Tatuaje I. Tatuaje (19 page)

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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

—En realidad, eso es lo más intrigante de todo —murmuró, pensativa—. Parece ser que Céfiro y la viuda del jefecillo asesinado, convertida ahora en su prometida, regresaron mucho más tarde, cuando Drakul se había convertido en jefe de los medu y estaba tratando de derrotar al Último. Céfiro le ayudó a conseguirlo, a derrotar a los guardianes… Pero los drakul temían su poder y, terminada la guerra, lo desterraron.

Por eso se le conoce como el Desterrado.

—O sea, que este símbolo que has trazado en negro es el símbolo de Céfiro.

Jana asintió.

—Habrás visto que el emblema de los kuriles era una cabeza de caballo que miraba hacia la derecha. Céfiro adoptó el mismo símbolo, pero vuelto hacia la izquierda. Es posible que Drakul le obligara a cambiarlo, no lo sé… El caso es que el caballo que mira hacia la izquierda se considera desde entonces un emblema de mal augurio entre los de nuestro pueblo.

—Pero no tiene sentido. En realidad, por lo que dices, Céfiro fue bastante generoso…

—Es cierto, pero todos los medu sienten un temor casi supersticioso al oír su nombre —explicó Jana, arqueando las cejas—. Supongo que se trata simplemente de un sentimiento de culpa mal digerido… Por dos veces, Céfiro trató de ayudar a los medu.

La primera vez le ignoraron, y la segunda lo condenaron al exilio. Después, nadie volvió a verlo… Fue una gran pérdida para nosotros. Tras el exterminio de los kuriles, él era el único que aún dominaba el arte de cabalgar en el viento. Drakul debería haberle permitido reconstruir su clan, nos habría sido de gran ayuda. Pero era demasiado cobarde como para correr ese riesgo.

—Ese Drakul… Por lo que has dicho, supongo que fue el fundador del clan que lleva su nombre.

—Así es. El clan al que pertenece Erik. Los drakul temen más que nadie el símbolo del Desterrado. No tocarían un objeto con ese símbolo ni por todo el oro del mundo.

—Pero tú no eres una drakul —observó Alex, retándola con la mirada.

Jana observó durante unos segundos la cabeza de caballo trazada en negro con una mezcla de terror y fascinación. Por un momento, Alex creyó ver de nuevo un halo rojizo a su alrededor, y temió que las visiones comenzaran de nuevo.

—En cierto modo, sí lo soy —precisó la muchacha—. Ya te dije que mi padre era un drakul… Solo que Óber lo expulsó de su clan.

Alex temió de pronto que todo aquello estuviese yendo demasiado lejos. Las visiones no habían sido agradables, sino horriblemente vividas y turbadoras. Le había pedido a Jana que le hiciese una demostración de sus poderes… Pues bien, con lo que acababa de ver ya tenía bastante. No deseaba que la exhibición de magia recomenzara, de modo que, con decisión, le arrebató a Jana el papel que tenía entre las manos.

—Si de verdad tienes algo de sangre drakul en tus venas, será mejor que no toques esto —se justificó, antes de que ella pudiese protestar—. No quisiera que te pasase nada, créeme. Imagínate que provocas la aparición del Desterrado y que él decide vengarse de tus antepasados drakul convirtiéndote en una rana…

—No deberías bromear con esto —gruñó Jana, desviando la mirada hacia la ventana de la cocina—. Es más serio de lo que tú piensas.

—Lo siento, no pretendía bromear. Solo quería convencerte de que no hace falta que corras ningún riesgo por mí. Lo que he visto me ha convencido de que eres una bruja… No me hacen falta más pruebas.

Frunciendo el ceño, Jana alargó la mano y le arrancó suavemente el papel de entre las suyas.

