ni a un cura, no digamos ya a mi pobre y desconcertada esposa —dijo con tristeza.
Pero Shelly no se lo estaba tragando. Su marido le recordaba al Concierto de Aranjuez para guitarra de Joaquín Rodrigo. Por poco se había rendido también con eso, pero al final por sus narices lo había conseguido. Intentó otra táctica.
—De acuerdo, cambiemos de tema. ¿Qué tal si hablamos sobre la filosofía de vida de cada uno?
Kit desvió la cabeza de ella, se puso sus gafas de sol y miró por la ventana del restaurante con el pretexto de ver los últimos rayos de sol hundirse en el mar. Parecía haber un lugar dentro de él que mantenía en secreto. Se retiró a él en soledad, sin percatarse siquiera de que Shelly le estaba mirando.
—¿Kit?
—¿Mi consejo para la vida? Hum… Si llevas aros en el prepucio, no te pongas calzoncillos de nailon… te electrocutarás. Ah, y nunca comas perritos calientes de un kiosco de carretera. Sobre todo si es de tus viejos.
Shelly levantó la cabeza con recelo.
—¿«Viejos»? ¿No dijiste que tus padres estaban muertos?
—¿Lo hice?
—Sí, joder si lo dijiste. —Le perforó con la mirada.
—Bueno, viven en un
camping
en una ciudad llamada Purgatorio, vendiendo comida basura… así que a efectos prácticos están muertos —improvisó.
El rostro de Shelly ardía de indignación.
—¿Podrías dejar ya de mentirme? Ya he tenido bastante con «El Agente Internacional de la Rutina Misteriosa». ¿Quién coño eres exactamente?
El cuello de la camisa negra subido y las gafas de sol oscuras le hacían, más que nunca, parecer un espía.
—Shelly —dijo su nombre en un tono alto y resonante. Un punto de tristeza tensó su rostro—. Eres una buena chica. Y siento haber sido tan capullo. La cosa es que no he sido enteramente sincero contigo.
—Oh, no me digas.
Él le tocó su mejilla con ternura, se quitó las gafas de sol y la miró a los ojos.
—Hay algo que tengo que decirte —dijo, de manera intrigante.
Shelly se preparó para la verdad.
—Te escucho.
—¡Oooohhh! ¡Qué hambgue tengo!
Coco y su brillante licra se sentaron con un meneíllo de hombros en el asiento vacío de su mesa, donde procedió a picar quesos.
Shelly miró a la cantante con resentido asombro.
—¿Estás «comiendo»? Si te tragaras una miga de pan parecerías embarazada. Las francesas soléis pedir un picatoste para comer. A continuación lo compartís.
Kit rió y pellizcó la mejilla de Shelly.
—¿Quién está siendo una intolerante ahora? ¡Estas siendo tan racista hacia las francesas como Gaspard lo es hacia los criollos, tú, machacagabachos!
Shelly sintió que el rostro le estallaba.
—Soy consciente de que estoy generalizando, pero como suele ocurrir cuando generalizo, me importa un pimiento —soltó. Dado que ya tenía manchas rojizas de las quemaduras del sol, tuvo la esperanza de que no pudieran ver el intenso rubor ardiendo en sus mejillas.
—Yo adogo todos los placegues de la cagne —ronroneó Coco, con un parpadeo inocente de sus iridiscentes pestañas—. A difeguencia de algunas muh'egues. —Coco miró de modo significativo a Shelly—, yo tengo mucho cuidado con lo que como. —Dio unas palmaditas a su estómago tenso y desnudo, que hizo que sus pechos, acurrucados en las copas de su sujetador, se bambolearan de manera seductora—. Tu cuegpo es un templo.
—Sí, bueno, pues hoy no hay servicios —murmuró Shelly entre dientes, en un intento de evitar que los ojos de su marido se deslizaran en el cremoso escote de Coco.
—Hay un punto de
shiatsu
paga disminuig el apetito. ¿Te lo enseño, Kelly?
—Es Shelly. Y no, gracias —dijo Shelly echando humo.
Coco se volvió hacia Kit.
—Y también hay algunos puntos egóticos en el
shiatsu
. ¿Te los encuentgo? —sonrió tontamente, poniendo morritos con sus labios magenta.
