Tatuaje I. Tatuaje (15 page)

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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Se interrumpió, sin saber cómo continuar.

—Siempre habéis sido muy independientes; los dos. En eso habéis salido a vuestro padre. Por eso sé que puedo confiar en vosotros. Es un trabajo importante el que hago, hijo. Ya sé que si yo no lo hiciera, otros lo harían, pero tengo la suerte de ser yo quien está ahí para sacarlo adelante, y no perjudico a nadie tomándomelo en serio.

«Demasiadas explicaciones», pensó Álex, sintiéndose mal por ella.

—Claro que no —dijo con calor—. Nosotros lo entendemos. Es lo mejor para ti.

Se miraron un momento sonrientes y a la vez ligeramente incómodos.

—He estado muy preocupada, Álex —dijo su madre, poniéndose seria nuevamente—. Has tenido una fiebre altísima, y los médicos no entendían lo que te pasaba. Anoche te hicieron un escáner cerebral, eso nos tranquilizó un poco… ¿Qué te pasó?

Álex esbozó una mueca infantil. En otro tiempo, su madre solía reírse a carcajadas cuando ponía aquella cara, pero esta vez no se rió. Sus ojos permanecían fijos en él con expresión inquisitiva.

—Estaba hablando con una chica del colegio y, de repente, todo se volvió negro.

Noté que me iba al suelo… Y ya no sentí nada más. Sería un desmayo, no había desayunado mucho…

—Fue algo más que un desmayo —le interrumpió su madre—. Un desmayo no da fiebre… ¿Y lo del tatuaje? ¿Cuándo te lo hiciste? Deberías haberme pedido permiso.

—Lo siento, mamá, fue un impulso.

—¿No sabes lo peligroso que puede ser hacerse algo así en condiciones higiénicas poco seguras? Has cogido una infección, apostaría algo… He pedido que te hagan un cultivo, espero que no sea demasiado grave.

—Yo no creo que haya sido el tatuaje, mamá. El chico que me lo hizo tomó todas las precauciones. Es un profesional, sabe lo que hace.

Su madre arqueó las cejas, enfadada.

—¿Un profesional, a los quince años? Vamos, Álex, no me vengas con cuentos. Sé que te lo hizo el hermano de esa chica, Jana. Erik me lo contó. Es increíble que las autoridades no intervengan; tiene que ser algo completamente ilegal. Son dos menores llevando un negocio, ¡y qué clase de negocio! Pero claro, nadie se mete con ellos. Su familia era toda una institución en esta ciudad, y eso pesa mucho.

—¿Conociste a sus padres? —preguntó Álex con curiosidad.

Helena negó con la cabeza.

—Ellos nunca iban a las reuniones de padres del colegio. Pero he visto fotos de la madre, claro. En los periódicos. Era muy conocida… Una artista, hacía instalaciones y esa clase de cosas.

Álex dudó un momento antes de formular su siguiente pregunta.

—Y papá, ¿la conocía?

Su madre lo miró con el ceño fruncido.

—¿Tu padre? Sí, claro, se conocían del colegio. Los dos estudiaron en Los Olmos…

Ya sabes cómo es ese sitio, solo admiten a gente muy escogida.

Lo dijo como si aquello le repugnase, aunque no se atreviese a declararlo abiertamente. Luego se calló y miró fijamente a su hijo durante unos segundos. Daba la impresión de que no sabía cómo continuar.

—Álex, ¿estás saliendo con esa chica? —preguntó finalmente en voz baja.

El muchacho tardó un momento en contestar.

—No, pero me gustaría —dijo—. ¿Por qué? ¿Es que tienes algo en contra?

Su madre se removió sobre la cama, inquieta.

—No es que quiera meterme en tu vida —se disculpó—. Nunca he sido de esa clase de madres… Pero al menos tienes que escuchar mi opinión. No creo que esa chica te convenga.

