Tatuaje I. Tatuaje (31 page)

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Authors: Javier Peleigrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Había regresado a casa.

Pensó en su hermana y en su madre. Necesitaba desesperadamente volver a verlas, abrazarlas, decirles lo mucho que las quería.

Entonces oyó un suave gemido. A pocos pasos de él, Arión contemplaba fijamente la luz del sol, extasiado.

No parecía consciente de lo que le estaba sucediendo a su horripilante máscara metálica. Cada una de las innumerables protuberancias que la formaban, al contacto con el sol, había comenzado a derretirse. Pronto empezaron a resbalar sobre su rostro como diminutas lágrimas de mercurio. El sonreía con la cabeza alzada hacia el cielo y los párpados cerrados.

Los piercings desaparecieron sin dejar ni un solo orificio en la piel de Arión. Cuando volvió a abrir los ojos, era otro: un joven esbelto, de rostro amarillento y mirada fogosa, vestido con un viejísimo jubón negro que parecía a punto de caerse a pedazos.

—¿Dónde estamos? —preguntó de pronto, mirando a Álex con expresión desorientada—. ¿Qué lugar es este? Nunca he visto construcciones así, en ninguna parte. En ninguno de mis viajes… ¿Dónde estamos? ¿Qué significa esto?

Álex observó el miedo en sus pupilas dilatadas. La mueca de incomprensión en su semblante se transformó rápidamente en un rictus de locura. Arión había salido de la cueva, pero la luz que había recuperado no iluminaba nada que él pudiera comprender. El mundo había cambiado demasiado; todas las personas que él había amado o estimado yacían convertidas en polvo hacía mucho tiempo. Miraba horrorizado los rascacielos de vidrio, los coches que rodaban sobre el asfalto, las luces rojas y verdes de los semáforos. Nada de lo que veía tenía significado para él.

Álex ahogó un grito de horror. El joven rostro que un momento antes sonreía con los párpados cerrados se estaba transformando rápidamente en un semblante apergaminado y ceniciento. Las manos se arrugaron, la espalda se encorvó, los ojos se hundieron al fondo de unos párpados globosos. Por unos instantes, el hombre pareció tan viejo y polvoriento como la ropa que lo cubría. Pero esa visión no duró más que un momento. Enseguida, la reseca superficie de aquel cuerpo se deshizo en ceniza blanquecina. El viento formó un remolino ascendente con ella antes de dispersarla en dirección al mar.

Pocos segundos más tarde, Arión había desaparecido.

Capítulo 6

En lo primero que pensó Álex fue en volver a su casa. Sin saber cómo, el laberinto le había devuelto mágicamente a su ciudad. Deseaba abrazar a su madre y a su hermana. Deseaba refugiarse en el hogar que, durante años, había compartido con su padre. Había hecho lo que él le había pedido, y, milagrosamente, había sobrevivido. Ahora necesitaba descansar. Sin embargo, algo le hizo volver la cabeza hacia la puerta de cartón piedra por la que habían salido Arión y él unos minutos antes. Seguía allí, intacta, tan real como los edificios, las palmeras y los yates del puerto. El paseo estaba desierto, nadie había presenciado la estremecedora transformación del Último Guardián. Nadie los había visto salir… Si volvía por donde había venido, nadie se enteraría.

Desidió volver. Sentía un temblor lejano bajo la tierra, un trueno infernal creciendo muy lentamente a su alrededo, rodando muy despacio hacia él. Algo estaba ocurriendo en la Fortaleza y necesitaba averiguar qué era. Fuese lo que fuese, en todo caso, estaba seguro de que tenía algo que ver con lo que le había ocurrido a Arión y con su paso a través del laberinto.

Al cruzar nuevamente los estudios cinematrográficos abandonados, le sorprendió comprobar que las proyecciones se habían apagado. Todo yacía quieto, polvoriento y sin vida. Los decorados se sucedían unos a otros como acuarios vacíos, exhibiendo sus deteriorados muebles con patética inocencia.