—Lo que nos gustaría que encontraras es el camino de vuelta al escenario —sugirió Shelly.
Este deseo fue concedido por la llegada del primer plato. Coco, una vegetariana, hizo una mueca al plato de caracoles de Shelly, luego corrió dando arcadas al escenario, donde se sumergió de inmediato en un conjunto de ritmos africanos,
reggae
,
sega y maloya
, todo cantado en criollo.
«El cuenco de caracoles no parecía en absoluto flema solidificada —se dijo Shelly mareada—. Sácate esa idea de la cabeza ahora mismo.» Con los ojos asombrados de Kit sobre ella, se zambulló en su comida, sacando con la cuchara el jugo con deleite. Empaló lo que parecían crisálidas de babosa en su tenedor y los absorbió, demostrando su sofisticación superior, urbanidad y desarrollo general en comparación con la cantante anoréxica y «tofúvora», cuya base culinaria consistía probablemente en masajear su intestino con copos de salvado.
«¡Por fin! Un punto para Shelly Green», se felicitó a sí misma.
Pero su triunfo duró poco. Shelly sintió la guindilla arder en el fondo de sus globos oculares antes de cobrar conciencia de que su garganta estaba en llamas. Se agarró de la laringe, poniéndose bizca en su agonía y gesticulando hacia el pan, intentando mandar señales luminosas a Kit de que sus enzimas gástricas se habían dejado de hablar con sus amígdalas. ¿Guindilla en los caracoles? El menú no decía nada sobre la guindilla. Estaba sufriendo un ataque de tos digno de una unidad de pleuresía.
Los comensales se giraron para verla contornearse y agarrarse al mantel durante su discoteca digestiva. Como de costumbre, Towtruck y Mike el Silencioso habían llegado justo a tiempo para grabar su degradación para la posteridad.
—¡¡¡¡Ma pauvre chérie!!!!
—Era Dominic, su voz semejante al aullido de una alarma antirrobo, envolviéndola en sus brazos. Ser abrazada por Dominic era un poco como ser asaltada por un
golden retriever
. De inmediato se puso a administrarle cucharas de yogur calmante—. ¡Oh! ¿Comiste
piment
? ¿Guindilla? Pog supuesto, ya sabes, en Gueunión, el meh'or método paga… —se acarició el cuello— calmag la garganta es hacer gargagás con semen —ronroneó, guiñando a la cámara.
Sin embargo, los gritos agónicos de Shelly quedaron ahogados por un ruido aún más fuerte. Al principio supuso que era la batidora para cócteles del barman funcionando a toda marcha. Pero entonces se dio cuenta de que el emotivo tañido de la guitarra eléctrica se había convertido en un chirrido estridente y disonante. Todo el público dio un grito sofocado hacia el escenario, donde Gaspard había esposado a Coco. Gendarmes agitando pistolas saltaron sobre los otros miembros de la banda, volcando pies de micros y los timbales, y luego los sacaron a la fuerza del restaurante. Una cantante sustituía subió con dificultad al escenario y empezó una interpretación nasal de
la vie en rose
.
—¿Qué coño está pasando? —preguntó Kit a Dominic.
—El grupo está bah'o agguesto. Cantan canciones
segá
sobgue la libegtad de guevolución… el tgabah'o de un ggastafagui.
—¿¡Y qué? —La rabia estaba haciendo que las venas en el cuello de Kit se le marcaran como cables—. Deja que adivine. Gaspard cree que Libertad es una puta marca de tampón.
Dominic se encogió de hombros.
—Es una altegación del
ordre public
.
—¿Adónde se los han llevado?
—´Otel de Pólice
.
—¿Es que nadie va a hacer nada? ¿Qué pasa con sus derechos civiles?
Dominic soltó una carcajada hueca.
—Bah'o el mando de
Super Flic
no tienen ninguno. Hubo un escándalo y las autoguidades en Paguís se tapagon las naguices y lo mandaron a Reunión. Ahoga tiene que demostrar su inocencia.
Kit ardió por dentro como un árbol alcanzado por un rayo, un árbol que podía estallar en llamas en cualquier momento.