—Hablas como si me fuera a casar con ella mañana mismo —bromeó Álex—. En serio, mamá, yo creo que te estás pasando…

—No te lo tomes tan a la ligera. Escúchame, hijo, no es que tenga nada contra Jana; pero creo que eres muy joven para tomarte a una chica tan en serio y… Bueno, está claro que te afecta de un modo bastante negativo.

—Mamá, que me desmayara en el patio mientras hablaba con ella no quiere decir que la culpa fuera suya. Podía haberme ocurrido en cualquier otro sitio…

—Sí, pero te ocurrió estando con ella —insistió su madre con terquedad—. Justo después de que os besarais.

De modo que era eso. Alguien le había ido a su madre con el cuento del beso; probablemente Erik, o quizá Laura.

—Oye, mamá, no creerás que me he desmayado por haber besado a una chica, ¿no? —dijo, sorprendido de su propia desenvoltura—. Eso es ridículo.

—Yo no lo veo tan ridículo —repuso su madre, ruborizándose ligeramente—.

Cuando conocí a tu padre, cuando empezamos a salir… Bueno, nunca llegué a desmayarme de la emoción, pero creo que varias veces estuve a punto. Yo sé lo que es estar enamorada, y por eso no me gustaría que te pasase con la persona equivocada. Es lo único que trato de decirte, hijo… Jana es una chica extraña, siempre lo ha sido. No quiero verte sufrir por su culpa.

Álex la miró con gravedad. Le sorprendía mucho que su madre insistiese tanto en ese asunto, y más en un momento así, cuando acababa de despertarse de un largo periodo de inconsciencia.

—Uno no elige de quién se enamora —murmuró, desviando la mirada—. Es algo que te pasa. Pero si lo que te preocupa es lo de los tatuajes, puedes estar tranquila. No me haré más. No habrá infecciones ni contagios ni nada por el estilo.

Curiosamente, su madre pareció muy aliviada al oír eso.

—Menos mal —resopló, animada—. Tienes que perdonarme, no puedo evitarlo…

Soy microbióloga, y sé demasiado sobre contagios como para no darme cuenta del peligro que has corrido haciendo esa locura. Lo que me sorprende es que tú no lo pensaras… ¿Cómo pudiste ponerte en manos de un chico de quince años? ¿En qué estabas pensando?

Álex sonrió.

—Ya te lo dije, fue un impulso. Pero no volverá a ocurrir, te lo prometo.

En ese momento llamaron tímidamente a la puerta. Helena fue a abrir y se apartó sonriente para dejar entrar a su hija menor.

—¡Has despertado! —gritó Laura, lanzándose como una tromba sobre su hermano.

Antes de que pudieran decirse nada más, entró una enfermera a cambiar la bolsa de suero. Era una mujer adusta, de unos cincuenta años. A Álex le llamaron la atención sus deformados zuecos rojos, que no parecían encajar demasiado bien con el resto del uniforme.

También ella se mostró complacida al verle despierto.

—¿Por qué no han avisado? —dijo, mirando con severidad a Helena—. Voy a llamar al neurólogo, dijo que le tuviésemos al corriente de cualquier novedad… A ver, ponte esto —dijo, encajándole un termómetro de mercurio bajo la axila.

—Volveré dentro de diez minutos a quitártelo y avisaré al doctor —dijo la mujer.

Cuando salió, Laura y Álex se miraron sonriendo, sin prestar demasiada atención a su madre, que se había apartado un poco y permanecía de pie junto a la ventana. La complicidad que existía entre los dos hermanos hacía que a veces Helena se sintiese excluida.

Sin embargo, Álex no tardó en volverse hacia ella.

—He soñado con papá —dijo, pensativo—. Con el día de su muerte… ¿Dónde estaba yo ese día? Me suena que, cuando me lo dijeron, estaba con Erik.

