Tatuaje I. Tatuaje (46 page)

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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

De pronto sobre el pecho de Erik comenzó a crecer una coraza de escamas negras y brillantes. Aquella segunda piel se extendió hasta cubrirle toda la parte posterior de la cabeza, como un flamante casco que proyectaba impresionantes púas a la altura de los ojos y de la boca. Protegido de esa guisa, parecía imposible que Corvino lograse herir al joven. Sin embardo, el guardián ni siquiera se inmutó. Continuó atacando con redoblada fiereza, solo que sus golpes parecían poseer una mayor capacidad de destrucción.

Después de detener como pudo seis o siete ataques consecutivos, Erik retrocedió, desconcertado. Corvino avanzó resueltamente hacia él y, antes de que el otro pudiese reaccionar, amagó con la espada y, engañándole, se abrió camino hasta perforarle con la punta la mágica coraza a la altura del hombro derecho. Jana vio sangre sobre las escamas negras, y oyó el veroz rugido con que Erik se lanzó una vez más contra Corvino, sin alcanzarlo. Por un momento, le pareció vislumbrar la forma resbaladiza de la cola de un dragón rodeando los pies del guardián. Sin embargo, este saltó ágilmete y evito la caída.

Con cada segundo que pasaba, el combate parecía inclinarse más y más del lado de Corvino. Jana respiraba agitadamente, ahogándose de impotencia. Erik tenía a Aranox, ¿acaso lo había olvidado? ¿A qué estaba esperando para invocar su magia?

Con esa misma espada, su antepasado Drakul había vencido a Arión. ¿No podía Erik hacer lo mismo?

En ese momento, como si Erik hubiese captado su impaciencia, el muchacho alzó la espada en vertical con ambas manos y dijo algo que Jana no logró entender, Corvino se quedó quieto instantaneamente, obervando la espada. Y entonces sucedió algo muy extraño. El rostro de Erik comenzó a deformarse ante sus ojos, y en pocos segundos había adquirido la apariencia exacta del de su enemigo. El mismo resplandor rojo iluminaba sus rasgos. Al mísmo tiempo, las escamas negras de su armadura palidecieron, hasta parecer de nácar. Corvino contemplaba atónito la transformación, que culminó con la aparición de dos grandes alas en la espalda de su rival. Era como si se estuviera viendo a sí mismo transmutando en ángel…

Con aquellas alas de plumaje blanco y plateado, Erik alzó el vuelo. Permaneció suspendido unos instantes sobre su adversario, mirándolo con una beatífica sonrisa.

Luego, atacó. Corvino retrocedió, sorprendido. Esta vez no parecía preparado para el golpe. Reaccionó enseguida, pero se notaba que había perdido la seguridad el principio. Ahora se limitaba a esquivar los ataques, sin tomar nunca la iniciativa.

—Muy inteligente —obervó una voz increíblemente melodiosa a espaldas de Jana—.

Tu amigo es muy listo, no sé cómo se le ha ocurrido… Corvino es tan perfecto que su único punto débil es su propia virtud. Luchar con él mismo, con la imagen de lo que él podría llegar a ser si renunciara a su humanidad… Es terrible, no creo que salga vencedor.

Con la piel erizada de espanto, Jana se apresuró a esconder la piedra. La visión de Corvino luchando contra sí mismo desapareció instantáneamente. Sobreponiéndose al dolor de sus miembros, la muchacha logró darse la vuelta y vio a la joven que había hablado. En realidad ya sabía quén era antes de verla… Se trataba de Nieve.

—¿Desde cuándo estas ahí? —preguntó con voz entrecortada.

—Desde antes de que tú llegaras. En realidad te estaba esperando —repuso Nieve.

Se encontraba pálida, y el reflejo azulado de su rostro acentuaba la tristeza de sus rasgos.

—Corvino decidió que debíamos separarnos para neutralizaros y eso es lo que hemos hecho —continuó, con su voz indescriptiblemente musical—. Sin embargo, creo que todos os hemos subestimado.

