Tatuaje I. Tatuaje (20 page)

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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

El cascabeleo volvió a oírse, más cercano e insistente que antes. Era el sonido de la serpiente que había visto tatuada sobre la piel de Jana y que ahora, misteriosamente, parecía haber cobrado vida.

—Se termina —dijo Jana, mirándolo con tristeza—. Las últimas brasas del papel se están consumiendo…

Un instante después, todo había concluido. Los dos se hallaban de nuevo sobre la vieja alfombra del cuarto de Álex, y Jana sostenía en una mano un montoncito de cenizas negras que olía intensamente a papel chamuscado.

Los ojos de ambos se encontraron. En los de Jana podía leerse una cierta decepción.

—¿Qué te pasó al final? ¿Por qué dejaste de prestarme atención? —preguntó en tono ligero, fingiendo que la respuesta no le importaba demasiado—. ¿Es que viste algo?

—Vi a mi padre —contestó Alex con aire ausente—. Estaba allí, muy cerca de nosotros.

Jana palideció instantáneamente.

—¿Tu padre estaba allí? —preguntó con incredulidad—. ¿Cómo es posible que yo no lo viera? ¿Te dijo algo?

Alex calló un momento antes de contestar.

—No, no me dijo nada mintió por fin —. Solo se quedó allí parado, mirándome con tristeza.

Jana se estremeció visiblemente.

Bueno, no me extraña que eso te «desconcentrara» —dijo casi con amabilidad—. De todas formas, la visión no podía durar mucho más… El papel se ha consumido más deprisa de lo que yo esperaba.

—A pesar de todo, ha sido maravilloso —dijo Alex con sinceridad.

La muchacha sonrió, complacida.

—Para mí también —admitió—. ¿Ves como tenía razón? No hace falta que te quiten el tatuaje, hay otras formas de… de vencer las barreras.

—Sí, pero preferiría que fuese real —dijo Alex.

Se puso de pie con brusquedad y descargó un puñetazo seco sobre el marco de la puerta que sorprendió ajana por su vehemencia.

—Al menos te he demostrado que puedo hacer magia —dijo la chica, poniéndose en pie también y mirando con intensidad a su compañero—. Eso, desde luego, ha valido la pena.

Se observaron durante un buen rato sin saber qué decir.

—Me pregunto por qué ese trozo de papel nos ha llevado a un lugar tan extraño —murmuró finalmente Jana—. Esa habitación octogonal… ¿Te fijaste en las vistas?

Se veían un par de pabellones del colegio. Qué raro, ¿no? No recuerdo ningún edificio desde el que se pueda tener esa vista, y a esa altura. ¿Tú sabes dónde hemos estado?

La respuesta acudió a la mente de Alex de inmediato. «La torre de los Vientos —se dijo con absoluta seguridad—. Ese es el lugar donde hemos estado. La torre de los Vientos…».

Estuvo a punto de repetir aquel nombre en voz alta, pero en el último instante recordó la advertencia que un momento antes le había hecho su padre, y calló.

Capítulo 5

Aquella tarde, desobedeciendo las instrucciones de su madre, que, como todos los días, se había quedado a comer en el laboratorio, Álex decidió ir al colegio.

La torre de los Vientos le obsesionaba. Después de lo que le había dicho su padre durante la visión, estaba convencido de que se trataba de un lugar real y no de un simple escenario creado por su fantasía. Recordaba perfectamente haber visto algunos edificios anejos de Los Olmos a través de la ventana, y, puesto que era la única pista de que disponía, estaba decidido a empezar su búsqueda por allí.

Sus compañeros de clase lo acogieron con calor y le acribillaron a preguntas.

Contestó a la mayoría con toda la amabilidad de que fue capaz, pero su mente estaba en otra parte. Erik, a diferencia de los demás, se limitó a sonreírle desde lejos, y no le dirigió la palabra en toda la tarde. Probablemente había resuelto darle tiempo para asimilar todo lo que le había contado acerca de los medu antes de intentar reanudar su amistad.

Jana, por su parte, no apareció por la clase. En Los Olmos, las asignaturas que se impartían por la tarde eran de asistencia voluntana, aunque en la práctica casi todos los alumnos acudían a ellas. Aquel día tocaba clase de teatro y de programación informática. En circunstancias normales, Álex se habría concentrado completamente en las actividades de ambas materias, que le interesaban de un modo especial. Sin embargo, aquel día no lograba prestar atención a lo que le decían. Las dos profesoras, suponiendo que su distracción se debía al malestar de la convalecencia, optaron por dejarle en paz y no hacerle preguntas. Álex, interiormente, se lo agradeció… Si le hubiesen interrogado, no habría sabido qué contestar.