—Tenemos que ayudarla, Shelly. Coco sola con Gaspard… Dios, es como enfrentarse a
Darth Vader
con un cuchillo de untar mantequilla. Y no parece que nadie vaya a mover un maldito dedo por sacarla de allí —Kit lanzó una mirada acusadora a Dominic—. En tal caso te dejo aquí organizando el
Teletón
, ¿no? Oh, y Shelly, ¿tienes euros? Puede que necesite que me prestes dinero para la fianza.
Tener a Coco bajo llave le parecía a Shelly una idea espléndida en estos momentos. Una vez que recuperara la capacidad del habla, sin duda iba a decir que no. También iba a advertirle a Kit que un cuello es algo que si no te lo juegas no te meterá en marrones. Y lo más importante, también le haría terminar esa frase que Coco había interrumpido. «¿Qué bomba al más puro estilo Donald Rumsfeld le iba a tirar esta vez?» se preguntó.
Pero entonces la mano de Kit estaba en su brazo, y era tan cálido que primero dejó que la condujera a la seguridad de su habitación y luego al taxi. Y en el taxi él puso el brazo sobre sus hombros y ahí estaba ella, derretida una vez más en la calidez ecuatorial de su abrazo. El aire salobre estaba ácido de expectación. Shelly pensó que debían de estar cerca del aeropuerto. Pero entonces se dio cuenta de que sólo era su corazón despegando.
Mujeres: Entonces, ¿me llamarás mañana?
Hombres: Claro… te llamaré idiota redomada por pensar que te llamaría mañana.
Alto el fuego
Solo hay una norma fija al viajar a un país extranjero. La policía armada siempre lleva la razón. Rompe esta norma y podrás encontrarte acribillado a balazos. Su primera visión de la amenazante jefatura de policía, fortalecida con alambre de púas y atestada de polis armados con ametralladoras, hizo que el corazón 747 en despegue de Shelly se parara en seco. Pero antes de que pudiera apretar el botón del pánico y activar su asiento eyectable emocional para saltar en paracaídas, estaba dentro del
Hôtel de Pólice
, un hotel donde el cliente siempre está equivocado.
Dos policías antidisturbios estaban fumando, con los cascos levantados sobre la frente como auténticos hombres rana. Observaban a Kit y a Shelly entrar en el
Ministère de l'Intérieur
con exangüe indiferencia.
Los perros policía a sus pies estaban absortos en el acicalado de genitales. Una luz fluorescente chisporroteaba y tartamudeaba, y una pequeña radio exhalaba música. Una fotografía gigante de un Jacques Chirac con aspecto engreído,
Président de la République Française
, dominaba la sala. En la pared opuesta la Declaración de los Derechos del Hombre era usada siniestramente como diana.
—Escucha —dijo Kit,
sotto voce
, mientras esperaban al agente Gaspard—. He visto
La batalla de Argel
. Golpearte en la cara con la culata de su pistola es «hola» en francés. Así que deja que hable yo, ¿vale?
—Ten cuidado —se oyó decir Shelly, y a continuación, para disfrazar esta muestra de sentimientos—: Quiero decir, eres el único marido que tengo después de todo. No es como si tuviera maridos para despilfarrar, sabes.
Hubo un maullido ensordecedor y todos se giraron a mirar por las ventanas abiertas hacia el patio, donde Gaspard parecía estar alimentando a un perro policía con un gato callejero. Era evidente que el hombre no poseía la bondad de la naturaleza humana. Cuando el
Super Flic
entró en la comisaría, el policía se puso firme como un pelotón de ejecución.
—
Bonsoir
, «comandante de los chimpancés debiluchos
come
-
fromage
». —Kit hizo una pequeña reverencia—. Bueno, ¿qué novedades hay en el mundo del crimen y el castigo? Quería comentarle algo… —arrugó un poco la nariz como si se retorciera por un mal olor—, ¿no cree que un
bidé
es una bañera demasiado pequeña como para lavar su cuerpo entero en ella?
Shelly se encogió. Si eso no conseguía un «hola» francés, no sabía qué podría conseguirlo. Gaspard adoptó una expresión que sugería una tribulación grave de hemorroides. El corazón le taladró el pecho.
—No le haga caso —soltó una risa falsa—. ¿Sabe cómo tratar con condescendencia a un americano? ¡Hable en inglés!