Read Tatuaje I. Tatuaje Online
Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
Sin embargo, no pudo hacer nada. La criatura comenzó a moverse lentamente alrededor del cuerpo de Hugo mientras emitía un ronco y ardiente siseo. Al cabo de un tiempo, el muchacho comenzó a distinguir las palabras que componían aquel aterrador sonido. No entendía su significado, pero sus labios las repetían fascinados, vocalizando en silencio, totalmente sometidos a su poder.
Y cada palabra incomprensible se clavaba como una aguja en el cuerpo de Hugo, arrebatándole un pedazo de vida.
El ritual continuó largo rato, hasta que Álex perdió la noción del tiempo. Por fin, el monstruo alado dejó de susurrar y se quedó callado, contemplando su obra. Hugo, a esas alturas, ya no respiraba. No obstante, para asegurarse de que estaba muerto, la criatura le propinó una violenta patada en el costado.
Ninguna reacción. Álex intentó gritar, pero el sonido no llegó a brotar de sus labios. Era como si hubiese perdido el control de su propio cuerpo, como si se hallase separado de él por una barrera mental infranqueable. Y tampoco podía moverse… Se encontraba atrapado dentro de su propio sueño.
Entonces, la criatura alada hizo algo muy extraño. Con un gesto sorprendentemente humano, extrajo un revólver de entre los pliegues de su túnica y disparó. Un solo tiro certeramente dirigido a la sien derecha de Hugo, que estalló en mil burbujas de sangre.
Horrorizado, Álex trató de gritar de nuevo, y esta vez lo consiguió. Un interminable aullido salió de su boca, agudo y cristalino como una música sobrenatural. Un sonido que a él mismo le resultaba insoportable por su intensidad y violencia…
El chillido rasgó como un cuchillo la visión, fragmentándola en mil pedazos. Lo último que vio Álex fue el rostro helado e indiferente del asesino de su padre. Luego, los pedazos luminosos fueron apagándose, como rescoldos de una hoguera moribunda. Y al final, todo volvió a sumirse en la más completa oscuridad.
Antes de abrir los ojos, supo por el olor que se encontraba en un hospital. Aquella mezcla inconfundible de vapores de alcohol, desinfectante y sopa de pollo se coló en sus fosas nasales como un negro presentimiento.
Al despegar los párpados, sus pupilas tardaron unos instantes en acostumbrarse a la luz otoñal que se filtraba a través del cristal no demasiado limpio de la ventana.
Poco a poco comenzó a adquirir conciencia de su cuerpo. Notó el contacto áspero de la sábana sobre las piernas desnudas, el dolor de sus riñones empotrados contra el colchón, la incómoda inclinación de la parte superior de su cama, que le impedía tanto sentarse como tumbarse completamente. Tenía una vía abierta en el dorso de la mano derecha y conectada mediante una goma a un dispensador de suero. Y el dolor… Un violento dolor en el hombro, donde David le había hecho el tatuaje.
Antes de que pudiera moverse, alguien se había aproximado a su cama, desplazando, en su precipitación, el poste metálico del que colgaba la bolsa de suero.
—Álex, ¡por fin! Me oyes, ¿verdad? ¿Cómo te encuentras?
—Se trataba de Erik. Álex lo miró con extrañeza.
—¿Por qué estoy aquí? —preguntó.
Sentía la boca pastosa, y la debilidad de su propia voz le preocupó. Erik, sin embargo, parecía aliviado.
—Te caíste en el patio del colegio, ¿no te acuerdas? Estabas con Jana.
Álex recordó lo que había pasado. El beso de Jana, la sensación de que iba a morirse… Y luego, aquel sueño que, en realidad, había sido algo más que una simple pesadilla.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó, esforzándose por vocalizar con claridad.
—Desde ayer por la mañana. Tu madre ha pasado aquí la noche… Hace diez minutos la convencí de que se fuera a desayunar algo a la cafetería. Siento que se haya perdido este momento. No sabes lo preocupada que está.
—Me lo imagino. ¿Y mi hermana?
—También ha estado aquí esta mañana, pero tu madre la obligó a volver al colegio.
No sabíamos cuánto tiempo podías tardar en despertar… Los médicos dijeron que podían pasar días.
—Tú también deberías estar en el colegio —dijo Álex, sonriendo.
Erik le devolvió la sonrisa.
—Iré dentro de un rato. Álex, de verdad, qué alegría que hayas vuelto… ¿Qué te pasó?
Álex recordó la breve conversación que había mantenido con su amigo justo antes de besar ajana.
—Tú me lo advertiste —murmuró—. Pero créeme, ella no quería; no quería que esto pasara. Intentó evitarlo… Yo quería demostrarle que no tenía miedo, y que no me creía del todo las historias de David.
—Te he visto el tatuaje —musitó Erik, sombrío—. No vuelvas a tocarla jamás, Álex… Cada vez que lo intentes será peor.
Callaron durante un momento. Álex recordó de pronto el escorpión de plata tatuado sobre la nuca de su amigo, y le asaltó una repentina sospecha.
—¿Lo dices por experiencia? —preguntó, desafiante.