—¿Estabais esperándonos?

—Argo estaba de guardián, protegiendo la Caverna. Cuando lograsteis entrar, nos llamó… En realidad me alegro de que estés aquí.

Arrodillándose junto a Jana, Nieve extendió una mano y, sin legar a tocarla, la paseó repetidamente sobre su frente. Jana notó que sus dolores se aliviaban. Después de tantos intentos fallidos logró incorporarse.

—¿Tú no vas a atacarme? —pregunto, desafiando a Nieve con la mirada.

Nieve meneó la cabeza suavemente.

—No, Jana. Yo ya no soy como ellos. Estoy cansada… Quiero que todo esto termine.

—Entonces, ¿por qué no me has ayudado antes? —preguntó Jana con desconfianza.

—Me quedé absorta contemplando tus visiones. Heru, vencido, y Corvino, en dificultades… En serio, nunca lo habría creído.

—¿Y si hubiese sido al revés? Si Heru hubiese vencido a mi hermano, ¿lo hubiese matado?

Nieve encogió los hombros.

—No lo sé. Probablemente sí. Pero ahora lo importante, no son ni ellos ni nosotras.

Lo primordial es salvar a Álex… Ahora que los demás estan distraídos luchando, podemos intentarlo.

Jana se puso de pie con dificultad. En sus ojos aparecio un destello de temor.

—¿Salvar a Álex? —repitió—. ¿Qué le pasa?

Nieve comenzó a avanzar rápidamente por la oscura galería en la que se encontraban.

El resplandor de su piel iluminaba las estalactitas del techo. Jana la siguió con paso titubeante, pero enseguida se dio cuenta de que la guardiana la había liberado definitivamente de sus dolores. De pronto se encontró flotando en el aire cerca de ella.

—Álex se ha convertido en el Último —explicó Nieve. Su voz parecía resonar a la vez en todas las paredes, vibrante y cristalina—. Mis compañeros quieren que se siente de una vez por todas en el trono vacío y cumpla con su misión, pero eso no es lo que él desea. En teoría, solo puede ocupar el trono por voluntad propia… Pero me preocupa Argo. Dijo que llevaría a Álex hasta el trono, y no sé cómo encajará su negativa a ocuparlo. Argo ha cambiado mucho a lo largo de los siglos, ya casi no le reconozco. Él no quiere la paz, ni siquiera le basta con la victoria. La verdad es que no tengo claro lo que quiere.

—¿El trono está aquí? —preguntó Jana, dudando de que su voz alcanzace los oídos de Nieve, que flotaba a cierta distancia de ella, sobrevolando una sala de la gruta tras otra—. Pero si Álex se sienta en él, todo habrá terminado…

—No todo. Pero sí será vuestro fin. El fin de vuestra magia, de vuestros símbolos. Y, desde luego, también el fin de Álex.

Jana notó que la fuerza que la impulsaba en el aire se debilitaba, hasta depositarla una vez más en el suelo. Nieve también había dejado de flotar, y se encontraba a su lado.

Miraba con aprensión una abertura en forma de arco de la que salía una luz débil y cambiante, como el reflejo de una hoguera sobre las piedras.

—Ahí están —dijo, con una sombra de terror en los ojos—. No se que va a ocurrir, Jana. Quizá hayamos llegado demasiado tarde.

Caminaron hacia el arco de luz. En el momento de traspasarlo, Jana lanzó un alarido de dolor. La serpiente tatuada en su espalda parecía estar desgarrándose, y el sufrimiento que eso le producía era insoportable.

Luchando por no caer al suelo, la muchacha avanzó a trompicones detrás de Nieve.

El dolor le nublaba la vista, pero, aun así, distintió las sombras oscilantes de un sinfín de objetos sobre las paredes irregulares de la gruta; sombras que danzaban, agrandándose o empequeñeciéndose según las fluctuaciones de la hoguera que ardía en el centro.

