Authors: Natsume Soseki
—No sé qué contestar a eso. Pero en serio, tía. Esa Tomiko se pavonea demasiado. Puede que sea rica pero hay veces que se pasa.
—Bueno, no estaría mal ser igual de rica que ella, aunque luego tuvieras que maquillarte demasiado, ¿no crees?
—Sí, puede que tengas razón. Pero si alguien tiene que tomar ejemplo de ese Baka-Take, ésa es precisamente Tomiko Kaneda. Es una engreída que no te puedes imaginar. Ese mismo día precisamente le estaba diciendo a las chicas que había un poeta que le había dedicado personalmente una colección de poemas escritos en estilo moderno.
—Probablemente fuera
o
chi Toito. Nos lo contó.
—¿En serio? Debe de ser un tipo de lo más curioso.
—No, no. Es un chico muy formal, no creas. Supongo que le parecerá la cosa más normal del mundo.
—Eso es lo malo. Gracias a chicos como ése, ella se vuelve insoportable. Hay todavía una cosa más divertida. Según parece el otro día alguien le mandó una carta de amor.
—Una carta de amor. ¡Qué horror! ¿Quién pudo hacer semejante cosa?
—Parece que nadie lo sabe.
—¿No estaba firmada la carta?
—Sí, había un nombre, pero nadie ha oído hablar nunca de esa persona. Era una carta muy larga. Larguísima, y plagada de cosas de lo más excéntrico. Decía, por ejemplo: «Te amo de la misma forma en que un hombre santo ama a Dios». O: «Me sacrificaría por ti en el altar como un cordero. Para mí sería el mayor de los honores». También decía: «Mi corazón es como un triángulo en el que Cupido hubiera clavado su flecha.»
—¡Qué horror! ¿Pero todo eso iba en serio?
—Parece que sí. De hecho, tres amigas mías han visto la carta.
—Me parece fatal que vaya por ahí enseñando una carta como ésa. Si todavía tiene intención de casarse con Kangetsu y este tipo de historias trascienden, más tarde o más temprano le costará un disgusto.
—¡Qué va! Todo lo contrario. Esa estúpida está encantada de que hablen de ella. Estoy segura de que se lo contará a Kangetsu la próxima vez que venga a visitarla. Porque no creo que él sepa nada del asunto todavía, ¿o sí?
—Probablemente no. Últimamente lo único que hace es pulir bolas de cristal en la universidad.
—Me pregunto si a Kangetsu le convendrá casarse realmente con esa mujer. Pobre hombre.
—¿Cómo que pobre hombre? Con todo el dinero que tienen los Kaneda, su futuro estará asegurado. ¿Por qué dices eso?
—Tía, no seas tan vulgar. Siempre hablando de dinero, dinero, dinero. El amor es más importante. Si no hay amor, es imposible que funcione una relación entre marido y mujer.
—¿En serio? Dime Yukie: ¿qué clase de hombre buscas tú como marido?
—¿Cómo voy a saberlo? No tengo ni idea.
A pesar de que por su edad difícilmente podía entender de lo que se estaba hablando, Tonko escuchaba atentamente la conversación de su madre y su prima sobre el matrimonio. De pronto, y sin venir a cuento, la pequeña interrumpió la charla para decir que ella también quería casarse. Aunque Yukie, rebosante de ardor juvenil, sentía una lógica simpatía por los deseos de su prima Tonko, no pudo por menos que molestarse ante el inoportuno comentario de su prima pequeña. La señora Kushami no le dio importancia a la interrupción, y preguntó:
—¿Con quién quieres casarte, cielo?
—No sé si decírtelo. Eso sí, me gustaría casarme en el santuario de Shoukonsha
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pero, como no me gusta cruzar el puente de Suido, no sé qué hacer.
La señora y su sobrina se quedaron perplejas ante la inesperada declaración de la pequeña acerca de entrar a formar parte de un santuario dedicado a los espíritus de los caídos por la patria. Se quedaron sin argumentos, y no les quedó más remedio que echarse a reír. Aún no se habían recuperado de la risa, cuando la mediana, Sunko, dijo:
—Así que quieres casarte en el santuario de Shoukunsha. Pues yo también, si te digo la verdad. ¿Por qué no nos casamos juntas? Bueno, si no quieres acompañarme tomaré un
rickshaw
y me casaré yo por mi cuenta...
—
Babu
también va —dijo la pequeña. Supongo que, de darse el caso, al maestro le habría parecido de lo más conveniente ese triple matrimonio de sus hijas.
En ese momento se escucharon las ruedas de un rickshaw deteniéndose delante de la puerta de la casa, y la voz del cochero que anunciaba la llegada del maestro. Había vuelto sano y salvo de su visita a la comisaría. El cochero entregó un gran paquete a la criada, y el maestro se presentó en el cuarto de estar con una perfecta compostura. Saludó a su sobrina cariñosamente y dejó junto al famoso brasero familiar un objeto con forma de botella que bien podía pasar por un florero o una jarra. Era un objeto de lo más extraño, y como no soy capaz de describir exactamente lo que era, me limitaré a llamarlo por ahora «objeto con forma de botella».
