Read Tatuaje I. Tatuaje Online
Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
—En serio, yo en tu lugar me lo pensaría antes de tatuarme esto —dijo David—. Por cierto, no me has dicho donde lo quieres… Qué tal en el hombro? —Preguntó Álex, incorporándose sobre el codo derecho—. Quedará bien. Anda, quítate la camiseta.
El muchacho obedeció y volvió a tumbarse. Un instante después, sintió el contacto de las manos de David sobre su espalda, impregnadas de una sustancia fría y gelatinosa.
—Pomada antiséptica. Es mejor no correr riesgos.
Álex cerró los ojos y se concentró en los movimientos firmes y suaves de las manos de David sobre su espalda. De nuevo recordó el cuerpo desnudo de Jana, la serpiente.
—Entonces, qué me va a pasar? —Murmuró.
David no contestó de inmediato.
—Si funciona, quedaras unido para siempre a la persona en quien estés pensando mientras te hago el tatuaje.
—Haga lo que haga esa persona?
—Haga lo que haga.
De modo que era eso. Los dos hermanos se habían puesto de acuerdo para ponerle a prueba. Bueno, si querían jugar fuerte, jugaría. Tal vez se tratase de una especie de ritual para ser admitido en la intimidad de aquella extraña familia. Además, habría aceptado incluso si lo de la magia fuera cierto. Quería a Jana, la deseaba, pero no le tenía miedo, y no le asustaba la posibilidad de quedar unido a ella para siempre, significasen lo que significasen esas palabras.
—Muy bien. Pues adelante —dijo—. Estoy preparado.
Las manos de David se apartaron de su piel. En el silencio que siguió, Álex oyó la respiración algo agitada del muchacho.
—No te dolerá le dijo—. La verdad es que lo de las agujas es solo para cubrir las apariencias. Los tatuajes mágicos se hacen con otra técnica. No las necesitamos.
Los dedos de David se posaron nuevamente en la espalda de Álex y, a continuación, se deslizaron hacia el hombro derecho. Álex sintió un golpeteo rápido y muy suave progresando en círculos sobre su piel. Era relajante.
—También hacéis tatuajes normales? —preguntó.
David siguió trabajando sobre su hombro, con toques rítmicos cada vez más leves.
—Claro. Este tipo de encargos son algo muy especial. Se pagan muy bien, pero tenemos que completar lo que ganamos con otros trabajos menos… artísticos.
Alguna vez has tatuado a Erik? Tienes que conocerlo del colegio… Tiene varios tatuajes, pero nunca le he preguntado donde se los hacía. Los dedos de David se pararon en seco. Tardaron más de un minuto en reanudar su tarea.
—Erik no viene aquí —dijo en tono apagado—. Se los hace en otro sitio.
No había duda. Los dedos de David estaban ahora mucho más fríos que antes, y sus toques sobre el hombro, aunque suaves, resultaban extrañamente dolorosos. Álex podía sentir una ira sorda y contenida en aquellos breves contactos. ¿Qué había pasado? Tal vez la alusión a Erik le hubiese recordado algún estudio de tatuaje rival… En cualquier caso, se notaba que algo lo había enfurecido.
Poco a poco, sin embargo, se fue calmando. Los toques sobre la piel de Álex volvieron a ser suaves y rítmicos como antes. Después de unos minutos, los veloces golpeteos de los dedos de David en su hombro empezaron a ejercer una especie de efecto hipnótico sobre el muchacho. Con los ojos cerrados, se recreo deliberadamente en el recuerdo de la espalda de Jana, de sus cabellos castaños esparcidos sobre la almohada, de la serpiente dorada sobre su piel… Quiera tocar aquella serpiente. Necesitaba tocarla. Ojala fuese cierta aquella absurda historia de David, ojala el tatuaje fuese mágico y lo uniese para siempre a aquella maravillosa y seductora criatura. Jana… Jana quería atarlo a ella con aquel nudo simbólico, y él lo había aceptado. Incluso si el tatuaje no era mágico, lo llevaría el resto de su vida, como un recordatorio de que era suyo, de que había aceptado pertenecerle. Jana, su cuerpo desnudo, sus cabellos, la serpiente dorada. Jana… Alguien le zarandeo con brusquedad sobre la camilla.