—Habías ido a jugar a su casa —confirmó su madre, mirándolo con atención—. Les telefoneé para que te tuvieran allí hasta lanoche. A Laura se la llevó una vecina… A mí estuvieron interrogándome durante horas.

Las manos de Laura se habían crispado sobre la sábana de Álex, y sus ojos interrogaban el rostro del muchacho con una muda expresión de reproche.

Álex trató de transmitirle tranquilidad con su sonrisa. Ya habían callado demasiado, y no por ello habían sufrido menos. El silencio se había convertido en una barrera entre los dos hermanos y su madre. Algún día tendrían que romperla… ¿Por qué no empezar cuanto antes?

Además, sabía que lo que estaba a punto de decir sería un consuelo para Helena.

—¿Sabes, mamá? Después de todo el tiempo que ha pasado, cada vez estoy más convencido de que tenías razón. Siempre la has tenido… Papá no se suicidó; eso es imposible. Alguien lo asesinó.

Se interrumpió, preguntándose si había ido demasiado lejos. Su madre y su hermana lo miraban con los ojos muy abiertos.

—Me alegro de que estés de acuerdo conmigo, Álex —murmuró su madre—. Pero no entiendo qué es lo que te ha hecho pensar en eso ahora…

—No lo sé. Supongo que lo que me ha pasado me ha hecho pensar en la muerte. He estado recordando, atando cabos… Papá no era de la clase de personas que se suicidan.

Su madre suspiró y desvió la mirada hacia la ventana.

—Ojalá supiese lo que ocurrió aquel día —murmuró—. Necesito tanto saberlo…

Laura fue hacia ella y le acarició la mejilla, mientras Álex las observaba con un nudo en la garganta.

—No te preocupes, mamá —dijo—. Algún día descubriremos qué fue lo que pasó.

Capítulo 3

A la mañana siguiente de recibir el alta médica, Álex no acudió a clase. Su madre había insistido en que se quedase en casa un par de días más, hasta estar totalmente recuperado. Incluso había enviado un correo electrónico a su tutora (a quien aún no conocía) para justificar la falta.

Resultaba muy curioso… Lo que Álex había dicho en el hospital acerca de la muerte de su padre había animado muchísimo a Helena, contrariamente a lo que había temido Laura. Aquella misma tarde, después de que el médico examinase a su hijo y decidiese enviarlo a casa, declaró que ya no pensaba volver al laboratorio ese día, y propuso que todos vieran una película juntos. Sus hijos aceptaron, perplejos. Era la primera vez en años que los tres se reunían para algo que no fuera comer o ir de compras. De camino a casa, compraron un DVD de una película antigua y una ingente cantidad de palomitas. Y cuando terminaron de verla, se quedaron todavía un rato charlando los tres frente al televisor apagado. Había sido divertido… Casi como volver a los viejos tiempos.

Quizá por eso, aquella mañana Álex se había levantado de muy buen humor. La oscura historia de los clanes medu que Erik le había contado la víspera seguía martilleándole en algún rincón de su cerebro, pero, a pesar de todo, se sentía animado. Algo había comenzado a cambiar en aquella familia destrozada durante tanto tiempo; quizá estuviesen empezando a recuperar a su madre… En aquel momento, eso le importaba más que el tatuaje y que los clanes.

Cuando sonó el timbre, acudió a la puerta distraído, recordando una escena de la película en blanco y negro que habían visto la tarde anterior. Pero al abrir, todo cambió de golpe. Al otro lado del umbral se encontraba Jana.

—¡Me alegro de que hayas sobrevivido! —dijo la muchacha alegremente, entrando en el vestíbulo sin esperar a que Álex la invitase a hacerlo—. Nos diste un buen susto.

Álex la miró un momento sin saber qué decir.

—¿No deberías estar en clase? —balbuceó por fin.

Los ojos grandes y aterciopelados de Jana le miraron con cierta socarronería.