Había avanzado un buen trecho a través de aquel laberindo de edificaciones falsas cuando se dio cuenta de que la luz habia cambiado. Ahora no provenía de los aparatos de producción, sino de una hilera continua de ventanas en la parte de arriba de la nave, que filtraban una claridad amarillenta. Se trataba de luz natural… La oscuridad del laberinto había desaparecido con la muerte e Arió.

En pocos minutos, Álex llegó a la entrada de los estudios. Al traspasar la puerta se encontró en la inmensa oficina vacía donde, poco antes, había conocido al Último Guardián. Allí seguían las mesas de escritorio separadas por frágiles paneles de madera sintética, las anticuadas máquimas de escribir, los dictáfonos plateados. Por las ventanas entraba un resplandor lechoso, de mañana invernal. ¿Qué hora sería?

Con todo lo que le había sucedido, Álex se sentía completamente incapaz de calcularlo.

Avanzó con seguridad entre las mesas y los falsos tabiques, preguntándose cómo era posible que un lugar pudiese transformarse tanto en tan poco tiempo. Recordaba la angustia que le había producido la oscuridad que se iba condensando poco a poco a su alrededor, tragándose los objetos. Había ocurrido en aquel mismo lugar… Apenas podía creerlo.

De pronto, el suelo vibró con violencia bajo sus pies. Un Bolígrafo plateado rodó sobre una mesa, algunas carpetas cayeron al suelo. Se oyó un estruendo remoto, que crecía lentamente, avanzando como un alud de sonido hacia él. Sin saber muy bien por qué, aceleró el paso. Todo estaba cambiando demasiado deprisa a su alrededor, y quizá también más allá del laberinto, en la Fortaleza. De pronto, solo podía pensar en Jana… Necesitaba desesperadamente saber si estaba a salvo. El tatuaje había dejado de dolerle hacía rato, y eso le inquietaba.

Al cabo de unos minutos se encontró de nuevo en el vestíbulo de los sofás blancos al que le había conducido Garo. Sin pensárselo dos veces, lo atravezó y pulsó el botón de uno de los tres ascensores que había a su derecha. El asensor abrió instantáneamente sus puertas y Álex se introdujo en él. No estaba muy seguro de que fuera el mismo en el que había descendido acompañado del ghul, pero, aun así, pulsó el interruptor del último piso.

La ascensión se le hizo eterna. Había dejado de oír ruidos, y de nuevo sentía la quemazón del tatuaje sobre su hombro, más intensa a cada metro que subía. Eso solo podía significar una cosa: se estaba acercando a Jana; ella seguía dentro del edificio.

Cuando las puertas se abrieron, vio ante sí, a cierta distancia, la entrada de la sala de juntas donde se había celebrado el duelo entre Jana y las hijas de Pértinax. Caminó con cierta aprensión hacia allí, preguntándose qué sería lo que iba a encontrarse.

Lo primero que vio al traspasar el umbral fue a Jana derrumbada sobre una silla y con el rostro apoyado en a mesa, oculto bajo una cascada de pelo castaño. Óber estaba gritándole algo que, a juzgar por la actitud de la muchacha, ella habría preferído no escuchar. En pie, al otro lado de la mesa, Erik los contemplaba a ambos con los ojos llenos de tristeza. Los jefes de los otros clanes se habían ido, al igual que Pértinax.

Solo media docena de ghuls marcados con el escorpión del clan Óber permanecián en la sala, limpiando y recogiendo los restos del enfrentamiento mágico que habían mantenido Jana y Urd.

Cuando miró a su izquierda, Álex comprobó que el vacío de oscuridad donde poco antes se encontraban los salmodiantes había desaparecido. En su lugar se veían unas gradadas semicirculares, sobre las cuales permanecían en pie, distribuidas sobre los diferentes escalones, alrededor de veinte figuras encapuchadas. El hábito que las cubría era de un intenso color púrpura y llevaba un escorpión plateado bordado en el pecho. Los rostros de aquellos hechiceros drakul apenas resultaban visibles, pero, por lo poco que Álex pudo distinguir, le parecieron rígidos como máscaras. En aquel momento, los salmodiantes no estaban cantando, sino que recitaban una especia de mantra incomprensible repitiéndolo miles de veces con voz átona y grave.

