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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

Tarzán y los hombres hormiga (24 page)

—Bien —dijo Tarzán—. Ahora llévame a la cantera y utiliza tu conocimiento del mundo minuniano y todo tu ingenio para conseguir entrar sin hablar demasiado.

Pasaron, sin ningún problema, por los caminos en sombras entre las cúpulas de Veltopismakus y por delante del gran patio de armas donde guerreros bellamente ataviados ejecutaban complicadas evoluciones con la mayor precisión, y se alejaron de las cúpulas con senderos trillados donde numerosos esclavos avanzaban penosamente junto a sus altivos guardias. Allí se unieron a la larga columna que iba en dirección a la cantera en la que habían estado prisioneros, ocupando su lugar en la columna de guardias, y así llegaron a la entrada de la cantera.

Los números de los esclavos se tomaban de manera superficial a medida que éstos pasaban para ser anotados en un gran libro; pero, para su alivio, Tarzán reparó en que no se prestaba atención a los guardias, que entraban sin que se comprobara su identidad y sin ser siquiera contados, y con ellos entraron Komodoflorensal, príncipe real de Trohanadalmakus, y Tarzán de los Monos.

Una vez dentro de la cantera y pasada la sala de la guardia, los dos se fueron colocando poco a poco hacia la parte posterior de la columna, de modo que cuando llegaron a un nivel por encima de aquél al que deseaban llegar, pudieron retirarse sin que nadie se fijara. Abandonaron una columna para unirse a otra, pues no había interrupción entre ellas y a menudo había varias avanzando al mismo tiempo; pero cuando llegaron al nivel treinta y cinco y entraron en el túnel que conducía a la cámara en la que Talaskar estaba confinada, se encontraron a solas, ya que en los corredores que van a los alojamientos de los esclavos no hay apenas actividad sino a primera hora de la mañana, cuando llevan a los hombres a su trabajo, y de nuevo por la noche, cuando regresan.

Ante la puerta de la cámara encontraron un solo guerrero de guardia. Estaba acuclillado en el suelo del túnel, apoyado en la pared, pero al ver que se aproximaban se levantó y los paró.

Komodoflorensal, que iba a la cabeza, se acercó a él y se detuvo.

—Hemos venido a buscar a la joven esclava Talaskar —dijo.

Tarzán, que estaba justo detrás de Komodoflorensal, vio un súbito destello en los ojos del guerrero. ¿Los habría reconocido?

—¿Quién os envía? —preguntó el guerrero.

—Su amo, Zoanthrohago —respondió el trohanadalmakusiano.

La expresión del guerrero cambió al instante.

—Entrad —dijo, y corrió los cerrojos para abrir la puerta.

Komodoflorensal se puso a cuatro patas y pasó arrastrándose por la abertura baja, pero Tarzán se quedó donde estaba.

—¡Entra! —le ordenó el guardia.

—Me quedaré donde estoy —respondió el hombre-mono—. No es necesario que seamos dos para encontrar a una sola esclava y sacarla al corredor.

Por un instante el guerrero vaciló; luego cerró la puerta apresuradamente y corrió los gruesos cerrojos. Cuando se volvió de nuevo hacia Tarzán, que ahora se hallaba a solas con él en el corredor, lo hizo con una espada desenvainada en la mano; pero encontró a Zuanthrol que le hacía frente con un estoque.

—¡Ríndete! —gritó el guerrero—. Os he reconocido al instante.

—Ya me he dado cuenta —dijo Zuanthrol—. Eres muy listo, aunque tus ojos son necios, pues te traicionan.

—¡Pero mi espada no lo es! —espetó el tipo, embistiendo perversamente al hombre-mono.

El teniente Paul d'Arnot de la armada francesa había sido reconocido como uno de los espadachines más hábiles en servicio y había impartido su habilidad en gran medida a su amigo Greystoke durante las muchas horas que los dos habían pasado juntos con el acero, y ese día Tarzán de los Monos elevó una plegaria de gratitud al amigo distante cuyo esforzado entrenamiento iba a servirle al cabo de tantos años, pues pronto se dio cuenta de que, aunque su oponente era un maestro en el arte de la esgrima, él no se quedaba atrás, y a su habilidad se sumaban su gran fuerza y su agilidad.

Llevaban uno o dos minutos luchando cuando el veltopismakusiano comprendió que se enfrentaba a un oponente formidable y que él estaba en desventaja, pues no podía echarse hacia atrás cuando Tarzán lo embestía, mientras que su enemigo tenía a su espalda toda la longitud del túnel. Intentó entonces obligar a Tarzán a retirarse, pero fracasó y recibió una estocada en el hombro. Entonces empezó a gritar pidiendo ayuda y el hombre-mono comprendió que debía hacerle callar enseguida. Aguardando la oportunidad que por fin le presentó una finta parecida a una fuerte embestida, Tarzán dio un rápido salto al frente y atravesó con su espada el corazón del veltopismakusiano; cuando retiró la hoja del cuerpo de su oponente descorrió los cerrojos que cerraban la puerta y la abrió. Detrás, agazapado y con el semblante pálido, se encontraba Komodoflorensal, pero, cuando sus ojos se posaron en Tarzán y el cuerpo del guardia que estaba detrás, una sonrisa curvó sus labios y no tardó en salir al corredor junto a su amigo.

