Tatuaje I. Tatuaje (33 page)

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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Un ronroneo de placer se mezcló con las últimas palabras. Álex se estremeció y abrió los ojos.

En el lugar donde un momento antes se encontraba Garo, había un vigoroso animal que lo miraba con sus bellos ojos dorados. Era un lobo de gran tamaño, con el lomo gris y las patas blancas. Durante segundos, los ojos de Álex y los de la bestia se sonderaron con curiosidad. Después, el lobo se dio la vuelta y se alejó corriendo entre los arboles de la visión. Sus pasos resonaron todavía unos momentos sobre la esponjosa tierra, antes de perderse definitivamente.

Álex notó que las fuerzas le abandonaban. Sus rodillas acabaron cediendo, incapaces de mantener el equilibrio por más tiempo, y cayó al suelo. Quizá perdió el conocimiento, nunca lo supo con exactitud.

Cuando miró de nuevo a su alrededor, la visión había desaparecido. Tenía frío, todo su cuerpo temblaba sobre las heladas baldosas del pasillo. El silencio que le rodeaba era completo. Por un momento pensó que iba a morir allí, olvidado por todos. Pensó en Garo, y deseó con todas sus fuerzas ir tras él y perderse para siempre en el bosque de Safat. Pero ya era demasiado tarde; la visión de aquel lugar idílico se le había escapado, y sabía que no podría volver a invocarla.

—Por fin te encuentro —dijo una voz desconocida por encima de su cabeza—.

Amigo me tenías preocupado…

Álex abrió los ojos y vio un rostro joven y moreno que lo observaba desde arriba, pese a lo cual algo en su expresión le resultó vagamente familiar. Los ojos del desconocido eran almendrados y oscuros como la noche. Llevaba una camisa y un pantalón negros, y los largos cabellos sujetos en una cola sobre la nuca. Su piel se encontraba bañada en un resplandor rojizo, que recordaba la luz cálida del crepúsculo o del amanecer. Sin embargo, aquella luz no venía del sol, sino que parecía formar parte de la propia piel del joven.

—Me llamo Corvino —dijo, mirándole con preocupación—. He venido a buscarte.

Llevo mucho rato intentando dar contigo, ¿Dónde te habías metido?

—En una visión —murmuró Álex. Tenía la voz pastosa, y las palabras le salían con dificultad. Corvino le ayudó a incorporarse y le pasó una mano debajo de las axilas, de modo que pudiese apoyarse en él al caminar.

—Estas muy débil. No esperaba encontrarte tan débil…

—¿Quién eres? ¿Por qué me buscabas? —le interrumpió Álex. Corvino no contestó.

Álex contempló pensativo el leve resplandor rojizo que bañaba sus manos.

—Eres uno de ellos —dijo, atando cabos—. Uno de los guardianes… ¿Por qué habéis atacado la Fortaleza de los dakul? Habéis herido a mi amigo Erik…

—Teníamos que salvarte. La joven nos invocó… ¡Todavía no puedo creer lo que ha pasado! Arión, muerto… Sabíamos que lo tenían ellos, y que utilizaban su odio para ocultarlo de nosotros y protegerse. Pero habríamos prefirido otro final.

—Yo no deseaba que muriera —dijo Álex, sintiéndose absurdamente culpable—.

Solo le mostré la salida, la salida del laberinto…

—La salida del laberinto… Sí, solo tú pidías hacerlo. En cierto modo, era lo mejor que podía pasar. Así hemos sabido quién eras… Y hemos podido localizarte.

Caminaron en silencio durante un rato. Álex no veía por dónde iban; únicamente sentía el brazo firme y cálido de Corvino sosteniendo su cuerpo y ayudándole a avanzar.

—Entonces, ¿es cierto? —se atrevió a preguntar—. ¿Soy el Último? Corvino se detuvo y, apartándose de él, lo miró a los ojos.

—Eso creemos —dijo—. Has liberado a Arión.

