Tatuaje I. Tatuaje (42 page)

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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

—La Caverna —repitió Jana con aire ausente—. Nunca había oido hablar de eso…

—La Caverna es el lugar donde los guardianes encierran los símbolos cada vez que derrotan a los medu. Allí celebran un sacrificio: el Último se sienta en un trono y deja que todos los símbolos robados se adhieran a su piel, hasta destruirlo por completo.

De ese modo despojan a nuestros clanes de todo significado. A partir de allí, los medu se ven obligados a empezar otra vez de cero, y tardan siglos en reconstruir el edificio de símbolos que sustenta nuestro poder.

—¿Y dices que el libro explicaba cómo llegar a la Caverna? O sea, que, en algún momento, nuestros antepasados supieron dónde estaba…

—Al menos supieron cómo llegar hasta ella. La Caverna no es simplemente un lugar, es algo más. Es una especie de refugio espiritual, y yo sospecho que para cada uno tiene un aspecto diferente. En todo caso, Céfiro encontró el libro donde se explicaba cómo penetrar en ese refugio, y cuando huyó de los suyos, se lo llevó con él. Ese fue el único libro de los kuriles que se salvó. Como sabes, Drakul ordenó que todos los demas fueran quemados, para que nadie volviese a practicar el arte de cabalgar en el viento.

—O sea, que Céfiro salvó el libro, y cuando los clanes estuvieron en peligro, acudió a Drakul para ofrecerle su ayuda y conducirlo hasta la Caverna.

Erik sonrió de un modo enigmático.

—Bueno, fue algo más complicado que eso —explicó—. Para leer los libros kuriles hacían falta unas piedras especiales, unas piedras que normalmente se encontraban bajo la custodia de las mujeres del clan. Sin las piedras, los libros resultaban incomprensibles. Afortunadamente, cuando Agmar huyó con Céfiro, se llevó la piedra que tenía bajo su custodia. Luego, durante la guerra con los guardianes, ambos volvieron y le leyeron a Drakul el contenido del libro. Y Drakul comprendió de inmediato su importancia.

Jana esbozó una mueca de impaciencia.

—El camino a la Caverna, sí. Pero ¿por qué era tan importante esa información para vencer al Último?

Erik arrojo la hoja de rosal al suelo y miró fijamente a la muchacha.

—El libro no se limitaba a señalar el camino de la Caverna —repuso—. También explicaba cómo vencer a los guardianes. Entre todos los símbolos que estos habían ido robándoles a los medu a lo largo de los siglos, había uno muy antiguo, conocido como la Esencia de Poder. Se trataba de una especie de corona de fuego blanco que no dejaba de arder nunca. Según el libro, si alguien lograba extraer esa corona de la Caverna, el poder de los guardianes desaparecería para siempre. Perderían la capacidad de arrebatarnos los símbolos y de encerrarlos en ese lugar mágico. No podrían hacernos daño nunca más… ¿Lo entiendes ahora? Robar la Esencia habría supuesto el fin completo de la guerra.

Jana asintió con la cabeza. En aquel momento, el jardín, con sus fuentes y el rumor del viento entre las hojas de los frutales, había dejado de existir para ella. Lo único que veía eran los labios de Erik desgranando aquella antigua historia: una historia que podía cambiar el presente y el futuro, si es que la había comprendido bien.

—Pero si Céfiro y Drakul conocían ese secreto, ¿por qué no lo aprovecharon? —se atrevió a preguntar—. ¿Por qué no robaron la corona de fuego blanco?

—Lo intentaron —contestó Erik ensimismado—. Después de derrotar al Último con su espada mágica. Drakul estaba furioso porque no encontraba la forma de matarlo.

Céfiro le reveló entonces que la única forma de acabar con Arión consistía en robar la Esencia de Poder que Arawn había encerrado en la Caverna. Los dos hombres, junto con Agmar, usaron el libro de los kuriles para llegar hasta las mismas puertas de la Caverna… Ese fue el momento que revivimos a través de tu visión.

