Tatuaje I. Tatuaje (21 page)

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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los kuriles la utilizaron durante siglos para encontrarse entre sí e intercambiar información. No sé si sabes ya quiénes fueron los kuriles.

—Uno de los clanes medu, sí. Eran capaces de ver los distintos futuros posibles, y de cambiarlos. Me lo contó Jana.

Hugo asintió con la cabeza. Había dejado de sonreír.

—La vida de los kuriles no era fácil —murmuró, mirando fijamente a su hijo—. El precio que tenían que pagar por sus visiones del futuro era el de olvidar el pasado. No te puedes imaginar lo duro que puede llegar a ser eso, hijo mío. Aunque, al final, uno llega a acostumbrarse. Pierde los recuerdos de las personas a las que quiere en el pasado, pero, a cambio, recuerda sus relaciones con ellas en el futuro. Por eso puede seguir queriéndolas.

—No me puedo imaginar una vida así —reconoció Álex.

Su padre sonrió con amargura.

—Quizá yo pueda ayudarte a hacerte una idea. Cuando cumpliste dos años, yo no recordaba nada de lo ocurrido el día anterior, pero sabía cómo iba a ser el día siguiente. Sabía que ese día, probablemente, te subirías a la mesa de la cocina y te caerías de bruces al suelo. Por eso, junto con los otros regalos de cumpleaños, te regalé una chichonera. Era una especie de banda de gomaespuma que se ponía en la cabeza. A tu madre le pareció una tontería, pero a ti te hizo mucha gracia y no te la quitaste en varios días… Fue una suerte, porque al día siguiente, como yo esperaba, te caíste de la mesa de la cocina.

Mientras su padre hablaba, Álex había palidecido.

—No entiendo —murmuró—. ¿Estás intentando decirme que tú… que tú…?

—¿Que yo soy uno de ellos? —dijo su padre, terminando la frase por él—. Sí, Álex, yo soy, hasta el momento, el último de los kuriles. Céfiro fue antepasado mío.

Cuando los drakul lo desterraron, se ocultó de los medu y fundó una familia entre los humanos. Enseñó a sus hijos el arte de cabalgar en el viento, y estos a su vez se lo transmitieron a sus hijos. Así fue pasando de una generación a otra, hasta llegar a mí.

Mi padre y mi abuelo conocían el arte, pero jamás lo utilizaban. Temían ser localizados por los drakul si aplicaban sus conocimientos mágicos. A mí, en cambio, no me quedó más remedio que cabalgar en el viento hasta convertirme en un kuril de los pies a la cabeza. Los tiempos habían cambiado, se acercaba el momento del regreso del Último, y quería protegeros a Laura y a ti. Espero haberlo conseguido…

Odiaría que mi sacrificio no hubiese servido para nada.

Cientos de preguntas acudían a la vez a la mente de Álex. Había tantas cosas que no comprendía, que no sabía por dónde empezar.

—Si puedes ver el futuro, ¿cómo es posible que no sepas si has conseguido protegernos o no? —preguntó por fin.

Su padre meneó la cabeza con impaciencia.

—Yo no veo «el» futuro, sino muchos futuros posibles. Lo que hacemos los kuriles es estudiar las probabilidades de esos futuros y el modo de cambiarlos. Yo he visto diferentes futuros para vosotros. Algunos me gustan y otros no. He decidido hacer todo lo que pueda para aumentar las probabilidades de aquellos futuros que más me gustan. Pero nuestro arte no es infalible… No puedo predecir con absoluta certeza lo que pasará.

Álex calló por un momento, abrumado.

—Según los medu, en uno de esos futuros posibles, yo podría convertirme en el Último —musitó finalmente—. Supongo que eso es lo que tú has querido evitar.

Su padre lo miró de un modo enigmático.