Los presentes en la sala tardaron unos segundos en darse cuenta de que Álex había regresado. El primero en notarlo fue Erik, cuyo rostro se iluminó de alegría al ver a su amigo.

—¡Has vuelto! —exclamó, corriendo hacia él—. No puedo creerlo…

Al oír a Erik, Jana y Óber se giraron hacia la puerta como movidos por un resorte.

Los ojos de Jana lo contempraron con fuego extraño, mientras Óber se esforzaba por permanecer impasible.

—¿Todo está bien? —Preguntó Álex—. He oído un estruendo que venía de aquí, una especie de trueno que se propagaba…

—Aquí no hemos oído nada —dijo Erik—. Pero la luz… Es sorprendente, mira lo que ha ocurrido.

Siguiendo la dirección de los ojos de su amigo, Álex contempló una vez más las gradas antes invisibles, que ahora aparecían bañadas de una luz fría, casi blanca.

—¿Cómo ha sucedido? —preguntó, volviéndose hacia Óber.

—Será mejor que nos lo digas tú —replicó el padre de Erik, contemplándole con una helada sonrisa—. Sospecho que tiene algo que ver con lo que quiera que hayas hecho ahí abajo.

Los ojos de Óber y los de Álex se enfrentaron en silencio durante unos segundos.

—Solo hice lo que me dijiste —replicó al fin Álex—. Atravesé el laberinto y Sali de allí con vida.

—Te dije que lo intentases —precisó Óber—. Francamente, no tenía mucha fe en que pudieses conseguirlo. ¿Cómo lo has hecho?

—Tuve dos visiones. La primera evitó que cayese en la trampa que me había tendido Arión, y la segunga me guió hasta la salida.

—No entiendo —murmuró Jana, avanzando hacia él—. Has tenido visiones, como si fueras uno de los nuestros. Como si fueses un amar… Nunca pensé que el tatuaje tuviese tanto poder.

Se detuvo a pocos metros del muchacho, indecisa. Durante unos segundos, los cuatro permanecieron así, inmóviles, intentando adivinar los pensamientos de los demás.

Óber fue el primero en decidirse a quebrar aquel silencio. De cerca, se le veía más pálido que nunca.

—Ahí abajo ha ocurrido algo más —afirmó con dureza—. Durante siglos hemos vivido protegidos por el odio de Arión. Hemos canalizado la oscuridad de sus sentimientos hacia nosotros para encubrir nuestra guarida y evitar que los guardianes nos descubrieran. Ahora, de pronto, esa oscuridad se ha disipado, y nos encontramos totalmente expuesto. ¿Quieres explicarme qué es lo que ha pasado?

Álex tragó saliva, pero no apartó los ojos de Óber.

—Arión ha muerto —dijo—. Salió conmigo del laberinto y, una vez fuera, se… No sé como explicarlo. Sencillamente, se volatilizó.

Aquellas palabras hicieron callar a los salmodiantes. Los ghuls que estaban limpiando el suelo y la mesa alzaron la cabeza y miraron a Álex.

La palidez de Óber se había intensificado aún más.

—Estás mintiendo —dijo—. Nadie puede matar a Arión. Drakul y Agmar lo intentaron de mil maneras distintas, pero le fue imposible. Su poder le había vuelto inmortal.

Jana y Erik contemplaban a Álex con los ojos muy abiertos.

—No estoy mintiendo —sostuvo Álex—. Yo no quería matarle, pero el caso es que ha muerto… Ha muerto por mi culpa.

—Un guardían solo puede morir a manos de otro guardían —dijo Erik en voz baja—.

Pero no es posible…

—Tienes razón, hijo —afirmó Óber en voz baja—. No hay otra explicación.

