Sexy de la Muerte (31 page)

Read Sexy de la Muerte Online

Authors: Kathy Lette

Shelly se quedó boquiabierta de manera audible. La mujer de Kit parecía tener la compasión sexual de una mantis religiosa. Pero ella perseveró.

—Mire, sé que está furiosa de que le haya robado a su pequeña hija, pero intente verlo desde la perspectiva de Kit. Vale —concedió—, va a tener que forzar mucho los ojos, pero…

Pandora miró a Shelly con cara de limón.

—¿De verdad se piensa que le voy a dejar meter sus manos mugrientas en el fondo fiduciario de Matilda? —Las gemas del anillo de la heredera brillaron como las de un semáforo—. Esa es la única razón por la que se la ha llevado. Y tengo que recuperarla antes de que la arruine por completo. Se está volviendo muy insolente e impetuosa. Igual que él. Me da vergüenza ajena cuando oigo decir a Matilda «váter» en vez de «servicio». O «papel del culo» en vez de «papel higiénico». O «ahí está» en vez de «ahí está» (dijo rimando «ahí» con «hay»).

«O cuando falla en la pronunciación de “pronunciación”», pensó Shelly, aturdida. ¿Era posible que la madre de Matilda hubiera volado hasta aquí y desembolsado todo este dinero para salvar a su hija de la pobreza de vocabulario? Tuvo la tentación de llamar al camarero para escuchar una segunda opinión. «Parece una auténtica marioneta de
Thunderbirths
, ¿verdad?» Pero el camarero estaba intentando apaciguar a los negociadores de Pandora por la falta de modelos en bañador. Lo único
topless
que había ahora en el bar de la piscina era el hecho de que el viento había volado el tejado.

Pandora puso una sonrisa fría.

—Pero el internado la arreglará. —La mujer era un invierno nuclear en el trópico—. ¡Después de todo, mira lo que hizo por mí!

«Bastante», pensó Shelly. Kit le había contado que el enfoque de Pandora respecto a la educación conjunta de los hijos es que hay que dividirlo a partes iguales… entre el internado y la niñera. Sin embargo ella no se había creído que ninguna mujer pudiera ser tan meticulosa e insensible. Kit había dicho en broma que como mejor se reflejaría el interés de Pandora en los niños sería en una pegatina de parachoques que tuviera escrito «Me da exactamente igual quién esté a bordo». Al menos en ese momento ella creyó que lo decía en broma…

—Nunca me he considerado una amante de los niños. —Pandora jugueteaba con la espuma de perlas blancas que centelleaba alrededor de su cuello inyectado de
Botox
—. Oh, pensé que quizá tuviera un niño algún día… —hizo una pausa, y Shelly asintió con la cabeza animándola a seguir—, ya sabes… por si acaso alguna vez necesitaba un trasplante de órganos.

Shelly estaba horrorizada de que el corazón de una madre pudiera estar a semejante temperatura de museo de cera.

—Pero no tenía ni idea de la cantidad de tiempo que consumiría la maternidad. —Pandora sanciono su derroche con un suspiro sufrido—. Uf. ¡Siempre preguntando cosas sin parar! —Hizo una mueca de martirio maternal, antes de armarse de valor—. Pero los hijos no son como los perros. Uno no puede echarlos a la calle así sin más. Así que es responsabilidad mía enseñarle un nivel aceptable de comportamiento. Los niños necesitan que los domestiquen.

«O que los “mansionestiquen”», pensó Shelly con creciente irritación mientras la voz punzante de Pandora la perforaba.

Como si se acercara a un bebé dormido, ahora Shelly empezó a andar de puntillas sobre el concepto de que Kit había estado diciendo la verdad sobre su mujer. Asimismo, se asomó por el borde de la acusación de que estaba celosa de Matty. ¿Había influido en sus sentimientos el ansia subconsciente de tener un padre devoto? No un padre como Kit, desde luego. No… un padre que deambulara agitando pinzas de barbacoa, silbando a Elvis, y que la quisiera con ternura, la quisiera de verdad.

