Sunset Park (25 page)

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Authors: Paul Auster

Tags: #Otros, #Drama

Miles está prohibido, en préstamo permanente en el mundo de las mujeres. Pero el angustioso poderío de aquel miembro erecto ha impulsado a Bing a considerar otras posibilidades, a pensar en buscar la satisfacción de su curiosidad en otra parte, porque a pesar de que Miles es el único hombre que desea ardientemente, se pregunta si no ha llegado el momento de experimentar con otro, porque ésa será la única manera de descubrir quién y qué es: un hombre hecho para los hombres o para las mujeres, un hombre hecho tanto para los hombres como para las mujeres o para nadie salvo para sí mismo. El problema es dónde buscar. Todos los componentes de la banda están casados o viven con la novia, no tiene amigos homosexuales, que él sepa, y la idea de ir a ligar a un bar de maricas lo deja frío. Ha pensado algunas veces en Jake Baum, tramando diversas estrategias sobre cómo y cuándo abordarlo sin que se vean sus intenciones ni sufrir una humillación en caso de rechazo, pero sospecha que hay algo ambiguo en el novio de Alice, y aunque ahora está con una mujer, es posible que haya estado con hombres en el pasado y no sea inmune a los encantos del amor fálico. Bing lamenta no sentirse más atraído por Jake, pero en interés de una búsqueda científica de sí mismo estaría dispuesto a acostarse con él para descubrir si él mismo aprecia ese tipo de amor. Aún no ha hecho nada, sin embargo, porque justo cuando se disponía a engatusar a Baum para que tuviera relaciones sexuales con él prometiéndole arreglar la entrevista con Renzo Michaelson (no la idea más eficaz, quizá, pero no era fácil dar con alguna), Ellen le pidió que posara para ella y su búsqueda del conocimiento se desbarató temporalmente.

No tiene la menor idea de lo que se traen entre manos. Algo perverso, según cree, pero al mismo tiempo completamente inocente y sin riesgo. Un pacto de silencio de alguna clase, un entendimiento mutuo que les permite compartir su soledad y frustraciones, pero aunque van acercándose más el uno al otro en ese silencio, él continúa sintiéndose solo y frustrado, y percibe que Ellen no se encuentra en mejor posición. Ella dibuja y él hace música. Tocar la batería siempre ha sido para él una manera de gritar, y los nuevos dibujos de Ellen también son una especie de grito. Se desnuda delante de ella y hace todo lo que le pide. No sabe por qué se siente tan a gusto con ella, tan escasamente amenazado por su mirada, pero donar su cuerpo a la causa del arte de Ellen es poca cosa, en el fondo, y tiene intención de seguir haciéndolo hasta que ella diga basta.

El domingo, 4 de enero, pasa ocho horas con Miles en el Hospital de Objetos Rotos, dándole las primeras lecciones sobre el delicado y preciso trabajo de enmarcar cuadros, mostrándole el sólido mecanismo de la máquina de escribir manual, familiarizándole con las herramientas y materiales de la trastienda del pequeño local. A la mañana siguiente, lunes, 5 de enero, allí están otra vez para seguir con lo mismo, pero esta vez Miles parece inquieto y cuando le pregunta si algo va mal, le explica que acaba de llamar a la oficina de su padre y le han dicho que ha vuelto a Inglaterra «por un asunto urgente», y está intranquilo por si tiene algo que ver con su madrastra. Bing, a su vez, se queda preocupado y perplejo ante la noticia, pero no puede revelar el alcance de su inquietud al hijo de Morris Heller, ni tampoco decirle que ha hablado con él sólo hace cuarenta y ocho horas y en ese momento no parecía haber ningún problema. Trabajan sin parar hasta las cinco y media, momento en el cual Miles le informa de que quiere hacer otro intento de llamar a su madre y Bing, con toda deferencia, se va a la calle y se dirige a un bar, entendiendo que la llamada requiere total intimidad. Quince minutos después, Miles entra en el bar y le dice que ha quedado con su madre para cenar mañana por la noche. Hay un centenar de preguntas que a Bing le gustaría hacer, pero se conforma con una sola: ¿qué impresión le ha dado? Muy buena, contesta Miles. Le llamó estúpido de mierda, imbécil y asqueroso cobarde, pero luego se echó a llorar, los dos lloraron, y después su voz se volvió cálida y afectuosa, le habló con más cariño del que se merecía, y volver a oírla después de tantos años casi ha sido demasiado para él. Lo lamenta mucho, afirma. Cree que es la persona más estúpida que ha existido jamás. Si hubiera un ápice de justicia en el mundo, deberían llevarlo al paredón y fusilarlo.