—Sentémonos allí —dijo, señalando las dos sillas que había junto a la mesa de ajedrez. Estaremos más cómodos… Los kuriles solían jugar al ajedrez para entrenarse en el arte de cabalgar en el viento. Para jugar al ajedrez, hay que ser capaz de ver todos los futuros posibles de una determinada partida. Hay que estudiar las probabilidades de esos futuros y tratar de modificarlas a nuestro favor. Se parece mucho a lo que nosotros hacemos con nuestras vidas.

Álex siguió a su padre hasta la mesa de ajedrez. Las piezas de madera esmaltada estaban situadas en sus casillas de salida sobre el tablero. Hugo se sentó en el lado de las piezas negras, dejando a su hijo las blancas.

—¿Quieres jugar? —preguntó su hijo, sorprendido.

—A ver si recuerdas algo de lo que te enseñé —contestó su padre, recuperando la sonrisa—. Vamos, te vendrá bien practicar. Seguro que hace siglos que no juegas.

Sin mucha convicción, Álex adelantó dos casillas el peón de rey. Su padre replicó al instante con un movimiento idéntico.

—¿Sabes que vas a morir? —preguntó el muchacho, casi sin pensarlo.

Al momento se arrepintió de su falta de tacto. Su padre, sin embargo, no parecía impresionado.

—Sí, esa es una de las pocas cosas que sé con seguridad. Pero eso es porque se trata de algo que depende enteramente de mí.

Álex alzó los ojos hacia él, mientras su mano derecha sostenía en el aire el peón de reina.

—Entonces, después de todo, ¿era verdad lo que dijo la policía? ¿Piensas suicidarte?

Su padre emitió una alegre carcajada.

—¡Claro que no! Pero, de todas formas, sé que moriré… Porque el futuro que yo quiero para ti y para Laura es un futuro en el que yo no estoy. No debo estar en él, ¿comprendes? Y voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que ese futuro se cumpla.

—Pero van a matarte, papá —insistió Álex, olvidándose de la partida—. ¿No puedes decirme quién va a hacerlo? Necesito saberlo. Necesito que paguen por ello…

Hugo le indicó a su hijo con un gesto que depositase el peón en el tablero. Álex obedeció sin tan siquiera mirar las casillas. No podía apartar los ojos del rostro de su padre.

—No voy a decirte quién terminará con mi vida, Álex —repuso Hugo con firmeza—.

No voy a decírtelo, porque eso te condicionaría. Y eso es justamente lo que yo deseo evitar.

—Pero, papá, necesito que me cuentes lo que sabes. Ahora mismo no sé muy bien quién soy, ni en qué voy a convertirme. No quiero ser el Último, eso sería lo peor que podría pasarme. No quiero destruir a los medu… Y menos ahora que sé que, en cierto modo, soy uno de ellos.

El padre adelantó otro de sus peones y miró pensativamente a su hijo.

—Tú no eres uno de ellos, Álex. Hay muchos humanos corrientes en tu linaje, empezando por tu madre y tu hermana.

—Entonces, no soy como tú —dedujo Álex, visiblemente aliviado—. No puedo ver el futuro, ni cabalgar en el viento, ni nada de eso.

Hugo arqueó las cejas.

—Creo que en eso te equivocas —dijo—. En mi opinión, puedes llegar a ser muy bueno cabalgando en el viento. Tienes todas las condiciones necesarias para ello. Si te concentras y practicas, estoy seguro de que podrías llegar a aprender tú solo el arte de los kuriles.

Álex calló durante unos instantes.

—Bueno —suspiró—, entonces eso significa que no soy el Último.

La mirada seria y triste que le dirigió Hugo le alarmó.

—No… ¡No me digas que sí lo soy!

Acababa de mover uno de sus caballos. Su padre respondió a su jugada mecánicamente. Era mucho mejor jugador que Álex.

—En realidad, tú eres algo distinto. Algo diferente, algo que no ha existido nunca. O al menos puedes llegar a serlo, si ocurren una serie de cosas. Algunas dependen de mí… Y otras de ti. Pero es posible que existan otros factores que ni tú ni yo podamos controlar.