El único camarero que había, saturado de trabajo, ofreció un plato de frutos secos y patatas fritas, pero Pandora negó con la cabeza. Estaba absorbiendo el centro líquido de un dulce con un sonido húmedo y salivoso cuando se dirigió a él.

—A ver, ¿qué es usted? ¿Un
hutu
o un
tutu
?

—Hum, creo que si investigas verás que un
tutu
es un vestido de ballet —le susurró Shelly en una agonía de vergüenza—. Es
tutsi
. Y viven en la parte este de África —explicó, mientras Pandora demostraba que no basta una simple manicura para hacer brillar a una mujer.

—No tengo hambre. —Pandora despidió con la mano al camarero con grandeza operística, separando sus piernas largas y perfectamente depiladas con láser y las cerró como un par de tijeras conforme las volvía a cruzar.

—Probablemente tenga algo que ver con tu nariz —dijo Shelly secamente, analizando el delator anillo de polvo blanco que acababa de percibir alrededor de la fosa nasal izquierda de Pandora—. Dudo que esnifar media Bolivia esté en tu plan de desintoxicación, ¿no? —Así que Kit tampoco había mentido acerca de que su mujer hacía que Kurt Cobain pareciera abstemio.

Los ojos de Pandora centellearon.

—Cualquier cosa que Kitson Kinkade, o Rupert Rochester, que es su
nomb de spin
, te haya contado sobre mí es una sarta de falsedades —declaró, hurgando en su bolso en busca de un pañuelo para eliminar la prueba narcótica—. Raptar a un niño es la mala conducta más grave. ¡Y pagará por ello! —Su pequeña boca estaba tirante de indignación—. Volamos hasta aquí pasando por París, donde conseguí una orden judicial vinculante en Reunión, que me da la custodia de Matilda. He indicado a mis negociadores de rehenes que ofrezcan a los rebeldes medio millón por soltar a Matilda. Sin embargo, también les ofreceré dinero extra para que retengan a Kinkade. Una genialidad por mi parte. ¡De esa forma me aseguraré de que esa mierda no vuelva a ver jamás a mi hija!

Shelly sintió que una sacudida de miseria azotaba su interior conforme se daba cuenta de que había estado viviendo en un engaño. En otro engaño. La mujer necesitaba unirse al «sindicato de los engañados». Todo lo que había dicho Kit era verdad. Shelly bien podría haber llorado de horror. Hizo la clase de ruido que uno hace justo antes de que su coche choque contra un objeto inmóvil. Eso era en lo que se había convertido su vida… uno de esos horribles accidentes de tráfico en los que la gente reduce la velocidad para mirar boquiabiertos y luego, tras haber visto el auténtico horror de todo eso, deciden largarse a toda velocidad.

Sin embargo, estaba garantizado que una persona se quedaría alrededor para ver la carnicería. Shelly vislumbró, medio escondidas detrás de unos escombros caídos sobre el escenario de La Caravelle, un par de piernas fuertes y peludas con bañador de pata corta estampado con tumbonas amarillas y bailarines de
Hula
, y un espasmo de revolución la agitó.

—¿Cuánto tiempo llevas grabándonos, Towtruck?

—¿Grabando? —rebuznó Pandora—. ¡Para ahora mismito! —Dio un chasquido con los dedos y su personal del
Executive Outcome
se echó a un lado del revoltijo de mesas y sillas volcadas para acercarse a Towtruck de manera amenazante.

Los ojos furtivos de Towtruck saltaron de izquierda a derecha.

—No fue idea mía —chilló como un cachorro perdido—. Fue de la Camiseta. Ya te dije que era una zorra hipócrita. —Lejos de la jurisdicción de su directora, el cámara se ensañó con ella—. ¡No me habría sorprendido que hubiera organizado ella todo el jodido ciclón y el golpe de Estado para mejorar su puto vídeo! —graznó.