—Te has dormido? Pregunto David—. Ya puedes levantarte he terminado!
Álex se desperezó y se incorporo en la camilla, algo avergonzado. ¿Cuánto tiempo había transcurrido? No tenía ni idea.
—Ven aquí, al espejo. Así lo veras mejor… Ha quedado muy bien, Álex. Estoy muy contento.
De pie junto a la camilla, David lo miraba con ojos brillantes y una sonrisa casi tímida. La transformación que se había operado en su rostro resultaba desconcertante. De pronto parecía más joven, o, más bien, aparentaba la edad que realmente tenia. Todo vestigio de cinismo había desaparecido de sus facciones… Su expresión era la viva imagen del entusiasmo.
Álex lo siguió hasta un espejo grande que había sobre un lavabo, en la pared de la puerta. Cogió el espejo de mano que le tendía David y, poniéndose de espaldas al espejo grande, se miro el reflejo del hombro en el espejo pequeño, como suele hacerse con los cortes de pelo en las peluquerías.
—Es estupendo, David —dijo, impresionado—. En serio, es precioso… Sabía que te iba a gustar. Ha sido un buen trabajo. Al otro lado de la puerta resonaron unas pisadas suaves y rápidas. Los chicos se miraron. Puedo ponerme ya la camiseta, o tengo que esperar? —pregunto Álex.
—No, no, póntela ya. Y oye, no se lo enseñes a Jana enseguida.
Mejor que sea una sorpresa.
El entusiasmo de David era contagioso. Álex se puso ágilmente la camiseta mientras se dejaba invadir por una agradable sensación de complicidad con el artista. Porque David era todo un artista, de eso no había duda…
De pronto le asalto la sospecha de que Jana no había tenido nada que ver en todo aquello. David quería hacerle un tatuaje a toda costa, y se había inventado toda aquella historia para que aceptase. En cierto modo, después de ver su trabajo podía entenderlo, La gente que tiene un talento especial a veces actúa de un modo egoísta. Hace lo que sea con tal de poder desplegar ese talento… Álex miró de nuevo a David y sonrió con indulgencia.
—No me duele nada —comentó—. Puedo mojarlo, o tengo que esperar unos días?
—No, no, puedes ducharte ahora mismo, si quieres. No hay problema… Pero, oye, tengo que advertirte una cosa. Hasta que cicatrice, es mejor que no toques a la persona en la que has estado pensando mientras te lo hacía.
Álex se dio cuenta, por el tono de voz del muchacho, de que su humor había cambiado repentinamente. Volvía a ser el de siempre… Lúgubre, cínico y desconfiado.
—Ahora que ya has conseguido lo que querías, puedes dejar ya la broma, David —dijo Álex, poniéndose serio—. El tatuaje esta hecho, no necesitas seguir. No tiene gracia… David se encogió de hombros.
—Como quieras. Ven, te enseñaré dónde está la cocina.
Mientras salían al vestíbulo, Álex recordó algo.
—Oye, no me has dicho cuanto te debo…
—Bah… Nada. Regalo de la casa. Es por ahí, a la derecha.
Yo voy a quedarme recogiendo un poco todo esto.
Álex caminó como sonámbulo hacia la puerta acristalada que David le había señalado, dejándose seducir por el olor a café y a pan caliente. Entró sin llamar, sorprendiendo a Jana en el momento en que se agachaba para coger unas tazas de la estantería más baja del aparador. Al oír la puerta, la chica se volvió a mirarlo, bañándolo en su cálida sonrisa. Se habían puesto unos vaqueros y una camiseta gris que se fruncía justo debajo del pecho.
