Tatuaje I. Tatuaje (43 page)

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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Erik la observaba con el ceño fruncido.

—¿Una visión con Álex? ¿La provocaste tú? —preguntó con aparente frialdad.

Jana lo miró con una sonrisa desafiante.

—El tatuaje era un incordio, ya sabes. Le dije que podíamos estar juntos de otra forma… Sin ningún peligro.

—Como aquella vez conmigo —murmuró el muchacho en tono apenas audible.

Jana asintió. Había dejado de sonreír, pero en sus ojos seguía brillando la misma expresión retadora.

—Al principio, estábamos… Bueno, ya sabes, pendientes el uno del otro —continuó explicando—; pero luego, no sé por qué, Álex se distrajo. Yo creo que vio algo…

Algo que yo no vi.

—A lo mejor estabas demasiado ocupada para ver nada —le espetó Erik en tono irónico—. La verdad, no entiendo cómo Álex pudo distraerse… Si estuviste la mitad de bien que conmigo, debe de ser de piedra.

Jana le volvió la espalda. Su cabeza se mantenía muy erguida sobre los hombros.

—Ya basta —dijo—. No tienes ningún derecho a recriminarme nada. Yo no te pertenezco, nunca te he pertenecido…

Se interumpió bruscamente, como si de pronto se sintiese insegura de sus palabras.

Notó en sus cabellos una larga caricia, infinitamente delicada.

—Perdóname —murmuró Erik, mientras su mano se deslizaba desde el cuello hasta la nuca de la joven. Tienes razón, no tengo ningún derecho a recriminarte nada…

Además, todo eso forma parte del pasado. Un pasado que nunca volverá.

Al oír aquello. Jana rehuyó la caricia del muchacho y, volviéndose hacia él, lo miró fijamente.

—Puede que nunca vuelva, pero eso no cambia nada para mí —replicó, tajante.

Erik no intentó acariciarla de nuevo. Permaneció en silencio, soportando su mirada con gesto rígido.

—Entonces, si estuviste en la torre, quizá puedas regresar —concluyó al cabo de un rato—. Al menos ya es algo…

—Intenté volver más tarde, sin Álex. Pero no lo conseguí —confesó la chica de mala gana—. Busqué en los terrenos del colegio, guiándome por el paisaje que se veía por la ventana. Hubo un momento en que me pareció vislumbrar algo, pero cuando la sensación pasó, me encontré en un patio interior donde no había nada.

Erik se puso en pie y se esforzó por recomponer su sonrisa.

—Al menos es un punto de partida. Volveremos a ese patio, Jana. Volveremos juntos… Esta vez la encontraremos, estoy seguro. No tienes ni idea de lo fuertes que podemos llegar a ser tú y yo unidos… No tienes ni idea de lo que podemos llegar a construir.

Capítulo 5

Una masa de nubes interceptaba el brillo de la luna, reduciéndolo a un resplandor difuso y fantasmal. Bajo la protección de un viejo castaño de Indias, Jana y David acechaban las sombras del patio del colegio.

Nunca lo habían visto así, tan desierto y oscuro… Jana notó el apretón de los dedos de David en su mano, y se alegró de haberlo incluido en la expedición. Ocurriese lo que ocurriese, sabía que David no la dejaría sola. Con él a su lado, aquella extraña búsqueda le parecía menos peligrosa.

Erik regresó de su inspección de la verja con buenas noticias.

—He conseguido abriría —anunció en voz baja—. Ni siquiera tenía una cerradura de seguridad. Habría podido hacerlo hasta un humano normal. Y no hay alarmas…

Vamos, el camino está despejado.

En pocos minutos habían atravesado el patio. Erik manipuló unos instantes la cerradura de la puerta principal del colegio hasta que esta cedió, franqueándoles el paso al interior del edificio principal de Los Olmos.