—No acabo de entenderte —murmuró Álex—. Explícame cómo es ese futuro que a ti te parece el mejor… Así sabré de qué estamos hablando.

—No puedo decirte mucho —repuso Hugo—. Solo que es un futuro en el que tú eliges. Un futuro en el que eres libre, Álex. En el que tú decides en qué quieres convertirte… Eso es lo que yo quiero para ti.

Álex lo miró con perplejidad.

—¿Eso es lo que has visto? —preguntó en un susurro—. ¿Eso es posible?

Su padre asintió vigorosamente.

—Es más que posible. Puede ser una realidad. Depende de ti y de mí, al menos en parte… Aunque hay algo que me inquieta.

Hugo dijo estas últimas palabras señalando con la mano derecha el hombro de su hijo.

—No necesito ver tu piel para saber lo que llevas ahí —continuó, mientras su rostro se ensombrecía—. Distingo un tatuaje agmar en cuanto lo tengo cerca. Agudiza mis sentidos, cambia mis percepciones. ¿Quién te lo hizo? ¿El hijo de Alma?

Álex asintió. Sus mejillas se cubrieron de rubor.

No deberías haberle dejado que lo hiciera —musitó su padre, ensimismado—. Ese pequeño detalle podría cambiarlo todo. En esa visión de tu futuro que yo deseo que se haga realidad, tú no llevabas ningún tatuaje. Quizá el tatuaje no sea compatible con ese futuro que quiero para ti.

Álex tamborileó con los dedos sobre el tablero de ajedrez, reflexionando.

—¿Y cómo son los otros futuros que puedo tener? —preguntó—. ¿Los has visto todos?

Por primera vez en su vida, Álex vio dudar a su padre.

—Quizá todos no, pero sí he visto unos cuantos. No voy a describírtelos, no tenemos tiempo. Pero sí te diré lo que todos tenían en común: en ninguno de ellos eras libre.

Álex tragó saliva.

—Entonces, yo también quiero ese único futuro en el que puedo elegir —afirmó—.

Dime lo que tengo que hacer para que se cumpla.

Su padre movió el caballo de rey antes de hablar.

—Cuando los kuriles eran el clan dominante entre los medu, poseían inmensas bibliotecas —explicó—. Los libros kuriles eran libros mágicos, pues consignaban los hechos del pasado que los propios kuriles iban olvidando al aprender el arte de cambiar el futuro. Pero los libros tenían voluntad propia: no recogían todo lo que los kuriles olvidaban, solo una parle. Lo que los propios libros consideraban importante para la historia del clan. Álex arqueó las cejas, asombrado.

—¿Unos libros con voluntad propia? ¿Cómo se las arreglaban los kuriles para fabricarlos?

—No está claro que fuesen ellos quienes los fabricaban —repuso Hugo—. Lo cierto es que mi padre y mi abuelo no sabían nada sobre el origen de los libros. Lo único que sabían era que existía un misterioso vínculo entre los libros kuriles y esta torre donde nos encontramos. Y también que, en tiempos lejanos, existieron magos capaces de influir en la voluntad de los libros para que consignaran un acontecimiento u otro, aunque para ello se necesitaba un extraordinario poder.

—¿Y qué pasó con los libros cuando el clan desapareció? —preguntó Álex, adelantando otro de sus peones.

Hugo suspiró.

—Drakul se encargó de que los quemaran —dijo—. Creía que así se aseguraba de que nadie volviese a practicar nunca el arte de cabalgar en el viento. Sin los libros, la vida de los kuriles habría sido un infierno. Solo gracias a ellos podían recordar su propia historia y los hechos de su pasado.

—Pero Céfiro sobrevivió sin ellos…

Hugo asintió, con los ojos fijos en el tablero.

—Sobrevivió, pero no sin ellos. En su huida, se había llevado uno de aquellos libros.

