Read Tatuaje I. Tatuaje Online
Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
Una sombra de dolor cruzó el rostro de Erik, pero duró solo un segundo.
—Busquemos el libro también nosotros —propuso, poniéndose en pie—. ¿Por qué no sacas la piedra? Quizá nos ayude a encontrarlo.
Jana asintió y, de uno de los bolsillos del pantalón, extrajo la valiosa piedra azul que en otro tiempo había pertenecido a Agmar. Sosteniéndola cuidadosamente entre el Índice y el pulgar derecho, la fue moviendo con lentitud de un lado a otro, con los ojos fijos en el reflejo azul que proyectaba sobre las paredes.
—¿Qué crees que debería pasar cuando lo encuentre? —preguntó Erik, siguiendo sus movimientos—. ¿Aparecerá una visión? ¿Una página escrita?
—No tengo ni idea —repuso Jana en tono desganado—. No sé qué es lo que tendría que ocurrir.
Al otro lado de la habitación, David y Álex exploraban los muros con las manos, palpando cada centímetro de la piedra. Allí donde Álex posaba sus dedos, un resplandor plateado permanecía adherido a las losas y ya no las abandonaba. De esa forma, la estela de su búsqueda quedaba grabada sobre las paredes, formando un extraño y complicado dibujo.
Durante casi media hora, Jana y Erik continuaron observando el reflejo del zafiro de Sarasvati sobre el suelo y los muros, pero no obtuvieron ningún resultado. Incluso examinaron los cristales emplomados de la ventana, que parecían extremadamente frágiles y antiguos… Nada. El zafiro proyectaba la misma luz profunda y azul sobre todas las superficies, y no se advertía en él el menor cambio.
Por su parte, a David y Álex no parecía irles mucho mejor.
—Quizá deberíamos emplear nuestros poderes —dijo finalmente Jana, derrumbándose de nuevo sobre una de las sillas que flanqueaban el tablero de ajedrez—. Esto no nos lleva a ninguna parte…
Erik se sentó en la otra silla e hizo un gesto de impotencia.
—Si el dragón de Óber pudiese ayudarnos, lo habría hecho —dijo—. Fíjate en lo que ocurrió antes, en el palio. Ahora, en cambio, parece que estuviese dormido… No lo siento, no logro hacerlo.
Mientras Erik hablaba, Jana se había puesto a juguetear distraídamente con el zafiro, hasta que, en un momento dado, su reflejo incidió directamente en el tablero de ajedrez.
—Mira eso dijo Jana en un susurro.
Bajo la luz de la piedra había aparecido una fina recta de color azul que atravesaba tres casillas verticalmente. Sin esperar la respuesta de Erik, Jana empezó a mover rápidamente el zafiro de un lado a otro. Muchos otros trazos se revelaron bajo su luz, unos azules y otros de color púrpura. Algunos eran verticales, otros diagonales, e incluso había un par de ellos en forma de L.
—Son las trayectorias de las piezas murmuró Erik, inclinándose sobre el tablero. ¿No lo ves? Esa ele, por ejemplo, corresponde al movimiento de un caballo. Y esa diagonal, a un alfil… ¡Son los movimientos de la última partida!
—Sí, está claro —confirmó Jana, alejando el zafiro para que su reflejo abarcase un fragmento más grande del tablero—. Fíjate: los trazos rojos corresponden a los movimientos de las blancas, y los azules a los de las negras. Está clarísimo.
—O sea, que el zafiro puede leer la partida…
Erik y Jana se miraron con ojos brillantes.
—¡Lo hemos encontrado! —gritó Jana—. Es el tablero… ¡El tablero es el libro!
Al oír sus exclamaciones, David y Álex se acercaron de inmediato. Álex permaneció un poco apartado, como si le diese miedo aproximarse demasiado a los demás. David, por el contrario, pasó el brazo sobre los hombros de su hermana y se quedó mirando la fina trama de líneas que recorrían las casillas blancas y negras bajo la luz azulada del zafiro.