—¿Cómo ha sucedido? —preguntó.

—Nos ha reconocido; pero ¿y Talaskar? ¿No viene?

—No está aquí. Kalfastoban se la ha llevado tras comprársela a Zoanthrohago.

Tarzán giró sobre sus talones.

—Vuelve a cerrar la puerta con los cerrojos y salgamos de aquí —dijo.

Komodoflorensal cerró la puerta.

—¿Adónde vamos ahora? —preguntó.

—A buscar las habitaciones de Kalfastoban —respondió el hombre-mono.

Komodoflorensal se encogió de hombros y siguió a su amigo. Rehicieron sus pasos hacia la superficie sin que se produjera ningún incidente hasta que se encontraban en el nivel dieciséis, cuando de pronto se volvió hacia ellos un rostro de una columna de esclavos que cruzaba la rampa de un lateral a otro. Los ojos del esclavo se encontraron con los de Tarzán por un instante, y después el tipo entró en la boca del lateral y desapareció.

—Debemos apresurarnos —susurró Tarzán a su compañero.

—¿Por qué ahora más que antes? —preguntó Komodoflorensal.

—¿No has visto al tipo que acaba de pasar por delante de nosotros y se ha vuelto a mirarme por segunda vez?

—No, ¿quién era?

—Caraftap —respondió Tarzán.

—¿Te ha reconocido?

—No lo sé; pero es evidente que ha visto algo familiar en mi aspecto. Esperemos que no me haya reconocido, aunque me temo que sí lo ha hecho.

—Entonces debemos salir de aquí sin pérdida de tiempo, y también de Veltopismakus.

Apretaron el paso.

—¿Dónde están las habitaciones de Kalfastoban? —preguntó Tarzán.

—No lo sé. En Trohanadalmakus los guerreros viven en las canteras, pero durante períodos cortos, y no trasladan sus habitaciones ni a sus esclavos durante el tiempo en que están allí. No sé cuál es la costumbre aquí. Kalfastoban puede muy bien haber finalizado su turno en las canteras. Por otra parte, puede que estén destacados para ese servicio durante un período largo y sus habitaciones tal vez estén en el nivel superior de la cantera. Tendremos que preguntar.

Poco después de esto Tarzán se acercó a un guerrero que iba en la misma dirección que él y Komodoflorensal.

—¿Dónde puedo encontrar al vental Kalfastoban? —preguntó.

—Te lo dirán en la sala de la guardia, si te interesa —respondió el otro, lanzando una rápida mirada a los dos—. Yo no lo sé.

Después de adelantar al tipo y ocultarse tras el primer recodo, apretaron el paso, pues ambos recelaban de cualquier incidente y no tenían otro deseo que el de escapar de la cantera sanos y salvos. Cerca de la entrada se unieron a una columna de esclavos que avanzaban con dificultad, cargando pesadas rocas hacia la nueva cúpula, y con ellos llegaron a la sala de la guardia donde eran identificados los esclavos. El oficial y los ayudantes trabajaban de forma mecánica, y los dos fugitivos empezaban a creer que sería tan fácil salir de la cantera como lo había sido entrar en ella, cuando de pronto el oficial arrugó la frente y empezó a contar.

—¿Cuántos esclavos hay en este grupo? —preguntó.

—Cien —respondió uno de los guerreros que los acompañaban.

—Entonces, ¿por qué hay cuatro guardias? —dijo.

—Sólo somos dos —replicó el guerrero.

—Nosotros no vamos con ellos —se apresuró a informar Komodoflorensal.

—¿Qué hacéis aquí? —interrogó el oficial.

—Si podemos hablar contigo a solas te lo explicaremos enseguida —respondió el trohanadalmakusiano.

El oficial hizo una seña al grupo de esclavos para que siguiera su camino e indicó a Komodoflorensal y Tarzán que lo siguieran a una cámara contigua, donde encontraron una pequeña antesala en la que dormía el jefe de la guardia.

—Bien —dijo—, dejadme ver vuestros pases.

—No los tenemos —declaró Komodoflorensal.

—¿No tenéis pases? Eso será difícil de explicar, ¿no?

—No a alguien de tu categoría —respondió Komodoflorensal haciendo sonar accidentalmente las monedas de oro que llevaba en la bolsa—. Buscamos a Kalfastoban. Entendemos que es propietario de un esclavo al que queremos comprar, y como no nos ha sido posible obtener un pase para la cantera en el poco tiempo de que disponemos, nos hemos arriesgado a venir, para un recado tan sencillo, sin pase. ¿Podrías indicarnos cómo llegar hasta Kalfastoban? —Hizo sonar las monedas de nuevo.

—Será un placer —dijo el oficial—. Sus habitaciones están en el quinto nivel de la cúpula real sobre el corredor central y a medio camino entre el corredor del Rey y el Corredor de los Guerreros. Y ha sido relevado en su trabajo en la cantera esta misma mañana, por lo que no dudo que lo encontraréis allí.

