Studio Sex (20 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

—Tendrás que cerrar la puerta hasta que me haya ido —le dijo Annika a su abuela y ésta se rió.

El viento había refrescado, corría a lo largo del camino y la impulsaba de forma tal que veía centellear los pinos con el rabillo de los ojos. Pedaleó con la misma intensidad tanto cuesta arriba como cuesta abajo y, al aparcar la bicicleta junto a su puerta, arriba en Tattarbacken, jadeaba.

—He oído que andabas por casa.

Sven cerró su coche de un portazo y se acercó a ella desde el aparcamiento. Annika ató la bicicleta, se irguió y le sonrió débilmente.

—Esta vez es sólo una visita fugaz —dijo ella.

Sven sonrió al abrazarla.

—Te he echado de menos —susurró.

Annika devolvió el abrazo. Él la besó con fuerza. Annika se separó.

—¿Qué pasa?

La soltó.

—Tengo que regresar a Estocolmo.

La gravilla crujió bajo sus zapatos al dirigirse hacia la puerta. Por los pasos oyó que él la seguía.

—Acabas de llegar. ¿No libras nunca?

Ella sujetó la puerta. La escalera olía a basura caliente.

—Sí, es verdad, pero han ocurrido cosas en relación con el asesinato que estoy cubriendo.

—¿Eres tú la única reportera?

Ella se recostó contra la pared, cerró los ojos y pensó.

—Quiero hacerlo —dijo ella—. Esta es mi oportunidad.

Sven se situó delante, con una mano a cada lado de su cabeza, la mirada inquisidora.

—¿De marcharte de aquí? ¿Es eso?

Ella le miró a los ojos.

—De conseguir algo. Ya he escrito un poco de todo en elKatrineholms-Kuriren.Suplementos sobre el bosque, de subastas, de alcaldes, reportajes sobre abonos. Quiero progresar.

Se agachó y se deslizó por debajo del brazo estirado de Sven. Él la agarró del hombro.

—Te llevo.

—No hace falta. Voy en tren.

El local estaba vacío. Los días de tanto calor no eran buenos para el negocio. Los viejos tenían la oportunidad de tumbarse en la playa y mirar pechos gratis. Patricia dio una rápida ojeada a la caja de la entrada. Sólo tres mil coronas. Seis clientes durante toda la tarde. La recaudación era pésima. Cerró la caja. Bueno. Se recuperarían por la noche. El calor hacía que a los turistas les bullera la sangre.

Se dirigió al frío vestuario junto a la oficina y colgó el bolso y la cazadora vaquera, se quitó la camiseta y el short y se puso un sujetador de lentejuelas. Las bragas estaban pringosas de fluidos internos, no podía olvidarse de enjuagarlas antes de volver a casa de madrugada. Se pintó mucho y con rapidez, en realidad no le gustaba maquillarse. Los zapatos empezaban a desgastarse. El tacón apenas tenía tapa. Se ciñó las correas, respiró profundamente y corrió hacia la entrada.

La mesa de la ruleta estaba gris de ceniza a lo largo de la zona de los clientes, vio que habían hecho una nueva quemadura sobre el fieltro verde. Irritada retiró el cenicero, debería estar prohibido fumar junto a la mesa. Cogió el cepillo que había en la repisa al lado del sitio del crupier y arrastró la ceniza hacia el borde, hasta que cayó al suelo.

—Aquí está la atareada chica de la limpieza.

Era Joachim, que apareció en la puerta de la oficina, apoyado en el batiente. Patricia se quedó paralizada.

—Estaba tan sucio...

—Tú no tienes que ocuparte de eso —dijo Joachim y le sonrió—. Tú tienes que estar bonita y sexy.

Se estiró y se acercó a ella lentamente, aún sonriente, con la mano estirada. Patricia tragó saliva. Él la acarició desde el hombro a lo largo del brazo. Patricia retrocedió cuidadosamente. La sonrisa desapareció.

—¿De qué tienes miedo? —preguntó. Los ojos tenían una expresión diferente, inquisidoramente fría. Patricia bajó la mirada a sus pechos centelleantes.

—De nada, ¿por qué lo preguntas?

La voz no era del todo firme. Él la soltó de golpe.

—¿Has leído los tabloides? —dijo.

Patricia levantó la mirada y abrió inocentemente los ojos.

—¿Cuál de ellos?

Su mirada se posó pesadamente sobre ella. Patricia se concentró para poder aguantarla.

—Lo atraparán dentro de poco —respondió él.

Ella parpadeó.

—¿A quién?

—Al ministro. Lo han dicho por la radio. Debió de ser uno de los viejos que estuvieron aquí la otra noche. Le han interrogado durante todo el día. Al parecer, el primer ministro está furioso.

Los ojos de ella se entrecerraron.

—¿Cómo lo sabes?

Joachim se volvió y se dirigió hacia el bar.

—Lo han dicho por la radio.Studio sex.

Se detuvo, la miró por encima del hombro y sonrió de nuevo.

—¿Podrías pensar algo más apropiado?