Una caverna de sombras. Aquel había sido el principio de todo… Y aquel podía ser, también, el final.

Desfallecida de dolor, Jana buscó una pared donde apoyarse. No encontró ninguna, ya que la cueva, en ese lugar, era inesperadamente amplia, y ella y Nieve avanzaban por el centro. Pero sí vio algo, a su derecha, que atrajo de inmediato su atención. Era un aro de luz resplandeciente que flotaba en la oscuridad, con una llama vertical engarzada en su parte delantera. Un aro de blancura cegadora; una corona de luz, se le ocurrió de repente…

—La Esencia de Poder —consiguió murmurar.

Las palabras brotaron casi inaudibles de sus resecos labios. Pero Nieve no dio muestra de oírlas. Jana retrocedió espantada al ver el hermoso rostro de la guardiana desfigurado de pánico.

Los labios de Nieve dejaron escapar un alarido inhumano un alarido que reververó largamente sobre las rocas, resquebrajándose en una sucesión de ecos interminables.

Jana siguió la dirección de su mirada. Frente a la corona de luz se alargaba una sombra que parecía emanar de ella, una sombra que atravesaba el suelo de la Caverna y trepaba por la pared opuesta, formando una especie de trono de oscuridad. Y en aquel trono, casi irreconosible, se hallaba sentado el Último guardián. Su rostro seguiá siendo el de Álex, a pesar los miles de tatuajes que se superponían sobre su piel desnuda, convirtiéndola en un laberinto de trazos. En medio de aquella selva de dibujos, los rasgos del joven aparecían extrañamente deformados, pero, aun así, Jana disntingió en ellos una expresión de horrible sufrimiento. Sus pupilas estaban vacías, sus párpados permanecían inmóviles, como si ya no fuesen capaces de reacción alguna. Y cientos de sombras acudían volando a aquella piel de oscuro resplandor azul y se adherían a ella, quedando atrapadas para siempre.

—¡Álex! —gritó desesperada, sacando fuerzas de flaqueza—. Álex, soy yo…

Nieve se acercó a ella y, sin tocarla, la miró con infinita piedad.

—Déjalo, Jana —murmuró—. Ya no puede oírte. Está fuera de nuestro alcance. No sé cómo ha ocurrido, pero ya es demasiado tarde para salvarlo… Lo único que podemos desear es que todo termine cuanto antes y que, por fin, deje de sufrir.

Capítulo 7

Qué hace ella aquí? —tronó una voz masculina entre las sombras—. ¿Por qué no la has matado?

—¿Argo? —preguntó Nieve, retrocediendo un paso.

De la oscuridad emergió una imponente figura con dos enormes alas cubiertas de ojos de plata que resplandecían en la penumbra.

—Argo, ¿qué has hecho? —gritó Nieve, horrorizada—. ¿Qué son esas alas?

El guardián emitió una suave carcajada y sacudió las alas hasta elevarse unos cuantos centímetros en el aire.

—Son el poder, Nieve. Son lo que tanto os tienta a todos, lo que os da tanto miedo que no os atrevéis ni a pensar en ello. Son el fin de la esclavitud… He dejado de ser un hombre. En realidad, todos hemos dejado de serlo hace mucho tiempo, solo que os negáis a aceptarlo. Pero observa, observa lo que pasa cuando finalmente uno se acepta a sí mismo… Es hermoso, ¿no te parece?

Mientras Argo hablaba, Jana observaba petrificada las sombras que volaban hacia Álex como papeles carbonizados, adhiriéndose a su piel.

—Argo, has traicionado todo aquello por lo que llevamos siglos luchando. Elegimos ser humanos, ¿te acuerdas? —preguntó Nieve con su extraordinaria voz.

El ángel sonrió con desdén.

—No, no me acuerdo —replicó—. Hace ya demasiado tiempo. Es nuestra única opción, Nieve. No sé cómo no te das cuenta… La perfección; la inmortalidad.