A pesar de la ausencia dejana, durante toda la tarde sintió un dolor constante en la zona del tatuaje, como le ocurría cuando ella estaba cerca. Al mismo tiempo, notó aquella agudeza de los sentidos que solía acompañar al dolor. La única conclusión posible era que Jana se encontraba en el colegio, aunque no hubiese ido a clase. Tal vez estuviese estudiando en la biblioteca… O quizá, pensó Álex de pronto, estuviese buscando la torre, como pensaba hacer él. Ella también había visto el paisaje a través de la ventana, y probablemente habría llegado a las mismas deducciones. Sí, estaba seguro: mientras él intentaba diseñar el programa de una estúpida aplicación para teléfonos móviles, Jana merodeaba a escasa distancia de la clase, tratando de encontrar una torre invisible. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no dejarlo todo y salir corriendo a buscarla. En realidad, probablemente lo habría hecho, de no ser por un pensamiento que le asaltó en el último instante: estaba claro que Jana no quería compartir su búsqueda con él, puesto que no le había invitado a acompañarla.

No solo eso; en realidad, Álex, en el fondo, no deseaba encontrar la torre cuando ella estuviese presente. No había olvidado la advertencia que su padre le había hecho durante la visión, y aunque Jana seguía interesándole tanto como siempre, era consciente de que debía actuar con prudencia.

Hacia el final de la segunda clase, Álex notó que el dolor del hombro comenzaba a debilitarse, al igual que la agudeza de sus percepciones. Jana se había alejado.

¿Habría encontrado lo que buscaba? Si todo iba bien, pronto lo sabría.

Cuando sus compañeros salieron del aula, él se dirigió muy decidido al piso de arriba, donde se encontraban los departamentos de los profesores. Para gran alivio suyo, ninguno de sus cantaradas le preguntó adonde iba. Durante la subida, Álex se concentró en los restos de dolor que aún sentía, aferrándose a ellos como si no quisiera dejarlos escapar. Mientras conservase aquel dolor, también conservaría su especial sensibilidad al entorno, y tal vez pudiese captar cosas que, de otro modo, le habrían pasado desapercibidas.

Pronto descubrió que el dolor aumentaba o disminuía según la dirección que tomaba.

Era como si Jana hubiese dejado un rastro a su paso, un rastro que él podía reconocer y seguir gracias a la quemazón del tatuaje. Ojalá aquel rastro no le condujese hasta la torre, pensó el muchacho con una punzada de recelo. Eso significaría que Jana la había encontrado… y, por lo tanto, que se le había adelantado.

Dejándose guiar por la intensidad de su dolor, Álex recorrió el pasillo de los departamentos hasta el final y, abriendo una puertecilla metálica, descendió por unas escaleras de emergencia exteriores hasta un patio interior de planta rectangular que nunca había visto antes. Las ventanas que rodeaban el patio, altas y estrechas, estaban protegidas con persianas. El muchacho supuso que debían pertenecer a alguna de las muchas oficinas que había en la planta baja. Por lo demás, el patio, con su suelo de cemento sucio de excrementos de pájaros, era un lugar completamente desangelado…

Lo único que pudo deducir con total certeza era que los pasos de Jana se habían detenido allí durante un buen rato, pues el dolor del hombro se le intensificó al situarse en el centro del patio.

Descubrió otra puertecilla de hierro pintada de blanco en el extremo de una de las paredes más largas, e inmediatamente fue en esa dirección. Le sorprendió encontrarla abierta… Pero le sorprendió aún más el que Jana no hubiese salido por allí. El tatuaje se lo decía con claridad: la muchacha no había abandonado el patio por ese camino.

En lugar de eso, había vuelto sobre sus pasos… Lo que quería decir que, o bien había encontrado en aquel patio lo que buscaba, o bien era allí donde se había dado por vencida.

Decidió volver al centro del suelo de cemento y concentrarse al máximo. Con los ojos cerrados, dejó que el lúgubre silencio del lugar penetrase en su cerebro, aquietando sus pensamientos hasta que su mente se quedó en blanco. El tatuaje le dolía ahora más que al principio. Algo le estaba ocurriendo, algo que ni él mismo podía comprender. Sintió un torbellino en los oídos y vio una miríada de luces blancas en la negrura de sus párpados cerrados. De pronto comprendió que lo que le estaba sucediendo no se debía únicamente a las misteriosas reacciones del tatuaje, sino que surgía de lo más profundo y secreto de su propio espíritu. Era como si hubiese invocado una fuerza brutal y desconocida en su interior, una fuerza que, por primera vez en su vida, estaba manifestándose tal y como era.

Abrió los ojos. Lo que estaba ocurriendo a su alrededor le dejó sin habla. Las paredes del patio se volvieron gradualmente más blancas y esplendorosas, las manchas de humedad y de guano desaparecieron. Luego, como si se tratase de una película rodada a cámara rápida, vio desaparecer la pintura blanca, dejando los ladrillos desnudos, que, a su vez, comenzaron a desmontarse hasta que las paredes desaparecieron por completo. Ahora podía ver algunos de los edificios más antiguos del colegio, y también un par de construcciones que no conocía. Claro que aquella imagen permaneció inmóvil tan solo unos segundos… Enseguida, ocho paredes de piedra comenzaron a alzarse hacia el cielo, creciendo con vertiginosa rapidez. Aquel octógono que le rodeaba no tardó en convertirse en una torre hueca cuya parte superior quedaba oculta por una alta bóveda grisácea.

