Read Tatuaje I. Tatuaje Online
Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
—Álex, me ves? —preguntó Jana, que se había parado a un par de pasos de la tumbona.
Álex la miró detenidamente, como nunca la había mirado antes. Se fijó en sus ojos profundos y acogedores, en la blancura de su esbelto cuello, en los cabellos castaños que le caían en desorden sobre los hombros. ¿A qué olía? Era una mezcla de jabón natural y manzanas y quizá algo más intenso y secreto, un vestigio de perfume caro en sus muñecas, que no había desaparecido en la ducha.
Después de un momento, el muchacho cayó en la cuenta de que aquel escrutinio al que estaba sometiendo a Jana no era demasiado cortés, así que se incorporo en su asiento para dejarle sitio a su lado. Ella siguió de pie, mirándolo con expresión preocupada.
—Estás bien? —pregunto, Álex asintió, sonriendo. Que si estaba bien? En realidad se sentía mejor que nunca. Más despierto, mas alerta, más vivo. Entonces se acordó del tatuaje y comprendió inmediatamente por qué Jana no quería sentarse junto a él.
—Así que es cierto lo de que no puedo estar junto a ti hasta que el tatuaje cicatrice? —pregunto, risueño. El crujido de una hoja que acababa de caer de la enredadera lo distrajo por un momento. Era una hoja roja, perfecta, con gotas de rocío sobre el frágil cobre de su superficie. A pesar de la distancia, le pareció captar su olor ligeramente metálico.
Después volvió a prestar atención a Jana. Bajo su apariencia grave y contrariada noto algo más; una especie de irritación sorda, contenida a duras penas. Y también una determinación absoluta.
—Qué fue exactamente lo que te dijo David? —preguntó, arrodillándose sobre la hierba en el mismo lugar en el que estaba.
«Distancia de seguridad», pensó Álex, sorprendido. Tenía que tratar de concentrarse en la conversación y olvidarse de las hojas y las hormigas y el césped, de toda esa vida silenciosa y perfecta que les rodeaba y que antes nunca le había interesado.
—Me dijo eso, que no me acercase a la persona elegida hasta que el tatuaje cicatrizase. Y la persona elegida eres tú… Me dijo que el tatuaje me uniría a ti para siempre, independientemente de lo que tú sintieras.
—Te dijo eso, y aun así te lo hiciste? preguntó Jana con brusquedad—. Eres un loco.
Alex dejo de sonreír.
—No fue tan heroico, Jana. En realidad me creí muy poco de lo que me contó. Aunque ahora no sé qué pensar. Ahora lo veo todo distinto —exclamó mirando a su alrededor—. Todo ha cambiado —continuó, aunque quizá era él el que había cambiado.
Jana lo miró largo rato, aparentemente tranquila. Sin embargo, Álex podía notar la rapidez con que se sucedían los pensamientos detrás de aquella frente en calma, especulando, haciendo cábalas, sopesando las diferentes alternativas.
Lo dices por lo del desmayo? —preguntó al final, como si la idea fuese tan absurda que hasta entonces no se le hubiera ocurrido pensar en ello—. Pero, Alex, no puedes estar hablando enserio…
Por qué no? Tu misma lo has visto… Además, hace un rato intentaste convencerme de que la magia existe.
—Yo no dije eso —se defendió Jana—. Dije que hay formas de actuar sobre el espíritu, de dirigirlo en una determinada dirección. No es lo mismo.
—Pero vosotros les cobráis una pasta a vuestros clientes haciéndoles creer que vuestros tatuajes son mágicos… ¿O no es así?
De nuevo, la mente de Jana se puso en movimiento, sondeando, indagando, tratando de buscar una salida.
La autosugestión es la magia más poderosa que existe —contestó—. Si tú te convences de que ese tatuaje te une a mí, te sentirás unido a mí, aunque el tatuaje no haya hecho nada. Eso es lo que nosotros hacemos…
—Os aprovecháis de la credulidad de la gente para sacarles el dinero.
