Read Tatuaje I. Tatuaje Online
Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
—Tengo mis sospechas —dijo—. Pero es pronto para hablar de eso… Antes, tengo que asegurarme de que estás completamente de nuestra parte.
—No te entiendo. Qué quieres de mí?
David se levantó del banco y se quedó mirando a Álex desde arriba. Su sonrisa destilaba odio, y un destello de crueldad iluminaba sus pupilas.
—Quiero venganza, Álex. Quiero que los venguemos, a tú padre y a los míos. Juntos, ¿me entiendes? Juntos hasta el final, hasta conseguir lo que queremos.
Álex sostuvo su mirada sin demostrar la menor turbación. Cuando David terminó, sonrió con frialdad.
Y no se te ha ocurrido que quizá yo no quiera lo mismo que vosotros? Los ojos de David se ensombrecieron.
—No quieres vengarte? —preguntó.
Álex reflexionó un momento.
—Todavía no lo sé —dijo—. Antes tengo que saber. Tengo que entender lo que pasó.
David puso cara de paciencia, como si estuviese siguiéndole la corriente a un niño desconfiado.
—Está bien. Lo averiguaremos. Estoy seguro de que, cuando lo sepamos todo, querrás lo mismo que nosotros. Venganza.
Eso significa entregar a los asesinos a la policía?
La pregunta pilló a David desprevenido.
—Bueno, quizá… Por qué no? farfulló. Aunque también es posible que la policía no pueda hacer nada en este caso. Nuestros enemigos no son gente corriente.
El dramatismo de aquella declaración obligó a Álex a contener la risa. Ya… ¿Y qué son, entonces? ¿Supervillanos? ¿El lado oscuro de la fuerza o algo así? David frunció las cejas ligeramente.
—No deberías tomártelo a broma. Dices que el tatuaje ha agudizado tus sentidos, que ahora percibes las cosas de otra manera…
¿Por qué no utilizas todo eso para mirar a tu alrededor? ¿De verdad te parece que esta ciudad es un sitio corriente? La Antigua Colonia, por ejemplo, o el parque de San Antonio… ¿No notas su oscuridad, su misterio?
Álex dejó de sonreír Si, David estaba en lo cierto. Había algo profundamente enigmático en algunos lugares de aquella ciudad, y no hacía falta ningún tatuaje mágico para captarlo. Y luego estaba Jana; su oscuridad, su misterio… Eso sí que lo había captado. Y le dolía.
—Ojalá hubieras dejado que Jana aplicase su sistema —murmuró con cansancio—. Os habría ayudado igual… Ella me interesa de verdad, David. Es terrible lo que me has hecho.
David seguía allí plantado frente a él, con expresión entre burlona y culpable.
—Bueno, ahora ya no tiene remedio. Créeme, Álex, es mejor así… De la otra manera, habrías terminado confundiendo las cosas. Y es mejor que te concentres en esto.
Oyeron voces de niños a lo lejos, y el eco de un balón al rebotar contra el suelo. Muy pronto el parque empezaría a llenarse de animación.
Y crees que esta es la mejor forma de concentrarse? No puedo dejar de pensar un minuto en ella. Es aún peor que antes… En serio, ¿no existe ninguna manera de arreglar esto?
—Quizá exista —replicó David con cautela—. Y si nos ayudas a conseguir nuestro objetivo… Bueno, es posible que podamos hacer algo. Un chantaje. No podía creerlo… ¡David le estaba chantajeando! Por desgracia, lo hacía con tan poca convicción que resultaba difícil confiar en sus palabras.
—No puedo confiar en ti si no me dices toda la verdad, David —dijo con firmeza—. Eso de que querías apartarme de Jana para que me centrase en «tus planes» es una estupidez, y no me lo creo.
David echó a andar por el sendero de arena, y Álex lo siguió. El hermano de Jana parecía decidido a evitar su mirada. Se le veía irritado, molesto.
—Piensa lo que quieras. Hay cosas que no te puedo explicar todavía. Es mejor ir poco a poco… Solo voy a decirte una cosa, y esta vez más vale que me creas: quiero a mi hermana, Álex. Ella es lo único que tengo en el mundo, y no permitiré que nada ni nadie le hagan daño.
Álex sintió un estremecimiento al oír esas palabras.
Crees que yo le haría dalo? —preguntó, herido—. No intencionadamente. Pero lo que tú eres puede suponer un peligro para ella. Lo siento, Álex, no puedo hablar con más claridad por el momento. Tendrás que confiar un poco en mí, aunque sé que no he hecho mucho por ganarme tu confianza. Por primera vez, Álex notó la intensa emoción de David bajo su máscara irónica.
—Entonces, tú crees que Jana está en peligro? preguntó, buscando su mirada.
David asintió con lentitud.
—Creo que si —murmuró—. Aunque no sé si ella se da cuenta. Siguieron mirándose durante unos segundos.
—Y por qué no has empezado por ahí? —preguntó finalmente Álex, relajando sus facciones.
Eso significa que nos ayudarás?
Esta vez Álex no necesitaba meditar su respuesta.
—Si —dijo casi con alegría—. Por supuesto que sí.