Luego avanzó hacia Álex y, encarándose con él, lo miró fijamente a los ojos durante unos segundos.

—Ahora lo entiendo todo —murmuró sonriendo—. Tu padre me mintió para protegerte. Pero los signos no se equivocaban, tú eres el Último… ¡Rápido, apresadlo!

Instantáneamente, un par de ghuls lo aferraron por ambos brazos. Eran mucho más altos que Álex, y ambos exhibían un aspecto aún más salvaje que el Garo, con largas garras al finas de las uñas y protuberantes arcos ciliares.

Los otros ghuls, entre os cuales le hallaba el propio Garo, los rodearon a cierta distancia, emitiendo gruñidos. Todos ellos tenían los ojos inyectados en sangre.

—Espera, padre, debe de haber un error —dijo Erik, acercándose a Óber—. Él tiene un tatuaje, no podrían habérselo hecho si fuera un guardián. Tiene que existir otra explicación…

Óber lo alejó de sí con gesto rabioso.

—¡Estás ciego! —rugió—. Cometí un error encomendándote su vigilancia… ¡Cómo iba a pensar que, algún día, te empeñarías en protegerlo, aunque para ello tuvieses que enfrentarte conmigo!

—No me estoy enfrentando contigo —se apresuró a aclarar Erik—. Solo digo que no debemos precipitarnos. Quizá exista otra explicación de lo que ha ocurrido. Piensa en su padre, en lo que te dijo sobre él…

Óber arqueó las cejas con indiferencia.

—¿Y qué importa? —dijo—. No podemos arriesgarnos a dejarlo escapar. Lo importante ahora no es él, sino nosotros. Arión ha muerto, la oscuridad que nos protegía se ha disipado. ¿Es que no entiendes lo que eso significa? Los guardianes podrían localizarnos en cualquier momento. Tenemos que reconstruir las sombras, y él nos ayudará. Si es la nueva encarnación del Último, le haremos lo mismo que le hicieron a Arión. Conseguiremos que nos odie tanto que su odio envolverá por completo la Fortaleza.

Jana dio unos cuantos pasos hacia Álex.

—Lo que dices es un disparate Óber —murmuró—. Sea lo que sea lo que ha pasado en el laberinto, él no es el Último todavía. Tal vez esté destinado a serlo, pero aún no lo es. No podréis utilizarlo para proteger la Fortaleza, no es tan poderoso.

—De todas formas, tenemos que intentarlo. Agujerearemos su piel y la adornaremos como hicimos con la de su antecesor. Si no resulta, mala suerte; lo encerraremos y esperaremos el momento. Y si resulta…, tanto mejor. Podremos respirar tranquilos.

Óber miró fijamente a Erik, esperando su reacción. Al ver que esta no llegaba, se volvió hacia Garo.

—Lleváoslo abajo —ordenó—. Preparadlo para el ritual de las mutilaciones.

Haremos con él lo que nuestro antepasado Drakul hizo con Arión. Está en los anales de nuestro clan, nos será fácil seguir sus pasos… Empezaremos con las perforaciones más dolorosas; quizá eso acelere el proceso.

Garo se abalanzó sobre Álex, pero Erik se interpuso en su camino.

—Quieto —dijo con firmeza—. No te atrevas a tocarle ni un pelo a mi amigo.

Garo se detuvo, perplejo. Se notaba que no estaba habiatuado a recibir órdenes contradictorias.

—¿Te atreves a desafiarme? —Siseó Óber volviéndose hacia su hijo—. ¿Te das cuenta de lo que te estás jugando?

Había tal violencia contenida en aquella pregunta que Álex se alarmó. En aquel estado, Óber parecía capaz de todo, incluso de hacerle daño a su propio hijo.

Perplejo, buscó a Jana con la mirada. La muchacha se había retirado hacia el fondo de la estancia y permanecía de pie, apoyada contra la pared. Con los brazos caídos y una sonrisa irónica, obervaba en silencio el enfrentamiento entre padre e hijo.

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