Bing nunca ha visto a Miles con expresión más afligida. Durante unos momentos, piensa que efectivamente va a estallar en lágrimas. Olvidando su promesa de no volver a tocarlo, rodea a su amigo con los brazos y lo estrecha contra su pecho. Anímate, gilipollas, le dice. Al menos sabes que eres la persona más estúpida que ha vivido nunca. ¿Cuántos más son lo bastante inteligentes para reconocerlo?

Cogen un autobús de vuelta a Sunset Park y entran en la casa poco antes de las seis y media, un par de minutos antes de la concertada cita de Miles con Alice en la cocina. Tal como cabía esperar, Alice ya está ahí, con Ellen, ambas sentadas a la mesa, sin ocuparse de la cena, sin hacer nada, sólo sentadas a la mesa y mirándose a los ojos. Alice acaricia el dorso de la mano derecha de Ellen, Ellen acaricia con la izquierda el rostro de Alice, y las dos parecen desconsoladas. ¿Qué pasa?, pregunta Bing. Esto, dice Alice, y entonces coge un papel y se lo entrega.

Bing lleva esperando ese documento desde el día en que se instalaron en la casa en agosto pasado. Estaba seguro de que lo recibirían y sabía lo que iba a hacer cuando viniese, que es precisamente lo que hace ahora. Sin molestarse siquiera en leer todo el texto de la orden judicial de desalojar el inmueble, rompe la hoja de papel una, dos y luego tres veces, y después deja caer al suelo los ocho trozos.

No os preocupéis, les dice. Esto no quiere decir nada. Han descubierto que estamos aquí, pero hacer que nos marchemos les va a costar más que una estúpida hoja de papel. Sé cómo funcionan estas cosas. Nos han avisado y ahora se olvidarán de nosotros durante un tiempo. Dentro de un mes o así, volverán con otro papel, que nosotros romperemos y tiraremos al suelo otra vez. Y otra vez, y otra más después, y a lo mejor incluso una vez más. Los agentes judiciales no nos harán nada. No quieren problemas. Su trabajo consiste en entregar papeles y ya está. No tenemos que preocuparnos hasta que venga la poli. Entonces la cosa se pondrá fea, pero no aparecerá por aquí hasta dentro de mucho tiempo, si aparece. Somos un asunto de poca monta y la poli tiene mejores asuntos en que pensar que en cuatro pacíficas personas que viven en una casita tranquila en un barrio sin importancia. Que no cunda el pánico. Algún día tendremos que marcharnos, pero no hoy, y hasta que se presente la pasma, no voy a ceder un ápice. E incluso cuando vengan, tendrán que sacudirme en la cabeza y sacarme esposado. Ésta es nuestra casa. Ahora nos pertenece a nosotros y prefiero ir a la cárcel antes que renunciar a mi derecho a vivir aquí.

Así se habla, conviene Miles.

Entonces ¿estás conmigo?, pregunta Bing.

Pues claro que sí, afirma Miles alzando la mano derecha, como si prestara juramento. Jefe Miles no mover de tipi.

¿Y qué dices tú, Ellen? ¿Quieres marcharte o quedarte?