Ese libro ha pertenecido siempre a nuestra estirpe. Fue pasando de generación en generación y ha permanecido siempre en nuestra familia. Hasta ahora…

—¿Qué quieres decir? ¿No lo tienes tú?

—De eso es justamente de lo que quería hablarte. Cuando yo muera, el libro desaparecerá, pero es necesario que lo recuperes. Es la única forma de que ese futuro que ambos queremos se cumpla.

Los ojos de padre e hijo se sondearon mutuamente durante unos segundos.

—No quieres seguir jugando, ¿verdad? —murmuró Hugo, tratando de sonreír—. Te veo muy desconcentrado.

—Intento concentrarme en lo que me estás contando. Dices que el libro desaparecerá… ¿Van a robarlo? Supongo que lo habrás visto todo en una de tus visiones… En ese caso, tú debes de saber adonde irá a parar, ¿no?

Su padre hizo un gesto negativo con la cabeza, pero Álex continuó insistiendo.

—Papá, no puedo recuperar ese libro si ni siquiera sé por dónde empezar a buscar.

No sé nada de libros mágicos, ni siquiera me imagino cómo son. ¿No podrías, por lo menos, describírmelo?

Hugo suspiró.

—Lo siento, hijo. Eso no puedo hacerlo. Para que el libro vuelva a tí, yo debo mantenerme al margen. Debes encontrarlo por tus propios medios… Pero, para que eso ocurra, tienes que hacer algo que pondrá en peligro tu vida. Siento mucho tener que pedirte esto, hijo, pero las visiones que he tenido han sido muy claras en ese aspecto. El futuro en el que recuperas el libro es el mismo en el que te atreves a entrar en la Fortaleza de los drakul.

—O sea, que para llegar a ser libre tengo que encontrar el libro, y para encontrar el libro tengo que entrar en esa fortaleza. ¿Y dónde está, por cierto?

Hugo se encogió levemente de hombros.

—Está oculta bajo un pesado manto de oscuridad. Un manto tan impenetrable que ni siquiera los guardianes han podido localizarla. Nadie sabe cómo se las han arreglado los drakul para crear esa espesa noche que envuelve su guarida. Es posible que estén utilizando la magia de alguno de esos demonios antiguos con los que pactaron para vencer al Último.

—Pero si nadie sabe dónde está, ¿cómo voy a encontrada? —preguntó Álex, exasperado—. Yo ni siquiera tengo poderes mágicos.

—Tendrás que conseguir que Óber te invite. Es el único modo de entrar —repuso Hugo.

Se levantó de su asiento y caminó hacia la clepsidra de la pared opuesta. Durante unos instantes, permaneció abstraído en la contemplación del complicado mecanismo que transformaba el ascenso del agua de la vasija inferior en un movimiento de las agujas sobre la esfera esmaltada de azul y dorado.

—Utiliza a Erik —sugirió, sin volverse a mirar a su hijo—. Pídele que consiga una invitación de su padre para tí. El es el único que puede convencer a Óber. Además, te lo debe.

Álex no dijo nada. Cualquier alusión a su amistad con Erik le resultaba penosa. Si tenía que recurrir a él, lo haría, pero la idea no le gustaba.

—Álex, no tienes por qué hacerlo si no estás seguro —murmuró Hugo, girándose nuevamente hacia él—. Entrar en la Fortaleza es muy peligroso, mucho más peligroso de lo que puedas imaginar. La verdad es que tengo miedo por ti, hijo.

—Creí que habías dicho que el único modo de asegurarme un futuro decente era entrando en ese sitio…

—Entrar en la Fortaleza es una condición necesaria, pero no suficiente. Incluso si lo consigues, no puedo garantizarte que salgas de allí con vida. Lo que yo vi solo era un posible futuro, y quizá no llegue a cumplirse nunca. Siento hablarte con tanta crudeza, pero es mejor que conozcas los riesgos que asumes antes de tomar ninguna decisión. Además, me preocupa mucho ese tatuaje… En mis visiones no lo tenías.

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