—Pero también soy uno de ellos. Mi padre era descendiente de uno de los clanes medu… Corvino asintió, como si esa información no fuese nueva para él.

—Cada manifestación del Último nos sorprende de un modo distinto. El caso es que estás aquí, y que tu momento se acerca. Tienes que prepararte…

—¿Para qué? ¿Para eliminar a los medu? No quiero hacerlo. Mi mejor amigo es un medu, o lo era, porque probablemente ahora mismo esté muerto. La chica a la que quiero también es medu. Yo mismo lo soy en cierto modo ¿En serio piensas que voy a ayudaros?

Corvino hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—¿Y cómo vais a conseguirlo? ¿Obligandome?

—Nosotros nunca te obligaremos a hacer nada —repuso Corvin con asombrosa serenidad—. Sencillamente, si eres el Último, terminarás comprendiendo lo que tienes que hacer.

—¿A pesar de mis sentimientos?

—A pesar de tus sentimientos —confirmó el guardián, sonriendo—. Los sentimientos no son más que trampas para la libertad de nuestro espíritu. Yo te puedo enseñar a liberarte de ellos… Es mucho lo que puedes aprender de nosotros.

—No quiero aprender a liberarme de mis sentimientos —afirmó Álex a media voz.

Corvino arqueó las cejas.

—¿Preferes ser su esclavo?

El muchacho no contestó. Las rodillas volvían a temblarle, y notaba que no tardaría en desfallecer. Corvino se dio cuenta de lo que le ocurría y volvió a ofrecerle su brazo para que se apoyase en él.

—¿Por qué te asusta el conocimiento? —preguntó con suavidad. Ven con nosotros, aprende lo que nosotros sabemos. ¿Qué daño puede hacerte eso? Luego, cuando llegue el momento, podrás elegir. Si decides aceptar tu destino y ayudarnos a derrotar a los medu, perfecto. Si eliges otro camino, no te detendremos.

—¿Y qué te hace pensar que haré lo que vosotros esperáis?

—El conocimiento te cambiará —afirmó Corvino con gran convicción—. Te hará ver las cosas de otra manera.

—¿Y si os fallo? —Preguntó Álex—. ¿Y si utilizo lo que se me enseñéis para volverme contra vosotros? Llevo sangre de medu en mis venas podría hacerlo…

—Correremos el riesgo —dijo Corvino—. Los guardianes nunca hemos sido cobardes. Se miraron durante unos segundos, tranquilos, estudiándose mutuamente.

—¿Cómo sé que puedo firarme de tí? —preguntó finalmente Álex. Corvino se echó a reir.

—Lo sabes —se limitó a contestar.

En ese momento, a pesar de la juventud de su rostro, Álex se dio cuenta de que sus ojos eran inmensamente sabios y viejos.

—Está bien, te acompañaré —dijo—. ¿Qué tengo que hacer? Corvino alzó una mano y la posó delicadamente sobre la frente del muchacho.

—Nada —repuso, acariciándole el cabello—. Solo dormir… Solo dormir y confiar.

Capítulo 7

Se despertó frente a un inmenso paisaje nevado, del que solo lo separaba el invisible vidrio de una pared transformada en ventanal. La nieve caía en el exterior, silenciosa y lenta, sumando su blancura a la espesa capa que lo cubría todo. Estaban rodeados de montañas, pero sus bases boscosas quedaban muy por debajo de aquella ventana. Era como encontrarse en el nido de un águila, a la altura de los picos más elevados. El cielo gris contrastaba con la inmaculada luminosidad de las cumbres, pero los remolinos de copos nevados difuminaban los contornos en la lejanía.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Corvino.

Se hallaba sentado a la cabecera de la cama, y sonreía. Álex se incorporó sobre la almohada y miró a su alrededor. Nunca en su vida había imaginado una habitación así, tan llena de color y de vida. Las paredes que no daban a las montañas eran paneles de vidrio pintados de rosa, verde y azul, y lo mismo ocurría con el suelo. El techo, en cambio, estaba formado por un maravilloso artesonado dorado.