La oscuridad en el vestíbulo era completa. Jana encendió la linterna que llevaba y lideró la marcha. Sabía más o menos en qué dirección debía avanzar para llegar hasta la puerta del patio donde la vez anterior había perdido la pista de la torre. Cuando la encontró, se apartó a un lado para cederle el paso a Erik.

El joven escudriñó en silencio el cemento del patio a la luz de la linterna que Jana le había entregado. Después de una leve vacilación, se decidió a penetrar en él. Sus compañeros lo imitaron y, durante unos minutos, se quedaron los tres callados, observando el círculo luminoso que proyectaba la linterna mientras Erik lo hacía deslizarse sobre las paredes y el suelo.

—Aquí no hay nada —murmuró David, desalentado—. Ninguna entrada secreta, ningún pasadizo… Tendremos que buscar.

—Te equivocas —afirmó Erik, caminando hacia el centro del patio—. La torre está aquí; puedo sentida… Pero no se abrirá para nosotros si no demostramos que merecemos entrar.

Jana y David lo miraron como si hubiese perdido el juicio.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Jana, alarmada.

Lentamente, Erik desenvainó la espada que llevaba colgada del cinturón y la sostuvo horizontalmente con ambas manos. Su mirada la acarició durante unos momentos con infinito respeto. Era Aranox, la espada mágica de Drakul.

—Ella nos ayudará —murmuró—. Apartaos… La magia que voy a invocar es muy poderosa. Nunca he intentado nada parecido.

Sin hacérselo repetir, Jana y David retrocedieron hasta pegarse a una de las paredes.

Desde allí, Jana observó que Erik se quitaba la camiseta y la tiraba al suelo. Por un momento, sostuvo la espada en vertical delante del tatuaje del dragón que cubría su pecho. Luego la empujó hacia abajo con ambas manos, hasta que su punta rozó el cemento del suelo.

Un trueno grave y lejano retumbó en el interior de la tierra, y el cemento, sin perder su aspereza, adquirió de pronto el brillo perfecto de un espejo. El dragón del tatuaje se reflejó en su superficie, deformado y agigantado, pero la imagen no duró más que un instante. Erik volvió a golpear el suelo con la espada, y resonaron nuevos truenos, cada vez más cercanos y amenazadores. El tercero de ellos resquebrajó el suelo en mil pedazos; el cuarto llegó acompañado de un relámpago rojo.

Después, todo se precipitó. Los truenos se volvieron rítmicos como tambores, y con cada uno de ellos, un rayo púrpura rasgaba la negrura del ciclo y agrietaba las paredes, haciendo caer sus piedras. Cuando uno de los muros se derrumbó por completo, Jana vislumbró detrás la gigantesca cola de un reptil monstruoso, azotando el aire.

Los truenos seguían latiendo al ritmo marcado por la espada de Erik. Bajo sus pies, Jana notó que la tierra se abultaba, y al mirar hacia abajo comprobó horrorizada que las suelas de sus zapatos descansaban sobre las abombadas escamas de un monstruo descomunal. A su lado, David profirió un grito ahogado. Parecía que el mundo estuviese siendo devorado por aquel dragón de plata que poco antes anidaba en la piel de Erik.

Pero todo terminó tan deprisa como había empezado. Algo tiró de ella hacia arriba, haciéndola volar por los aires. Cuando sus pies volvieron a posarse, lo hicieron sobre un frío suelo de mármol. Jana miró a su alrededor y vio ocho paredes idénticas, con una ventana en el centro de una de ellas. La única iluminación procedía del cielo estrellado y de media docena de velas repartidas por las esquinas de la estancia. En la pared opuesta a la de la ventana destacaba un extraño artilugio mecánico que la muchacha no recordaba haber visto en su visión.

Y delante de aquel aparato, inmóvil en la penumbra, estaba Álex.

Jana gritó al reconocerlo, y se cubrió el rostro con las manos. Le había bastado un instante para comprender hasta qué punto había cambiado. Era él, desde luego, pero al mismo tiempo era otra cosa. Su piel aparecía bañada en un tenue resplandor azulado que parecía brotar de su interior, y sus ojos se habían vuelto lejanos y sombríos.

