Read Tatuaje I. Tatuaje Online
Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
—No te atrevas a mencionar a mi madre —murmuró—. Tú la mataste, ¿crees que no lo sé? Si la hubieras dejado vivir, nada de esto habría sucedido.
En medio de la oscuridad se oyó una carcajada seca, totalmente desprovista de alegría.
—Ojo por ojo y diente por diente —dijo Óber—. ¿Esa era tu idea? Bueno, pues ya ves adonde te ha traído.
—Yo quería algo más que la venganza. Quería hacer realidad el sueño de mi madre, al precio que fuera.
Jana había pronunciado aquellas desafiantes palabras con una seguridad que estaba muy lejos de sentir. En realidad, durante aquella larga noche se había preguntado más de una vez qué era lo que la había llevado a actuar como lo hizo; y lo cierto era que no tenía nada clara la respuesta.
Sin embargo, Óber no pareció advertir sus dudas.
—¿De verdad crees que este era el sueño de tu madre? —se limitó a decir—. Eres una ilusa. No sabes nada, nunca has sabido nada… Y ahora, por culpa de tu ignorancia, mi hijo va a morir.
Se hizo un pesado silencio, que Jana no se atrevió a romper de inmediato.
—¿Tan mal está? —preguntó finalmente.
En respuesta a su pregunta, Óber emitió un sollozo ahogado. Por un momento, Jana se olvidó de todo lo demás y se dejó contagiar por el dolor de su enemigo.
—Lo siento —murmuró, sin pensar en lo que decía.
Las manos de Óber se cerraron como garras sobre sus hombros y empezaron a sacudirla sin piedad. Aquello duró tan solo unos segundos, pero bastó para aterrorizar de nuevo a Jana. Cuando el jefe drakul la soltó, notó que estaba temblando de pies a cabeza.
Óber se puso en pie y empezó a dar grandes zancadas a través de la habitación. Así continuó durante varios minutos, recorriendo una y otra vez la celda, sin mirar ni una sola vez a su prisionera.
Por fin, se plantó de nuevo ante la cama. La vela se encontraba a su espalda, dejando su rostro en la penumbra.
—Dices que lo sientes —su voz rechinaba como la madera seca al contacto de una llama—. Muy bien, aceptaré tu palabra. Si de veras lo sientes, estoy seguro de que no me negarás tu ayuda. No estás en posición de negarme nada, eso es seguro… Pero necesito algo más que un cuerpo aterrorizado y obediente. Necesito un espíritu decidido a colaborar.
Jana esperó en silencio a que Óber continuase. Aún se sentía aturdida por la explosión de violencia del jefe drakul. No se fiaba de su repentina suavidad, y sobre todo no entendía adonde quería ir a parar.
—Aún existe una posibilidad de que Erik se salve. Es muy pequeña, pero estoy dispuesto a lo que sea con tal de intentarlo. Y ahí es donde entras tú… Mejor dicho, tu hermano. Él es el único que puede ayudarnos.
Jana intentó ordenar rápidamente sus ideas.
—¿Un tatuaje? —preguntó, asombrada.
—Sí, pero no un tatuaje cualquiera. Un tatuaje que represente la vida de un hombre.
La experiencia de toda una vida… Existen muchos artistas de la piel entre los medu, pero solo tu hermano puede hacerlo.
Jana miró con atención a Óber. En la penumbra no consiguió distinguir la expresión de su rostro, solo el brillo amenazador de sus pupilas.
David no querrá colaborar —repuso lentamente—. El también sabe lo que le hiciste a nuestra madre. Desde entonces, solo ha vivido para vengarse… No conseguirás convencerle de que salve a tu hijo.
Óber volvió a sentarse en la cama, y se inclinó sobre Jana hasta que su rostro estuvo muy cerca del de ella.
—¿Y si yo le diese justamente lo que quiere? —preguntó, sonriendo. Sus blancos dientes brillaron en la oscuridad—. ¿Y si, de esa forma, consiguiese su venganza?
