Studio Sex (23 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

—¿Adónde quieres llegar?

—Él era responsable, uno de los más iniciados durante los años sesenta. Entre otros cargos, durante la mili, estuvo destinado a IB.

Annika parpadeó.

—¿Te podían destinar ahí?

—Formalmente se dice que estuvo destinado en el departamento de seguridad del Ministerio de Defensa, pero en la práctica continuó con su trabajo político ordinario. ¿Y a ti qué tal te va?

Annika dudó.

—Más o menos.Studio sexha sacado que ella era una bailarina destriptease.

—¿Lo sabías?

Annika parpadeó.

—Sí.

—¿Por qué no escribiste sobre eso?

Berit sonaba sorprendida. Annika se rascó la oreja.

—Yo sólo la he descrito. Esto no tiene que ver con el asunto —respondió.

—¡Claro que sí! Ahora me sorprendes —dijo Berit.

Annika tragó saliva.

—La imagen de Josefin queda muy chata si se infla eso del club de alterne, ella se convierte sólo en una puta. Hay mucho más, muchos matices más, ella era hija y hermana y amiga y colegiala...

—Y bailarina en un puticlub. Claro que tiene importancia, Annika —interrumpió Berit.

Se hizo el silencio en el teléfono.

—Pienso demandar aStudio sexal defensor del oyente —le espetó Annika.

Berit casi se enfadó.

—Venga, ¿por qué?

—Patricia no sabía que ellos harían públicos estos datos.

—¿Quién es Patricia?

—La mejor amiga de Josefin.

Berit habló de carrerilla.

—Annika, ahora no te enfades, pero me parece que estás cubriendo este asesinato de una manera demasiado personal. Ten cuidado en no mezclarte con los actores. Esto sólo puede acabar mal. Tienes que conservar tu distancia profesional o no ayudarás a nadie, y menos aún a ti misma.

Annika cerró los ojos y sintió cómo el sonrojo se extendía por su rostro y alcanzaba su cuero cabelludo.

La alborotada percepción del fracaso llenó su mente.

—Sé lo que hago —dijo algo chillona.

—No estoy segura del todo —respondió Berit.

Acabaron rápidamente la conversación. Annika permaneció sentada durante un buen rato con las manos cubriéndole el rostro, se sentía machacada y a punto de llorar.

—¿Has terminado el artículo del apartamento? —le gritó Jansson desde la mesa de redacción.

Ella se recompuso rápidamente.

—Yes—respondió—. ¡Ahora mismo lo mando a «la lata»!

Ella soltó el teclado y dejó que el artículo volara a través de los cables. Jansson levantó el pulgar afirmativamente cuando apareció en su pantalla. Recogió rauda sus cosas de la mesa de Berit y se levantó para marcharse. En ese mismo instante, Carl Wennergren apareció corriendo desde los ascensores.

—¡Preparad mi «careto», esta noche me hago inmortal! —exclamó.

Todos los hombres de alrededor de la mesa de redacción levantaron la vista mientras el reportero realizaba una especie de entusiasta danza de guerra con un cuaderno y un bolígrafo en las manos.

—Las Barbies Ninja han intentado incendiar el puticlub donde trabajaba la bailarina destriptease,¿y adivinad quién tiene las fotos en exclusiva?

Los hombres de la mesa se levantaron todos a una y se acercaron a palmear a Carl Wennergren en la espalda, Annika vio agitarse la cámara automática del reportero por encima de sus cabezas como si fuera un estandarte victorioso. Se colgó apresuradamente el bolso del hombro y abandonó la redacción por la puerta trasera.

La temperatura había bajado varios grados, pero el aire parecía más espeso que nunca. Pronto llegará una tormenta de verdad, pensó Annika. Pasó frente al quiosco de salchichas cerrado y decidió no tomar el autobús. En cambio, caminó lentamente hacia Fridhemsplan, y sin pensarlo subió hacia Kronobergsparken.