Había hablado de aquel modo tan insultante a propósito, para ver lo que respondía Jana.
—Estas simplificando mucho las cosas —dijo ella, en tono de excusa—. Lo que hacemos no es ilegal, ni siquiera inmoral. Les damos algo que no tienen, o, mejor dicho, que creen no tener. Contribuimos a mejorar sus vidas. No era la respuesta que Álex esperaba. Había dicho aquello con la idea de desencadenar una reacción de indignación… El hecho de que no se hubiese producido le daba mucho que pensar. Además, Jana seguía allí quieta, a metro y medio de él, evitando cuidadosamente acercársele.
—O sea, que no hay magia —dijo—. Qué decepción! Jana se echo a reír. Una carcajada breve, de alivio.
—Lo siento murmuró, inclinando la cabeza hacia un lado para mirarle—. Te habría gustado que fuese una especie de bruja?
Él se lo pensó durante un momento.
—No me habría importado. Te quiero, seas lo que seas. Aunque por las noches salgas en tu escoba a volar por los aires. Ella río de nuevo, cada vez más relajada.
—Dime una cosa. Si te hubieses creído de verdad lo que te dijo David del tatuaje, te lo habrías hecho?
Álex dejó de sonreír.
—Por supuesto que sí —contestó. Crees que me da miedo atarme a ti? No soy una persona cobarde, Jana. Ya te darás cuenta.
Puedo sentir muchas cosas por ti, pero no miedo. Captó el estremecimiento interno de Jana, la mezcla de sensaciones que sus palabras habían provocado. Nunca antes había podido leer en el rostro de una persona como estaba leyendo en el de ella… A pesar de la oscuridad que lo habitaba.
—Pues es mejor que no te ates a mí, ahora te lo digo en serio. Soy una persona difícil… Quedas avisado. Ahora estaba siendo sincera. O, al menos, lo estaba intentando.
—Deja que eso lo decida yo, de acuerdo? —repuso, cortante—. Tú puedes hacer lo que quieras; en lo que se refiere a mí… Pero mis sentimientos son míos, y no tienes derecho a opinar sobre ellos. Sin esperar a que ella contestara, se puso en pie, decidido a abrazarla pasase lo que pasase. El tatuaje empezó a dolerle como una quemadura. Necesitaba acariciar su pelo, deslizar los dedos por su cuello perfecto, suave y blanco como el de un ángel… Pero ella se escabulló con agilidad.
—Eso se acabó, Álex. Lo siento —dijo atropelladamente—. A mí también me gustas, ya lo sabes. Pero lo que tú sientes me asusta un poco, y no quiero seguir adelante. Vas demasiado deprisa, estás… estás demasiado seguro, y yo no soy como tú. A mí sí me da miedo atarme a alguien, ¿entiendes? Soy demasiado joven para eso.
El retrocedió y volvió a sentarse en la tumbona, mirándola con fijeza.
—No me mires así —le exigió Jana, nerviosa—. No soy tuya, qué te ha hecho pensar otra cosa? Lo de ayer surgió así, sin más.
Estabas ahí solo, un par de besos… No sé, me dejé llevar. Pero eso no te convierte en mi dueño.
—No pretendo ser tu dueño. Solo quiero llegar a conocerte.
Por primera vez, la vio genuinamente asustada. Quizá por eso, tardo bastante rato en encontrar una respuesta.
—De acuerdo, Álex, pero tienes que entender que te estás precipitando —dijo finalmente—. No… No sé lo que piensas de mí, pero no soy de las que se lanzan al vacío en una relación. Lo siento si eso te decepciona, pero es que yo no soy así.
«De eso estoy seguro —se dijo Álex, sonriendo para sus adentros—. Lo piensas todo, lo calculas todo, intentas controlarlo todo».
—Podemos empezar siendo amigos —propuso—. Quiero decir hasta que tú estés segura.