—¿Cómo?
Óber tardó unos segundos en contestar.
—Mi vida a cambio de la de Erik —dijo al cabo—. Es una oferta que no puede rechazar.
Jana lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿De verdad estás dispuesto a hacer eso por tu hijo?
Óber esbozó una sonrisa que, momentáneamente, rejuveneció su avejentado rostro.
—Erik es el futuro de nuestro clan. Por eso lo hago. Lo he pensado mucho, y no existe otra forma de salvarlo. Yo ya he vivido lo suficiente, estoy preparado para morir.
Jana asintió con lentitud.
—Te ayudaría si pudiera —dijo—, pero no estoy segura de que David opine lo mismo.
—¿Ni siquiera a cambio de mi vida?
Jana sondeó los ojos de Óber con gesto pensativo.
—David estaba muy unido a mi madre. Nunca perdonará a los drakul por lo que le ocurrió, y eso también incluye a Erik. Si él se da cuenta de que, para ti, la vida de tu hijo es más importante que la tuya, se negará a ayudarte. Querrá que sufras como hemos sufrido nosotros.
Dos profundas arrugas verticales aparecieron en la frente de Óber.
—Vosotros no lo entendéis —murmuró con cansancio—. Yo no quería que Alma muriera, pero ella no me dejó otra opción. Quería destruirnos, y yo me vi obligado a actuar antes de que consiguiera su propósito.
—Ya… ¿De verdad esperas que nos creamos eso? —preguntó Jana, asombrada—.
Alma era nuestra madre; no conseguirás convencernos de que la mataste por una buena causa.
El jefe drakul y la joven heredera agmar se miraron en silencio durante un buen rato.
Ninguno de los dos confiaba en el otro; pero ambos sabían que estaban obligados a entenderse.
—Si a tu hermano no le basta con mi muerte, puedo ofrecerle algo más —dijo de pronto Óber en voz baja—. Es sobre esa piedra… No sé cómo diablos ha llegado a vuestras manos; estoy seguro de que Alma no deseaba que la tuvierais. En todo caso, aunque la tenéis, no sabéis cómo utilizarla… Pero yo sí lo sé, y puedo enseñaros.
—¿Cuándo? ¿Cuando Erik esté curado? Se supone que ya habrás muerto para entonces…
—Erik comparte todos mis secretos. Él sabe lo que yo sé. Contadle lo que habéis hecho por él, y el precio que exigís a cambio. Es el más noble de los medu, no se negará a pagar por vuestro «favor».
Jana se sacudió el pelo hacia atrás. En sus ojos había aparecido un destello de esperanza.
—La piedra es muy importante para mí —admitió—. Pero no sé si para David… A él solo le interesa su arte, aparte de la venganza. Las visiones, el poder… Todo eso le trae sin cuidado.
Óber asintió complacido, como si, inadvertidamente, Jana acabase de dar en el clavo.
—Entonces me ayudará —afirmó, muy seguro—. Porque si hay algo que puede enriquecer y mejorar su arte, es justamente la piedra. Ella le conducirá a un lugar donde aprenderá lo que todos los medu han olvidado. Rescatará símbolos y diseños perdidos desde hace siglos… Todo aquello que los guardianes nos han ido arrebatando a lo largo de los tiempos. Pero para eso tendrá que colaborar con Erik.
Los dos tendréis que hacerlo. Vamos, habla con tu hermano… Convéncele de que venga y de que me escuche.
Jana cogió con manos temblorosas el móvil que le tendía Óber.
—Y si colaboramos, ¿puedes prometernos que nuestro clan recuperará la importancia que siempre tuvo entre los medu? —preguntó, antes de marcar el número de David.
Óber la miró con una mezcla de admiración y repugnancia.
—Si colaboráis, Erik vivirá, y compartirá con vosotros lo que sabe —repuso con desgana—. Lo tomas o lo dejas, Jana… Porque eso es todo lo que puedo prometer.