El acordonamiento había desaparecido por completo, pero la montaña de flores estaba creciendo, aunque puestas en el sitio erróneo, en la entrada del cementerio, pero daba igual. La verdad sobre Josefin no era importante, sólo vivía el mito y éste funcionaba como una proyección de la necesidad afectiva de la gente.

Torció y bajó hacia Hantverkargatan. Las luces azules titilaban a través de la noche estival.

Pensó en el incendio de las Barbies Ninja, y al segundo siguiente: ¡Dios mío, Patricia!

Pasó trotando la escuela de Kungsholmen y bajó la cuesta. A lo lejos brillaban las tres coronas del ayuntamiento bajo la última luz solar. Unos curiosos se habían agrupado, vio a Arne Påhlson delKonkurrentende pie junto a un coche de bomberos. Se acercó con cautela. Uno de los estrechos carriles de Hantverkargatan estaba acordonado, los coches se abrían paso por el resto de la calle. Había tres coches de bomberos, dos coches de policía y una ambulancia detenidos frente a la anónima puerta de Studio Sex. La acera y la fachada estaban negras de humo, parecía como si se hubiera desatado una guerra. Se colocó detrás de un grupo de jóvenes que, con latas de cerveza en las manos, discutían acaloradamente sobre lo ocurrido.

De pronto se abrió la puerta del club y salió un policía vestido de civil. Annika lo reconoció inmediatamente, a pesar de que esta vez no vestía la camisa hawaiana. Hablaba con alguien cubierto por la puerta, Annika se abrió paso a empellones. Vio un brazo delgado de mujer señalar algo en la calle.

—¿Dónde? —le oyó decir al policía.

Patricia salió a la calle. Annika tardó algunos segundos en reconocerla. La mujer estaba muy maquillada y llevaba el pelo recogido en una cola de caballo alta. Vestía un sujetador rojo de lentejuelas y un tanga del mismo color. Los chicos alrededor de Annika se pusieron a gritar y silbar, Patricia se estremeció y miró asustada hacia el grupo. Vio inmediatamente a Annika. Sus miradas se encontraron, a Patricia se le iluminó el rostro. Agitó la mano en un saludo, Annika se quedó petrificada. Sin pensarlo se agachó rápidamente entre los hombres y retrocedió. Los hombres empujaban, oyó gritar a una mujer. Corrió hasta la primera bocacalle, no había estado nunca antes ahí, se apresuró hacia Bergsgatan, pasó de largo la comisaría, el aparcamiento y giró en Agnegatan. Tomó el atajo por el patio y acabó temblando y jadeando junto a su puerta. La llave le temblaba tanto en la mano que apenas pudo abrir.

Estoy perdiendo el control, pensó, y bajó la cabeza al comprender su propia cobardía: se avergonzaba de Patricia.

Dieciocho años, un mes, veinticinco días

Cuando la más profunda certidumbre supera a la angustia sobreviene la verdadera confianza. Todo lo demás es un fracaso, lo sé.

Él desea que reviva viejos y horribles recuerdos.

Me empuja al cuarto de baño para que me masturbe.

Ahora tócate hasta correrte, dice. No puedes entrar, le digo yo.

Él abre la puerta del cuarto de baño mientras yo estoy sentada con la ducha entre las piernas, su rostro pálido de cólera.

Puedes follar hasta correrte con un jodido aparato, pero conmigo no, grita.

El pasillo de un hotel, puertas que se cierran. Pánico, tirones y fatiga, desnuda y mojada. Voces en la zona de la piscina, no me atrevo a gritar. A oscuras y en silencio, los azulejos fríos bajo mis pies. Me escondo entre los arbustos, piso un gran insecto y estoy a punto de gritar. Odio las arañas, odio los bichos pequeños. Lloro, tengo frío, tiemblo.

Es necesario vencer el miedo, dominar los demonios.

De vez en cuando me acerco de puntillas a la puerta. Él la abre justo antes de amanecer, cálido, seco, caliente, amoroso.