—Pero perderás el tiempo conmigo, y yo no puedo prometerte nada…
—Vamos, Jana. Estar contigo, aunque sea como amigo, no es perder el tiempo, y tú lo sabes. Deja de preocuparte tanto por ser justa conmigo. No me vas a destrozar la vida, si es eso lo que estas pensando.
Aquella respuesta dejo algo confundida a la muchacha. Todo resultaba muy extraño, porque, en el fondo, Álex sentía que ella no estaba tratando de ser justa con él, ni de protegerse, ni nada por el estilo. No le temía, ni tampoco le importaba demasiado que él sufriera. No; no se trataba de eso…
Se trataba del tatuaje. El tatuaje era lo que se interponía entre ellos, y Jana lo sabía. David no había mentido: el tatuaje era mágico, o al menos ella lo creía así, a pesar de que poco antes había asegurado lo contrario. Pero quizá, quizá había algo más. Porque, si lo que el hermano de Jana le había dicho era cierto, solo tendría que evitar acercarse a ella durante uno o dos días, hasta que el tatuaje cicatrizase. Y, en ese caso, no había necesidad de que Jana se inventase toda aquella pantomima de sus temores y sus dudas para mantenerlo físicamente apartado de ella…
A menos que el tatuaje no cicatrizase nunca. Se pasó una mano por la frente. Quería concentrar sus pensamientos, olvidarse de la hiedra de Virginia, del olor a humedad del desconchado de la pared, de la madera húmeda de la puerta que comunicaba el jardín con la cocina. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué, de pronto, sus sentidos se habían agudizado hasta lo insoportable, haciéndole percibir la realidad como nunca la había percibido antes?
Entonces comprendió que todo estaba relacionado. Su olfato y sus oídos tensos como cuerdas de violín, reaccionando a la menor vibración, la agonía de estar cerca de Jana y no poder acariciarla; la incómoda sensación de poder leer, hasta cierto punto, sus pensamientos… Era el tatuaje, la magia del tatuaje. Y Jana se empeñaba en negarlo. Tal vez ni ella misma fuese consciente de la violencia de sus efectos sobre él, del modo en que lo había cambiado. Cómo se os ocurrió esto de los tatuajes? —preguntó, tratando de parecer despreocupado—. No es un negocio muy habitual…
—Bueno, en nuestro caso teníamos ventaja. Mi madre nos enseñó la técnica, una técnica especial, según habrás podido comprobar. La aprendió de su madre, y esta a su vez de la suya. Mi bisabuela materna pasó buena parte de su juventud en Nueva Zelanda, estudiando a los maoríes.
La mujer del cuadro? Se dedicaba a estudiar a los maoríes, en esa época?
—Iba con su primer marido. El caso es que aprendió mucho sobre la dimensión espiritual del tatuaje, y creía, hasta cierto punto, en su fuerza, en su significado. Luego, mi abuela le enseñó la técnica a mi madre, y mi madre nos la ensenó a nosotros. Como ves, es una tradición de familia.
—Una tradición un poco rara —no pudo menos de observar Álex—. No sé, no es como cultivar rosas o hacer ganchillo… Y no parece la clase de cosa que una madre les enseña a sus hijos.
—Pues a nosotros nos ha venido muy bien que lo hiciera. Gracias a eso podemos vivir sin apuros. Y creo que hasta mi bisabuela se sentiría orgullosa si pudiera ver lo que hemos conseguido hacer David y yo.
La serpiente de tu espalda es obra de David?
Había preguntado aquello sin pensar dejándose llevar por la imagen obsesiva que una y otra vez le acudía a la mente, mezclándose con el rumor del viento en el follaje y con el olor de Jana y de la hierba. En los ojos de Jana apareció un destello de inquietud.
Cómo sabes lo de la serpiente? —preguntó—. No puedes haberla visto…
—Me equivoqué cuando estaba buscando el taller de David, y entré por error en tu cuarto. No pude evitar verte… Lo siento. No lo sentía en absoluto, y Jana se dio cuenta. Inexplicablemente, sonrió.
