Read Tatuaje I. Tatuaje Online
Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
La burbuja verde se dividió nuevamente en dos cristales independientes que planearon un instante en la oscuridad, como los ojos de un ave de presa. Por fin se detuvieron muy cerca de la bóveda. Resultaba imposible saber hacia dónde dirigían su mirada.
—Si Erik no muere, morirás tú —dijo el Olvidado—. Ya lo has visto.
Sus palabras resonaron con un eco interminable en las paredes de la habitación. Jana había caído al suelo de rodillas, de puro agotamiento. Se sentía mortalmente triste, pero no asustada.
—¿Por qué supones que voy a creerte? —preguntó, sonriendo.
El Olvidado rió de nuevo con una docena de carcajadas superpuestas.
—Sabes que te he dicho la verdad. No es que necesite convencerte, al final me lo llevaré de todas formas. Pero tu débil magia me incomoda, está haciéndome perder demasiado tiempo. Harías bien quitándote de en medio, ya lo has visto.
Con un esfuerzo, Jana se puso de pie y comenzó a avanzar resueltamente hacia la mirada del monstruo. Le pareció que, con cada paso que daba, las sombras del Olvidado retrocedían y se empequeñecían.
—No voy a abandonar a Erik —dijo, deteniéndose—. Él me salvó la vida. La flecha que le atravesó el hombro me habría dado a mí si él no se hubiese puesto delante.
Además, lo que me has enseñado no me asusta… Al contrario. En cierto modo lo deseo, aunque no espero que lo entiendas.
Los ojos del monstruo volvieron a estallar en mil chispas de luz, pero esta vez no se recompusieron. En el mismo instante, miles de formas semitransparentes salieron de la oscuridad y volaron en todas direcciones. Eran figuras contrahechas y repugnantes, rostros cosidos a cicatrices, reptiles con alas de murciélago, arañas, serpientes, toda clase de horribles criaturas.
Aquella confusión duró solo unos segundos. Enseguida las formas se disolvieron en el aire, y lo único que aún resultaba visible eran los diminutos pedazos de esmeralda que flotaban por toda la habitación.
—¿Erik arriesgó su vida por la tuya? —preguntó una débil vocecilla aflautada.
Jana asintió.
—Intentó sacrificarse por mí y ahora yo estoy dispuesta a sacrificarme por él.
El silencio se prolongó durante largo rato, denso como mercurio líquido.
—Entonces no nos sirve —dijo por fin la misma voz infantil—. Ha sacrificado sus deseos… Ya no puede alimentarnos.
Un viento cargado de humedad y salitre se arremolino en el centro de la habitación, absorbiendo las figuras transparentes que se agazapaban en los rincones. En un momento, el monstruo se había convertido en un torbellino de espumas que se lanzó desbocado hacia la ventana, atravesándola sin romper los cristales. «Como el caballo de mi sueño», pensó Jana con un escalofrío. Escudriñó la negrura de las esquinas con ojos temerosos, pero allí no quedaba nada. Hasta el último resto del Olvidado había desaparecido.
Exhausta, la muchacha se acostó en el suelo en el mismo lugar en el que se encontraba. La cabeza le estallaba, le resultaba imposible ordenar sus pensamientos.
Encogida en posición fetal, se protegió el rostro con las manos, como si temiese un golpe. Al cerrar los ojos, veía destellos de colores danzando en la negrura.
Poco a poco, sin darse cuenta, fue quedándose dormida.
La despertó un rayo de sol que le bañaba la cara. Al incorporarse, notó que le dolían todas las articulaciones. Tardó unos segundos en recordar lo que le había ocurrido…
En cuanto su mente se aclaró, se puso en pie y miró hacia la cama de Erik.
El muchacho la observaba sonriendo, con la nuca apoyada en una pila de almohadas.
Desde el otro extremo de la habitación, David la saludó alegremente.
—¿Qué hacías allí tirada? Me daba no sé qué despertarte, parecías tan cansada… ¿Has visto? ¡Nuestro paciente ha revivido!
Sin mirar a su hermano, Jana caminó hasta la cama de Erik y se sentó a sus pies.
—Tu padre ha dado su vida por ti —le dijo, tragando saliva.
La sonrisa desapareció de los labios de Erik, pero sus ojos no se alteraron.
—Lo sé. Acaba de explicármelo —repuso, señalando a David—. Supongo que debo daros las gracias…
—En realidad ha sido David quien lo ha hecho todo. Yo solo he estado con él, acompañándole.
Un destello atravesó los ojos maravillosamente claros de Erik. Jana nunca le había visto tan atractivo.
—Eso no es cierto —dijo el muchacho—. Tú también has hecho mucho. Yo estaba aquí esta noche, cuando te enfrentaste al Olvidado. No podía hablar ni moverme, pero lo vi todo. Me has salvado la vida, Jana…
—No, yo no —repuso Jana con una triste sonrisa—. Has sido tú; te has salvado tú mismo… Esos demonios no querían un alma sacrificada, y tú te sacrificaste por mí.