En la antecámara del cuarto de Erik reinaba un silencio sepulcral. Dos ghuls montaban guardia a ambos lados de la puerta, rígidos y grises como armaduras. Jana, que aguardaba desde hacía una hora sentada en un largo canapé granate, se puso en pie de un salto al ver entrar a David. Venía acompañado de un sacerdote drakul que vestía la túnica roja reservada para las ceremonias de duelo.
—Mi señor Óber me ordenó que os dejase unos minutos a solas antes del comienzo de la ceremonia —dijo el sacerdote, mirando con desconfianza a la muchacha—. Voy a pasar ahí dentro para ayudarle a prepararse… No intentéis escapar, los ghuls tienen orden de mataros si lo hacéis.
El sacerdote llamó suavemente a la puerta y, sin esperar respuesta, se introdujo en la sombría habitación de Erik. Mientras tanto, Jana y David se quedaron en pie, frente a frente, mirándose a los ojos.
—Las cosas están muy mal ahi fuera —dijo David, a modo de saludo—. Todos se culpan unos a otros de lo ocurrido en la Fortaleza. Los ghuls de Glauco han atacado varias casas agmar, y ha habido bajas en los dos bandos. Incluso el clan de Lenya se ha puesto en pie de guerra… ¿De verdad fuiste tú?
Jana miró de reojo a los inmóviles centinelas.
—No sé de que me hablas —dijo, esbozando una mueca de advertencia.
—No te preocupes por ellos, no creo que nos estén escuchando. Dicen que fuiste tú quien invocó a los guardianes… ¿Por qué diablos lo hiciste? Fue por salvar a ese idiota de Álex, ¿no?
—Ese idiota resultó no ser tan idiota como tú creías —replicó Jana con impaciencia—. Óber lo encerró en su laberinto, y él destruyó el laberinto, y con él, el velo de oscuridad que protegía la Fortaleza. ¿Sabes cómo lo hizo? Matando a Arión.
Los drakul lo mantenían prisionero desde la última guerra con los guardianes, pero no habían conseguido matarlo.
David abrió la boca, y enseguida volvió a cerrarla.
—Pero eso significa que él… ¿es el Último?
—No lo sé —murmuró Jana, encogiéndose de hombros—. Óber lo cree así. Fue todo muy rápido; se me ocurrió que si realmente Álex era uno de los guardianes, ellos vendrían a rescatarlo. La Fortaleza estaba desprotegida, si yo los invocaba podrían entrar… Piénsalo. Era una buena oportunidad para golpear a los drakul.
David se echó a reír. Su carcajada resonó lúgubremente en la bóveda de la antecámara.
—Sí, y de paso, a todos los demás. Nos has puesto en peligro a todos, Jana. Ha sido una locura… Engáñate a ti misma si quieres, a mi no me engañas. Lo hiciste por Álex, porque querías salvarlo.
Jana de nuevo se encogió de hombros.
—En todo caso, eso por lo menos lo conseguí. Se fue con ellos, David. ¿Te imaginas?
¿Te imaginas que de verdad fuese el Último?
—Lo que no entiendo es cómo fuiste tan estúpida como para dejarte atrapar —replicó su hermano, evitando responder a la pregunta de la muchacha—. Estaba todo preparado, el portal de salida…
—Me distraje, supongo. De todas formas, ahora ya no importa… Erik está muriéndose, y ya te expliqué lo que quería Óber. Es nuestra oportunidad… ¿Crees que podrás hacerlo?
David asintió gravemente.
—No va a ser agradable, Jana —dijo—. Si quieres, puedes esperar fuera a que todo termine.
—No. Entraré contigo. Al fin y al cabo, yo empecé todo esto… Y quiero estar presente cuando se acabe.
David iba a responder cuando el sacerdote drakul abrió la puerta del cuarto de Erik.
Los dos centinelas ni siquiera giraron la cabeza.
