Tatuaje II. Profecía (32 page)

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Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

—No… no voy… a mos… trarte mi rostro, Jana —balbuceó—. Lo siento, no… no puedo… Prefiero… morir.

Jana frunció el ceño. No esperaba tanto valor por parte de su prisionera. Estaba impresionada. Por un lado deseaba estrangularle con sus propias manos, pero, por otro, sabía que no debía ceder a la rabia y a la frustración que sentía en ese momento.

—No te preocupes, no dejaré que mueras —repuso con sequedad—. Hay otras maneras de arrancarle los secretos a un írido.

—¿Otras maneras?

Sin contestar, Jana pasó el dedo índice de su mano derecha sobre la frente del muchacho, borrando el signo mágico que había trazado previamente.

La serpiente de oro desapareció, dejando tras de sí un siseo agudo que terminó disolviéndose en un rumor de brisa entre las hojas del algún árbol cercano.

Yadia se dejó caer en el suelo, extenuado.

—Gracias —murmuró.

—No me des las gracias todavía. Los secretos de un írido se encuentran a salvo mientras pueda mantener oculto su verdadero rostro, pero sé de alguien que puede destruir todas tus máscaras.

—Nadie puede hacer eso —replicó Yadia con una débil sonrisa—. Ni siquiera tú has podido…

—Ella sí podrá. Y lo hará. Lo hará por Álex… Vamos, Yadia, ponte de pie. Voy a llevarte al palacio de Nieve.

Capítulo 4

Ante la puerta del palacio de los guardianes, Jana se detuvo para tomar aliento. Su respiración era irregular, sentía una punzada en el costado y un desagradable sabor a hierro en la boca. Habían hecho todo el camino desde el ghetto prácticamente corriendo, y estaba desfallecida. Para salir del edificio de la Fundación Loredan sin levantar sospechas, se había visto forzada a dormir a la mujer de la recepción, agotando buena parte de sus reservas mágicas. Y, por si eso fuera poco, Yadia la había obligado a mantener una intensa vigilancia sobre él durante todo el trayecto. A pesar de que los efectos de la voluntad agmar aún pesaban sobre él, por dos veces había reunido el valor suficiente como para intentar escapar de su captora. Solo su debilidad, y la firme concentración de Jana, le habían impedido salirse con la suya.

Por suerte, en cuanto Jana se recuperó lo suficiente como para hacer sonar el timbre de la puerta, esta se abrió. Nieve estaba al otro lado, con cara de preocupación.

—Os vi a través de la cámara de videovigilancia —dijo, tomando de la mano a Jana para hacerla entrar—. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

Sus ojos se posaron, curiosos, en el rostro pálido y fatigado de Yadia, pero antes de que pudiera preguntar nada se oyeron pasos en la elegante escalinata del recibidor. Jana miró por encima del hombro de Nieve hacia los escalones. Corvino descendía a toda velocidad…

Y detrás de él bajaba David.

Al ver a su hermano, se olvidó momentáneamente de todo lo demás, incluido su prisionero.

—David —sollozó, corriendo hacia él—. Estás bien… Creí que… creí que tú también…

El muchacho la abrazó y dejó que ella llorase sobre su hombro, Jana, apoyada en su pecho, escuchó durante largo rato los latidos rápidos y desacompasados de su corazón. Finalmente, se apartó un poco y observó el rostro de su hermano. Tenía la piel amarillenta y los ojos febriles.

—Tú tampoco tienes muy buen aspecto —murmuró, forzándose a sonreír—. ¿Cuándo has llegado? Yadia dice que fuiste a Vicenza con Álex…

David miró sombríamente hacia el extremo del vestíbulo, donde Yadia permanecía de pie con la cabeza gacha y expresión culpable, custodiado por Nieve y Corvino.

—¿Cómo sabe Yadia lo de Vicenza? —gruñó—. Ha sido todo muy raro, Jana. Encontramos el libro, estaba escrito sobre una especie de cadáver viviente. Un nosferatu… Pero luego, todo se torció. Esa criatura se apoderó del espíritu de Álex. Él consiguió escapar, los dos salimos corriendo hacia la luz. De pronto, ya no estaba en Vicenza, sino aquí, en Venecia, junto a un embarcadero del Gran Canal. Creí que lo habíamos conseguido… Pero, cuando me volví a mirar, Álex no estaba.

Jana cerró con fuerza los párpados hasta que una miríada de destellos pobló la oscuridad. De repente, la cabeza le dolía tanto que le costaba trabajo mantenerse en pie.

Sus peores temores se habían confirmado. Lo que David acababa de contar encajaba perfectamente con la historia de Yadia. Era la última pieza del puzle.

