Tatuaje I. Tatuaje (35 page)

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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Permanecieron unos minutos en silencio, sumidas en la contemplación de la noche.

—¿Por qué me cuentas todo esto? —preguntó Álex al fin.

—Porque tú quieres lo mismo que yo, lo veo en tu mirada. Has aceptado convertirte en el Último Guardián para impedir que otro ocupe ese lugar. Otro más peligroso que tú para los medu, más lleno de odio… En realidad quieres sacrificarte para proteger a Jana —Álex asintió, incómodo.

—Es cierto, pero también es cierto que no quiero traicionaros a vosotros. Me comprometí ante Corvino a venir aquí y a aprender todo lo que vosotros queráis enseñarme. Él cree que, cuando el entrenamiento termine, mis sentimientos hacia los medu habrán cambiado.

—¿Y tú lo crees?

Álex se lo pensó un momento antes de contestar.

—Me parece difícil que mis sentimientos puedan cambiar, pero si lo que aprenda en este tiempo me conduce por un camino diferente al que yo tengo pensado, tampoco pienso resistirme al cambio. No tengo miedo a aprender, independientemente de adonde me lleve ese aprendizaje.

Nieve lo observó con una sonrisa de admiración.

—Eres muy valiente —dijo—. Muy pocas personas se embarcarían en un aprendizaje que no saben adonde puede conducirlas. Tienes mucho valor, en serio. No sabes cuánto me recuerdas a Arawn.

—¿Me parezco a él? —preguntó Álex con curiosidad.

—¿Físicamente? En absoluto. No te pareces a él ni lo más mínimo. Él era mucho más moreno, y también algo mayor que tú. Tenía una mirada muy triste… Pero sí te pareces a él en que no le tienes miedo a nada. Ni siquiera a sufrir, ni a perder lo que te resulta más querido.

—Eso sí me da miedo, pero no puedo tomar decisiones basándome en mi miedo. Esa sería una forma segura de equivocarme.

Nieve asintió, mirándolo de un modo extraño.

—¿Qué ocurre? —quiso saber Álex, algo desconcertado por aquella mirada.

—Nada. Solo que llevo sola demasiado tiempo. Siglos y siglos recordando una y otra vez los escasos momentos de felicidad que viví con Arawn, antes de que él decidiese sacrificarse. Y en todo ese tiempo no he dejado de ser joven… ¿Tienes idea de lo sola que he estado?

—Me lo puedo imaginar —musitó Álex, apartando la mirada.

—No, no puedes —murmuró Nieve, casi con fiereza—. Y ahora apareces tú, tan distinto a Arawn y, a la vez, tan parecido a él, tan lleno de valor, tan joven y apuesto… ¿Crees que no me dolería verte correr la misma suerte que él corrió, sacrificándote para salvarnos a todos? Sufriría mucho, te lo aseguro. Aún soy lo suficientemente humana como para sufrir por algo así, y no lo lamento.

—Quizá no tenga que correr la misma suerte que Arawn —dijo Álex, pensativo—.

Hay algo fundamental que me diferencia de él: yo no odio lo que representan los medu, independientemente de lo que pueda sentir por Jana. Quizá mi camino no tenga por qué ser el mismo que recorrió él…

Nieve meneó la cabeza con cansancio.

—Del amor al odio hay una distancia muy pequeña. Escucha lo que voy a decirte: no estás tan a salvo de ese sentimiento de odio como tú crees. Pero no debes dejar que esos cambios en tus sentimientos te confundan… Por encima de todo, debes buscar la justicia y la verdad.

—Quieres decir que…

—Quiero decir que, si finalmente decides enfrentarte a los medu, no debe ser por odio o por venganza, sino por amor a la humanidad. Y si decides intentar pactar con ellos, debe ser por la misma causa. De lo contrario, nada de lo que hagas, por noble o generoso que sea, servirá para cambiar verdaderamente las cosas. Tu sacrificio sería completamente inútil… Créeme: lo he visto ya muchas veces, y no quisiera tener que verlo una vez más.

Capítulo 8

Al despertarse cada mañana en el Palacio de los guardianes, los primeros pensamientos de Álex se dirigian invariablemente hacia su madre y su hermana. ¿Qué pensarían ellas de su desaparición?

Probablemente creerían que le había ocurrido algo terrible, tal vez incluso temiesen que hubiese muerto. El muchacho habría dado cualquier cosa por sacarlas de su error, pero no se atrevía a comentar su preocupación con sus extraños compañeros de exilio.

Fue la propia Nieve quien, un día, al final del entrenamiento abordó el asunto.

—No te distraigas pensando en tu familia —le dijo de buenas a primeras—. He hablado con tu hermana y le he dicho que estás bien.

Aquella declaración dejó atónito a Álex.

—¿Has hablado con mi hermana? —repitió—. ¿Se lo has contado todo?

—Solo lo imprescindible.

—¿Qué le dijiste?

—Solo que te habíamos llevado a un lugar seguro para protegerte de tus enemigos.

Hablé con ella por teléfono… ¡Qué cómicos me resultan esos aparatos!