Quedarme, contesta Ellen.

¿Y tú, Alice?

Quedarme.

MARY-LEE SWANN

Simon se marchó anoche, de vuelta a Los Ángeles para dar su clase de Historia del Cine, y así empieza la paliza de idas y venidas, el pobre cruzando el país de acá para allá todas las semanas durante los próximos tres meses, el diabólico avión nocturno, el desfase horario, la ropa pegajosa y los pies hinchados, la horrorosa atmósfera de la cabina, ese aire artificial a presión, tres días en Los Ángeles, cuatro en Nueva York, y todo por la miseria que le pagan, aunque diga que le gusta enseñar, y desde luego es mejor que esté ocupado, que tenga algo que hacer en vez de quedarse de brazos cruzados, pero no podía haber ocurrido en peor momento, cuando tanto lo necesita a su lado, cuando tanto aborrece dormir sola, y ese papel, Winnie, tan difícil y agotador, teme no estar a la altura, tiene horror a darse de narices y hacer el ridículo, nervios, nervios, el conocido nudo en el estómago antes de que se levante el telón, y cómo va a saber ella qué es un termes, una especie de hormiga, tuvo que consultarlo en el diccionario, y por qué Winnie dice «termes» en vez de «hormiga», es más gracioso decir «termes» que «hormiga», sí, no cabe duda de que es más divertido, o al menos inesperado y por tanto extraño, «¡Un termes!», lo que lleva a esa palabra que pronuncia Willie, «fornicación», tan rara, y uno piensa que está mal escrito, que es fornicación, pero después de consultar el término inglés en el diccionario se da cuenta del chiste, «sensación física semejante a la de tener hormigas en la piel», y Fred pronuncia la palabra maravillosamente bien, es un magnífico Willie, un tío estupendo para trabajar con él, y qué bien lee el periódico al comienzo del primer acto, «Oportunidad para joven avispado, Se busca chico espabilado», se echó a reír en la primera lectura completa cuando dijo esas frases, Fred Derry, el mismo nombre del personaje de una película que vio la otra noche con Simon, la que proyectará hoy en clase, Los mejores años de nuestra vida, un excelente film clásico, al final se le hizo un nudo en la garganta y lloró, y cuando fue a ensayar al día siguiente y preguntó a Fred si sus padres lo habían llamado así por el personaje de esa película, su marido en escena sonrió y le contestó: Lamentablemente, mi buena señora, no, yo soy un carcamal que vino al mundo cinco años antes de que se realizara esa película.

«Lamentablemente, mi buena señora». Duda que alguna vez haya sido buena. Muchas otras cosas ha sido en el largo trayecto desde el primer día hasta hoy, pero no buena, no, eso nunca. Intermitentemente afectuosa, adorable, a intervalos encantadora, desprendida a veces, pero no las suficientes para que se la pueda calificar de buena.

Echa de menos a Simon, el piso parece horrorosamente vacío sin él, pero quizá sea mejor que no esté aquí esta noche, precisamente ésta, de un martes de principios de enero, el sexto día del año, porque dentro de una hora Miles llamará al timbre del portal, dentro de una hora entrará en este ático de la tercera planta de un edificio de la calle Franklin y después de siete años y medio de no tener contacto con su hijo (siete años y medio), probablemente sea mejor verlo a solas, hablar los dos cara a cara. No tiene idea de lo que va a pasar, no sabe lo que esperar de la noche, y como le da mucho miedo detenerse a pensar en esos imponderables ha centrado su atención en la cena, en la comida misma, en qué servir y en qué no servir, y como el ensayo iba a durar demasiado para luego ponerse a cocinar, ha llamado a dos restaurantes diferentes para que lleven los platos al ático a las ocho y media en punto, dos restaurantes porque después de pedir dos menús de carne en el primero, pensando que la carne era lo menos arriesgado, a todo el mundo le gustan los filetes, en particular a los hombres con buen apetito, empezó a preocuparse por si había elegido mal, por si su hijo se había hecho vegetariano o tenía aversión a la carne, y no quería que las cosas tuvieran un comienzo embarazoso colocando a Miles en una posición que lo obligara a comer algo que no le gustase, o incluso peor, servirle una cena que no pudiera o no quisiera comer, y por tanto, sólo para ir sobre seguro, llamó a otro restaurante y pidió otra cosa: lasaña sin carne, ensalada y verduras de invierno a la plancha. Para beber, lo mismo que con la comida. Recuerda que le gustaban el whisky y el vino tinto, pero puede que sus preferencias hayan cambiado desde la última vez que lo vio, y en consecuencia ha comprado una caja de vino tinto y otra de blanco y abastecido el mueble bar con una abundante serie de posibilidades: whisky escocés, americano, de centeno, vodka, ginebra, tequila y tres marcas distintas de coñac.