A partir de aquella mañana, la recuperación de Erik no dejó de progresar, y en pocos días pudo abandonar la cama e incluso dar cortos paseos por los pasillos de la Fortaleza. Jana le acompañaba a menudo en sus salidas de la habitación, aunque detestaba el ambiente silencioso y opresivo que reinaba en el cuartel general de los drakul. La curación del heredero había tranquilizado bastante los ánimos dentro del clan, pero el ataque de los guardianes y la muerte de Óber aún estaban demasiado recientes en el ánimo de todos. Los sacerdotes con los que se cruzaban en los corredores miraban con recelo a la joven agmar que acompañaba a su amo. La mayoría rehuía su mirada y evitaba responder a sus saludos, incluso si eso les granjeaba una reprimenda por parte de Erik.
David seguía también en la Fortaleza, aunque apenas salía de los aposentos que Erik había ordenado preparar para él. Las noticias que llegaban del exterior eran cada día más confusas y contradictorias. Por un lado, parecía que la situación se estaba normalizando después de las escaramuzas surgidas entre los clanes a raíz del ataque, pero, por otro, se rumoreaba que Pértinax había muerto, y que la jefa Lenya había desaparecido. El gran beneficiado de aquellos enfrentamientos parecía ser Glauco, quien, ayudado por sus ghuls, iba ganando terreno día a día… Sin embargo, aquello no era lo que más preocupaba a los drakul. La principal preocupación se centraba en los guardianes y en lo que podían estar tramando después del éxito de su anterior incursión. A esas alturas ya nadie dudaba de que Álex era el Último y de que se había unido a los suyos para preparar la gran batalla final contra los medu. Faltaba saber cuándo y dónde se produciría… Pero, fuese como fuese, los drakul tenían claro que debían estar preparados.
Cuando los jefes guerreros acudían a Erik para pedirle instrucciones al respecto, este, invariablemente, les contestaban que obrasen como lo creyesen conveniente. No hacía nada para evitar los preparativos de la guerra, pero tampoco colaboraba en ellos. Jana observaba aquella actitud con curiosidad, pero había decidido no hacer preguntas antes de que el muchacho se encontrase completamente restablecido.
Erik, no obstante, intuía que los dos hermanos estaban impacientes por hablar con él.
David le había dejado caer que Óber les había prometido información a cambio de oficiar el ritual de la espada, y aunque no hubiese sido así, él era consciente de que antes o después tendría que compartir lo que sabía con los agmar, y más concretamente con Jana.
Por esa razón decidió adelantarse a los acometimientos, y una tarde citó a Jana en el jardín privado de Óber situado en uno de los patíos interiores de la Fortaleza.
Cuando entró en el jardín. Jana no pudo menos que admirar los delicados frutales en flor, así como la belleza de los rosales trepadores y el frescor de las tres fuentes alineadas en el centro.
—No sabía que existiera un lugar así en la Fortaleza —dijo mirando a Erik, que la esperaba sentado en un banco de piedra, junto a un pequeño estanque—. Me gusta mucho…
—Tendría que habértelo enseñado antes —se disculpó Erik—. Llevas mucho tiempo encerrada, y aquí al menos se puede respirar.
—Todavía no tengo claro si soy tu prisionera o tu invitada —comentó Jana sonriendo, aunque sus ojos reflejaban cierta ansiedad.
Llevaba un vestido claro, ceñido a las caderas y con algo de vuelo a la altura de las rodillas. Un ghul se lo había entregado de parte de Erik la tarde anterior, junto con algunas otras prendas.
Erik le cogió una mano y la acarició con suavidad.
—Tú nunca serás mi prisionera, y menos después de lo que ha pasado.
—Pero David y yo hemos provocado la muerte de Óber, aunque fuese por orden suya…
Erik asintió.
—No tenéis que preocuparos por eso. Nuestros sacerdotes recibieron instrucciones muy claras de mi padre, y aunque desconfien, no se atreverán a tramar nada contra vosotros.
Jana se sacudió la melena hacia atrás y cerró los ojos un instante.
—La verdad es que me ha sorprendido que Óber cumpliese su promesa. Quiero decir que, después de lo que hice…, debía de estar deseando eliminar a todos los agmar del mapa.
Erik la observó pensativo.
—No —murmuró—. El sabía que os necesitamos. Por eso se aseguró de que los suyos te respetaran, no por fidelidad a su promesa. Para mi padre, ante todo estaba su clan.
—Pero dio su vida por ti…
—Sí, es cierto —Erik frunció el ceño—. Nunca habría imaginado que fuese capaz de algo así… Supongo que pensó que era lo mejor para los drakul.
A Jana le pareció raptar un deje de resentimiento en la voz del muchacho, mezclado ron cierta dosis de tristeza. Siempre que salía a relucir el sacrificio de Óber, el rostro de Erik se ensombrecía. Recordando lo que había sentido tras perder a sus padres, Jana podía hacerse una idea bastante aproximada de lo que el joven drakul experimentaba en ese momento. Amargura, pero también perplejidad, y rencor…
Estaba segura de que, en su fuero interno, aún no había asimilado lo ocurrido, y de que tardaría mucho tiempo en asimilarlo.