Álex no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.

—¿Y te creyó? —preguntó, perplejo.

—Olvidas que mi poder reside en mi voz —repuso Nieve, risueña—. ¿Cómo no iba a creerme? No te preocupes más, ella tranquilizará a tu madre. Estoy segura de que sabe cómo hacerlo.

Álex comprendió que Nieve había dado aquel paso para sacarle del estancamiento en el que se encontraba desde el inicio de su aprendizaje. Por diversos motivos, no conseguía concentrarse en las enseñanzas que estaba recibiendo. Cuando lograba prestar atención, aprendía de prisa, y sus maestros se mostraban encantados con sus progresos. Sin embargo a menudo, escuchaba sus explicaciones con aire ausente, y fracasaba por completo al intentar poner en práctica las instrucciones recibidas.

El más impaciente con aquellos cambios de actitud era, sin duda alguna, Heru. El arquero ponía toda su alma en cada clase, y o entendía la indiferencia de Álex ante los valiosos recursos que intentaba enseñarle a menejar.

—Si todo esto te interesa tan poco, ¿por qué no te vas a tu casa y nos dejas tranquilos? —le espetó un día, cansado de repetirle una y otra vez las mismas correcciones acerca de la postura del hombro a la hora de disparar un arco—.

Estamos perdiendo el tiempo contigo, no te interesa nada de todo esto. Los otros no eran así… Ellos tenían ambición. Corvino lo veía como un problema, pero yo, sinceramente prefiero un poco de ambición a esta indiferencia tuya.

Álex escuchó la regañina con expresión culpable, y se propuso sinceramente mejorar su actitud en el futuro. Lo cierto es que le llevó algún tiempo dejar atrás sus dudas y entregarse por entero al entrenamiento. El gesto de Nieve en relación con su familia contribuyó no poco a allanarle el camino… A partir de aquel día, los progresos del joven canidato a guardián se volvieron mucho más rápidos.

Pese al carácter impetuoso de Heru, sus clases eran quizá las que más disfrutaba el muchacho. Además de un gran luchador, Heru se reveló como un magnífico profesor, infatigable y entusiasta. Con él, Álex aprendió a ir ganando dominio sobre su cuerpo a través del manejo de diferentes armas y del aprendizaje de varias artes marciales. Se trataba de las cosas que nunca le habían interesado antes, pero, a medida que las iba conociendo, cada vez era más consciente de la dimensión espiritual de todas aquellas técnicas, y de lo mucho que estaban contribuyendo a afianzar su seguridad en sí mismo, su agilidad mental y sus dotes perceptivas.

La disciplina que mejor se le daba era la lucha acrobática. Para su sorpresa después de las primeras semanas comenzó a hacer progresos agigantados en aquel dificil arte.

Gracias a las enseñanzas de Heru, aprendió a saltar y a flotar unos segundos en el aire antes de elegir el lugar de su caída, y a combinar giros, patadas y golpes en una especie de danza tan precisa como montífiera.

Una tarde, después de más de un mes y medio de entrenamiento, Heru le desafió a un combate de exhibición delante de sus compañeros, Quería impresionar a los otros guardianes con las habilidades de su alumno, y lo consiguió. Argo, Nieve y Corvino siguieron las evoluciones del combate con la boca abierta, y se levantaron de sus asientos cuando Álex consiguió derribar a Heru e inmovilizarle las manos sobre la espalda.

—Os dije que era mejor de lo que parecía —afirmó Heru, orgulloso, una vez terminada la exhibición—. Ni siguiera Arión era tan bueno. Al principio creí que nunca sacaría nada de él, con sus continuas distracciones… Tengo que reconocer que estaba equivocado.

Tambien Nieve estaba muy satisfecha con la evolución de su joven pupilo. La capacidad de Álex para asimilar cada detalle de las lecciones parecía inagotable. Al principio le había preocupado la resistencia inconsciente del muchacho a dejarse llevar por las posibilidades innatas a su voz. Sin embargo, una vez pasadas las primeras semanas, aquellas vacilaciones iniciales quedaron olvidadas. Álex disfrutaba interpretando con su voz los sonidos del agua y el viento, el crepitar del fuego y el crujido leve de la hierba. Él nunca había imaginado que su organismo pudiese emitir réplicas tan perfectas de aquellos ruidos salvajes y encantadores. El secreto consistía en evitar pensar con palabras mientras se concentraba en percibir los cambios de su entorno.

—Esto es maravilloso —le dijo un día a Nieve al término de la clase—. Sin embargo, todavía no veo con claridad para qué sirve.

—No se trata de un instrumento, sino de un fin en si mismo. Cuando logras emitir uno de esos sonidos salvajes e inhumanos, es porque has conseguido dominar tu mente y apartarla de la tentación de los símbolos durante unos minutos. Lo importante es ese logro, y no su posible utilidad.

—Sin embargo, tú misma me has dicho muchas veces que se trata de magia… ¡De algún nodo tiene que poder usarse!

Nieve lo miró pensativa.