En el mundo no existe nada más importante que nuestra relación.

Jueves, 2 de agosto

El primer ministro vio a los fotógrafos de prensa desde lejos y resopló pesadamente. Los periodistas cargados con sus cámaras habían construido un muro improvisado junto a la entrada a Rosenbad. Sabía que estarían ahí, sin embargo, hubiera deseado equivocarse. Hasta ahora no había hecho ningún comentario sobre la sospecha contra Christer Lundgren, únicamente se había remitido a la joven ministra de Integración, que era la jefa de Gobierno en funciones. No podría seguir así. Los pocos días de verano de sus vacaciones anuales habían quedado en nada, se habían esfumado. Suspiró de nuevo y dio un gran bostezo. Siempre lo hacía cuando estaba nervioso. Daba una impresión de indiferencia a la gente de su alrededor, lo cual era positivo. Como ahora, el hombre en el coche no sabía nada sobre su agitación interior, de su nudo como una piedra en el estómago. Los intestinos se le revolvían de inquietud, tenía que ir al baño con urgencia.

La prensa vio el coche al doblar Fredsgatan. Todo el grupo se agitó como un solo organismo y se colgaron las fundas con los teleobjetivos. El primer ministro los observó a través de la película negra que cubría las ventanillas. Estaba la radio, la televisión y la prensa escrita agitando sus pequeñas grabadoras.

—Todos parecen muñecos —le dijo al guardaespaldas de Säpo sentado en el asiento delantero—. Action-man con sus feas ropas y sus accesorios de quita y pon, ¿no?

El guardia asintió. Todos asentían cada vez que él hablaba. Sonrió cansado. Ya podían la prensa y la oposición ser igual de complacientes.

El coche se detuvo con un frenazo ligero y balanceante. El guardaespaldas salió del asiento delantero antes de que las ruedas se detuvieran por completo y con su cuerpo protegió al primer ministro al tiempo que le abría la puerta.

Las preguntas llovieron sobre el jefe de Gobierno como un diluvio ponzoñoso.

—¿Qué opina de los indicios de criminalidad contra el ministro de Comercio Exterior?

—¿Cree que esto perjudicará al partido?

—¿Va a cambiar la línea de la campaña electoral?

—¿Cree que Christer Lundgren debe dimitir?

Salió con dificultad del coche, levantó sus pesados kilos y resolló teatralmente. Micrófonos, grabadoras, objetivos y cintas capturaron aquel ligero resoplido. Daba la sensación de que el primer ministro no se tomaba aquello en serio. Vestía una camisa azul claro abrochada hasta el cuello, pantalones arrugados y sandalias sin calcetines.

—Bueno —dijo el primer ministro y se detuvo delante del foco de luz de la televisión.

Habló con una voz lenta, relajada y bastante baja que sonaba resignada.

—Christer no es sospechoso de nada. Por supuesto que esto no influye de ninguna manera en nuestra exitosa campaña electoral. Realmente deseo que Christer continúe en el gobierno, tanto por el gobierno como por Suecia y por Europa. Necesitamos a gente que pueda trasladar nuestro mensaje político al nuevo siglo.

Fin de la primera respuesta, pensó, y comenzó a dirigirse hacia la entrada. La prensa lo siguió como una ameba adherida. Todo se sucedía de acuerdo con sus planes.

—¿Por qué ha interrumpido sus vacaciones?

—¿Quiénes estarán presentes en la reunión de crisis de hoy?

—¿Todavía confía en Christer Lundgren?

El primer ministro dio aún unos cuantos pasos antes de responder, tal y como lo había preparado con su asesor de imagen. Era el momento del comentario. Cuando se volvió hacia el grupo esbozó una amplia sonrisa.

—¿Tengo pinta de ser un hombre en crisis? —preguntó, e intentó que sus ojos brillaran. Al parecer funcionó, unos cuantos componentes de la ameba se rieron.