—Hay riesgos que merecen la pena —dijo, clavándole sus grandes ojos aterciopelados—. Escucha, lo que has visto no es nada comparado con lo que puedo hacer. Una cosa es tener una visión que no has provocado tú deliberadamente y otra muy distinta poner toda tu voluntad en el empeño. Si me esfuerzo, puedo hacerte experimentar cosas tan reales que lograrán confundir tus sentidos. Créeme, no te arrepentirás…

Álex cerró los ojos y tragó saliva. Le iba a costar mucho trabajo resistirse a una invitación como aquella. Aun así, lo intentó.

—De acuerdo —dijo—, pero no utilices ese papel. Usa otra cosa menos peligrosa para ti, algo que no tenga nada que ver con el Desterrado…

Jana esbozó una sonrisa que él no supo interpretar.

—Eres tú el que tiene miedo —murmuró—. Miedo de saber… ¿No te das cuenta de que este papel podría ser la puerta que nos lleve a alguna visión realmente importante? Podría revelarnos algo relacionado con la muerte de mis padres, o del tuyo…

—¿Y crees que eso me da miedo? —preguntó Alex sombríamente—. Si hay algo que me interesa averiguar en este momento, por encima de todas las cosas, es qué fue lo que le ocurrió a mi padre. Y también qué relación tenía con los medu, y en particular con tu madre… ¿Por qué ella le dio un libro de su biblioteca? ¿Por qué mi padre incluyó entre sus páginas este garabato, si es que lo hizo él? Y si no lo hizo él, ¿por qué estaba en su poder? Esa es la clase de cosas que me gustaría saber.

Jana le miró con un aire entre pensativo y calculador.

—Álex, tienes que entender que yo no soy una maga kuril. El arte de cabalgar en el viento se perdió para siempre, y lo que hacemos los miembros del clan agmar es, como mucho, una versión degradada de aquel arte. Tenemos visiones, pero no podemos elegirlas, y tampoco somos capaces de influir en lo que vemos. Yo, por ejemplo, nunca he conseguido invocar a mi madre en una visión, a pesar de que lo he intentado cientos de veces.

Jana se interrumpió, y sus ojos permanecieron ausentes por un momento. Álex tuvo la impresión de que aquella incapacidad para invocar la imagen de su madre le resultaba más dolorosa de lo que estaba dispuesta a reconocer.

Decidió volver al tema de su padre para distraerla de aquellos desagradables pensamientos.

—De todas formas —dijo—, ¿no es posible que, si utilizas ese papel para tu visión, invoques una imagen relacionada con la persona que hizo el dibujo…? es decir, ¿con mi padre?

—Es muy probable, sí. Pero, Álex, no será más que una ilusión, una especie de espejismo. Si lo vemos, no podrás comunicarte con él.

—Con verlo me conformo. Quizá descubramos algo más acerca de la criatura que lo perseguía. Que lo persiguió hasta matarlo… Si a ti no te da miedo, a mí tampoco.

—Esta vez será algo más que una visión —le interrumpió Jana con un brillo extraño en la mirada—. La magia trasladará mi espíritu a algún momento del pasado relacionado con este papel, y puedo conseguir que me acompañes. Estaremos juntos, pero tienes que entender que no seremos nosotros realmente, sino una especie de proyecciones mentales. Aun así, podremos ver, tocar y sentir esas imágenes de nuestros cuerpos como si fuesen auténticas… No sé si ves adonde quiero ir a parar.

Sí, Álex veía adonde quería ir a parar.

—Eso quiere decir que podremos tocarnos —murmuró.

Jana le obsequió con una seductora sonrisa.

—Allí el tatuaje no tendrá ningún efecto, porque nuestros cuerpos no serán reales, sino virtuales. Nunca he hecho algo así con nadie, pero me gustaría probarlo.

—¿De verdad no lo has hecho nunca con nadie? —preguntó Álex, agradablemente sorprendido.

—Bueno, el curso pasado le gasté una pequeña broma a Erik, solo para probar. Fue con una gorra suya que se dejó en clase. La cogí y, cuando fui a devolvérsela, invoqué una visión… Lo arrastré conmigo y jugamos un rato. Solo quería ponerle un poco nervioso, ver hasta dónde era capaz de llegar… Pero tuve que dar marcha atrás, porque él no cooperaba.

