Tatuaje I. Tatuaje (36 page)

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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

—¿Eso es lo que te parezco yo? —preguntó Corvino, sonriendo.

—A veces, sí. Y no entiendo por qué te esfuerzas tanto en destruir tu parte humana.

Corvino frunció el ceño, y la sonrisa desapareció de sus labios.

—Lo que pasa es que tenemos ideas diferentes de lo que es humano y lo que no lo es.

Para ti, ser humano significa sentir. Para mí, significa ser libre. Y para ser libre, totalmente libre, hay que renunciar a los sentimientos. O al menos hay que tener la posibilidad de hacerlo.

La expresión del guardián se ablandó al percibir el sincero interés de Álex por entender su punto de vista.

—Este entrenamiento no tiene como objetivo renunciar para siempre a sentir —le explicó—, sino dejar a un lado los sentimientos y las sensaciones cuando la ocasión lo requiera. Es cuestión de eficacia, ¿comprendes? En algunos momentos de la vida, los sentimientos solo son un lastre. ¿No te gustaría ser tú quien dicidiese cuándo y en qué momento quieres dejarte llevar por ellos, en lugar de permitir que ellos te dominen?

—Supongo que sí —replicó Álex sin mucha convicción—. Pero no creo que eso sea posible…

—Es posible, te lo aseguro. Solo tienes que confiar en mí y dejarte guiar. Estoy convencido de que pueses conseguirlo.

—Pero para eso tendría que hacer las cosas que tú haces ¿no? Tumbarme en camas de clavos, quemarme voluntariamente…

—No creo que estés preparado para eso. Empieza por puebas más sencillas, y no intentes nada más dificil hasta haber superado el paso anterior. Puedes comenzar privándote de algún alimeto que te guste, o apartando un pensamiento agradable de tu mente, o quedándote una hora y media más a meditar aunque tengas sueño. Eres tú quien debe elegir las puebas a tu media, no serviría de nada que yo te las impusiera.

Lo importante es que, poco a poco, vayas aprendiento a controlar tus necesidades físicas y espitituales. Será un proceso largo, pero el esfuerzo merece la pena. Sin darte cuenta llegará el día en que te sentirás libre, completamente libre… Y eso, créeme, no tiene precio.

Hasta ese día, Álex no había entendido del todo el propósito de las enseñanzas de Corvino, pero a partir de aquella conversación lo entendió. Fue entonces cuando comenzaron sus progresos… Tal y como le había sugerido su maestro fue poniéndose a sí mismo pequeñas puebas, y cuando las superaba, lo celebraba como si hubiese realizado una gran proeza. Al cabo de algunas semanas, casi sin esfuerzo, había aprendido a olvidarse del hambre y la sed incluso cuando llevaba diez horas sin probar bocado, y a no quejarse nunca de ningun dolor, ni siquiera cuando Heru se excedía en sus lecciones de combate y le dejaba magulladuras en los brazos y en las piernas.

Un día. Mientras comían, Corvino se fijo en que Álex engullía cucharadas tras cucharada de una sopá tan caliente que debía de estar desollándole la lengua. El muchacho no movia ni un solo músculo de su cara, y su expresión era la misma que habría puesto si la sopa hubiese estado a temperatura agradable. Cuando alzó la vista del cuenco vacío, sus ojos se encontraron con los del Guardián Rojo. Y ambos sonrieron.

—Ten cuidado —le dijo Corvino al comienzo de su clase esa misma tarde—. Has vencido al dolor, pero no al orgullo. Te sientes demasiado satisfecho por lo que has conseguido. En mi opinión, esa satisfacción es más peligrosa para la evolución de tu espiritu que el miedo a quemarse la lengua con una sopa demasiado caliente.

Aquella misma tarde, Álex le contó a Argo lo que Corvino le había dicho. Estaban en clase de meditación, la favorita del muchacho, y en la que día a día realizaba mayores progresos. Según Argo, Álex poseía un talento especial para vaciar su mente, y volverla receptiva a visiones de otros lugares y épocas. Sin duda, era un don heredado de sus antepasados kuriles.

—El problema de los kuriles, y de los medu en general, es que siempre han intentado utilizar sus habilidades para aumentar su poder, en lugar de hacerle en beneficio del universo —le había explicado—. Y fijate en que he dicho el universo, y no la humanidad… El mundo no gira en torno al hombre, es mucho más rico y variado.

Nuestros dones deben servirnos para comprenderlo, no para intentar cambiarlo. Ese es un crimen que se paga con la destrucción y el sufrimiento.

Aquella tarde, cuando Álex le habló de la preocupación de Corvino por sus sentimientos de orgullo, Argo se echó a reír con ganas.

—A veces creo que Corvino es demasiado perfecto —le confió en voz baja—. Y la perfección puede ser un pecado tan grande como el orgullo, o quizá mayor… Ante todo, no debemos olvidar que somos humanos. Es maravilloso adquirir dominio de uno mismo, siempre que eso no signifique convertirse en un pedazo de madera.