Se acercó a la puerta, el hombre del Säpo se preparó para abrirla. Ahora era el momento el final. Esbozó una expresión algo preocupada.

—Bromas aparte —dijo sujetando con la mano la mirilla de metal—. Claro que lo siento por Christer en estos momentos. Esta clase de comentarios periodísticos sin base son siempre una gran prueba. Pero os aseguro que esta clase de datos exagerados no tiene la más mínima importancia para el gobierno o el partido. Todos habréis leído elKvällspressende hoy, ahí tienen muy claro por qué han interrogado a Christer. Resulta que tiene un apartamento junto a Kronobergsparken. Hasta los ministros tienen que vivir en alguna parte.

Sonrió con tristeza y asintió a su propia sabiduría antes de traspasar las puertas de seguridad del palacio de gobierno. Antes de que se cerraran manaron más preguntas por entre la rendija:

—¿... es la razón de tantos interrogatorios?

—¿... se sabe algo especial?

—... algún comentario de los últimos...

Se concentró en subir lenta y relajadamente las escaleras dado que los periodistas le podían ver a través de la puerta de cristal. ¡Carroñeros de mierda!

—¡Joder, qué calor hace aquí! —exclamó y se desabrochó irritado un par de botones de la camisa—. Coño, si voy a tener que pasarme aquí dentro todo el puto día, ocupaos de que por lo menos se pueda respirar.

Entró en un ascensor y dejó que las puertas se cerraran antes de que el hombre del Säpo pudiera entrar. Ahora, verdaderamente tenía que cagar.

El cordón del zapato se rompió y Annika blasfemó. No tenía otros nuevos en casa. Se sentó en el suelo del recibidor con un suspiro cansado, se quitó la zapatilla deportiva e hizo otro nudo. Pronto no le quedaría más cordón con el que poder atarlos. Tenía que acordarse de comprar unos la próxima vez que fuera a Konsum.

Bajó cuidadosamente las escaleras, no deseaba sobrecargar las rodillas más de lo necesario. Sentía las piernas rígidas y poco elásticas, no se había preocupado de correr durante el verano.

El aire en el patio trasero era denso. Todas las ventanas del inmueble estaban abiertas de par en par, parecían desnudos agujeros negros en la rígida fachada del edificio. Las cortinas colgaban como cansados telones que se abrían hacia los escenarios interiores, sin moverse ni un milímetro. Annika arrojó una toalla en el cuarto de baño comunitario del patio y salió por el portal haciendojogginghacia Agnegatan.

Al japonés de la esquina de Bergsgatan ya le había dado tiempo a colgar el cartel de los titulares delKvällspressen.Carl Wennergren lo volvía a encabezar con sus Barbies Ninja. Hizojoggingdetenida enfrente durante unos segundos mientras leía las cortas líneas: «Exclusiva fotográfica, sólo enKvällspressen: atentado contra club de alterne».

El pulso se le aceleró, comenzó a sudar. En la foto se veía la puerta del local volando por los aires hacia la calle, el fuego incendiaba la entrada.

Me pregunto dónde estaba Patricia cuando ocurrió la explosión, pensó ella. Me pregunto si se asustó mucho.

Del artículo se deducía que el club de alterne no había sufrido graves daños. Se sorprendió al sentirse aliviada.

Se volvió y siguió por Agnegatan hasta Kungsholmsstrand. Al llegar al agua torció a la izquierda y aumentó la velocidad. Relativamente pronto sintió una punzada en los pulmones, estaba totalmente desentrenada. Dejó que las zapatillas golpearan el asfalto del camino cada vez con más intensidad, no se preocupó del dolor. Al ver el palacete de Karlberg frente a ella, a su derecha, aceleró el paso. El pecho se elevaba como un fuelle, el sudor le caía en los ojos. Al regresar tomó Lindhagensgatan, a través de Rålamhovsparken y subió por Kungsholmstorg. Cuando al final de aquel entrenamiento entró en la ducha, estaba tan cansada que estuvo a punto de desmayarse.

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