—¿Dónde estamos? —preguntó Álex.

—En nuestra casa —repuso Corvino, complacido—. En un lugar protegido por siglos de perfeccionamiento espiritual. Aquí no puede llegar nadie, ni siquiera los medu.

Nos encontramos fuera de su alcance.

Álex paseó la mirada sobre las montañas nevadas y sobre los alegres colores de las vidrieras. Se sentía ligero y descansado, como si hubiese dormido durante mudias horas.

—Siempre hablas en plural —dijo, mirando a Corvino—. ¿Quiénes son los otros?

—Te los presentaré, si te encuentras lo suficientemente bien como para salir de la cama. Todos están ansiosos por conocerte… Acepta un consejo: no los juzgues a primera vista. Todos nosotros somos mucho más de lo que aparentamos. Tienes que aprender a ser paciente si deseas sacar algún provecho de nuestras enseñanzas.

Álex apartó el cobertor y salió de la cama. Había unas suaves zapatillas de piel junto a la cabecera. Mientras se las calzaba, se fijó en el pijama blanco que le cubría. Era de seda casi transparente, pese a lo cual no sentía ningún frío.

Caminaron por un largo pasillo con paredes de cristal. La pared de la derecha estaba formada por rectángulos de vidrio cubiertos de llores pintadas de rosa, blanco y verde. La de la izquierda era transparente y daba a un jardín maravillosamente delicado, con un par de fuentes y media docena de frutales desnudos.

—Lo usamos para meditar —explicó Corvino, señalando el pequeño recinto arbolado—. Nada calma el espíritu como la contemplación de la naturaleza. Es algo que muchos han olvidado en estos tiempos… Una lástima, no saben lo que se pierden.

Álex lanzó una rápida mirada a las montañas que dominaban el paisaje, más allá de la tapia musgosa del jardín. Intentó imaginarse a Jana en un lugar tan apacible y salvaje como aquel, pero no lo consiguió. Siempre la había visto en entornos urbanos, rodeada de gente, o de edificios, o de ambas cosas. Se preguntó si su belleza perdería algo de su seductor encanto en un paraje tan agreste e inabarcable como aquel.

Intentó apartar aquel pensamiento de su mente. Mientras permaneciera en el Palacio de los Guardianes, debía pensar lo menos posible en Jana. Estaba allí para aprender, y no quería que nada le distrajese de su objetivo. Luego, cuando estuviese preparado, tendría tiempo de reflexionar sobre todo lo que le había ocurrido con los medu, y decidiría que camino seguir.

Al final del corredor había una amplia estancia rectangular, con persianas lacadas en rojo cubriendo los ventanales, a ambos lados. Decenas de árboles en miniatura crecían, verdes y frescos, en delicadas macetas de porcelana sabiamente distribuidas sobre los muebles blancos y dorados. Algunos de aquellos árboles exhibían pequeños frutos rojos o anaranjados. Otros estaban cubiertos de flores.

En la sala había tres personas en actitudes muy diferentes. Dos de ellas eran hombres, y la tercera, una mujer. De los hombres, el de piel más clara se encontraba reclinado en un sofá, frotando con un pedazo de tela la madera de su arco. El otro, por su parte, se hallaba sentado ante el fuego de la chimenea, contemplándolo. La mujer caminó hacia los recién llegados con una luminosa sonrisa. Era muy joven, y tan rubia que sus cabellos parecían casi blancos, lo mismo que sus cejas. Sus ojos, de un azul helado, contemplaron a Álex con satisfacción.

—Por fin, Arawn —dijo. Su voz era la más musical que Álex había oído en su vida, y por eso le sonó extrañamente inhumana—. Perdona que te llame Arawn, sé que ese nombre no significa nada para ti… Pero nosotros saludamos en ti el poder inmortal del primero de los guardianes.

Álex sonrió.