—En realidad, tú ya has usado antes este poder. Corvino me contó cómo liberaste a ese pobre ghul, ese al que llamaban Garo… Con tu voz, recreaste su bosque de origen y le abriste el camino hacia la libertad. ¿No te parece suficiente magia?

—Entonces ahora, con todo lo que he aprendido…

—No pienses en cómo utilizarlo —le atajó Nieve—. Ese es el camino erróneo.

Cuando necesites tu voz, la tendrás, sean cuales sean las circunstancias. Con eso debería bastarte.

Despues de las clases de Nieves, Álex solía retirarse a descansar en el pequeño jardín de frutales del palacio, entre los picos de las montañas. Hiciese buen o mal tiempo, se apoyaba en una firme y pulida piedra negra plantada entre la hierba contemplaba ensimismado las ramas desnudas de los árboles, los carámbanos de hielo colgando de los aleros rojos y dorados y las inmensas moles de piedra coronadas de nieve que rodeaban aquel oasis de verdor por todas partes. No se cansaba nunca de admirar la belleza agreste e inhumana de aquellos parajes, ni de observar el vuelo majestuoso y preciso de las águilas entre las cumbres, o el contraste del ramaje negro de los manzanos contra el gris profundo del cielo invernal. Aquel jardín le llanaba de paz y reponía sus reservas de energía mental después del esfuerzo de los ejercicios de voz.

Había aprendido a fundirse con su silencio y a no pensar en nada mientras disfrutaba de su sencillo encanto. No había sido un proceso fácil, desde luego… Al principio, en cuanto se apoyaba en aquella piedra negra y comenzaba a relajarse, su mente se llenaba de imágenes de Jana, y una viva inquietud se apoderaba de él. Pronto comprendió que si quería que aquella estancia suya entre los guardianes le aportase algo, tendría que aprender a desprenderse de todos los recuerdos relacionados con la muchacha. Era doloroso renunciar pensar en ella, pero sabía que si no daba ese paso, no lograría una auténtica evolución. Para salvar a Jana de la destrucción tenía que transformarse en algo que aún no era, y para lograr esa transformación debía olvidarse temporalmente de Jana y concentrarse en el aprendizaje. Resultaba paradójico; pero cuando su mente aceptó que no le quedaba otro camino y se puso de su parte, poco a poco la renuncia a sus recuerdos se fue volviendo más sencilla.

Más dificil le resultó desterrar de su cerebro la imagen de Erik herido, tal y como lo había visto por última vez. No podía dejar preguntarse si su antiguo amigo seguiría vivo. Recordaba su piel fláccida y arrugada alrededor de la llaga negruzca del brazo, y automáticamente sentía un escalofrío. Sin embargo, las clases de sus maestros fueron dando frutos poco a poco, y llegó un momento en que podia sentarse a descansar en el jardín con la mente completamente vacía, sin pensar en nadie de su pasado, y dedicándose únicamente a disfrutar del sol invernal sobre su piel y el bello espectáculo de las montañas nevadas.

En aquellos progresos tenía mucho que ver la paciencia de Corvino. El Guardián Rojo, como solían llamarle en broma sus compañeros, se había propuesto desde el primer día evitar las explicaciones teóricas en sus clases y predicar con el ejemplo.

Cuando Álex llegaba a la biblioteca, en lo más alto de la torre sur, se lo encontraba tumbado en una cama de clavos, como un fakir, o tiritando frente a la ventana con los cabellos húmedos. Álex, al principio, no entendía el objetivo de aquellos sacrificios inútiles. Le parecía absurdo que un hombre se sometiese voluntariamente a toda clase de penurias para fortalecer su espíritu. Por fortuna para él, Corvino nunca le invitó a seguir sus pasos ni a intentar sus proezas. Lo único que le pedía era que le contemplase en silencio mientras él se sacrificaba.

Finalmente, una tarde Álex no pudo soportarlo más y se dicidió a cuestionar la utilidad de aquel método de enseñanza.

—¿Por qué te empeñas en torturarme obligándome a ver cómo sufres? —le preguntó, después de observar espantado cómo Corvino jugueteaba metiendo los dedos en la llama de una vela.

—No sufro tanto como tú crees —replicó tranquilamente Corvino, sin interrumpir el juego—. No olvides que mi cuerpo ha cambiado mucho. En realidad es más espíritu que cuerpo… Y mi sufrimiento es más espiritual que material.

—De todas formas, ¿qué gano yo viéndote sufrir?

Corvino sonrió, y el resplandor levemente rojizo de su piel se intensificó por un momento.

—Te endureces —repuso—. Tienes que aprender a dominar tus sentimientos, incluidos los que a ti te parecen positivos y altruistas. Para liberarse de la esclavitud de los símbolos, antes hay que romper las cadenas de placer y el dolor; pero también las del odio, el amor y la compasión. No olvides nunca eso.

Sin embargo, Álex ni podía aceptar tan fácilmente una enseñanza así.

—No quiero renunciar a la compasión ni a los sentimientos positivos —protestó—.

No quiero convertirme en una especie de robot de carne y hueso…

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