—Con todos los siglos que lleváis juntos, lo lógico sería que todos dominaseis las habilidades de los demás —se atrevió a comentar Álex—. Habéis tenido tiempo más que de sobra para entrenaros unos a otros…

—¿Crees que no lo hemos hecho? Hemos aprendido de nuestros compañeros todo lo que podíamos aprender. Todos somos excelentes arqueros y expertos en lucha acrobática, Todos sabemos controlar nuestros impulsos y utilizar sonidos onomatopéyicos para influir en la naturaleza. Y todos tenemos visiones… Solo que las mías siguen siendo más perfectas y completas que las de los demás. Por muchos siglos que pasen, yo empecé antes a practicar el arte, y tengo un don natural para él, por lo que simpre lo dominaré mejor. Lo mismo que Nieve maneja mejor que nadie su voz, y Corvino sus propios sentimientos.

—¿Y nunca has sentido la tentación de utilizar tus visiones como las utilizaban mis antepasados? —preguntó Álex, decidido a aprovechar el talante especialmente comunicativo de Argo durante aquella clase.

—¿Para cambiar el futuro, quieres decir? —preguntó Argo. Sus ojos brillaban como esmeraldas, y su resplandor verde parecía reflejarse sobre sus mejillas y su frente—.

Eso sería romper las reglas. Nosotros no queremos cambiar la realidad, sino aceptarla tal y como es. Por eso el arte que estoy tratando de enseñarte es más dificil que el de los kuriles: ver sin influir en lo que estas viendo; dejar que tu mente capte distintos momentos del pasado, el presente y el futuro, sin dejar que eso influya en el curso de los acontecimientos… Puedes lograrlo, ya lo has logrado muchas veces durante las clases, pero con visiones que no te decían nada personalmente. Ahora debes intentar ir un paso más allá: debes tratar de enfrentarte a visiones relacionadas con asuntos que de verdad te interesen y con personas que signifiquen algo para ti.

Al oír aquello, Álex tragó saliva. ¡Despues de todo lo que se había esforzado para no pensar en sus seres queridos, ahora Argo le pedía que lo hiciera! No estaba seguro de estar preparado para algo así; pero, por otro lado, deseaba vivamente intentarlo.

—Quizá podríamos probar ahora —propuso, inseguro—. Contigo cerca, siempre me resulta más fácil concentrarme.

—De acuerdo. Probemos, entonces. Intentaré unir mi energía mental a la tuya, para ayudarte a allanarle el terreno a la visión.

Con un gesto, Argo invitó a Álex a sentarse en el tatemi que habitualmente utilizaban para sus ejercicios, separados de los grandes ventanales de la habitación por una pesada cortina gris. El muchacho adoptó la postura del loto, con las piernas cruzadas y los pies firmemente anclados sobre sus muslos. Argo se sentó en la misma posición, y ambos permanecieron varios minutos en silencio, contemplando la blancura de la pared.

La visión, al comienzo, no era más que una mancha borrosa. Poco a poco, sin embargo, los contornos se fueron perfilando, y Álex pudo reconocer los rostros de dos personas muy importantes para él. Lo extraño era que ambas apareciesen juntas…

Se trataba de Erik y Jana. Estaban sentados delante de una ventana que daba a los campos de juego del colegio, una ventana en forma de arco que Álex no recordaba haber visto jamás. Se encontraban muy cerca uno del otro, y se miraban con una confianza que el muchacho nunca había notado anteriormente entre los dos. El rostro de Jana parecía tan sereno e indeferente como de costumbre, pero sus ojos estaban húmedos, como si hubiese llorado.

De pronto, Erik le pasó una mano por la mejilla. Fue un gesto natural, espontáneo, pero cargado de significado. Álex notó el estremecimiento de Jana, el destello de sus ojos al encontrarse con los de Erik. Una oleada de rabia fue creciendo en su interior hasta nublarle la conciencia, y la visión se esfumó.

Cuando terminó, notó la presencia de Argo a su lado. No había cambiado de postura, pero había girado el rostro hacia él y lo miraba con intensidad.

Intentó en vano controlar el temblor que se había apoderado de sus manos. Sentía el latido de la sangre en sus sienes, la aceleración de su corazón, los efectos de la adrenalina sobre sus músculos, que se habían puesto tensos como cuerdas de arco.

—¿De cuándo era esa visión? —preguntó con voz sorda, evitando la mirada de Argo.

Su maestro lo miró con gravedad.

—Deberias saberlo ya, a estas alturas del entrenamiento —dijo—. Es una visión del futuro.

—O sea, que en el futuro va a haber algo entre ellos… Concentrémonos otra vez, ¡quiero volver a verlos!

Argo se puso en pie y sacudió las piernas entumecidas.

—Basta, Álex —ordenó en tono perentorio—. El experimento no ha salido bien, no estás preparado todavía. Trata de olvidar lo que has visto y concéntrate en el presente.

—¿Cómo voy a olvidar lo que he visto? —murmuró el muchacho, sonriendo con amargura—. Lo que he visto lo cambia todo. Yo preocupandome por ellos, y ellos…

Ellos van a traicionarme. Si es que no lo han hecho ya… Apuesto a que en este mismo momento están juntos.