—Buenos días. Me alegro de que te hayas quedado. Siento lo de ayer, surgió de repente. David te lo explico, ¿no? Alex asintió, tratando desesperadamente de concentrarse en la pregunta de Jana y no en su voz grave y aterciopelada, que sonaba extrañamente incongruente en la fría claridad de la cocina. Era una voz hecha para la noche, y no para la luz… Pero tenía que contestar algo, y contestó.
—Sí, me dijo lo de los tatuajes. Suena un tanto… Extraño. Según él, son mágicos.
Jana se incorporo con dos tazas en la mano y las depositó sobre la encimera de mármol. Eran de una porcelana muy fina, amarillenta, con diminutos tréboles verdes y dorados justo debajo del borde.
—Ya sé que suena raro, pero no estamos locos, en serio. Intentamos ver dentro de la gente, ¿entiendes? Captar su interior su espíritu. Y luego nos inspiramos en lo que hemos visto y creamos un diseño que, a su vez, los inspire a ellos. Es como cerrar el círculo… Pero no todo el mundo puede aceptar esta clase de cosas.
Álex la miro con atención. Se dio cuenta de que, hasta entonces, había tenido la esperanza de que Jana desmintiese las afirmaciones un tanto desconcertantes de David, de que le diese alguna explicación más plausible. Pero estaba claro que no iba a hacerlo… Sin embargo, lo que más le turbaba no era eso, sino el tono calculadamente místico del discurso que acababa de oír.
—No me lo creo —dijo simplemente.
Jana, que había cogido la cafetera metálica del fuego, se volvió para mirarle.
Piensas que somos unos farsantes?
Álex se lo pensó un momento antes de contestar.
—No os estoy juzgando. Solo digo que no me creo todo eso del círculo espiritual, aunque suene muy bonito. Por un momento, en los ojos de Jana apareció un destello de desafío, que se disolvió enseguida en la luz pálida de la cocina.
—Bueno, afortunadamente no todo el mundo es como tú. El cliente de anoche me pago el diseño que le hice con un cheque de tres ceros. Puedo enseñártelo, si no me crees…
—Quizá no te pago solo por el diseño.
Jana terminó de verter el café en las tazas antes de mirarlo de nuevo.
Qué quieres decir?
—Puede que solo quisiera estar contigo, pasar un rato contigo a solas. Qué edad tenia?
Jana sonrió.
—No sé. Treinta y tantos. Un tipo con dinero, agente de bolsa o algo así… Es el segundo tatuaje que le hacemos.
Y porque tuvo que ser en mitad de la noche? Por qué no vino aquí?
Álex cogió la taza que Jana le tendía mientras ella metía una jarra de leche en el microondas.
—Tenía que ser en su casa para que hiciese efecto —explico con cansancio. La magia es así… Todo tiene su momento y su lugar. Es la primera regla.
Esperaron en silencio a que el microondas se apagase. Jana saco un par de mantelitos de bambú del cajón del aparador y los puso sobre la mesa. Después metió dos rebanadas de pan en el tostador y mordisqueo otra, ya untada de mermelada y mantequilla, que había dejado directamente sobre la encimera. Se sentaron frente a frente con el humo de los cafés entre ellos, incómodos y malhumorados. Álex se maldijo interiormente por su torpeza. Debería haber mostrado algo más de sensibilidad… Después de todo, Jana y David solo eran dos críos huérfanos tratando de sobrevivir como fuera.
Lo siento —dijo—. La verdad es que no sé nada de tatuajes ni de magia. Pero lo del cliente nocturno y todo eso… Qué quieres, me siento celoso.
Una preciosa sonrisa ilumino el rostro de Jana.
—No te preocupes, estas perdonado —dijo.
Las tostadas emergieron con un brusco salto del resorte de la tostadora, y ella se levanto para depositarlas en un plato. Al volver a la mesa, rozo con una leve caricia la nuca de Álex… El muchacho dejo escapar un aullido de dolor Era como si una medusa hubiese descargado un violento latigazo eléctrico sobre su espalda.
—Álex… Álex, qué te pasa?