Supone que ya habrá visto a su padre, después de llamarlo a la oficina a primera hora de la mañana de ayer tal como Bing Nathan dijo que haría, y que hayan cenado anoche los dos juntos. Hoy ha estado esperando que Morris la llamase para contarle en detalle lo que había pasado, pero ni palabra hasta el momento, ni un mensaje en el contestador ni en el móvil, aunque Miles debe de haberle dicho que vendría esta noche aquí, ya que Miles habló con ella ayer antes de la hora de cenar, es decir, antes de que viera a su padre, y resulta difícil imaginar que no surgiera el tema en la conversación. Quién sabe por qué no habrá recibido noticias de Morris. Podría ser que las cosas no hubieran ido bien anoche y aún esté demasiado disgustado para hablar de ello. O si no, es que simplemente ha tenido mucho que hacer hoy, su segundo día de trabajo después del viaje a Inglaterra, y a lo mejor se ha encontrado con problemas en la oficina; ahora mismo la editorial está atravesando momentos difíciles, y hasta es posible que siga en el despacho a las siete de la tarde, cenando comida china para llevar y disponiéndose a acometer una larga noche de trabajo. Y puede ser, también, que Miles perdiera el valor y no lo haya llamado. No es probable, porque no tuvo miedo de llamarla a ella, y si ésta es la semana que toca hacer las paces es lógico que empiece por su padre, él tendría que ser el primero porque Morris ha sido quien lo ha criado, se ha ocupado de él muchísimo más que ella, pero a pesar de todo, podía ser así, y aunque debía tener cuidado de que no se enterase de lo que Bing Nathan había estado haciendo a lo largo de todos esos años, se lo puede preguntar esta noche y averiguar si se ha puesto o no en contacto con su padre.

Por eso gritó ayer a Miles por teléfono: por solidaridad con Morris. Willa y él han soportado la peor parte de este asunto largo y desdichado, y cuando lo vio en la cena el sábado por la noche le pareció que había envejecido mucho, el pelo completamente gris, las mejillas hundidas, los ojos apagados de tristeza, y comprendió cuánto lo estaba afectando esta historia y como ahora ella tiene más años y es de suponer que sea más sensata (aunque eso podría ser objeto de discusión, según cree), la conmovió la oleada de afecto que aquella noche sintió en el restaurante por él, la avejentada sombra del hombre con quien se casó tanto tiempo atrás, el padre de su único hijo, y fue por Morris por lo que gritó a Miles, como si compartiera la ira de Morris hacia él por todo lo que había hecho e intentara comportarse como una verdadera madre, su madre, que lo regañaba porque estaba dolida, pero principalmente no fue más que un ejercicio de interpretación, casi todas las palabras eran fingidas, los improperios, los insultos, porque el caso es que está mucho menos resentida con él que Morris, y ella no ha ido todos estos años cargando por ahí con esa amargura por lo que había ocurrido: decepcionada, sí, confusa, sí, pero no amargada.

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