—Es un buen trabajo —dijo—. Uno de los mejores que hemos hecho… El diseño es mío, y David le dio el toque final. Ya habrás visto que él se considera «el artista». Su rostro cambió de pronto, ensombreciéndose.
—De todas formas, habría preferido que no la vieras. Quiero decir, no todavía…
—Eso significa que, algún día…
—No intentes confundirme, Álex. Todo esto del tatuaje ha sido muy desagradable. Sé que te prestaste a ello porque pensaste que me gustaría, pero la forma en que David te ha sugestionado… No sé, habría preferido empezar de otra forma. Álex se dio cuenta de que decía la verdad. Sí, la historia del tatuaje había torcido los planes de Jana. Ella quería otra cosa, pero ¿qué? Quizá, sencillamente, lo quería a él, y David les había jugado aquella mala pasada para impedir que se tocasen, que estuviesen juntos. Pero, en ese caso, ¿por qué Jana no estaba más… más hundida? Su sentimiento predominante era de furia, y no de tristeza.
Tal vez estuviese pensando en cómo deshacer lo que había hecho David, en cómo romper el hechizo. Álex sonrió interiormente ante aquella idea. Un hechizo. Un hechizo a través de un tatuaje… Jana se había esforzado mucho en convencerle de que todo había sido una pantomima, pero estaba mintiendo. Él lo sentía, lo sentía hasta la médula de sus huesos. El tatuaje le había transformado, ya nunca volvería a ser el mismo… El mundo no volvería a ser el mismo. Odiaba admitirlo, pero aquello era magia.
—Quizá sería mejor que te pidiera un taxi para que te fueras a tu casa —dijo Jana, caminando hasta la puerta de la cocina y esperándole allí, en el umbral—. Por aquí no hay transporte público, y andando tardarías un siglo… Voy a telefonear. Álex espero en el interior de la cocina mientras la oía alejarse por el pasillo y hablar casi en susurros con el radio taxi. Sus ojos se fijaron de pronto en el café derramado en el suelo, en los pedazos cortantes de la taza. Sintió un agudo dolor por el objeto roto, por aquellas lascas de finísima porcelana con sus diminutos tréboles verdes y dorados, y como en un fogonazo lo vio todo, el taller inglés donde una mano femenina había trazado sobre la porcelana aquellos dibujos usando los pinceles más finos, el proceso de secado, y luego una mujer, una mujer en una especie de mirador sobre el mar sosteniendo el asa entre el pulgar y el índice, trasladando a la taza una parte infinitesimal de lo que sentía en ese momento, dejándolo grabado en el objeto para siempre. Un profundo dolor como un desgarro que nada ni nadie podría reparar. Los ojos derrotados, silenciosos, clavados en las olas. Unos ojos muy parecidos a los de Jana… La voz de la muchacha le sobresalto.
—Tardará unos quince minutos —dijo, reapareciendo en la puerta del pasillo—.
Siempre tardan mucho en dar con la casa… Esperaremos aquí, si quieres.
—Me gustaría despedirme de David.
Jana hizo un gesto negativo con la cabeza.
Lo siento, ha salido. Es un crio, Álex. Te pido perdón en su nombre. Toda esta broma no ha tenido ninguna gracia. Álex asintió y se dejó caer en la silla que había ocupado antes de que todo ocurriera, durante el desayuno. Allí seguía la tostada que Jana le había servido, todavía sin mantequilla, helada. Maquinalmente, la cogió y le pegó un mordisco. El sabor del pan le hizo oír; repentinamente, el jugueteo de la brisa entre las espigas doradas. Un inmenso campo de trigo con todos los matices del amarillo entremezclados, desde el oro maduro hasta el claro color maíz, pasando por infinidad de tonos intermedios. Sin darse cuenta, había cerrado los ojos.