Imagínate lo que podrías hacer.

—No lo entiendo —balbuceó la aludida. ¿Desde cuándo…?

—Desde hace bastante tiempo. Te sorprendería la cantidad de años que llevo ocultándome… Solo en muy raras ocasiones me he revelado en mi auténtica apariencia. Cuando maté a Hugo, por ejemplo. Quise darle una lección, hacerte comprender que no tenía ninguna posibilidad de salirse con la suya. Tenía que verme en todo mi esplendor para convencerse. No quería matarle tan solo, eso no bastaba…

Antes necesitaba arrebatarle la esperanza.

Al oír mencionar a Hugo, Jana buscó en la penumbra la mirada de Álex. Sin embargo, el joven, consumido por el dolor de las sombras que se adherían a su piel, parecía ajeno a todo cuanto sucedía a su alrededor. Daba la impresión de que se hallaba sumido en una especie de trance y ni siquiera había advertido la llegada de Nieve y Jana.

Nieve también miró unos segundos a Álex al oír el nombre de su padre, y sus ojos se llenaron de compasión.

—De modo que fuiste tú quien mató a Hugo —musitó—. ¿Por qué, Argo? ¿Por qué?

—Porque había comenzado a enredar con el futuro. Intentaba evitar que llegase este momento. Yo no soy un kuril, nunca he aprendido a jugar con el tiempo. Pero vi lo que estaba intentando hacer, y me adelanté.

—Todo para que Álex se convirtiera en el Último…

—Todo para que no pudiera elegir. Es lo mejor para todos. Nieve. Devolver la magia de esas criaturas abominables a la Caverna, arrebatarles una vez más su poder sobre los hombres… Él no quería hacerlo. Durante algún tiempo pensé que sí, pero luego, cuando se fue, me di cuenta de que iba a elegir otro camino. No podía permitirlo…

Así que, ya ves, he utilizado mis «dotes de persuasión» para obligarle a sentarse ahí.

Mientras Argo hablaba, Jana escuchaba sus palabras distraída, sin apartar los ojos de Álex ni un solo instante.

Las sombras seguían cayendo sobre él, imprimiendo dibujos sobre su piel. Los reflejos de las llamas danzaban sobre su rostro cubierto de símbolos y centelleaban en sus pupilas. No veía, no oía. Lo único que su rostro dejaba traslucir era un espantoso sufrimiento. Jana no pudo soportarlo más, y empezó a avanzar lentamente hacia el trono.

—Argo, esta no es la forma decía Nieve, mientras tanto, en tono persuasivo—.

Nosotros nunca hemos sido como ellos, nunca hemos obligado a nadie a hacer lo que no quería… Esto no funcionará, es imposible que funcione.

Las puntas de los pies de Argo volvieron a posarse en el suelo, y sus alas dejaron de agitarse. Una divertida sonrisa iluminaba su semblante.

—¿Que no puede funcionar? —repitió, mordaz—. Vamos, Nieve, ¡si ya está funcionando! ¿Es que no lo ves? Unos minutos más y el ritual habrá concluido.

Después, su cuerpo arderá lentamente, consumido por los símbolos robados, hasta terminar desapareciendo. Y el trono volverá a quedar vacío otra vez.

—Sí —murmuró Nieve—. Y otra vez a empezar…

Los próximos años serán buenos —afirmó Argo, muy convencido—. Esa chusma tardará siglos en reconstruir sus poderes, y, mientras tanto, podremos dedicarnos a vivir tranquilamente y a descansar. Cuando os decidáis a dar el paso que yo he dado, veréis las cosas tan claras como yo. Todo volverá a ser como al principio… No, ¡mejor que al principio!

Nieve meneó la cabeza de un lado a otro. Sus ojos reflejaban una gran angustia.

—Eso solo durará un tiempo —murmuró—. Luego vendrá una nueva guerra.

Argo volvió a remontar el vuelo y, desde la altura de la Caverna, observó a su compañera con impaciencia.

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