Shelly sabía que Towtruck era de poca utilidad salvo para la producción de gas metano (brisas trasera que el cámara llamaba sus «ventosidades melodiosas»). Sin embargo, la directora del programa de telerrealidad era la
tricoteuse
de la guillotina: cogiendo primeros planos de ejecuciones emocionales.

—¿Dónde está ella? —preguntó Shelly mientras Pandora, flanqueada por sus guardaespaldas, salía enfadada para instalarse en lo que quedaba del hotel. Towtruck, aún aterrorizado, señaló hacia las matas. Shelly separó con enfado las hojas de las palmeras caídas.

Por lo general los labios superiores de un culpable no transpiran, excepto en las películas. Un culpable suele permanecer frío y tranquilo.

—Bueno, ¿está preparada para su primer plano? —preguntó Gaby con ecuanimidad, filmando con su cámara fija.

Shelly entornó los ojos.

—Gaby
Conran
{24}
. Qué nombre más adecuado. ¿Ha perdido todo el respeto por sí misma?

Gaby se encogió de hombros y miró alrededor.

—Supongo que estará en algún lado por aquí alrededor… probablemente debajo de algo.

—¿Por qué delató a Kit? ¿E informó a los rebeldes del valor de Matilda como rehén? ¿Por no mencionar el hacer venir a Pandora?

—Para crear más patetismo y desesperación, por supuesto —dijo Gaby, con una expresión vidriosa de engreída superioridad—. Los telespectadores sólo tienen interés hasta cierto punto en ver a gente joven y guapa con todas las posibilidades en bandeja delante de ellos… sobre todo si no las están aprovechando. Cuando se ponen las cosas realmente fascinantes es cuando las posibilidades están fuera de su alcance. Cuando son cócteles de gambas para dos en el bar de la perdición —concluyó, con crueldad serena y calculada—. La televisión es una pecera de pirañas, Green, y digo esto con todo el cariño del mundo. Oh, por cierto, aquí está su siguiente entrega. Veinticinco mil libras. —Sacó el espeso fajo de billetes de su bolso—. Un pequeño incentivo para que se siga llevando bien con la cámara —dijo, acercándose a Shelly para filmar ese primer plano.

—¡Apague la cámara!… ¡A menos que su seguro lo cubra todo a conciencia y tenga deseo de morir! ¡Gracias a usted, Kit y Matty están ahora mismo encadenados a algún radiador en alguna parte comiendo ratas e intentando roerse sus propios pies! —Shelly arrebató el dinero ofrecido—. Me tomaré esto como una expiración prematura de mi contrato… permiso pagado por buen comportamiento.

Gaby la agarró del hombro.

—A menos que coopere conmigo, no tendré más opción que usar el vídeo en el que está en la limusina. El primer día. Con cámaras ocultas. Serán unas imágenes muy… jugosas.

Mientras Shelly asimilaba esta revelación atroz fue Mike el Silencioso el que se indignó. Tanto que se adelantó desde detrás del cámara, se quitó los cascos abrió la boca y emitió palabras por primera vez, y con un acento irlandés precioso y musical.

—Pero… ¿pero qué pasa con vuestro contrato? Nada de grabar en el retrete o durante el sexo, dijiste.

—Bueno, no estaban haciéndolo exactamente. Kit sólo estaba cenando en el restaurante Y, querido.

El ya no silencioso Mike bajó su micrófono
Boom
y quitó la batería.

—Acepté acompañar a Towtruck cuando puso el perro muerto el día de la inmersión en un intento de atraer a algún tiburón de arrecife… y a ti cuando salpicaste la comida de Shelly con guindilla para que la devolviera… Y robar la ropa de Kit en la isla… y estuve con vosotros cuando fingiste salvar a Shelly del sobeteo de Towtruck para que confiara en ti. Y todas los demás travesuras… —Todos miraron alucinados conforme el hombrecillo poco atractivo balbuceaba su confesión—. Sin embargo, nunca jamás acepté hacer una película porno. ¿Qué pensaría mi madre? ¿Sabes qué? Golpes de Estado, ciclones, no tomar cerveza en el bar… te lo puedes meter todo por el culo.

