Sexy de la Muerte (33 page)

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Authors: Kathy Lette

Con los ojos rosas e irritados por la falta de sueño, la garganta seca y el culo puerco espinado con espinas de erizo de mar, se sentó, tiritando, encorvada contra una rama, y se preguntó cómo narices iba a arreglárselas para llegar. E incluso si lo hacía, ¿qué clase de bienvenida podía esperar? Esos rebeldes eran la clase de gente que mataría por el Premio Nobel de la Paz. Y de todas formas, en este preciso instante Kit probablemente estuviera haciendo algo imprudente y estúpido que le haría recibir un disparo… haciendo así que su peligroso viaje no tuviera sentido alguno. ¡Puede que diera mala suerte ver al novio justo antes de la boda… pero joder, desde luego podía traer peor suerte verlo después!

Sin embargo, el pensar en Kit era como un abrazo en la oscuridad. Shelly manoseó las cuentas de su rosario imaginario, rezando para que él y Matty estuvieran ilesos.

Se suponía que el mayor inconveniente para las novias es tener un marido al que no se le levanta. De ahí la lencería picante en el ajuar y el repertorio de juguetes sexuales. Si algún día salía viva de esto, tendría una contribución muy instructiva que hacer a la revista
Novia.
Lo que la mujer actual necesita meter en su equipaje para una luna de miel tropical es algo mucho más útil… digamos, un equipo SWAT clandestino.

Diferencias entre sexos: Parejas

 

Los hombres a menudo se quejan: «Bueno, ¿qué es lo que buscan las mujeres?»

Y las mujeres tratan de responderles: «Oh, nada especial Tan sólo que tenga pectorales, un doctorado, un buen culo, una actitud no sexista, un bronceado de primera, un pene culto, que pueda cocinar soufflés, que luche contra cocodrilos, quiera una relación cariñosa y pueda ofrecer sexo que te derrita hasta la médula… ¿es eso mucho pedir de un multimillonario?»

20

Retirada

Vive durante mucho tiempo y al final estarás equivocado respecto a todo. Esa era la lección que Shelly aprendió cuando Coco por fin la condujo sin incidentes al campamento rebelde.

Los cuarteles de los rebeldes resultaron ser una chabola medio derruida, que parecía como si hubiera sido aplastada por Pavarotti. De hecho, a primera vista, Shelly había confundido el grupo andrajoso y destartalado de barracas con techos de paja por madrigueras de hormigas grandes. Tras un segundo vistazo, el campamento de la poderosa resistencia rebelde, oculto en la grieta de una colina, parecía la casa de la familia Clampett antes de marcharse a Tennessee. El centinela, repantigado medio dormido al sol, llevaba una camiseta que ponía: «Jesús viene. Espabila».

Los adolescentes con zapatillas de deporte se arremolinaban, pegando patadas a balones de fútbol y rascándose las orejas de manera ocasional con las bocas de sus rifles rusos oxidados, de alrededor de 1802.

¡Menuda fuerza militar! Parecía como si el Frente de Liberación hubiera tenido problemas defendiéndose de una mujer con síndrome premenstrual. El único peligro que Shelly sintió que había era la compra forzada de baratijas que ella no quería… como ceniceros hechos de cáscaras de coco, sujetadores de conchas y objetos de tela horrorosos llevados por niños que se aglomeraban para recibirla.

Hasta que vio al líder rebelde, claro. Supo que debía de ser el hombre en cuestión porque Coco se lanzó a sus brazos musculosos y selló sus labios sobre los de él ardientemente. «¿Y quién no lo haría?», pensó Shelly. Era el cliché revolucionario romántico por excelencia. Ojos ardientes, labios sensuales, pelo negro cayendo alrededor de su rostro bronceado, botas de combate, traje de faena de la jungla y esa indignación insondable endémica de los ideólogos que resaltaba tan bien la imagen del Che Guevara. Coco susurró en su oreja, y entonces Gastón Fock se tocó la barba de manera pensativa, bajó su AK47 y se dirigió a Shelly en perfecto inglés.