A la derecha de Jana, Erik alzó la espada, dirigiendo la punta hacia el que, en otro tiempo, había sido su mejor amigo.

—Os estaba esperando —dijo Álex con una voz extrañamente serena—. Habéis tardado mucho… Erik, temía por ti.

—¿Para qué nos esperabas? ¿Para matarnos? Pues no estés tan seguro de conseguirlo —le desafió Erik—. Mi antepasado Drakul ya venció una vez al Último. ¿Crees que yo no puedo hacerlo?

Álex guardó silencio durante unos instantes.

—No lo sé —dijo por fin—. Es posible… Pero haces mal en subestimarme. Todo ha cambiado, Erik. Ya no soy el mismo… Ahora tengo muchísimo poder.

A pesar de su esfuerzo por contenerse, Jana dejó escapar un débil sollozo.

Álex la miró entonces con los ojos llenos de piedad.

—¿Por qué? —preguntó la muchacha, y su voz sonó casi como un gemido—. ¿Por qué aceptaste unirte a ellos? Yo los llamé para salvarte, pero pensé que tú…, que a pesar de todo…

La decisión ha sido mía, Jana —repuso Álex con mucha suavidad—. Ellos no me obligaron; pero, después de muchas semanas a su lado, comprendí por fin que era lo mejor.

—¿Lo mejor? —intervino David, con sarcasmo—. ¿Convertirte en nuestro verdugo es lo mejor? ¿Para quién, si puede saberse?

—No lo entendéis —replicó Álex con impaciencia—. No me he convertido en el Último Guardián para destruiros, sino para salvaros. Creo que es posible…

Erik y David intercambiaron una fugaz mirada.

—Estás jugando con nosotros —dijo Erik con voz firme—. Los guardianes son nuestros enemigos, siempre ha sido así y así tiene que ser. Si estás con ellos, estás contra nosotros… No hay alternativa. Álex sacudió la cabeza con lentitud. Parecía indeciblemente triste, pero, a la vez, totalmente tranquilo, como si nada de todo aquello le sorprendiera.

—Esta vez sí la hay, Erik. Esta vez es distinta a las anteriores. Yo soy a la vez un medu, un guardián y un ser humano. Por eso puedo elegir… Los otros no podían, porque no conocían las alternativas. No podían perdonaros porque no podían entenderos. Yo sí puedo. En el fondo no soy tan diferente de vosotros. Por eso creo que esta vez todo será distinto.

Jana se atrevió a alzar una vez más los ojos hacia aquel rostro que había temido no volver a ver nunca.

—¿Y los otros? —preguntó—. ¿También lo creen?

—Una de ellos sí —contestó Álex, esbozando algo parecido a una sonrisa. Se llama Nieve, y es ella quien me ha traído hasta aquí, para que pueda ayudaros en vuestra misión. Sé lo que buscáis: el camino a la Caverna… Yo ya he estado allí. Arión me llevó, engañado. En realidad él vivía prisionero en ella. De allí sacaba toda aquella oscuridad.

—¿Arión te llevó allí? —preguntó David, asombrado—. Entonces tienes que ser capaz de encontrar…

—No. Ya lo he intentado, pero ha sido inútil. Por lo visto, la Caverna es más un lugar espiritual que material. Nieve me lo advirtió… Para llegar hasta la Caverna, antes necesitamos encontrar el libro.

—¿Sabes dónde está? preguntó Erik. Al fin y al cabo, pese a tu transformación, sigues siendo su dueño legítimo. Quizá el libro quiera revelarte cómo llegar hasta él…

Alex hizo un gesto de duda.

—Si es así, todavía no lo ha hecho. Quizá debamos unirnos los cuatro para encontrado.

Mientras Alex hablaba, David miraba a su alrededor, escudriñando las sombras en movimiento que la luz de las velas proyectaba sobre los muros.