—¡Vaya! ¡Qué botella tan rara! ¿La traes de la comisaría? —preguntó Yukie al tiempo que se levantaba de su asiento.
El maestro miró a su sobrina y se limitó a decir:
—¿Verdad que tiene una forma maravillosa?
—¿Una forma maravillosa...? ¿Esa cosa?. A mí no me lo parece en absoluto. Parece más bien una aceitera.
—¿Pero cómo puedes decir que este precioso objeto parece una aceitera? Es una observación de lo más vulgar.
—¿Entonces qué es?
—Un jarrón.
—Para ser un jarrón tiene la boca muy estrecha y el culo muy ancho.
—Precisamente por eso es tan especial. No tienes el más mínimo gusto artístico. Tan escaso como el de tu tía, me temo. —Cogió el objeto y lo puso junto a la ventana para mirarlo detenidamente.
—¿Así que no tengo gusto artístico? Pues debe de ser que no. Nunca se me habría ocurrido volver de la comisaría con semejante regalo. ¿A ti qué te parece, tía?
Su tía no mostraba ningún interés por el objeto. Sin embargo, se afanaba en abrir el gran paquete que había vuelto de la comisaría.
—¡Madre mía! Parece que los ladrones están haciendo progresos. Todo está lavado y planchado. Mira, fíjate.
—¿Quién te ha dicho que el paquete lo he traído de la comisaría? Lo que pasa es que me aburría mientras esperaba, así que me di una vuelta por ahí y me encontré con este objeto maravilloso en una tienda. Lo compré al instante. Por supuesto, vosotras no os dais cuenta, pero se trata de un objeto muy raro.
—Demasiado raro. ¿Dónde lo compraste?
—¿Dónde? ¿Pues dónde va a ser? En el barrio de Nihonzutsumi. También me acerqué a Yoshiwara,
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por cierto. Es un sitio interesante, y de lo más animado. ¿Habéis visto alguna vez la Puerta de Hierro? Apuesto a que no.
—No, ni creo que la vaya a ver nunca. No tengo ninguna razón para ir a perderme por un barrio de prostitutas. ¿Cómo puede ir todo un profesor como tú a un barrio con esa reputación? Me extraña. Y me sorprende. ¿Tú que dices, tía? ¡Tía!
—¿Sí, cariño? Me preguntaba si el lote está completo. Creo que me faltan cosas.
—Lo único que te falta son los ñames. Me dijeron que fuera allí a las nueve, y me hicieron esperar dos horas. Últimamente la policía japonesa trabaja fatal.
—La policía japonesa trabajará mal, pero mucho peor es darse una vuelta por Yoshiwara. Como se enteren en la escuela, te ponen de patitas en la calle. ¿Verdad, tía?
—Sí, tienes razón, cariño. —Se giró hacia su marido—. No está mi
obi
. Ya sabía yo que faltaba algo.
—¿Qué importancia tiene un ceñidor de
kimono
, querida? Olvídalo y piensa mejor en mí. Me han tenido tres interminables horas allí esperando. La mitad de un día, vamos. Cuatro horas de mi precioso tiempo tiradas a la basura.
El maestro se sentó al lado del brasero y comenzó a observar de nuevo el jarrón. Su mujer pareció conforme con lo que le habían devuelto, lo puso todo junto a la cómoda y volvió a ocupar su sitio.
—Tío, ¿dices que esta aceitera es un objeto raro? ¿No te parece que está sucio?
—¿En serio que has comprado esta cosa en Yoshiwara?
—¿Qué quieres decir con «en serio»? Como si tú entendieras de estas cosas.
—Seguro que un jarrón como éste podrías haberlo encontrado en cualquier sitio, sin necesidad de haberte aventurado por ese barrio apestoso.
—En eso te equivocas. Es un objeto que no puede encontrarse en ningún otro sitio más que allí.
—El tío se parece a esa estatua de piedra de Jizo, ¿no crees?
—¡Cuida tu boquita! Que las chicas de hoy en día tenéis la lengua muy larga. Harías mejor en dedicarte a leer el
Manual de urbanidad para mujeres
.
—Tío, tu mujer me ha dicho que no te gustan los seguros. Pero, dime, ¿qué es lo que te gusta menos? ¿Los seguros o las chicas de hoy en día?
—Vaya, en cuanto a los seguros, no me disgustan. De hecho, son muy necesarios, creo yo. Cualquiera que tenga la más mínima preocupación por el futuro debería tener uno. Pero en lo que toca a las chicas de hoy en día, no valéis para nada.
—A mí me da lo mismo si sirvo para algo o no. Pero tú tampoco puedes hablar, porque ni siquiera estás asegurado.
—Pues mira. El mes que viene lo estaré.
—¿Estás seguro?
—Por supuesto que sí.
—Pues no deberías. Es absurdo asegurarse. Es mucho mejor gastarse el dinero de la prima en cualquier otra cosa, ¿no es así, tía?
La señora Kushami se rió, pero el maestro respondió con seriedad:
—Dices esas cosas porque crees que vas a vivir cien años o incluso doscientos. ¡Pero cuando madures un poco te darás cuenta de lo necesario que es tener un seguro! El mes que viene, sin falta, me aseguraré.