—Está bien, yo no buscaba esto, pero, ya que ha ocurrido, tal vez sea mejor —dijo en voz baja—. Son medu, Álex. Son muestros enemigos. Si creías que les debías algo, ya has salido de tu error. Descansa y trata de serenarte, Recupera el control. Pase lo que pase, un guardián siempre debe ser dueño de sí mismo.

Álex se despidió de Argo y caminó como un autómata a través del corredor que conducía hasta su habitación. Apenas era consciente de lo que hacía. En cuanto estuvo en su cuarto, se descalzó y se metio en la cama. No deseaba descansar, solo cerrar los ojos para reconstruir aquella imagen que le había destrozado. Jana y Erik juntos… Debería haberlo imaginado. Pese a las burlas de Jana, estaba seguro de que ella, en el fondo, le consideraba atractivo. Y ahora que Óber se había dado cuenta de lo poderosa que ella podía llegar a ser, tal vez estuviese fomentando aquella relación.

Incluso era posible que ella lo tuviese todo planeado desde el principio… Lo único que le importaba era el poder, y si para ello tenía que seducir a Erik, lo haría sin el menor escrúpulo.

Lo que más le había impresionado de aquella fugaz escena era la mezcla de deseo y ternura que se leía en los ojos de Erik. Él la quería de verdad, de eso no había duda.

Pero el hecho de que la quisiera, lejos de suavizar el rencor de Álex, lo aumentaba.

¿Cómo se había atrevido a luchar por ella? Erik sabía que él estaba loco por Jana, sabía lo del tatuaje, y el precio tan alto que había tenido que pagar por acercarse a una descendiente de Agmar… ¿Cómo era posible que, sabiendo todo aquello aprovechase la primera oportunidad que se le presentaba para intentar sustituirle? O tal vez no fuese la primera… Tal vez llevasen juntos todas aquellas semanas que él había permanecido como un tonto en el palacio de los Guardianes.

El recuerdo de los dedos de Erik rozando la piel de Jana le quemaba como un hierro al rojo. No podía soportarlo, pero tampoco era capaz de apartarlo de su mente. El tatuaje había empezado a dolerle de un modo salvaje, y aquel dolor excerbaba su odio y sus deseos de venganza. Si, se vengaría… Podía hacerlo, los guardianes le habían preparado para ello. Destruiría a los medu, los barrería de la faz de la tierra. Su padre le había dicho que podía elegir… Pues ya había elegido. Había seguido sus instrucciones al pie de la letra sin saber adónde le conducirían. Ahora, por fin, lo sabía. Iba a convertirse en el Último… Iba a sacrificarlo todo para hacerles pagar a Jana y a Erik su traición.

—Estas equivocándote —dijo una voz indescritiblemente suave muy cerca de su oído.

Abrió los ojos sobresaltado. Tenía la frente perlada de sudor, y su al mohada, bajo su cuello, también estaba húmeda. Comprendió que debía de tener mucha fiebre… Se arropó con las sábanas y miró a Nieve con ojos vacíos.

—Argo me ha contado tu visión —prosigió la muchacha en tono apasible—. Estás enfermo de celos, Álex… ¿Cómo puedes ser tan idiota? Francamente te creía más fuerte.

—Dejame. Tú no puedes entenderlo —gruñó Álex volviéndole la espalda y clavando la vista en la pared—. Ninguno de vosotros puede entenderlo, habéis olvidado lo que sentimos los seres humanos.

—Solo quiero ayudarte… —le respondió Nieve.

—Pues entonces vete y déjame en paz. No quiero ver a nadie ahora; no quiero sermones, ni mucho menos consuelo.

—Necesitas regodearte en tu dolor… Es comprensible. Pero no voy a permitírtelo.

Nieve había pronunciado aquellas palabras con la misma musicalidad de siempre, pero, a la vez, con una inquebrantable firmeza. Álex se incorporó bruscamente en la cama y se encaró con ella, irritado.

—¿Por qué te preocupas tanto? —preguntó, sonriendo—. Esto era lo que todos queríais, ¿no? Que odiase a los medu, que hiciese cualquier cosa con tal de destruirlos… Pues ya los habéis conseguido. Argo parecía muy contento con el cambio, no entiendo por qué tú te los has tomado asi.

Nieves se sentó a los pies de la cama y trató de cogerle la mano, pero Álex la rechazó.

—Ya hemos hablado de esto antes —explicó Nieve en voz baja—. Lo que yo quiero no es exactamente lo que quieren los demás. Pero si estoy intentando razonar contigo, no es por mí, sino por ti. No estás en condiciones de tomar decisiones, Álex. Ahora menos que nunca. El odio es mal consejero, el peor consejero que un hombre pueda tener. Espera a que estos sentimientos se enfrién, y luego decide lo que quieras. Pero guiado por el odio, no… Terminarías como Arión, y todo volvería a empezar otra vez.

Un destello de furia atravezó los limpios ojos de Álex.

—No, eso no —murmuró—. Yo quiero terminar con ellos para siempre.

Nieve suspiró y se puso de pie.

—Pues si es eso lo que quieres, tendrás que hacerme caso —obervó con tristeza—.

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