—Este
Cirque
es a donde mis ancestros huyeron de la autoridad colonial tras las revueltas de esclavos. Entonces se organizaron en pueblos dirigidos por jefes que se eligieron democráticamente y lucharon para preservar su independencia. Y seguimos luchando.

Shelly tuvo la impresión de que una charla trivial no estaba en el orden del día y optó por asentir con la cabeza para animarle a que continuara.

—Ni siquiera ahora queremos usar la fuerza —dijo Gastón, con una voz dulce y suave—. Yo era profesor. Pero los franceses son despiadados. No van a negociar. Fue el Tratado de Versalles de 1919, que impuso tan crueles condiciones a los alemanes, lo que hizo inevitable la llegada de Hitler. Por supuesto, cuando Hitler apareció, Francia sencillamente capituló. O debería decir «colaboró». Y la palabra «Vichy» entró en la lengua inglesa… un sinónimo para «traición». Después de que las tropas británicas y americanas liberaran a Francia, ¿cómo demostró De Gaulle su gratitud? Usando su veto para impedir que vosotros los británicos entrarais en el Mercado Común, manteniendo a los americanos a distancia cuando se estableció la OTAN y ahora negándoles el apoyo en la ONU.

Shelly asintió con entusiasmo una vez más, mientras miraba a su alrededor con ansia en busca de Kit. Coco, sin embargo, estaba esperando cada palabra de Gastón. Conforme Monsieur Fock sermoneaba, Shelly empezó a sentirse como uno de esos perritos para las bandejas traseras del coche que movían la cabeza. Su dogmatismo era sólo una forma pomposa de decir que la revolución no era más que una reacción en cadena a las cadenas. El resultado era que Reunión pronto experimentaría una renovación total y reabriría bajo una nueva dirección. Shelly que ahora padecía latigazo cervical de llevar tanto tiempo asintiendo con la cabeza, estaba casi lista para un collarín cuando él finalizó su diatriba y por fin le ofreció una bebida reactivante de «agua de fuego». Más conocida corno «mátame rápido», descifró Coco.

Un trago del brebaje local fue suficiente para convencer a Shelly de que el cava no iba a sustituir al champán como el aperitivo favorito del mundo libre en un futuro inmediato. Tras esto le ofrecieron comida… una verdura de espinaca llamada
brédes
y un
chutney
de tomate picante conocido como
rougail.
Shelly rechazó el estofado de pescado, con bastantes escrúpulos sobre la prudencia de pedir mariscos en una zona tan interior sin refrigeración. Sopa de salmonela, mmm. Cuando preguntó por el baño de mujeres, Coco soltó un aullido de irrisión.

—Oh, tenemos vátegues pogtátiles de cinco estguellas —dijo—. Las muh'egues a la izquiegda del campamento y los hombgues a la deguecha.

Tras sentarse en cuclillas nerviosa detrás de un arbusto en lo que resultó ser una pequeña parcela de ortigas y pillar una sanguijuela en los labios vaginales, Shelly sintió que la paciencia le estaba empezando a fallar y, volviendo al campamento, le insinuó a Coco que quizá fuera hora de que viera a su propio caballero de brillante
amour
. Coco se rió otra vez, no con menos irrisión que antes. Viéndola consultar con Gaston, Shelly comprendió que en las montañas GMT no significaba Tiempo Medio de Greenwich, sino Tal vez Momento de Guerrilla.

—¿Tienes el rescate? —preguntó bruscamente el líder rebelde a Shelly.

—Bueno, parte. Tenía la esperanza de recibir un poco de descuento, por eso de ser británica y de que De Gaulle nos jodiera la vida y demás —improvisó—. Recuerda Dunkirk… —Su rostro permaneció impasible, así que ella le tendió vacilando su entrega doble del dinero del premio, unas miserables 50.000 libras.