—Creí que no era el primero, sino el Último —repuso con El hombre que limpiaba su arco alzó sus ojos de fuego hacia el recién llegado y lo miró con severidad.

—Ellos te llaman el Último porque tu poder es mayor que el de Todos nosotros. Es como si los demás vertiésemos en ti toda nuestra sabiduría, y tú la empleases para librar con ellos el combate definitivo. Así ha sido en varías ocasiones… Y así será también esta vez, si eres quien debes ser.

—Antes de empezar con eso, será mejor que el chico conozca al menos vuestros nombres —señaló Corvino—. Álex, este es Heru, el luchador, cuya magia es su cuerpo. Y ella es Nieve, que domina la magia de la voz.

Mientras hablaban, el tercero de los guardianes se había aproximado lentamente. Era más alto que los demás, y sus facciones le parecieron a Álex particularmente aristocráticas. Incluso su forma de moverse reflejaba una mezcla de delicadeza y altivez que recordaba los modales de los nobles antiguos.

—Este es Argo, el maestro de la mente —dijo Corvino, al tiempo que el recién llegado saludaba con una leve reverencia—. Y a mí ya me conoces…

—Pero no me has dicho cuál es tu especialidad —le interrumpió Álex, mirándolo.

—Corvino te enseñará el dominio de los sentidos —repuso Nieve con viveza—. Es el arte más difícil de todos. Cuando lo hayas aprendido, estarás listo para partir.

—El muchacho acaba de llegar, no adelantemos acontecimientos —murmuró Corvino, mientras conduda a Álex hasta uno de los divanes que había en la sala y le invitaba a sentarse.

Álex se reclinó sobre el diván con las piernas recogidas, y Nieve se sentó en la alfombra de seda que había a sus pies. Corvino acercó una butaca, y Heru se encaramó a una mesa y reanudó distraídamente ia limpieza de su arco.

Únicamente Argo permaneció algo alejado de los demás, sentado en el suelo frente a la chimenea.

—Tendrás muchas preguntas —dijo Heru, levantando los ojos del arco y mirándolo afablemente—. Dispara, estamos listos para responder a todo lo que quieras plantearnos.

Nieve y Corvino respaldaron la invitación de Heru con sus sonrisas.

Álex reflexionó unos segundos, mirando alternativamente a los cuatro guardianes.

Tenía tantas dudas que no sabía por dónde empezar.

—Lo primero que me gustaría saber es quiénes sois… o quiénes somos, si es que me consideráis uno de los vuestros.

—Eso no es una pregunta, sino dos —dijo Argo, sin apartar los ojos del fuego.

—Será mejor ir por partes —terció Corvino—. Los guardianes existimos desde hace mucho tiempo… Somos casi tan antiguos como los medu. Surgimos para combatirlos… Y hemos logrado varias victorias en nuestro largo enfrentamiento con ellos; sin embargo, aún no hemos ganado la guerra definitiva.

—Ya, pero ¿qué sois? ¿Humanos? ¿Seres sobrenaturales?

—Somos humanos —afirmó Heru con rotundidad.

—Al menos lo fuimos hace tiempo —precisó Nieve—. Te contaré cómo ocurrió. Ellos se multiplicaban cada vez más, por su culpa el mal iba creciendo lentamente en todos los rincones del mundo…

—¿«Ellos» son los medu?

Nieve asintió.

—No sabemos exactamente cuándo surgieron. Lo más probable es que fuese con la aparición de la escritura. Eran solo los últimos de una larga historia de criaturas mágicas nacidas de la fantasía de los hombres. La mayor parte de ellas adoptaron formas monstruosas o animales, y a casi todas logramos vencerlas. Unas pocas continúan existiendo en las grietas de la realidad, sobreviviendo a duras penas. Los hombres las crearon, pero ahora las desprecian. Las llaman fantasmas, hadas, duendes… Sin embargo, los medu son diferentes. Su magia es la más peligrosa de todas, porque es la más humana.

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