—Puede que haya algún escondrijo en las paredes —sugirió—. Algún hueco disimulado, alguna puerta secreta… Si al menos supiésemos qué aspecto tiene el libro ese que estamos buscando…

—Lo hemos visto —apuntó Erik pensativo—. En la visión de Jana, durante su combate con las hijas de Pértinax.

—Esa imagen no sirve —objetó Álex, sin apartar los ojos de la silenciosa Jana—. Solo era una representación del libro, y probablemente no refleje su verdadero aspecto. Nieve me lo explicó antes de venir los libros kuriles son realidades espirituales, igual que la Caverna. Su forma puede cambiar a lo largo de los siglos…

—Y lo más probable es que no se parezca en nada a un libro normal.

—Pero, entonces, en caso de que lo encontremos, ¿cómo vamos a reconocerlo? —se impacientó David.

—Lo reconoceremos por su contenido —afirmó Álex, muy seguro—. La piedra nos ayudará a leerlo. ¿La has traído, Jana?

La muchacha asintió con la cabeza.

—Estás muy callada —observó Álex, suavizando la voz—. Todavía no te he dado las gracias por haberme salvado…

Jana lo miró con los ojos muy abiertos.

—Ya no lo tienes —musitó tan solo.

Álex avanzó un par de pasos hacia ella. Su sombra alargada cubrió el rostro de la muchacha.

—El tatuaje —murmuró Jana, antes de que él pudiera decir nada—. Antes lo sentía, lo sentía en cuanto te acercabas a mí. Pero ahora ya no está. Qué extraño, nunca pensé que lo echaría de menos.

Álex dio un paso más y extendió una mano hacia ella. Era como si de pronto se hubiese olvidado de todo lo que le había ocurrido. No tenía ojos más que para Jana; la miraba como si para él no existiese nadie más en el mundo.

Jana también avanzó un paso, pero Erik se interpuso entre ellos.

—¿Estás loco? —exclamó, furioso, encarándose con Álex—. ¿Es que no sabes lo que le pasará si la tocas? Eres un guardián, Álex, ¡maldita sea! ¿Qué quieres? ¿Destruirla?

Álex retrocedió, horrorizado por lo que había estado a punto de hacer. Por un momento, sus ojos miraron fijamente a Erik. En pocos segundos, sin embargo, recuperaron su serenidad anterior.

—Será mejor que empecemos a buscar —dijo, dándoles la espalda a los otros—. Yo me ocuparé de esta pared. No dejaremos ni un solo palmo sin registrar. David, tú puedes empezar por ahí…

Jana intentó seguirlo, pero el brazo de Erik la sujetó firmemente.

—Déjalo, Jana —le dijo el muchacho, conduciéndola hacia el extremo opuesto de la estancia, donde se encontraba la ventana—. Es imposible, tienes que aceptarlo.

Míralo, mira ese resplandor azulado en su piel… Ya nunca volverá a ser el que era. Lo has perdido, pero no es el fin del mundo. Tú siempre has sido una luchadora… Yo te ayudaré a volver a empezar.

Jana se dejó llevar hacia la ventana con expresión vacía. Erik la guió delicadamente hasta una de las dos sillas que había frente al tablero de ajedrez. Durante un rato permaneció a su lado, arrodillado en el suelo. Cuando las lágrimas comenzaron a resbalar por las mejillas de la muchacha, se las secó con sus propias manos.

—Así está mejor —dijo, sonriendo—. ¿Ves? El mundo no se ha acabado todavía. Se te pasará, Jana, estoy seguro. Nunca he conocido a nadie tan fuerte como tú.

Jana no apartó su mano cuando comenzó a acariciarle el pelo. En lugar de eso, elevó hacia él sus ojos húmedos, en los que se leía una mezcla de vergüenza y agradecimiento.

—Lo siento —susurró—. Es que no puedo aceptar que… Antes nos separaba el tatuaje, y ahora que el tatuaje ha desaparecido…, soy yo la que no puede tocarle…

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