Erik lo miró con sorpresa.
—Pareces saber mucho sobre Jana —prosiguió Álex atropelladamente, sin darle tiempo a contestar—. Me pregunto por qué no me lo habías contado antes. Tú sabías que ella me interesaba… ¿Por qué me ocultaste toda esa historia siniestra de las brujas agmar?
Erik se levantó pausadamente y fue hasta una mesita auxiliar de melamina apoyada contra la pared. Sin apresurarse, vertió un poco de agua mineral en un vaso de plástico. Cuando terminó, regresó a la cabecera de la cama y se lo tendió a Álex.
—Espero que los médicos no me echen la bronca por esto —murmuró—. Creo que te sentará bien.
Mientras Álex bebía a pequeños sorbos, Erik acercó un sillón de plástico negro y se sentó junto a la cama.
—No has contestado a mí pregunta —insistió Álex, devolviéndole el vaso vacío y observando cómo su amigo lo posaba en el suelo—. ¿Por qué no me lo contaste?
Erik lo miró con aire pensativo, como si él mismo se estuviera planteando por primera vez aquella pregunta.
—Pensé que ella te evitaría, que haría todo lo posible por mantenerse lejos de ti —contestó finalmente—. Era lo lógico… Nunca me imaginé que intentarían tatuarte.
Álex lo miró sin comprender.
—¿Por qué tenía que mantenerse alejada? —preguntó—. ¿Tiene algo que ver con la muerte de mi padre?
Había lanzado aquella idea al azar, solo para ver cómo reaccionaba su amigo. Lo último que esperaba era que Erik palideciese de aquel modo y que se quedase todo un minuto mirándolo con ojos vidriosos, sin saber qué contestar.
—Tú sabes más de lo que parece —dijo por fin con una nota de advertencia en la voz—. Álex, cuéntame lo que sabes, por favor. No te conviene tener secretos conmigo, en serio. Lo creas o no, yo estoy de tu lado.
Álex esbozó una sonrisa dolorida. El escozor del tatuaje le impedía concentrarse del todo en la conversación.
—¿Y quién no está de mi lado, entonces? ¿Jana? —preguntó con desenvoltura.
Advirtió un destello de inquietud en los ojos de Erik, pero esperó en vano a que su amigo le respondiera. Era él quien había pedido antes una respuesta… Y parecía decidido a guardar silencio hasta que Álex se decidiera a hablar.
Mientras estaba inconsciente, he tenido un sueño —dijo el muchacho al fin, con los ojos muy atentos a la reacción de Erik—. Un sueño muy extraño… En realidad, creo que ha sido más bien una especie de visión.
El gesto duro e inexpresivo de Erik no consiguió engañar a Álex. Estaba alarmado, muy alarmado… E inmediatamente se había puesto a la defensiva.
—Una visión sobre mí —aventuró—. Sobre nosotros… ¿Y qué? ¿Has llegado a alguna conclusión interesante?
Álex trató de pensar con rapidez. Recordó lo que Erik le había contado de Jana, y todo lo que parecía saber sobre ella y su hermano. Y una vez más, le vino a la mente la imagen de aquel escorpión tatuado sobre su nuca con pigmentos metálicos, aquel animal que parecía vivo, igual que la serpiente tatuada sobre la espalda de Jana.
—Eres uno de ellos —conjeturó, muy serio—. Por eso sabes tanto. Erik asintió, y los ojos de ambos se retaron en silencio durante unos instantes.
—Cuando ocurrió lo de tu padre, lo sentí muchísimo. Creí que eso iba a separarnos para siempre, que ya no volveríamos a ser amigos. Estabas muy cambiado, y yo tenía la sensación de que habías dejado de confiar en mí… Entonces pensé en contártelo todo. Incluso hice un intento… No sé si lo recuerdas.
La sorpresa de Álex fue mayúscula.
—¿Contármelo todo? —repinó—. Erik, no sé de qué me estás hablando.
Erik lo miró de un modo extraño.
—Supongo que no fui muy claro. Y tú apenas prestabas atención a lo que te decía…
Estabas como ausente. Por eso no volví a insistir.
—Oye, ¿se puede saber a qué te refieres? —preguntó Álex, impaciente—. No recuerdo haber hablado de Jana contigo en esa época, y creo que si me hubieses contado algo sobre ella, lo recordaría…
—¿Recuerdas lo que te dije sobre los clanes?
Era la segunda vez que Erik aludía a los clanes en los últimos días. Pero, al igual que en la primera ocasión, Álex no sabía de qué clanes estaba hablando, así que, tras una breve vacilación, resolvió confesar su ignorancia.
Erik suspiró, indeciso.
—Entonces no fui muy directo, y me imagino que tú debiste de pensar que te estaba contando una leyenda sin ninguna relación con nosotros. Si no, no habrías olvidado aquella conversación tan fácilmente… De todas formas, las cosas han cambiado mucho desde entonces. No sé, puede que haya llegado el momento de hablar con más claridad —murmuró—. Después de todo, si yo no te lo cuento, otros lo harán… O lo averiguarás tú mismo.