Conforme contaba el dinero, el rostro del líder militante adquirió un aspecto sombrío.

—Esta cantidad parcial de dinero te asegurará la devolución de uno o dos de sus dientes, quizá. Hoy me reúno con un comerciante de armas francés. —Volvió su mirada dura de antracita sobre ella—. ¿Qué puedo comprar con esto? ¿Un tirachinas? Esto no es David y Goliath. Necesito armas. ¿Dónde está el resto del dinero? Sólo tienes una oportunidad de ofrecerme una respuesta aceptable.

Shelly vio su mano moverse hacia el machete que descansaba sobre sus rodillas. Advirtiendo que ésta era la clase de sitio donde pueden hacer que te estalle la cabeza, literalmente, Shelly entró en una especie de estupor.

—Ah… el resto del dinero —titubeó.

Coco la salvó de dar la respuesta incorrecta al sacar algo de su mochila con un gesto dramático: la pequeña bolsa de viaje de piel de caimán de Pandora.

Mientras Gastón estaba ocupado abriendo elegantemente las cremalleras de la bolsa con su machete Coco explicó:

—Me estaba escondiendo en la habitación de Pandogá. Cuando vi a esa
bagbie
burguesa contando su dinego, dinego ganado con el sudog de otgas fgentes… siegvos de su familia aguistokgática, yo pensé hmmm. Meh'og seg
nouveau
que nunca llegag a seg
riche
, ¿no? Así que le di un golpe en la cabeza.

Shelly rió con aprobación.

—Es tan rica que ni siquiera lo echará en falta. Cuando esa mujer hace un cheque, el banco da brincos.

Coco también se rió.

—En seguida igué a buscagos togtolitos y os llevagué a la montaña. Soy una gran, ¿cómo se dice en inglés?, «ggomántica empedegnida».

Dio un codazo a Gastón, el cual dio la luz verde a un par de niños con pistolas, y éstos condujeron a Shelly a través de la jungla hasta la barraca de la cárcel. Respiró profundamente y empujó la desvencijada puerta.

*

—¿Se puede saber qué narices estás haciendo aquí, mujer? —dijo Kit enfadado, conforme Shelly pasaba la cabeza por debajo de una viga y entraba en el húmedo y frío escondite. Estaba tumbado en un colchón raído con la pequeña Matty dormida junto a él. Tenía el aspecto de algo que el mar hubiera devuelto a la playa, exhausto y desaliñado. Sin embargo, el corazón de Shelly empezó a marcar negras, ahora corcheas, a continuación una polka de semicorcheas llamada «Paro Cardíaco en Adoración Mayor»—. Dios. Dime que no has traído a los malditos maderos. ¿Qué coño está pasando?

—En realidad —respondió Shelly—, creo que ésta es la parte en la que pelas uvas para mí y me abanicas con hojas de loto.

—Te dije que no quería volver a verte.

Shelly sintió que le oprimían el corazón. Había esperado una respuesta fría, pero esta bienvenida era absolutamente siberiana.

—A ver, ¿por qué coño estás aquí, Shelly?

—Pues para rescataros a ti y a Matty. Con algo de ayuda de Coco. Algún día sentiré una punzada de remordimiento por haber robado a Pandora el dinero del rescate durante, hum, dos segundos.

Kit se tomó un momento para asimilar este cambio en su suerte.

—Eres una estúpida especial, ¿lo sabías? —Su voz, que había sido cortante y tensa, se suavizó de alivio. Una gran herida de sonrisa dividió su rostro cansado de la guerra conforme se levantaba de un impulso de la cama del campamento y se quedaba de pie delante de Shelly, alucinado.

—Coco va a venir a buscarnos para llevarnos a la montaña. Así que, ¿me garantizas ahora tu perdón? —preguntó Shelly con formalidad.

Kit brilló.

—¿Lo quieres con patatas fritas?

—Bueno… —Shelly sonrió por primera vez en varios días— ¿qué hacemos ahora?