Álex intentó no dejar traslucir los celos que sentía.

—¿Quieres decir que intentaste jugar con Erik… de esa forma? ¿Y que él no te dejó? —preguntó atropelladamente.

Jana lo miró divertida.

—Al principio sí que me dejó, pero luego… Quiso que dejara de ser un juego. El también tiene poderes, poderes bastante impresionantes. Me di cuenta de que iba a utilizarlos conmigo, para apoderarse de mi visión e imponer él las reglas. Y entonces lo devolví a la realidad de golpe, antes de que pudiera actuar.

Álex miró con fijeza a la muchacha, esforzándose por controlar la irritación que empezaba a dominarle.

—Estás mintiendo —dijo con una fría sonrisa—. Solo quieres ponerme celoso… Jana suspiró con fingida resignación, como si no valiese la pena defender su inocencia.

—Pregúntaselo a Erik la próxima vez que lo veas. Y ahora, si quieres, podemos probar contigo…

Álex asintió, mirándola con dureza. En aquel momento había dejado de pensar en el símbolo del Desterrado y en el enigma que suponía encontrarlo en un libro de su padre, e incluso en la posibilidad de ver a su padre a través de la magia que Jana estaba a punto de hacer con el papel. Únicamente podía pensar en Erik y en su maldita gorra, en que él y Jana habían estado juntos a través de la magia… No era como si hubiera habido algo real entre ellos, claro. No se trataba más que de una alucinación. Pero había sido una alucinación compartida, y esa idea bastaba para hacerle perder la cabeza.

—¿No podemos ir a un sitio algo más… íntimo? —preguntó Jana—. No sé cuánto tiempo va a durar el trance, pero, por si acaso, preferiría que nadie nos viera.

—Vamos a mi habitación.

Todavía ceñudo, Álex guió a la muchacha hasta su dormitorio, un cuarto amplio y soleado en el primer piso, con carteles de coches de carreras en las paredes y libros apilados en desorden sobre la mesa de escritorio y en las estanterías. Se sintió algo molesto al ver que Jana observaba con sorna el edredón de su cama, que reproducía en vivos tonos a uno de los héroes de su infancia, un coche rojo de carreras protagonista de una película de animación.

—Qué bonito —dijo, sonriendo—. Y qué tierno…

—A mí me gusta —replicó Álex con sequedad—. Y ahora, ¿qué hacemos? ¿Hay que encender velas, quemar incienso y esas cosas?

Jana se sentó al estilo indio sobre la única alfombra que había en la estancia, y que representaba una especie de mapa del tesoro.

—No será necesario —dijo, imitando con un gesto a Álex para que se sentase a su lado—. ¿Estás listo?

Sentado a la derecha de Jana, Álex observó cómo la chica arrugaba entre sus manos con lentitud el papel que contenía el diagrama del Desterrado. Estaba observándolo fascinado cuando, de pronto, el papel comenzó a arder. Sus bordes crepitaron y se ennegrecieron al instante, volando en decenas de fragmentos quebradizos. Mientras el papel se quemaba entre sus dedos, Jana, con los ojos cerrados, pronunciaba en voz baja largas frases incomprensibles.

Un momento después, Álex notó que todo había cambiado a su alrededor. La vieja alfombra de su habitación había sido sustituida por un suelo de madera oscura, y, al mirar en torno a él, descubrió que se encontraba en una estancia de forma octogonal muy similar a la que había visto en su sueño mientras estaba inconsciente en el hospital. Esta vez, él y Jana ocupaban el centro geométrico de la habitación. Justo delante de ellos, a cierta altura, se alzaba una ventana a través de la cual el muchacho distinguió algunos de los edificios rodeados de árboles del campus de Los Olmos. De modo que aquella torre estaba dentro del campus, y, a juzgar por lo que veía del paisaje, debía de ser bastante alta… Se preguntó a sí mismo qué aspecto tendría vista desde fuera, pero inmediatamente desechó aquella ocurrencia. La torre no existía realmente, no debía olvidarlo… Todo aquello formaba parte de una visión.