—Pero si el tablero es el libro, tendríamos que poder leerlo —murmuró, no del todo convencido—. ¿Cómo demonios vamos a saber lo que significan esas líneas?
—La piedra provoca visiones —repuso Jana, mirándola con fijeza—. Si me concentro en ella, quizá nos permita ver el significado de esos trazos.
—Inténtalo —la animó Erik.
La muchacha se puso en pie y, alzando la piedra con ambas manos, la situó encima del tablero, al tiempo que pronunciaba una larga retahíla ininteligible. Al cabo de unos segundos, la piedra se desprendió de sus dedos y comenzó a flotar en el aire.
Bajo su reflejo, las líneas componían ahora un dibujo bien definido.
Poco a poco, la luz que entraba por la ventana fue palideciendo, hasta adquirir el tono grisáceo de una tarde otoñal. De pronto, sentadas frente al tablero había dos personas.
Una era el Álex de siempre, un muchacho normal, absorto en la contemplación de las piezas. El otro personaje era un hombre rubio, de aspecto atractivo, que hablaba animadamente, sin prestar demasiada atención a la partida.
Jana sintió un pinchazo de dolor en la cabeza, y la imagen se desvaneció. Al otro lado de los cristales emplomados de la ventana, el cielo estaba nuevamente oscuro y cuajado de estrellas. Erik se había puesto en pie, y miraba el asiento que ocupaba un minuto antes como si fuese un espejismo. Los trazos seguían allí, bajo la luz del zafiro, como dibujados con tiralíneas.
—Es el libro —dijo a su espalda la voz de Álex, extrañamente distorsionada por la emoción—. Esa visión correspondía a la partida que jugué aquí con mi padre, la última vez que le vi. Fue la misma tarde en que tú intentaste encontrar la torre, Jana…
Yo seguí tu rastro y la encontré.
—Pero entonces… —David había dado la vuelta al tablero para mirarlo desde el lado contrario—. Pero, entonces, ¿cómo funciona el libro?
—Una partida, una visión repuso Jana, retirando la piedra. Cada partida es como un texto, cuenta un hecho del pasado.
Miró a Erik, y luego se giró para buscar la mirada de Álex. Su corazón dio un vuelco al percibir una vez más aquel resplandor que brotaba de su piel, recordándole que ya no era el de antes.
En respuesta a su mirada, Álex asintió con la cabeza.
—Una partida, una visión —corroboró—. Tiene que ser eso…
—Pero, entonces, ¡estamos como al principio! —se impacientó David—. No sabemos cuál es la partida que conduce a la visión de la Caverna. ¿O sí lo sabemos? Álex, tú…
Según Erik, desciendes de los kuriles, y tu padre sabía leer el libio… ¿No te dio ninguna pista? No sé, un manual de ajedrez, o algo así…
Álex negó con la cabeza.
—Él me dijo que el ajedrez era el arte de mirar en el futuro. Supongo que eso sí era una pista, pero no me dijo nada más. Nada. De pronto, sus ojos se iluminaron.
—Un momento. Quizá sí me dejó una pista, después de todo —dijo acercándose al tablero, mientras los otros retrocedían instintivamente—. Su símbolo: el símbolo de Céfiro, el símbolo del Desterrado… Tú lo viste, Jana, en aquel papel que estaba metido en un libro de su biblioteca. El símbolo estaba entremezclado con una maraña de trazos azules y rojos… Eran la representación de una partida.
Jana, a una prudente distancia, lo observó con atención.
—¿El papel que quemamos? —repitió—. Sí, tienes razón, podría ser… Tenía muchos trazos verticales, horizontales y diagonales. Ojalá no lo hubiésemos destruido. Si lo tuviésemos todavía, podríamos comprobarlo…
—No hará falta. —Álex devolvió todas las piezas a su casilla de salida, como si se dispusiese a jugar una nueva partida. Mi capacidad de concentración ha mejorado mucho. Y mi memoria también… Creo que seré capaz de reconstruir ese dibujo.