Cuando los objetos dejaron de moverse, Álex se frotó los párpados, aturdido. No sabía si lo que acababa de contemplar había sido una visión o una rápida transformación mágica del mundo. Después de unos instantes de indecisión, se fijó en una escalera de piedra que ascendía hacia el piso de arriba, pegada a la pared. Sin pensárselo dos veces, se dirigió tambaleándose hasta ella y subió los peldaños con precaución, pues aún se sentía mareado y temía perder el equilibrio.

Al final de las escaleras se encontró con una habitación de forma octogonal que reconoció de inmediato. Era la misma estancia que había visitado durante la visión que había compartido con Jana, solo que ahora podía distinguir claramente algunos detalles que anteriormente le habían pasado desapercibidos. Por ejemplo, bajo la ventana había una mesa de ajedrez de aspecto antiguo, y en la pared opuesta destacaba un extraño artilugio de madera pintado de dorado y azul que le recordó un reloj. El aparato tenía un complejo mecanismo de ruedas dentadas conectado a una varilla, la cual, a su vez, se encontraba clavada en un corcho que flotaba en el agua de una gran vasija transparente.

—¿Te gusta? —dijo una voz cálida a su espalda—. Es una clepsidra. Siempre ha habido una clepsidra en esa pared, aunque no en todas las épocas ha tenido el mismo aspecto. Sabes lo que es una clepsidra, ¿no? Es un reloj de agua.

Temblando de emoción, Álex se giró con lentitud hacia la escalera. Allí, de pie sobre el último peldaño, un hombre le sonreía amistosamente. Un hombre al que conocía a la perfección… O eso había creído durante mucho tiempo.

—Papá —acertó a susurrar, mirando al recién llegado con los ojos muy abiertos—.

Papá… ¿Estoy soñando?

—No, Alex, esto no es un sueño —repuso su padre, avanzando hacia él con su luminosa sonrisa—. Ni tampoco una visión, como la que tuviste estando con Jana.

Estoy aquí realmente… Estamos juntos, hijo.

Alex se apartó el pelo de la frente. Las piernas apenas lo sostenían.

—Papá. No puede ser; tú… tú estás muerto —balbuceó, con una mezcla de esperanza y tristeza—. No puedes ser tú… ¡Sería un milagro!

—Por desgracia, no. Me temo que, para ti, estoy muerto, y en cuanto salgas de esta torre volveré a estarlo. Pero al menos disponemos de unos minutos para hablar tranquilamente. Hijo… ¡Hay tantas cosas que quiero decirte!

Se miraron un instante con timidez, y luego, sin ponerse de acuerdo, se fundieron en un abrazo. Cuando se separaron, Álex notó que tenía la mejilla húmeda, no sabía si por sus propias lágrimas o por las de su padre.

Volvieron a contemplarse en silencio, esta vez sonriendo. Álex era consciente de que debía aprovechar aquel encuentro mágico para formular todas las preguntas que desde hacía tiempo venían angustiándole y que solo su padre podía responder. Sin embargo, al mismo tiempo, algo en su interior se resistía a preguntar, pues sentía que, en cuanto empezase a plantear sus dudas, la alegría que en ese momento le inundaba comenzaría a disiparse.

Al notar su vacilación, fue Hugo quien se atrevió a romper el hielo.

—Supongo que querrás saber qué lugar es este —dijo, guiñándole uno de sus expresivos ojos azules—. Ya te dije su nombre, se llama la torre de los Vientos…

También se la conoce como el Horologion de Andrónieo. Supuestamente, se construyó en Atenas en el siglo I antes de Cristo, y sus ruinas aún pueden contemplarse en el ágora romana de esa ciudad.

Álex miró a su padre con los ojos muy abiertos.

—Pero si se encuentra en Atenas, ¿cómo he llegado hasta ella? Hace un momento estaba en el colegio, andando por los pasillos…

—La torre de los Vientos es una encrucijada en el espacio y en el tiempo. En ella confluyen muchos lugares y épocas diferentes… Por eso es el único lugar del planeta donde un hombre muerto puede conversar con su hijo. Es curioso que su secreto haya permanecido oculto tanto tiempo para los seres humanos normales. La gente cree que existen varias copias de la torre. Por ejemplo, sitúan una en Sebastopol y otra en un cementerio de Londres. No se dan cuenta de que, en realidad, todas las torres son la misma.

—Entonces, ¿es un lugar mágico? —La curiosidad de Álex le hizo olvidar momentáneamente su emoción—. ¿Quiénes la construyeron? ¿Los medu?

Su padre entrecerró los ojos, como si tratase de distinguir un barco lejano en el horizonte.

—En realidad, nadie sabe quién construyó la torre. Puede que fuese ese tal Andrónieo, aunque yo creo que existía desde mucho antes. Es posible, incluso, que haya existido siempre. Quizá no de esta forma, ni con este aspecto, pero estaba ahí…

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