—¿Y qué sucedió luego?

—Parece ser que Drakul entró él solo en la Caverna y robó la Esencia de Poder. Pero a la salida, mi antepasado cometió un error fatal. Después de mostrarles a sus compañeros la corona de fuego blanco que había robado, empezó a juguetear con ella. Céfiro le advirtió de que era peligroso, pero Drakul, para demostrarle que no tenía ningún miedo, se la puso. Al momento, su cuerpo quedó reducido a un puñado de cenizas negras… Agmar y Céfiro solo pudieron contemplarlo durante un momento.

Un instante después, estaban en el lugar de partida de su viaje, un lugar llamado la torre de los Vientos. La corana, por supuesto, había desaparecido… Intentaron volver a la Caverna para recuperarla, pero todo fue inútil. El libro no quiso dejarse leer de nuevo y, no encontraron el camino.

Jana meneó la cabeza de un lado a otro, impresionada.

—No puedo creerlo —murmuró—. No puedo creer que no lo lograran, después de haberlo tenido tan cerca.

Erik acarició la rugosa piedra de su asiento con una mano.

—El resto de la historia ya debes de conocerlo. El hijo de Drakul culpó de lo ocurrido a Céfiro y lo desterró para siempre. Agmar no quiso acompañarlo, y se quedó con sus antiguos enemigos.

—¿Y el libro?

—Céfiro se lo llevó con él y Agmar se quedó con la piedra. Desde entonces, tus antepasadas la han utilizado para ayudarse en sus visiones… Pero su verdadera utilidad cayó en el olvido.

—¿Y dices que mi madre conocía esta historia?

Erik alzó los ojos hacia Jana.

—Si. Se la contó Hugo. Y también fue él quien se la contó a mi padre.

Jana notó cómo la sangre abandonaba sus mejillas. La Cabeza empezaba a darle vueltas.

—¿Hugo? —preguntó, perpleja—. ¿El padre de Alex? No entiendo…

Erik le cogió una mano y la apretó con fuerza.

—Hugo era descendiente de Céfiro, Jana. Era el Último de los kuriles. El tenía el libro… Por eso conocía la historia.

Los ojos de Jana se nublaron. Impidiéndole distinguir el rostro de Erik. La muchacha tardó unos segundos en comprender que estaba llorando. Rápidamente, se llevó el dorso de la mano a los párpados, para secarse las lágrimas.

—Entonces, Álex también es descendiente de Céfiro…

—Así es —confirmó Erik—. Podría haberse convertido en un kuril.

Jana desprendió su mano de la del heredero drakul. Durante unos instantes lo contempló fijamente, esforzándose por controlar sus sentimientos.

—¿Por qué hablas en pasado? —murmuró—. Que nosotros sepamos, todavía no está muerto…

—Para nosotros es como si lo estuviera. Se ha ido con ellos, con los otros guardianes, terminó con Arión, Jana. Él es el Último… No le des más vueltas.

Jana se puso en pie y comenzó a caminar nerviosamente por el sendero de gravilla blanca, de un lado a otro, sin alejarse demasiado del banco donde Erik continuaba sentado.

—Pero no puede ser el Último —razonó—. Es uno de los nuestros… No puede ser nuestro enemigo, ¿no te das cuenta?

Erik la miró con tristeza.

—Estás internando convencerte de que aún hay esperanza porque no puedes soportar la idea de haberlo perdido para siempre —dijo—. No te culpo, a mí me pasa lo mismo. Era mi amigo, mi mejor amigo… Pero los hechos son tus hechos. Destruyó a Arión. Se fue con los guardianes, y desde entonces no ha vuelto a dar señales de vida.

Jana se detuvo ante Erik y lo miró orgullosamente desde arriba. La brisa arremolinaba el vuelo de su vestido blanco alrededor de sus piernas.