Con una seguridad asombrosa, empezó a mover alternativamente las piezas blancas y negras sobre el tablero. Primero fueron los peones centrales, luego entraron en juego los caballos y los alfiles. Empezaron a caer algunas piezas, el tablero se fue despejando. Él seguía moviendo una pieza tras otra sin detenerse a pensar ni un segundo, como si aquella información fluyese de un modo reflejo desde su cerebro a su mano derecha. A la luz del zafiro, cada movimiento iba dejando un trazo púrpura o azul sobre el tablero, un trazo que ya no volvía a borrarse.
Las jugadas se sucedían unas a otras tan rápidamente que Jana no tenía tiempo de considerar si eran buenas o malas, erróneas o geniales. En un cierto momento tuvo la impresión de que las blancas llevaban una ligera ventaja, pero poco después las fuerzas volvieron a igualarse. Al final quedaban ya muy pocos peones, así como las torres y los reyes de ambos bandos. Las reinas habían desaparecido, los peones intentaban avanzar para coronarse, pero las torres y el rey del adversario se lo impedían.
—Tablas —dijo Álex finalmente, apartándose un par de pasos de la mesa y observando fijamente los trazos marcados sobre el tablero—. Así termina la partida…
Ahí tenéis el texto perdido.
Jana retiró la luz del zafiro de encima del tablero y acercó la piedra a su rostro con expresión preocupada.
—Se supone que ahora me toca a mí —murmuró—. No sé si seré capaz de invocar una visión estable; la de antes ha durado muy poco…
—Esta vez te ayudaré yo —dijo Álex, colocándose frente a ella, a unos cuatro pasos de distancia—. He cambiado mucho, pero sigo siendo descendiente de Céfiro. Con tu poder y mi poder juntos, estabilizaremos la luz del zafiro y obtendremos una visión lo suficientemente poderosa.
—¿Lo suficientemente poderosa para qué? ¿Para llevarnos a la Caverna? —preguntó Erik, algo molesto por verse relegado a la condición de mero espectador—. Todo son suposiciones, no sabemos nada… Lo más probable es que la visión que invoquéis no tenga ninguna relación con lo que estamos buscando.
Álex le miró sonriendo.
—Yo creo que sí la tiene… De todas formas, muy pronto lo comprobaremos.
Mientras Erik y David permanecían juntos, de espaldas a la ventana, Álex y Jana se miraron largamente a los ojos. Poco a poco, con la solemnidad de una sacerdotisa, Jana fue alzando la piedra hasta situarla a la altura de su frente. Concentrando su pensamiento en el zafiro, comenzó entonces a salmodiar las antiguas fórmulas que había aprendido de su madre. El zafiro se desplazó en el aire hasta situarse sobre el centro exacto del tablero de ajedrez, iluminándolo con su acuoso resplandor. Álex, por su parte, también parecía completamente concentrado en la piedra. Sus ojos permanecían clavados en ella con sobrenatural fijeza.
Sin dejar de repetir las frases rituales, Jana cerró los párpados. Una caricia de viento abrasador le azotó las mejillas, y bajo sus pies notó la blandura de la arena ardiente.
Era una visión muy poderosa, lo supo incluso antes de abrir los ojos. Pero, aun así, no estaba preparada para lo que se le avecinaba.
Un sol cegador reverberaba sobre las dunas, difuminando sus contornos en el horizonte. El cielo era de un azul eléctrico, y se extendía como una cúpula infinita en todas direcciones. No se veía ni una sola nube, pero sí un penacho de humo blanco y ligero a lo lejos, como si algo estuviese quemándose.