SEGUNDA PARTE

Agosto

Dieciocho años, un mes y tres días

Generalmente se describe al amor de una forma trivial y aburrida, rosado monocromo. Pero amar a otra persona puede abarcar todos los colores de la paleta, cambia en fuerza e intensidad, también puede ser negro y verde y amarillo asqueroso.

Esto me ha costado un poco comprenderlo. Me he quedado en los colores claros, cristalinos, me ha costado penetrar en los colores chillones.

Sé que lo hace para ayudarme, pero, sin embargo, me siento desgarrada.

Su teoría es que yo, durante mi infancia, fui sometida a algo que hace que no me pueda relajar sexualmente. He pensado y pensado, pero no consigo encontrar qué podría ser.

Experimentamos para progresar, fundidos en nuestro amor. Yo me siento encima de él, lo siento muy dentro de mí, entonces me golpea con la palma de la mano en el rostro. Yo me detengo, los ojos llenos de lágrimas. Le pregunto por qué lo hace.

Me acaricia con suavidad la mejilla, y después me la mete fuerte y profundamente. Es para ayudarme, me dice, me vuelve a pegar y luego la mete fuertemente hasta correrse.

Después hablamos detenidamente sobre esto, cómo volver a encontrar lo divino en nuestra relación. La confianza falla, me doy cuenta. Debo confiar en él. Si no, ¿cómo podré triunfar?

En el mundo no hay nada

más importante

que nuestra relación.

Miércoles, 1 de agosto

Annika entró en el periódico justo antes de las nueve. Tore Brand estaba sentado en la recepción y la saludó ásperamente.

—Bombas y explosivos —dijo él—. Eso es lo único que le interesa a este periódico.

Se giró hacia la cartelera de los titulares, al fondo, junto al ascensor. Annika siguió la dirección con la mirada, la información tardó en entrar un par de segundos. Sintió como si el suelo se balanceara. No es verdad, pensó, se apoyó en el mostrador de recepción y leyó el titular de nuevo. «Acción terrorista ayer noche - Las Barbies Ninja desafían a la policía», y una gran fotografía de un coche ardiendo.

—¿Quién ha escrito el artículo? —susurró ella.

—Escándalos y jaleos, eso es lo único que escribimos —dijo Tore Brand.

Se acercó al expositor junto a la garita de cristal y cogió un ejemplar del periódico del día. La portada estaba dominada por una fotografía del ministro de Comercio Exterior, Christer Lundgren. Junto a él, pasándole el brazo por los hombros, se encontraba el primer ministro. Los dos hombres sonreían alegremente. La fotografía había sido tomada ocho meses antes, el día de su nombramiento, cuando había sido presentado a los medios de comunicación. El titular era algo flojo, pensó Annika: «En el ojo del huracán».

Sobre la cabecera del periódico estaba el titular de la cartelera señalando las páginas seis y siete. Hojeó hasta la primera página de noticias con manos temblorosas. La mirada le voló hasta la firma: Carl Wennergren.

Dejó caer el periódico.

—¿Verdad que es la hostia? —señaló Tore Brand.

—Joder, tienes razón —replicó Annika y se dirigió hacia los ascensores.

Se sentó en la cafetería con una taza grande de café y un bocadillo. La bebida se enfrió mientras leía los artículos, primero el de las Barbies Ninja y luego el del ministro acusado de asesinato.

Se han salido con la suya, pensó, y observó durante mucho tiempo la foto del coche ardiendo. El vehículo estaba a un lado, el chasis vuelto hacia el fotógrafo, que era el mismo Carl Wennergren. El pie de foto explicaba que el coche pertenecía al jefe de la policía de la provincia Estocolmo. Tras las llamas se vislumbraba una casa de ladrillo de los años sesenta. En el artículo las Barbies Ninja exponían su mensaje infantil y violento. No había ni una sola palabra crítica. Annika sintió un malestar que se apoderaba de ella. Joder, pensó. Joder, menudo cabrón de mierda.

El texto del ministro en el ojo del huracán era mejor. Analizaba las acusaciones deStudio sexy les daba el valor que tenían: información no contrastada sobre una turbia sospecha de asesinato. No habían obtenido ningún comentario del ministro, pero su secretaria de prensa, Karina Björnlund, aseguraba que todas las acusaciones eran infundadas.

Annika no sabía qué creer. Christer Lundgren había sido interrogado, eso lo había confirmado el portavoz de la policía ayer tarde en programa de radio. Otros datos, en cambio, eran completamente erróneos. ¿Qué había pasado con las sospechas contra Joachim?

Tiró el bocadillo a la papelera sin haberle quitado siquiera el plástico. Se bebió el café frío en tres sorbos.

Spiken estaba sentado con el auricular pegado a la oreja. No reaccionó al ver aparecer a Annika en su día libre, esto era bastante corriente entre los becarios.

—Estabas completamente equivocada con el asesinato de la chica —dijo cuando colgó el auricular.

—¿Te refieres al ministro? Esta historia no encaja —respondió Annika.

—Vaya —replicó Spiken—. ¿Qué quieres decir?