—Muchas gracias —dijo Komodoflorensal, inclinándose hacia atrás para hacer el saludo minuniano—. Y ahora —añadió, como si se le hubiera ocurrido entonces—, si lo aceptas, nos llenaría de gratitud que nos permitieras dejarte esta pequeña muestra de agradecimiento —y, tras sacar una gran moneda de oro del bolsillo, se la tendió al oficial.

—No querría parecer desagradecido —señaló el oficial—, por lo que debo aceptar vuestro generoso obsequio, con el que podré aliviar el sufrimiento de los pobres. ¡Que la sombra del desastre jamás se abata sobre vosotros!

Los tres hicieron una inclinación y Tarzán y Komodoflorensal salieron de la sala de la guardia. Unos instantes después, se encontraban en el aire fresco y libre de la superficie.

—¡Incluso en Minuni! —exclamó Tarzán.

—¿A qué te refieres? —preguntó su amigo.

—Pensaba en mi sencilla y honrada jungla y en las criaturas de dios a las que los hombres llaman bestias.

—¿Cómo deberían llamarlas? —quiso saber Komodoflorensal.

—Si se las juzgara por las normas que los hombres mismos crean, y no cumplen, deberían ser consideradas semidioses —respondió el hombre-mono.

—Me parece que te entiendo —rió el otro—; pero piensa que si un león hubiera protegido la entrada de esa cantera, ninguna moneda de oro nos habría dejado pasar. Los puntos débiles del hombre no carecen de ventajas; gracias a ellos el bien ha triunfado sobre el mal y el soborno se ha vestido con las galas de la virtud.

Al regresar a la cúpula real rodearon la parte este de la estructura hasta la fachada norte, donde se encuentra el Corredor de los Esclavos de cada cúpula. Al abandonar la cúpula habían salido del Corredor de los Guerreros, situado al oeste, y les pareció que cada vez habría más probabilidades de que les descubrieran si pasaban con demasiada frecuencia por la misma ruta, en la que alguien que se fijase en ellos podría reconocerlos tras una segunda o una tercera inspección.

Para llegar al quinto nivel no precisaron más que unos minutos después de haber accedido a la cúpula. Arriesgándose a ser descubiertos, se abrían paso hacia el punto del corredor central en el que el oficial de la guardia les había dicho que encontrarían las habitaciones de Kalfastoban, y quizá al propio Kalfastoban. Estaban en todo momento alerta, pues ambos reconocían que el mayor peligro de ser descubiertos residía en la posibilidad de que Kalfastoban recordara sus facciones, y precisamente él sería el más apto para hacerlo, ya que era quien más los había visto, o al menos a Tarzán, ya que había vestido la túnica verde de esclavo.

Habían llegado a un punto situado a medio camino entre el Corredor de los Esclavos y el Corredor de los Guerreros, cuando Komodoflorensal detuvo a una joven esclava y le preguntó dónde se hallaban situadas las habitaciones de Kalfastoban.

—Es necesario cruzar las de Hamadalban para llegar a las de Kalfastoban —respondió la muchacha—. Ve a la tercera entrada —y señaló por el corredor en la dirección por la que iban.

Después de dejarla, Tarzán preguntó a Komodoflorensal si creía que les costaría acceder a las habitaciones de Kalfastoban.

—No —respondió—; el problema será qué hacer una vez estemos allí.

—Sabemos a lo que hemos venido —replicó el hombre-mono—. Sólo es necesario llevar a cabo nuestro plan, venciendo todos los obstáculos que se nos presenten.

—Muy sencillo —rió el príncipe.

Tarzán se vio obligado a sonreír.

—¡Qué ingenuo! —admitió—. No tengo ni la más remota idea de lo que vamos a hacer cuando lleguemos allí, ni cuando salgamos, si logramos encontrar a Talaskar y llevárnosla, pero rio es extraño, ya que no sé nada, o prácticamente nada, de lo que puedo esperar de un momento a otro en esta extraña ciudad de tu extraño mundo. Haremos lo que podamos. Venir hasta aquí nos ha costado mucho menos de lo que esperaba; quizá lleguemos hasta el final sin ningún incidente mayor, o tal vez después de dar diez pasos nos tengamos que detener… para siempre.

Al pasar por delante de la tercera entrada miraron en su interior y descubrieron a varias mujeres acuclilladas en el suelo. Dos de ellas eran de la clase guerrera; las otras, esclavas de túnica blanca. Komodoflorensal entró descaradamente.

—¿Son éstas las habitaciones de Hamadalban? —preguntó.

—Lo son —respondió una de las mujeres.

—¿Y las de Kalfastoban están detrás?

—Sí.

—¿Y qué hay detrás de las de Kalfastoban? —preguntó el trohanadalmakusiano.

—Una larga galería que llega hasta el corredor exterior, comunicada con cámaras donde viven centenares de personas. No las conozco a todas. ¿A quién buscas?

—A Palastokar —respondió Komodoflorensal sin vacilar, diciendo el primer nombre que se le ocurrió.

—No recuerdo este nombre —dijo la mujer, frunciendo el entrecejo, pensativa.

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