Y allí, frente a ellos, semienterrada bajo la arena rojiza, estaba la Caverna. Una gran boca oscura en medio de la luz, insondable en su profundidad… En realidad no se trataba de una formación geológica natural, sino de la entrada de un templo muy antiguo, o tal vez de una tumba. Enmarcada por grandes piedras rectangulares cubiertas de jeroglíficos, aquella abertura negra parecía llamar a los recién llegados con su promesa de frescor y sombra.
Jana miró a su espalda para ver qué había sido de sus compañeros. Allí estaban los tres, con los ojos desorbitados como los de ella, mirando fijamente la boca de la Caverna, incapaces de pronunciar una sola palabra.
David fue el primero en reponerse de la impresión.
—Esto es increíble, Jana —exclamó, muy excitado—. Nunca habías tenido una visión así. Es… es como si fuese real…
Jana notó una vez más la blandura de la arena, el aire áspero y ardiente que la obligaba a entornar los ojos. Si; era demasiado real para tratarse de una visión.
Demasiado real…
El miedo le atenazó la boca del estómago, y por un momento tuvo la sensación de que no podia respirar.
—Esto no es una visión —dijo con voz entrecortada—. Si lo era, ya no lo es. Es la verdadera Caverna. Hemos llegado a nuestro…
Un viento brutal y oscuro la derribó sobre la arena, cuyo contacto le abrasó el brazo en el que se había apoyado al caer, atravesando la fina tela de la camiseta. Intentó abrir los ojos pero no pudo. La arena se le metía entre los párpados y en las fosas nasales, amenazando con asfixiarla. El torbellino hacía un ruido ensordecedor, y trató de taparse los oídos. Al mismo tiempo, notó una inexplicable sensación de desgarro en su interior, como si el corazón se le estuviese rompiendo.
Después de unos instantes, todo cesó. El cielo volvía a estar azul; la arena, inmóvil; la entrada de la Caverna, tan oscura como antes.
Jana se incorporó con dificultad. Sin saber por qué, estaba temblando de pies a cabeza.
Cuando miró a su alrededor para ver qué había sido de sus compañeros, descubrió a cierta distancia los rostros desencajados de Erik y David.
Álex, en cambio, había desaparecido.
La oscuridad se lo ha tragado —dijo David, señalando la estrada de la Caverna—. Sentí cómo lo absorbía, ¿vosotros no? Deberíamos volver, Jana. Todo esto podría ser una trampa, pero aún estamos a tiempo de darnos la vuelta.
Jana sonrió con una mezcla de sarcasmo y tristeza.
—¿Volver? Esto ha dejado de ser una visión, David. No creés que podamos volver, aunque queramos. Yo, al menos, no sabría cómo…
—No vamos a irnos de aquí sin haber averiguado lo que le ha pasado a Álex —decidió Erik.
David lo mirón con gesto hosco.
—¡Pero es uno de ellos! —protestó—. Tenemos suerte de estar vivos todavía Puede que haya ido a reunirse con los demás para prepararnos un «recibimiento»… ¿Crees que no sabe lo que nos traemos entre manos? Si sacamos esa corona de fuego de la Caberna, habremos terminado con el poder de los guardianes. Él lleva meses viviendo con ellos entrenándose en su magia… ¿De verdad pensáis que nos quiere ayudar?
—De momento nos ha traído hasta aquí —dijo Jana, pensativa—. Sin él, no lo habríamos conseguido nunca.
—¿Y qué? Eso no demuestra nada —insistió su hermano—. Probemos a unir nuestro poder para salir de este desierto…
—La única salida de este desierto es a través de la Caverna —repuso Erik, avanzando resueltamente hacia la entrada negra de la tumba—. ¿No lo sentís? Aquí no hay nada más… Entremos. No hemos llegado tan lejos para deternos ahora.
Sin decir nada, Jana empezó a caminar detrás de Erik. La serpiente tatuada en su espalda le ardía, como si estuviese intentando desprederse de su piel y liberarse de ella. Tratando de no pensar en aquel dolor, aceleró el paso sobre la arena abrasadora.