—¿Crees que su padre sabía que era el Último? —preguntó con sequedad.

—No lo sé. Si lo sabía, se guardó mucho de contarlo. Supongo que querría protegerlo… Pero él veía el futuro, tenía que saberlo. Jana dio una patada a la gravilla, manchándose el zapato de polvo blanco.

—Ojalá mi madre hubiese vivido lo suficiente para contarme todo eso —murmuró con rabia—. Ella habría sabido qué hacer…

—Aunque hubiese vivido, no te lo habría contado, Jana —dijo Erik lentamente—.

Pértinax estaba en lo cierto. Alma no te quería a ti como heredera. Confiaba mucho más en sus hijas… Lo siento, pero era así.

Jana se encaró fieramente con el muchacho.

—¿Y tú qué sabes? —le gritó—. Ni siquiera tengo por qué creerme toda esa extraña historia que me has contado. Los drakul y los agmar han sido enemigos durante siglos, y tu padre ordenó la muerte de mi madre. ¿Eso también lo sabías?

Erik hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Sus mejillas se habían puesto muy blancas.

—Lo siento. Jana. Lo único que puedo decirte es que Óber no quería hacerlo. Pero no le quedó más remedio… Alma le había traicionado, y se había convertido en un peligro para los medu.

Un pesado silencio cayó sobre los dos jóvenes. Incluso la brisa se había detenido.

Desde una rama muy cercana, un pájaro entonaba su quejumbroso canto.

—No te creo —murmuró Jana por fin—. Mi madre solo quería lo mejor para su clan, como tu padre para el suyo.

—Es cierto que quería lo mejor para su clan. Pero no supo entender que lo mejor para los agmar no era enfrentarse a los drakul, sino aliarse con nosotros. Cuando Hugo apareció contando su historia, lo hizo con un objetivo muy claro: deseaba una alianza con ellos para reencontrar el camino de la Caverna y triunfar donde nuestros ancestros fracasaron. Sabía que él solo no podía conseguirlo. Tenía el libro, pero necesitaba la piedra para leerlo, y la espada Aranox para enfrentarse a los guardianes, en caso de que estos intentasen impedirle el acceso al interior de la Caverna. Por eso se lo contó todo a Óber y a Alma. Y ellos prometieron ayudarle.

—Era lo mejor para todos —coincidió Jana, impaciente—. No tiene sentido que mi madre se echase atrás…

—Todo habría salido bien si Hugo no hubiese sido asesinado. Ni Alma ni Óber lograron averiguar nunca quién lo hizo. Ambos se acusaron mutuamente de su muerte, y comenzaron las disputas. Óber insistía en continuar con el proyecto de ir a la Caverna, aun sin Hugo. Pero Alma tenía otros planes. No sé cómo se las arregló para robar el libro de los kuriles, que hasta entonces había estado en manos de Hugo.

Y una vez que tuvo el libro y la piedra, la ambición pudo con ella. Se propuso aprender ella sola el arte de los kuriles y leer en el libro para cambiar el futuro, fingió que estaba dispuesta a colaborar en la expedición a la Caverna, pero su plan no era el de Hugo, sino otro muy distinto: ella decidió manipular los acontecimientos para que yo, el heredero drakul, cayese en la tentación de repetir el error de mi antepasado. Si me ceñía la corona, caería fulminado al instante y los drakul perderían la supremacía entre los clanes. Así su clan subiría al poder… Lo tenía todo muy bien pensado.

—Es absurdo —protestó Jana—. ¿Mi madre prefería derrotar a los drakul a vencer para siempre a los guardianes? No tiene sentido…

—Supongo que pensaba que, una vez eliminada nuestra dinastía, podría ir a la Caverna ella sola y robar una vez más la Esencia de Poder. Creyó que pudría tenerlo todo.

—¿Y tú cómo sabes todo eso? No son más que suposiciones… Las excusas que tu padre empleo para justificar su asesinato.