El lunes se inauguraba oficialmente el curso en Los Olmos. A las diez, una ceremonia tan solemne y antigua como el colegio mismo precedería a la presentación de los nuevos profesores y al reparto de aulas. Luego, sin transición alguna, empezarían las clases… Así era todos los años. En Los Olmos no había tiempo para tonterías. Desde el primer día, la exigencia era máxima, y no se toleraba el más mínimo desorden.
Al contrario que la mayoría de sus compañeros, Álex adoraba aquella ceremonia rancia y llena de simbolismo que se celebraba en la antigua capilla. Comenzaba con una interpretación del himno del colegio a cargo del coro infantil, y seguía con media docena de breves y encendidos discursos. Profesores, alumnos, ex-alumnos, patrocinadores, prestigiosas personalidades del mundo de las artes y de la cultura… Todos tenían su momento de gloria, sus cinco minutos ante el viejo atril de madera para ensalzar la grandeza del colegio y lo mucho que contribuía a la formación de las generaciones futuras y a la mejora de la sociedad en su conjunto.
La parte final de la ceremonia era la que más le gustaba. Con todas las luces apagadas y en medio de un sepulcral silencio, el director encendía sucesivamente siete candiles y se los entregaba a siete alumnos de la última fila. Estos, sosteniendo con cuidado sus lámparas, se dirigían lentamente hacia el altar; iluminando para los demás el camino del conocimiento. Una vez allí, sus profesores les entregaban varios objetos en representación de las diferentes ramas del saber: un compás, una tabla y un cincel, una lira, un cordón anudado, un disco celeste, un libro acompañado de una vara y, finalmente, un extraño medallón con una cabeza de perro.
Era un ritual cargado de significado y enraizado en tradiciones tan antiguas que se remontaban prácticamente hasta la Edad Media. El año anterior, él había sido uno de los alumnos seleccionados para la procesión. El objeto que se le adjudicó fue el disco celeste, una representación de las ciencias astronómicas. Este año, sin embargo, no conocía directamente a ninguno de los chicos y chicas encargados de llevar las lámparas. vehicula tortor, eget ullamcorper augue libero quis tortor. Vestibulum est ipsum, placerat porta tincidunt et, rhoncus vitae elit. Quisque ullamcorper eros eget lacus consectetur vel gravida turpis scelerisque. Ut ac egestas felis. Sentado junto a su hermana, que se removía en el banco como una anguila, impaciente por que todo terminase, Álex echó una discreta ojeada a su alrededor. Vio a Erik sentado unas filas por delante, y también a algunos otros amigos dispersos en el amplio recinto de la iglesia. Sin embargo, Jana no estaba. No se la veía por ninguna parte.
Desde el momento en que constató la ausencia de la muchacha, su mente no pudo volver a concentrarse en la ceremonia inaugural. En Los Olmos, faltar a aquel momento emblemático del curso se consideraba todo un acto de indisciplina. Jana tendría que dar muchas explicaciones para justificarse. Quizá tuviera algún motivo… Tal vez estuviese enferma.
De todas formas, su ausencia empañaba la excitación alegre de aquel primer día de curso. Álex perdió incluso el interés por el ritual de las lámparas, que todos los años le ponía un nudo de emoción en la garganta. Por un momento, se le pasó por la cabeza una idea aterradora: ¿y si Jana no volvía al colegio? ¿Qué pasaría entonces? Quizá nunca volvería a verla… Podría intentar llegar hasta su casa, pero en medio de aquel barrio siniestro en el que vivía, tenía pocas probabilidades de dar con ella. ¿Y si, asustada por lo que David había hecho con su tatuaje, Jana decidía quitarse de en medio y no aparecer nunca más por Los Olmos? Después de todo, ella no tenía padres ni familia alguna, aparte de su hermano; de modo que no necesitaba dar explicaciones a nadie si decidía abandonar los estudios o cambiar de centro.
El ritual terminó con una salva de aplausos poco entusiastas, y los alumnos comenzaron a salir al patio, en espera de que los tutores de cada curso los fueran llamando a sus respectivas clases.
Al salir al patio, Álex se sintió azotado de pronto por una avalancha de sensaciones: el rumor casi imperceptible del aire otoñal en las copas de los cedros, los múltiples crujidos de pisadas en los senderos de gravilla, el chapoteo lejano de una moneda al caer al estanque, olores a hierba cortada, a cuerpos recientemente enjabonados en la ducha, a sudor adolescente y a tierra húmeda… Y sobre todo, los destellos del sol sobre las gotas de rocío en las rosas que bordeaban el camino principal, los destellos que reverberaban en los cristales del edificio y en las hojas amarillentas de los viejos olmos que asomaban sus copas por detrás del tejado, brillantes, plateados y húmedos. Tibios como caricias de luz… Entonces comprendió que había llegado Jana.
Todos sus sentidos se agudizaban en su presencia. Lo veía todo, lo olía todo, no se le escapaba ni el más leve susurro, ni el más insignificante suspiro. Era como sintonizar a la vez todos los canales de la naturaleza y de la mente. Casi podía oír los pensamientos de los chicos y chicas que lo rodeaban.