—En todo caso, me alegro de que Óber tomase esa decisión —dijo, mirando a Erik a los ojos—. Gracias a ella estás vivo. Si hubieses muerto… Nunca me lo habría perdonado.
Erik le sonrió en silencio, y ella le devolvió la sonrisa. El rumor del agua en las pilas de mármol de las fuentes ponía una agradable nota de frescor en el ambiente. De pronto, sin entender por qué, Jana se sintió casi feliz.
—Ojalá pudiésemos estar así para siempre, sin enfrentarnos a lo que pasa fuera —dijo, estirando los brazos por encima de su cabeza.
—Si —coincidió Erik—. Y sin mirar atrás…
Sus ojos volvieron a encontrarse. Ambos sabían que aquello era imposible.
—¿Crees que volveremos a verle? —preguntó Jana con un leve temblor en la voz.
No hacía falta que aclarase a quién se refería. Erik la había entendido de inmediato.
—No lo sé —murmuró—. Álex ya no es como nosotros lo conocimos. Ahora se ha convertido en uno de ellos… Debemos considerarlo nuestro enemigo.
—Pero él no nos odia, de eso estoy segura. Al menos no nos odia a ti y a mí.
—Puede que ahora lo vea todo de otra manera —razonó Erik—. Puede que sentimientos hayan cambiado… Los guardianes no son como nosotros, Jana. Ellos presumen de su humanidad, pera no sienten a uno los seres humanos. Y si Álex se ha convertido en un guardián… Bueno, no creo que sigamos interesándole.
Jana bajó la mirada y permaneció muy quieta en su asiento de piedra, mirando fijamente las briznas de hierba. No quería que Erik notase hasta qué punto le habían dolido sus palabras.
—¿Por qué me has traído aquí? —preguntó por fin, dominándose—. Dijiste que querías contarme algo…
Erik echó la cabeza hacia atrás y dejó que el sol bañase largamente su rostro, todavía demacrado, antes de contestar.
—Mi padre os prometió información a cambio de que me salvaseis —dijo, sin mirar a Jana—. David me lo contó… Bueno, creo que ha llegado el momento de saldar mi deuda.
—Todavía no estás del todo bien —comenzó Jana—. No hace falta que hablemos ahora, no hay prisa…
—En eso te equivocas —la interrumpió Erik—. Sí hay prisa, mucha más de la que puedas imaginarte. La historia que te voy a contar es algo más que una historia. En realidad es una especie de guía de actuación para momentos difíciles. Existe un modo de vencer a los guardianes. Jana; de vencerlos para siempre… Pero, para lograrlo, tenemos que estar juntos.
Jana asintió mecánicamente, pendiente de los labios de Erik.
—En el pasado, ya una vez estuvimos a punto de lograrlo —continuó el muchacho.
Habría sido el fin de nuestros enemigos, y el comienzo de una nueva era para los medu. Pero, en el último momento, todo se vino abajo… Y la culpa fue de mi antepasado Drakul.
—¿Drakul? —repitió Jana, perpleja—. No te entiendo. Él fue quien salvó a los medu de la destrucción del Último…
—Así es, pero no llegó a completar su obra.
El muchacho arrancó una hoja de un rosal cercano y la acarició suavemente con los dedos.
—¿Recuerdas la visión que invocaste durante tu duelo con las hijas de Pértinax? —preguntó—. ¿Conoces su significado?
Jana hizo un gesto ambiguo con la cabeza.
—Sé que uno de los personajes que aparecían era Drakul, y que llevaba tu espada. Y la mujer, por lo que pude deducir, era Agmar. Al otro personaje, el del libro, no logré identificarlo…
—Se trataba de Céfiro —explicó Erik, jugueteando aún con la hoja que había arrancado—. Céfiro, el último de los kuriles… Lo que todos vimos gracias a ti fue el momento en que los tres medu más poderosos se unieron para derrotar al Último Guardián. Céfiro había descubierto su secreto, y les había revelado a los otros, dos la forma de vencer en aquella guerra.
—He oído esa leyenda —confirmó Jana—. Pero nadie sabe cuál era ese secreto.
Cuando los drakul desterraron a Céfiro, esa información se perdió para siempre…
—En eso te equivocas. Ese secreto no se perdió. Yo lo conozco, porque mi padre me lo contó. Y también lo conocía tu madre.
Jana esperó en silencio a que Erik continuase. El nerviosismo le había puesto un nudo en la boca del estómago.
—Fue Céfiro el que lo descubrió, casi por casualidad. Él era un kuril, como sabes, y a pesar de su juventud, había avanzado mucho en la comprensión de los libros antiguos. Ya sabes lo que se cuenta de esos libros: que tenían vida propia, que consignaban los hechos que sus dueños iban olvidando… Pero, en uno de ellos, Céfiro encontró algo muy diferente. Encontró la antiquísima historia de Arawn, el primero de los guardianes, y, con ella, el camino hacia el centro de su poder, conocido como la Caverna.