Erik se puso de pie y se dirigió a grandes pasos hasta la puerta de la habitación.
Entreabriéndola, se asomó al pasillo para cerciorarse de que no había enfermeras ni nadie que pudiese oírlo. Antes de sentarse, sus ojos se clavaron en la bolsa de suero conectada a la mano de Erik. Aún estaba medio llena… Disponían de algún tiempo antes de tener que llamar al timbre para que la cambiaran.
Solo después de hacer todas aquellas comprobaciones regresó a su sitio junto a la cama. Alex tuvo la impresión de que había empleado aquellos minutos de preparativos para elegir la información que iba a darle.
—En el patio del colegio te hablé de las brujas agmar —comenzó por fin—. Pero el linaje de Agmar es tan solo uno de los clanes supervivientes de los medu. Es difícil resumir en pocas palabras lo que somos… Con el tiempo, nos hemos vuelto tan parecidos a los humanos que nosotros mismos olvidamos a veces las diferencias.
Álex sintió que la sangre le latía con fuerza en las sienes. No podía dar crédito a lo que estaba oyendo.
—Erik, por favor, ¿no ves cómo estoy? —interrumpió, en tono cansado—. No es momento para bromas… Deja de decir estupideces.
Erik lo miró con tristeza.
—Lo sé. Cuesta admitirlo. Para nosotros también es difícil. Vivimos en un mundo de humanos, ocultándonos permanentemente. Y lo peor es que somos tan parecidos… En realidad, también somos lo que parecemos. Solo que, a la vez, somos algo más.
Álex no se sentía con fuerzas para seguir protestando. La voz de Erik sonaba ominosamente sincera. No sabía si quería oír el resto de lo que su amigo tenía que decirle, pero, en cualquier caso, ya era demasiado tarde para echarse atrás.
No lo entiendo —musitó, cerrando los ojos—. ¿Qué sois entonces? ¿Espíritus?
¿Inmortales?
La misma sonrisa triste en los ojos de Erik.
—No, ya no. Al principio todo era diferente, pero cuando elegimos esta forma, lo hicimos con todas las consecuencias. Ahora nacemos, vivimos y morimos como vosotros. Amamos y odiamos, tenemos hijos…
—¿Entre vosotros?
Álex dijo aquello con una punzada de celos. Mientras Erik hablaba, la única idea que martilleaba constantemente en su cerebro era que él y Jana eran iguales, que, fuesen lo que fuesen, estaban ligados por vínculos que jamás le incluirían a él.
Erik pareció captar los pensamientos ocultos de su amigo, y esbozó una sonrisa burlona.
—Entre nosotros, sí, y también con los humanos, aunque eso no sucede con frecuencia.
—Entonces, si eso es así, ¿por qué diablos insistes en lo de que no sois humanos?
¿Qué os diferencia del resto de la gente? ¿Los tatuajes?
—En cierto modo, sí. Los utilizamos para canalizar la magia. La magia no es algo antinatural, como vosotros creéis, sino todo lo contrario. Está en todas partes, impregna todo el universo, cada fragmento material, cada criatura viva… Vosotros sois la única excepción, los únicos que carecéis de ella. O quizá la tengáis aún, oculta en algún repliegue de vuestra complicada conciencia, solo que habéis olvidado cómo utilizarla. Os habéis distanciado demasiado del resto de los seres, y ya no hay vuelta atrás. Eso es, al menos, lo que cree la mayor parte de los míos. En realidad, tampoco os conocemos demasiado bien.
—Sois como nosotros, vivís entre nosotros pero no nos conocéis —murmuró Álex con cierto sarcasmo—. Y esperas que me lo crea…
—¿De qué te extrañas? Tampoco vosotros os conocéis a vosotros mismos. Además, nuestra historia ha sido muy convulsa. Por el camino, hemos perdido muchas cosas, incluida la memoria de nuestros orígenes. Todo lo que tenemos son leyendas. Al parecer, los clanes surgieron a la vez que las primeras civilizaciones humanas, y su origen está relacionado con la invención de la escritura. Hay quien dice que somos símbolos vivientes… No pongas esa cara de pasmo, al fin y al cabo, también los humanos sois, hasta cierto punto, símbolos. Insignificantes, efímeros tatuajes en la piel del mundo… Nudos de palabras y significados.
Erik volvió a mirar de reojo hacia la puerta cerrada, y luego continuó:
—Lo único que sabemos con seguridad es que los primeros clanes fueron exterminados. Luego resurgieron, y volvieron a desaparecer. Es un ciclo que se repite una y otra vez… Pero algún día lo romperemos.
—¿Y por qué ocurre eso? —preguntó Álex.
Erik lo miró de un modo extraño.
—Tenemos enemigos —dijo con lentitud—. Son pocos, pero tenaces. No descansarán hasta acabar con todos nosotros. Hasta ahora siempre hemos logrado recuperarnos, pero ellos no pierden la esperanza de acabar con los clanes definitivamente.
Recostado sobre la almohada húmeda de sudor, Álex trataba de digerir toda aquella información.
—¿Quiénes son? —preguntó—. ¿Humanos?
Erik hizo un gesto ambiguo con las manos.