Armándose de valor, se volvió a mirar a Jana. Estaba exactamente igual a como la había visto un minuto antes, en su cuarto. Inmóvil, con los párpados bajos y una leve sonrisa en los labios, parecía una antigua diosa de marfil. Cediendo a un impulso, Álex se arrastró hasta ella por el suelo y, al llegar a su altura, se alzó sobre sus rodillas y la besó. Los labios de Jana se entreabrieron, húmedos y apetecibles, recibiendo su beso sin oponer la menor resistencia. Un momento después, los dedos de la muchacha recorrieron el cuello de Álex y se detuvieron sobre su nuca, donde juguetearon largo rato con sus cabellos. Ahora era ella quien le estaba besando, y, mientras lo hacía, su cuerpo esbelto y grácil como el de una bailarina comenzó a buscar el suyo, a apretarse contra su pecho, a frotarse dulcemente contra él. Era como para volverse loco… Álex se puso de pie y tiró de ella hasta que sus cuerpos se encontraron adheridos el uno contra el otro. Podía sentir la aspereza de los vaqueros de Jana, la fina tela de algodón de su camiseta, que apenas suponía una barrera para notar la calidez de su piel.

Durante unos minutos, las manos de Álex vagaron de un lugar a otro sin descanso, enredándose en los rizos de Jana, demorándose en su cuello, tocándole la mejilla, descendiendo luego hasta apretarle levemente sus senos pequeños y firmes, metiéndose por debajo de su camiseta y acariciándole la cintura… Era maravilloso poder tocarla sin sufrir la dolorosa advertencia del tatuaje, poder disfrutar de aquel momento sin pensar en el futuro, aunque todo estuviese sucediendo en sus mentes y nada fuese real. Porque, si de algo estaba seguro Álex, era que Jana estaba sintiendo lo mismo que él en ese instante, y eso le bastaba.

Entonces oyó un cascabeleo suave y prolongado; un sonido salvaje, más propio del desierto o de la jungla que de un lugar habitado por el hombre. Instintivamente, se apartó de Jana y miró desconcertado a su alrededor.

—Una chica muy guapa, pero peligrosa —dijo a sus espaldas una voz que casi había olvidado—. No te fies de ella, recuerda lo que te estoy diciendo… ¿Lo recordarás?

Álex, sé que te están pasando muchas cosas y que todo es muy confuso para tí, pero esto tienes que recordarlo. Sobre todo, no le digas que estamos en la torre de los Vientos… Por favor, hijo, recuérdalo.

Álex se volvió muy lentamente, con ojos a la vez ávidos y angustiados. Por unos segundos pudo ver ante él el rostro apuesto e inteligente de su padre tal y como lo recordaba. Aquellos ojos claros que parecían penetrar en el interior de las personas, aquella sonrisa algo arrogante…

Sin embargo, mientras se miraban, la sonrisa fue transformándose gradualmente en un rictus de amargura y sus ojos se empañaron de pesadumbre. Un instante después, había desaparecido… No poco a poco, sino de golpe, sin dejar el menor rastro, como si nunca hubiese estado allí.

Álex dejó escapar un suave gemido.

—¿Qué te ocurre? —preguntó Jana, apremiante—. ¿Has visto algo raro?

Álex se giró de nuevo hacia la muchacha y tuvo que ahogar un grito. Jana se había quitado la camiseta y lo contemplaba con una mezcla de sensualidad e irritación. No parecía consciente de que, alrededor de su cintura, una serpiente dorada deslizaba sus viscosos anillos. Su cola descansaba sobre la cremallera de su pantalón, en tanto que la cabeza asomaba sobre el hombro y se iba deslizando poco a poco hacia abajo, sobre el seductor encaje negro del sujetador.

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