Pero no quería oírlos. El único pensamiento que le interesaba era el de Jana. Estaba sola, apoyada con indolencia sobre la tapia del patio, muy cerca de la verja de entrada. Sus ojos se encontraron con los de Álex en la distancia. A Álex le parecieron más profundos y acariciadores que nunca. El tatuaje empezó a dolerle brutalmente, como si millares de agujas se le hubiesen clavado de pronto en la piel, formando aquel complicado dibujo. Porque el dolor seguía los contornos del nudo celta que David había trazado sobre su espalda con absoluta precisión, sin apartarse de ellos ni lo más mínimo.
Así sería siempre en adelante. Un sufrimiento mental insoportable en ausencia de Jana, y un dolor físico no menos terrible en su presencia. Bonito regalo el que le había hecho David.
Avanzó lentamente hacia ella, con los ojos fijos en su rostro pálido y delicado, en sus grandes ojos de animal salvaje, en sus labios tentadores como frambuesas. Era dolorosamente consciente de todo lo demás, de los saludos que le dirigían y de los comentarios que provocaba, pero nada de eso le importaba en ese instante.
Con cada paso, las agujas imaginarias del tatuaje se clavaban un poco más en su piel. Y, no obstante, estaba decidido a llegar hasta ella, y a tocarla. Una silueta que conocía bien se interpuso de pronto en su camino.
—Hola, te acuerdas de mí?
Era Erik. Lo miraba desde su impresionante estatura con una mezcla de enfado y preocupación. Se le había plantado delante de tal manera que habría tenido que empujarle para seguir avanzando.
—Luego hablamos, Erik —le dijo, conteniendo a duras penas su impaciencia—. En serio, ahora no puedo.
Sin apartarse ni un milímetro, Erik giró el torso lo suficiente como para ver a Jana apoyada en la tapia. Álex vio los ojos de Jana clavarse un instante en los de su amigo, irritados y desafiantes.
—Es por ella, no? Me he fijado en cómo la mirabas —dijo Erik, asiéndolo por el brazo con firmeza y arrastrándolo hasta el rincón opuesto del patio—. Pero es que te has vuelto loco? ¡Parecías un tigre a punto de caer sobre su presa! Álex se desembarazó de la mano de Erik y lo miró con fijeza.
—No iba a devorarla, no te preocupes le contestó, furioso.
Las miradas de los dos amigos se encontraron. Los ojos de Erik eran tan claros y serenos como siempre. Y sin embargo, había algo nuevo en ellos, algo que Álex no había notado hasta entonces. Un destello remoto de odio. O quizá de miedo. Y también había otra cosa. Algo en su nuca, algo que no podía ver y que le llamaba como una voz, agudizando los cortantes filos del dolor en su tatuaje. Un eco del sufrimiento de su piel en la piel de Erik.
Sin decir nada, Álex pasó un brazo sobre el hombro derecho de su amigo y le tocó la parte posterior del cuello. Estaba ardiendo… Rodeando el cuerpo grande y algo desgarbado de Erik, Alex fijó la mirada en su nuca. Otro tatuaje. No el de siempre, aquel diminuto arácnido desdibujado y apenas visible, sino algo mucho más complicado y llamativo, un gran escorpión de coraza plateada que parecía deslizarse lenta e inexorablemente sobre su piel, como un animal vivo. «Como la serpiente de Jana», recordó Álex, estremeciéndose. Erik, que le había dejado hacer sin apartar los ojos de él, se subió el cuello de la cazadora, dando por terminado el examen.
—Qué te ha hecho, amigo? —preguntó con voz ahogada por la rabia. Necesito saber qué te ha hecho. Aunque Erik le impedía verla, Álex sabía que Jana seguía apoyada en la tapia, siguiendo cada uno de sus movimientos en la distancia.
Cuándo te has hecho ese tatuaje nuevo en el cuello? —Preguntó Álex—. El viernes no lo tenías…
Erik se quedó mirándolo inmóvil durante varios segundos.
—Te han tatuado murmuró, como si no pudiera creerse sus propias palabras.
¿Cómo se han atrevido? Te han tatuado…
—Yo se lo pedí —le interrumpió Álex, obligándose a sonreír—. Me enteré por casualidad de que hacían tatuajes y les pedí uno. Son muy buenos… ¿Tú lo sabías? Los ojos de Erik le miraban sin verle, desenfocados, ciegos de ira.
—Por eso ibas hacia ella con esa cara. Como si ya no existiese nadie más en el mundo.
Lo había dicho con tanto rencor que Álex sintió un escalofrío.
—Iba hacia ella porque la quiero, Erik —dijo sin alzar la voz—. La deseo, la amo, la quiero para mí. No sé si has sentido algo así por alguien alguna vez… Es terrible, pero a la vez es… es increíble, no hay nada mejor.
Erik le escuchaba con ojos turbios, conteniéndose con dificultad.
Se enrolló contigo? —quiso saber—. Te llevó a su casa? Nunca creí que se atreviera a tanto! ¿Qué hicisteis?
Álex soltó una breve carcajada.