—Podéis entrar —dijo el sacerdote—. Mi señor Óber está preparado.
Dentro de la habitación reinaba una sofocante penumbra, rota aquí y allá por el resplandor de varias lámparas de mesa. Jana echó un vistazo desconcertado a las paredes, decoradas con carteles de bandas de hip-hop y con viejos discos de vinilo.
Incluso había una guitarra eléctrica de color rojo apoyada en una esquina, junto al equipo de música… Aquellos elementos contrastaban vivamente con el anticuado lecho donde reposaba el cuerpo exánime de Erik. Se trataba de una enorme cama con un dosel violeta y pesadas cortinas de brocado en los laterales. Las sombras de las cortinas dejaban el rostro del enfermo en la oscuridad, pero, por la languidez de sus manos, inmóviles sobre las blancas sábanas, Jana dedujo que estaba inconsciente.
A la izquierda de aquel enorme lecho había una especie de cama de hospital con ruedas, Óber estaba sentado en ella, descalzo. Una bata de seda púrpura le cubría el cuerpo desnudo. Alzando los ojos hacia los recién llegados, se desabrochó los botones de aquella prenda a la altura del pecho.
—Bueno, ya estamos todos —dijo con sorna—. Harold, la copa… Ahora que el veneno agmar ha entrado en esta habitación, no deseo prolongar las despedidas.
Cuanto antes pierda la conciencia, mejor. Vamos, ¿a qué esperas? ¡La copa, te digo!
El atribulado sacerdote se acercó a la cama sosteniendo en sus trémulas manos un cáliz plateado y decorado con una hilera de perlas. Óber cogió el cáliz y apuró su contenido de un trago. Cuando terminó, arrojó la copa al suelo, produciendo un gran estrépito, y miró directamente a David.
—El anestésico no tardara en hacer efecto —anunció con tranquilidad—. Así podrás trabajar sin obstáculos, estarás contento, supongo… Gracias a los drakul, vas a poder ejecutar tu mejor obra.
David asintió, sonriendo con descaro.
—Estoy contento, si —afirmó, desafiante—. Por muchos motivos…
Óber se levantó pesadamente de la cama. De pronto parecía haber envejecido al menos quince años.
—No te confies —murmuró, caminando con lentitud hacia el lecho de su hijo—.
Nuestra derrota no es vuestra victoria. Tu hermana ha sido una estúpida… Pero si Erik se salva, quizá los medu aún tengan una oportunidad.
Sin esperar respuesta, apartó las cortinas de la cama de Erik y se sentó a su lado. Con una ternura de la que Jana no le habría creído capaz, tomó una de las manos de su hijo entro las suyas.
—Siento todo esto, hijo —murmuró, con los ojos fijos en el rostro en sombras de Erik—. No siempre nos hemos entendido… Espero que lo que estoy a punto de hacer te compense.
Tras una leve vacilación, se llevó la mano de su hijo a los labios y la besó, cerrando los ojos. Después, sin apresurarse, depositó de nuevo aquella mano sin vida sobre las sábanas y regresó a su lecho.
—Estoy preparado —dijo, acomodando la cabeza sobre la almohada—. Siento que mis últimas palabras tengan que ser para los hijos de Alma… En fin, supongo que ese es mi castigo.
Un instante después, Óber cerró los ojos. El sacerdote se acercó a su lecho y le tomó el pulso. Luego entreabrió uno de sus párpados para observar los reflejos de la pupila.
—Se ha dormido —anunció, volviéndose hacia David—. Haz lo que tengas que hacer… La espada está ahí, sobre la cómoda. Yo os dejo; él me dijo que esperase fuera. Estaré en la antecámara, por si necesitáis algo.
Cuando la puerta se cerró tras el sacerdote, David y Jana se miraron en silencio.
—Acércame esa luz —dijo David por fin, señalando una pequeña lámpara de pantalla cilíndrica que había en una mesilla, debajo de la ventana—. Necesito ver bien.