—No me lo agradezcas, para mí es un placer venir a verte —dijo, ejecutando una parodia de reverencia—. En serio, ¿te encuentras bien?

—Estoy muy bien —se apresuró a contestar Álex—. Ven a la cocina, ¿quieres tomar algo?

Sin esperar respuesta, comenzó a caminar delante de ella por el pasillo. Se sentía bien, era cierto, pero no tan bien como antes de que Jana apareciera. Su proximidad hacía que los objetos que les rodeaban despertasen a la vida, que le impusiesen sus colores, sus formas y su contacto con una nitidez casi dolorosa. Nunca antes, por ejemplo, había notado el ligero olor a polvo que emanaba de la alfombra del pasillo, ni la minúscula grieta en el cristal de uno de los cuadros enmarcados que decoraban sus paredes grises. Cada detalle se le imponía con angustiosa claridad, impidiéndole concentrarse en sus ideas. Se preguntó si siempre sería así a partir de entonces, si cada vez que Jana se le acercase el mundo se transformaría bruscamente a su alrededor. Y si solo fuera eso… Una vez más, maldijo interiormente a David por lo que había hecho con él.

—La verdad es que no sabía si venir —dijo Jana cuando entraron en la cocina—. Sé que todo esto es muy duro para ti, y lo lamento. Quiero decir, lo del tatuaje, lo de que no podamos tocarnos…

—¿Para ti es duro? —preguntó Álex con brusquedad.

Jana fijó la vista en los fuegos de la vitrocerámica.

—Sí —murmuró con voz casi inaudible.

Luego volvió a mirar al muchacho, y sonrió de un modo casi desafiante.

—¿Tienes café? —preguntó en tono ligero—. Me muero por un café, no he tenido tiempo de desayunar antes de salir de casa.

Álex puso maquinalmente la cafetera en el fuego.

—Está hecho de esta mañana, pero si quieres hacemos uno nuevo…

—No, no, ese servirá.

Mientras el café se calentaba, se sentaron el uno frente al otro. Durante unos segundos guardaron silencio.

—Erik fue a verme al hospital —dijo Álex de pronto—. Me contó muchas cosas sobre vosotros… Sobre ti.

En circunstancias normales, Álex no habría notado el cambio de color en la piel de la muchacha. Pero el tatuaje hacía que, en su compañía, todos los sentidos se le agudizaran al máximo, y eso le permitió captar el levísimo rubor que se había instalado en sus mejillas.

—Tratándose de Erik, me imagino que no te diría nada bueno.

—¿Por qué os odiáis tanto?

Jana le sonrió de un modo extraño.

—¿Crees que Erik me odia? —preguntó en tono burlón—. Bueno, no me sorprendería que él mismo se lo creyera… Pero lo que siente por mí es un poco más complicado que eso.

A Álex no le gustó el deje insinuante que había creído percibir en aquellas últimas palabras.

—¿Estás intentando decirme que a Erik… que le gustas?

—¿Que le gusto? No, no creo que sea eso tampoco. Digamos que le «perturbo», que le pongo nervioso. No sabe qué pensar de mí. Le desconcierto, y eso es grave.

Álex se levantó del asiento y fue a retirar la cafetera. No quería que Jana detectase su incomodidad, así que permaneció un rato ocupado, buscando magdalenas y galletas en un armario bajo, de espaldas a ella.

—A mí me dio la impresión de que sí sabía qué pensar de ti —murmuró, sin volverse—. Y no era precisamente halagador.

Jana emitió una risa cristalina.

—¡Pobre Erik! —dijo—. Los celos deben de ser terribles para alguien como él.

Álex se giró hacia ella con un paquete de galletas de chocolate en una mano y una bolsa de magdalenas en la otra. Por unos instantes, ambos se miraron fijamente. No le hacía gracia que Jana se burlase de su amigo… Además, tenía la impresión de que ella solo estaba intentando desviar su atención de lo verdaderamente importante.

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