—Pensaba investigarlo hoy, si no te importa.

—Tenemos una suerte cojonuda de tener la primicia de las Barbies Ninja —señaló él—. Si no, hubiéramos tenido que sacar más sobre el asesinato y el ministro. Hubiera sido extraño de cojones lanzar un sospechoso de asesinato distinto dos días seguidos, ¿no te parece?

Annika se sonrojó. No encontró ninguna respuesta. Los ojos de Spiken estaban fríos y a la expectativa.

—Gracias a Carl hemos salvado el honor —sentenció el jefe de la mesa de redacción, hizo girar su silla y le mostró a ella la incipiente calva de su cogote.

—Claro. ¿Ha llegado Berit?

—Está en Fårö persiguiendo al presidente del parlamento. La primicia del IB —respondió Spiken sin volverse.

Se fue a su mesa y dejó caer el bolso en el suelo, le ardían las mejillas. Aún tardaría tiempo en conseguir un careto.

Hojeó lo que los otros periódicos sacaban sobre el ministro y la sospecha de asesinato. Ninguno de ellos le daba mucho crédito. Los periódicos matutinos tenían reseñas sobre el ministro Christer Lundgren, que había sido interrogado en relación con el asesinato de una mujer en Estocolmo, elKonkurrentenhacía más o menos el mismo juicio que elKvällspressen.

¿Cómo puede estarStudio sextan seguro de esto?, se preguntó Annika. Tienen que saber más de lo que dicen. Seguro que salen con más cosas.

Este simple pensamiento le produjo un retortijón de estómago. ¿Por qué me siento tan jodidamente culpable?, pensó.

El ambiente, a pesar del aire acondicionado, era bochornoso y caliente. Se dirigió al aseo de mujeres y se lavó la cara con agua fría.

Tengo que superar esto, pensó. Tengo que continuar. ¿Qué he pasado por alto?

Apoyó la frente contra el espejo y cerró los ojos. El cristal estaba helado y transmitió su frío a través de la frente hasta el cráneo.

La vieja, pensó. La gorda con el perro, la vecina de Daniella.

Se secó el rostro con una toalla de papel. En el espejo quedó una mancha de sudor, grasa y agua.

Anders Schyman, el nuevo director, estaba preocupado. A pesar de ser consciente de las dificultades éticas que acompañaban a su nuevo cargo, hubiera deseado disponer de un par de días más antes de verse obligado a realizar análisis acrobáticos en el trapecio moral. ¿Qué clase de historia histérica era esa que el reportero Carl Wennergren había encontrado? Un grupo terrorista femenino que quema coches y amenaza a la policía, ¿qué coño? Y ni siquiera una reacción crítica, sólo el predecible comentario del portavoz de la policía diciendo que estaban seriamente preocupados con lo ocurrido y que utilizarían todos los recursos necesarios para atrapar a las causantes de los destrozos.

El director resopló y se hundió en el sofá de dos plazas naranja florido que había en su despacho. Tenía que tirar este sofá, no cabía otra solución. La tapicería estaba tan impregnada de humo de tabaco viejo que todo el mueble olía a cenicero.

Se puso de pie y se sentó tras el escritorio. Realmente ésta no en una estancia agradable. No tenía ventanas, sólo la luz de día indirecta a través de las cristaleras que daban a la redacción, pudo adivinar el contorno de un edificio de aparcamientos detrás de la sección de deportes. Con un suspiro contempló la montaña de cajas que había llegado ayer noche de Sveriges Television con el camión de la mudanza.

Dios mío, la cantidad de basura que uno acumula, pensó.

Decidió ignorar el desembalaje por el momento y, en cambio extendió el periódico frente a él. Leyó de nuevo, lentamente, los polémicos artículos. Era cierto que no era el responsable de la publicación, pero sabía que de ahora en adelante debería conocer todos los mecanismos que formaban los ángulos y el contenido del periódico.

Había algo extraño en el artículo terrorista. ¿Cómo podía estar el reportero en el sitio exacto a la hora exacta? ¿Y cómo era posible que las mujeres hablaran con él? «Recibió un soplo», había explicado Spiken. Esto no se sostenía. Si el grupo quería tener el máximo de publicidad ellas mismas hubieran filmado la acción y la habrían distribuido a todos los medios. En este caso su problema sería que no tendrían ningún control sobre el material. Tenían que haber hecho algún tipo dedeal,o tenían demandas muy específicas.

Hablaría de esto con el reportero.

La historia del ministro no era tan rara. Incluso los ministros podíar ser interrogados en relación con crímenes. Él personalmente pensaba que el programa de radio había ido demasiado lejos al nombrar a Christer Lundgren como sospechoso. Por lo que sabía no había nada que lo inculpara. A pesar de todo un periódico como elKvällspressendebía cubrir la historia.

Anders Schyman suspiró.

Lo mejor sería que se fuera acostumbrando.

Nadie abrió. Annika llamó repetidas veces al timbre, pero la vieja fingió no estar en casa. A través del buzón pudo oír la respiración entrecortada del perro y los pasos pesados de la mujer.

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