—Me parece requetebien. Haz lo que quieras. Si puedes permitirte tirar el dinero en el paraguas que me compraste el otro día, supongo que te puedes permitir malgastarlo en un seguro. Recuerdo que me lo compraste aunque te repetí varias veces que no lo quería.
—¿De verdad no lo querías?
—No.
—Entonces devuélvemelo. A Tonko le hace falta uno. Se lo daré a ella. ¿Lo has traído contigo?
—Pero, ¿cómo puedes ser así de horrible? ¿Cómo puedes decirme que te lo devuelva después de habérmelo regalado?
—Te he dicho que me lo devuelvas sólo porque tú me has dicho previamente que no lo quieres. No hay nada de horrible en eso.
—Es cierto, no lo necesito; pero tú sigues siendo horrible.
—¿De qué estás hablando? Primero dices que no lo quieres, te pido que me lo devuelvas, y entonces me dices que soy horrible.
—Pero...
—Pero ¿qué?
—Pero aun así eres horrible.
—Estás diciendo tonterías. Venga a repetir las mismas cosas.
—Tú también estás repitiendo las mismas cosas.
—¿Qué quieres que haga? Has empezado tú. Has dicho claramente que no lo querías.
—Sí, lo he dicho, y es cierto que no lo necesito. Pero no quiero devolvértelo, hala.
—Me sorprendes, querida sobrina. No sólo eres irracional, sino también una obstinada. Un caso desesperado, el tuyo. ¿No os enseñan lógica en la escuela?
—Me da igual la lógica. Soy una ignorante, en cualquier
caso. ¡Di lo que quieras de mí! Pero pedirme que te devuelva el paraguas... Ni un extraño se atrevería a pedirme semejante cosa. Podrías aprender un par de cosas del pobre Baka-Take.
—¿Bata qué?
—Quiero decir que podrías ser más honesto y franco.
—Eres una chica estúpida y cabezota. Por eso es por lo que suspendes una y otra vez.
—Y si suspendo, qué. ¿Te estoy pidiendo que me pagues el colegio, acaso?
Llegados a este punto de la discusión, Yukie pareció derrumbarse presa de emociones incontrolables. Las lágrimas le afloraban a los ojos, corrían por sus mejillas y se derramaban sobre su vestido púrpura.
El maestro se quedó allí sentado, con cara de estupefacción. En ese momento apareció Osan, y anunció la llegada de una visita.
—¿Quién es? —preguntó el maestro.
—Un alumno de su escuela —contestó echando una mirada furtiva a la llorosa cara de Yukie.
El maestro se levantó y se fue hacia la sala de estar. Yo también me levanté de mi cojín, y le seguí por la galería con el objetivo de continuar recopilando material para este libro, una monografía sobre ese animal de extrañas costumbres llamado ser humano. Si uno quiere embarcarse, como yo, en un estudio completo sobre el comportamiento de los humanos, ha de saber que éstos son muy dados a entablar peleas, pendencias y a alimentar rencillas. En la vida cotidiana, los humanos suelen ser de lo más inofensivos, de apariencia un tanto deprimente, y en sus conversaciones tienden a ser enormemente aburridos. Sin embargo, en determinados momentos y por causa de algún proceso peculiar que se me escapa, de naturaleza casi sobrenatural, me temo, su habitual insustancialidad muta en un extraño y maravilloso comportamiento que ningún individuo de la raza felina debería perderse, habida cuenta de su profundo contenido didáctico. El inopinado llanto de Yukie constituye un buen ejemplo de este fenómeno. Aunque Yukie tenía una mente insondable, no había dado muestras de ello en su conversación con la señora. Pero, tan pronto como apareció el maestro e introdujo el extraño jarro en escena, su transfiguración fue total. Como un dragón durmiente al que despiertan de pronto de un profundo sueño echándole encima un barril de agua helada, así se transformó Yukie, sacando a relucir a partir de ese instante todas sus preciosas cualidades, la fuerza de su carácter y todas sus exquisitas sutilezas. Esas cualidades son comunes entre los individuos de sexo femenino a lo largo y ancho del mundo, y es una lástima que sólo las manifiesten de vez en cuando. Para ser más concretos, habría que decir que en realidad se manifiestan continuamente, pero raramente se muestran de un modo completamente desinhibido, puro, abierto y sin ataduras, como esa mañana con Yukie. Sin duda, le debo al maestro, personaje de cualidades inhumanas, hasta tal punto que tenía por costumbre frotarme el pelaje a contrapelo, el privilegio de haber asistido a esta larga serie de revelaciones sobre el espíritu femenino. Tras seguirlo, como su fiel escudero, a lo largo de toda mi vida, me he dado cuenta de que es una de esas personas que provocan el drama allá donde pisan, siendo él mismo el protagonista prototípico de una tragedia de tintes clásicos. Me siento enormemente afortunado de ser el gato de un hombre como el maestro, pues gracias a él mi vida está repleta de momentos intensos e interesantes. Pero, volviendo al misterioso visitante que nos aguardaba, ¿de quién se trataba?