Erik meneó la cabeza con gravedad.

—No es cierto, Jana. Había alguien que espiaba a tu madre para nosotros, alguien en quien ella confiaba plenamente y que estaba muy cerca de vuestra familia. Alma adoraba a sus hijas, estaba entusiasmada con sus poderes. Veía en ellas a sus continuadoras.

—¿Estás hablando de Pértinax? —preguntó Jana, sin dar crédito a lo que estaba oyendo.

—Él fue quien descubrió lo que Alma estaba haciendo, y se asustó muchísimo. Sabía que era una locura y una temeridad, y se lo contó todo a mi padre. Entonces Óber decidió que Alma debía morir… El resto ya lo sabes.

—No, Erik, no lo sé. Una vez muertos Hugo y Alma, ¿qué pasó con el libro?

—Ah, eso es justamente lo que mi padre nunca consiguió averiguar. Lo busco por todas partes, pero esos libros tienen voluntad propia, y nunca logró encontrarlo. Él estaba persuadido de que el libro jamás aparecería mientras él llevase las riendas del clan. Por eso me lo contó todo. Me dijo que tendría que acabar lo que él había empezado. Creía que a mí el libro no me rehuiría. Pero para eso debía evitar caer en sus mismos errores: por eso me colocó desde la infancia muy cerca de Álex, porque sospechaba que, sin la colaboración de un kuril, el libro jamás vendría a nosotros. Y por eso ha continuado toda su vida vigilando a los agmar, esperando el momento para conseguir la piedra… Périnax le había asegurado que la tenían sus hijas, pero sospecho que él nunca le creyó del todo.

La brisa regresó al jardín y agitó los oscuros cabellos de Jana. La muchacha parecía aturdida por lo que acababa de oír. Se veía en su rostro que no ponía en duda la veracidad de la historia de Erik, a pesar de que le habría gustado hacerlo.

—Así que eso era lo que Óber quería que supiera… ¿Por qué? —preguntó en tono apagado.

—Porque todavía podemos conseguirlo, Jana. Tú tienes la piedra, y yo la espada. Si encontramos el libro, haremos lo que nuestros padres no llegaron a hacer. Iremos a esa caverna, robaremos la corona de fuego blanco y derrotaremos para siempre a nuestros enemigos.

—Te olvidas de algo: para leer el libro hace falta un kuril…

—Sí —confirmó Erik—. Nos habría venido muy bien contar con Álex. Pero él ya no está, así que tendremos arreglárnoslas solos. Piensa en lo que logró tu madre, Jana.

Llegó a leer el libro y a cabalgar en el viento. Estoy seguro de que tú también puedes hacerlo. Al fin y al cabo, también procedes de los kuriles, a través de Agmar. Si encontramos el libro, no necesitaremos a Álex para nada.

Jana arqueó las cejas con escepticismo.

—No creo que encontremos el libro, Erik. No creo que el libro quiera que lo encontremos.

—¿Por qué no? Nosotros no hemos cometido ningún delito; ni tú ni yo somos culpables de los errores de nuestros padres. El libro no nos rehuirá… Al menos tenemos que internarlo, ¿no crees?

Jana asintió sin ni lidia convicción.

—Si al menos supiésemos por dónde empezar a buscar…

—Lo sabemos —la interrumpió Erik con un destello de entusiasmo en la mirada—.

Hay una construcción muy antigua, un edificio octogonal conocido como la torre de los Vientos. Desde siempre, esa torre ha estado vinculada a los kuriles y al arte de cabalgar en el viento. Si el libro se ha refugiado en alguna parte, tiene que ser allí…

—¡Conozco ese lugar! —exclamó Jana, muy excitada—. Tuve una visión estando con Álex. Fuimos allí. Es un edificio octogonal, y por la ventana se ven algunas de las construcciones más viejas del colegio.

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