—Creo que me gustabas más cuando no hablabas, enano infectado. —Entonces Gaby señaló al cámara—. Venga, descerebrado. Tú puedes manejar esa cosa, ¿no? —ordenó, revelando la amplitud de su habilidad técnica.

Towtruck negó con la cabeza deleitándose.

—No poder. Normas del sindicato. ¡Me temo que el espectáculo se ha acabado! Y yo voy a acabar con una buena paja y una siestecita —anunció Towtruck con un bostezo, antes de seguir al recientemente locuaz técnico de sonido hacia la playa.

Shelly, que por fin había reubicado sus cuerdas vocales, emitió un aullido largo, asustado y hueco.

—¿Nos grabó en secreto? ¿En la limusina? Oh Dios. Towtruck tiene razón. Esto no es un documental. Es porno.

—Sí. Y eso es lo que hace buena televisión —anunció Gaby, con siniestro placer, mientras seguía filmando.

—No. «Esto» hace buena televisión. —Y diciendo esto, en un arranque de ira, Shelly subió al escenario y estrelló la cámara de Towtruck contra el suelo.

Cadáveres, pueblos devastados, padres angustiados… mientras que ninguna de estas cosas había conmovido a Gaby Conran, ahora su boca se retorció en un aullido agónico.

—¡¡No!!

Dominic había elegido este mismísimo momento para hacer su gran entrada en la parte de «Novio nuevo y mejorado». Estaba duchado y afeitado, con su
after-shave
de Calvin Klein listo para aturdir, sus pantalones ceñidos… «marcahuevos franceses» los llamaba Kit… sin dejar nada a la imaginación. Éste era un hombre claramente preparado para su primer plano… Boquiabierto del asombro de ver a Shelly estrellar la cámara, el interés que tenía el animador en ella se desinfló con más rapidez que un flotador al final de las vacaciones de verano.

—¿Has ggoto la camagá? —tronó. El hombre parecía haberse sometido a una inmersión precipitada de humor—. ¡Éste es mi gran momento! ¿Kguees que quiego enseñag a esas bguh'as gogdas y feas, esas
vieilles peaux
, en la piscina paga siempgue? —Apuntó un dedo cual bayoneta al rostro de Shelly—. ¡Ésta es mi opogtunidad de hacegme notag, integnacionalmente!

Lo que Shelly no había notado era su voz de torno de dentista… tan implacable como nefasta. Y de pronto la irritó. Se encontró echando de menos el gangueo meloso de Kit.

—Entonces, ¿todo este tiempo sólo has estado seduciéndome para que tu cara saliera en la tele? —preguntó confundida.

—¡
Mon dieu
! ¡Yo no «seduzco» a las muh'egues! Soy fgancés. Las muh'egues, simplemente, caen a mis pies.

—¿Qué? ¿Borrachas, dices?

El encanto francés, se dio cuenta Shelly, es como la mayonesa: definitivamente necesitas algo más para acompañarla. Así que Kit había tenido razón respecto a Dominic después de todo. En realidad, había tenido razón acerca de muchísimas cosas más.

—Oh, lárgate a beberte el agua del bidé, fideo.

—No vas a rechazar a Dominic —rugió Gaby—. No arruinarás mi jodido desenlace. ¡Yo lo elegí a conciencia! ¡Él es el final de mi historia! —Se quitó sus gafas sucias y miró a Shelly con los ojos entornados mientras limpiaba frenéticamente sus gafas con el faldón de la camisa—. ¡Dominic es la más genuina de las criaturas… un hombre sin fallos!

Other books

The First Lady of Radio by Stephen Drury Smith
The Mask Wearer by Bryan Perro
Try Me by Parker Blue
Spellwright by Charlton, Blake
The Graham Cracker Plot by Shelley Tougas