Jana se había apartado como si la descarga también la hubiese alcanzado a ella. El dolor fue calmándose poco a poco. Solo la zona del tatuaje seguía ardiendo, como una quemadura.
Después de un par de minutos, Álex consiguió dominarse lo suficiente como para esbozar una sonrisa. Quería tranquilizar a Jana, pero se había puesto blanco como el papel, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimir una oleada de nauseas.
—Creo que es un castigo —murmuró—. Por incrédulo… David me lo advirtió, pero yo me reí.
Los ojos de Jana se habían agrandado de terror. Álex nunca la había visto así, tan inquieta, tan lejos de su serenidad habitual. Su reacción hizo que se sintiese halagado. ¡Estaba preocupada, preocupada por él!
—Álex, no te entiendo —dijo la muchacha, espaciando sus palabras—. Qué… qué te ha hecho David?
Por toda respuesta, Álex se puso en pie y, con teatral lentitud, empezó a quitarse la camiseta.
Cuando Jana vio el tatuaje de su hombro, retrocedió un par de pasos. Su boca se abrió, emitiendo una especie de quejido silencioso.
Alex dejé de sonreír El tatuaje le seguía quemando. Por primera vez en su vida, sintió miedo. Un miedo profundo, animal, que no le dejaba pensar con claridad.
—Dijo que era un nudo de amor celta, y que tú lo habías diseñado para mí —explicó con rapidez—. Dijo que me uniría a ti para siempre…
La expresión aterrada de Jana fue transformándose en una mueca de furia. Sus mejillas, tan pálidas de ordinario, se volvieron de repente más rosadas, más vivas. Parecía dispuesta a lanzarse sobre la primera criatura que se cruzase en su camino y a despedazarla, como una pantera herida.
—David! gritó salvajemente—. David!
Arrojó al suelo la taza de café y se precipitó fuera de la estancia. Álex se quedó un momento mirando los fragmentos de porcelana desparramados en un charco burbujeante de café sobre las baldosas de arcilla. Luego salió corriendo detrás de Jana. La alcanzó cuando estaba llegando al vestíbulo del cuadro e intento detenerla asiéndola por un brazo.
Ella se revolvió como un animal acorralado.
No me toques! —chilló— No se te ocurra tocarme!
Pero era demasiado tarde. Un infierno de fuego y dolor se había desatado en el cuerpo de Álex, royéndole cada pequeña porción de su carne, cada músculo, cada víscera, hasta los mismos huesos.
Era como si toda su piel se hubiese incendiado, como si sus brazos y su torso y sus piernas estuviesen en llamas… Un instante después, todo quedó sumido en la oscuridad y el silencio. No me habría atrevido a decirlo abiertamente, pero ya no me importa: soy por lo menos rara.
La luz intentaba colarse entre sus párpados, blanca e hiriente como un cuchillo. Álex luchó un momento para mantenerlos cerrados, pero al final los abrió. Tardó unos segundos en distinguir las hojas cobrizas de la hiedra de Virginia sobre la pared que tenía enfrente. Delante de la pared había un banco de jardín rodeado de arbustos de madreselva, y en el banco, sentada, estaba Jana.
La muchacha se levantó en cuanto le vio abrir los ojos y caminó hacia él. Se encontraba reclinado en una tumbona, y sentía sobre la piel de sus antebrazos la aspereza de la colchoneta de lona, su contacto firme y basto, la deformación elástica del relleno justo debajo de su codo. Nunca se había fijado en esa clase de sensaciones, que, de pronto, le parecían abrumadoras. Era como si la tumbona estuviese empeñada en ocupar una parte de su conciencia, en no pasar desapercibida. Absurdo… Pero no se trataba solo de la tumbona. También la hierba, con su olor acido a verdor y sus hojas erguidas y desafiantes, reclamaba su atención. Y las hormigas… Había un par de ellas moviéndose sobre la tierra, bajo las sombras puntiagudas del césped. Pequeñas, de color chocolate, el abdomen largo y elegante, las patitas frágiles y rápidas.