—Probablemente no sea un buen momento para empezar a silbar la
Marseillaise
—advirtió Kit, devolviéndole la sonrisa.

—¡Shelly! —Su conmoción había despertado a Matty, que se lanzó a Shelly como un misil de crucero. Shelly se inundó de alegría al abrazar a la pequeña de nuevo con su cálida maraña de miembros y ojos somnolientos—. ¡Una serpiente entró en nuestra cabaña! Papá la mató, yo creía que era un gusano.

—No, era claramente una serpiente —dijo Kit, recogiendo sus cosas.

—Las serpientes y los gusanos están relacionados, ¿sabes? Pero sólo por el matrimonio —dijo Matty inocentemente.

—Ah —suspiró Kit—, los niños y los borrachos nunca mienten. Matty, recoge tus cosas, ¿vale, chiquitina? Entonces, ¿Pandora está aquí? —preguntó con recelo una vez que Matilda estuvo fuera del alcance del oído.

—Se fue ayer. Dios mío. Lo más profundo en esa mujer es su bronceado. Puede que Pandora sea guapa, pero, Jesús… —Shelly bajó la voz—, por dentro es feísima. Insensible, rígida, con el corazón de piedra. Quiero decir, Dios, fui una estúpida al juzgarte antes de haberla conocido, Kit. Fue una acción refleja y corta de miras. También fue de idiotas contárselo a Gaby. También tenías razón respecto a ella… una auténtica piraña de pies a cabeza. No puedo creer que fuera tan imbécil.

Kit la miró con picardía.

—Deja de llamarte a ti misma estúpida. No nos vas a dejar nada a los demás —sonrió—. Te diré lo que me has desbaratado. Ya no puedo ir por ahí pensando que todas las mujeres son unas zorras. Has hecho algo muy valiente, Shelly.

El rostro de Shelly ardía.

—Sí, bueno, yo no entiendo de valor. Ahora mismo estoy más interesada en sacarme del culo esas espinas de erizo de mar. —Matty soltó una risita tonta.

—Por favor —se ofreció Kit, haciendo una ligera reverencia—. Permíteme.

Shelly se bajó los vaqueros y se inclinó sobre la silla de madera.

—¡Dios! ¿Cómo narices sé te han clavado esos cabrones?

—¡Au! Fingiendo ser Jane Bond. De todas formas, tú también me has desbaratado a mí. Ya no puedo ir por ahí diciendo que todos los hombres son unos cabrones. Porque, ya sabes, ¡au! Tras haber conocido a Pandora, si lo hiciera estaría pensando con el culo en vez de con la cabeza.

—Pero oye. Con el culo tan bonito que tienes, te lo puedes permitir —sonrió abiertamente Kit.

Shelly se encajó los vaqueros y sonrió con coquetería, aliviada de que a partir de ahora bromearían, no discutirían; aliviada de que por fin habían declarado la tregua en su guerra de sexos. Una auténtica tregua. No. No había nada «chamberlainesco», «paz para nuestros días» en este pacto, resolvió… ¿verdad?

—De todos modos, me alegro de que ya no odies a las mujeres. Estaba segura de que al final se te pasaría la obstinación.

—¡Obstinación! Oye, sólo estaba esperando a que te bajaras del monte, Modesta.

—¡Bajarme del monte! —Shelly notó cómo se le tensaba la sonrisa—. ¿Hola? Tú me mentiste desde el primer día. Por eso lo primero que hice fue poner distancia.

—Qué tal si lo dejamos en un término medio —se burló Kit—. Yo reconozco que estoy equivocado si tú reconoces que llevo razón.

—Imagínate —respondió Shelly con mala uva—. Ahí estaba yo creyendo que me había casado con Don Llevo Razón… sin darme cuenta de que su nombre era Siempre. —Shelly tenía el terrible presentimiento de que Hitler estaba a punto de invadir Checoslovaquia.

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