Disfrazado de Armand, Yadia había conducido a Álex y a David a su guarida de Vicenza, y allí les había tendido una trampa mortal. Según él, los había dejado a solas con el Libro de la Creación siguiendo las instrucciones de Argo. Se suponía que solo Álex podía leerlo. Pero lo que realmente había ocurrido era que aquel libro en forma de cadáver se había adueñado del alma de Álex.

Y ahora… ella se había enfrentado al monstruo que tenía atrapado a su amigo…

Esperaba no haberlo destruido.

David la agarró del brazo y la condujo hasta el lugar donde los dos guardianes los esperaban junto a Yadia.

—Tu amigo nos acaba de contar lo ocurrido con Álex —dijo Corvino—. Es horrible… ¿Cómo habéis podido ser tan incautos?

—¿Incautos? —estalló Jana—. Él nos ha engañado. —Su dedo acusador apuntaba a Yadia mientras sus ojos se clavaban en él con resentimiento—. Nos ha estado engañando durante semanas, a los dos… Se ha hecho pasar por un mago llamado Armand. Fingió que podía resucitar. Todo para conducirnos a Álex y a mí hacia ese maldito libro. Tienes que sacarle la verdad, Nieve. Solo tú puedes hacerlo… Es un írido, su máscara protege sus secretos.

Nieve meneó la cabeza. Una mueca de disgusto deformaba sus perfectos labios.

—Corvino tiene razón. Habéis sido unos imprudentes. ¿En qué estabais pensando? —preguntó, encarándose con Jana—. Si hubieseis acudido a nosotros, os habríamos hecho ver que todo era una trampa.

—Sabíamos desde el principio que era una trampa. Una trampa de Argo —explicó Jana con cansancio—. Pero cuando Argo murió, nos pareció que era una temeridad dejar esa copia del Libro de la Creación a merced de los varulf. Yadia les había hablado ya del libro. Durante todo este tiempo, ha estado haciendo un doble juego. Trabajaba para Argo y, a la vez, informaba a los varulf y a sus otros aliados.

—Las cosas no fueron así exactamente —protestó Yadia con un brillo desafiante en la mirada—. Argo era demasiado listo para dejarse engañar. Desde el principio supo que se lo contaría todo a mis protectores, y no le importó…

—¡Miente! —chilló Jana—. Os lo he dicho, ni siquiera su rostro es auténtico. Tienes que arrancarle la verdad, Nieve; ahora. La vida de Álex podría depender de ello.

Nieve estudió con atención el rostro de Yadia.

—Es cierto —confirmó, pensativa—. Esa cara no es más que una máscara… Está bien, se la arrancaré, si es eso lo que quieres. No te preocupes, Yadia, no te dolerá. Lo haré a través de la voz…

—¡¡¡No!!! —chilló el muchacho, aterrorizado—. Por favor… Por favor, no lo hagáis. Prefiero que me matéis. Corvino…

Durante unos segundos, los ojos de Yadia y los de Corvino se encontraron. En el rostro del guardián se dibujó, de pronto, una expresión de profunda piedad.

—Déjalo, Nieve —murmuró—. No le obligues a mostrar su rostro. No quiere hacerlo… Y quizá sea mejor que no lo haga.

Sorprendida, Nieve miró a Corvino. Fue como si leyese en sus ojos el significado de sus enigmáticas palabras. Su mirada regresó a Yadia, serena. Lo contempló largamente antes de decidirse a responder.

—Corvino tiene razón —dijo por fin—. Te propongo un trato, Yadia… Permitiré que conserves tu máscara y que no nos reveles tu verdadero rostro a cambio de que nos digas la verdad.

Los rasgos del joven mercenario se relajaron, reflejando un profundo alivio.

—De acuerdo —dijo—. Gracias…

—Un momento. —Los ojos de Jana echaban chispas cuando se plantó delante del írido para enfrentarse a Nieve—. ¿De verdad vas a confiar en él? No puedo creerlo. Es un traidor, un mentiroso…

—A mí no me mentirá. Sabe que no puede engañarme, y que no le conviene intentarlo. El trato que le he ofrecido es ventajoso para él…

—¿Y por qué diablos hay que andarse con tantas contemplaciones con un tipo de su calaña? —gritó Jana, buscando con la mirada el apoyo de su hermano David—. Un trato ventajoso… ¡Ha convertido a Álex en un monstruo, por el amor de Dios! No creo que eso merezca ninguna recompensa.

—Solo intentamos ayudar —replicó Corvino en tono tranquilo, pero inflexible—. Eres tú la que ha acudido a nosotros… Deseamos tanto como tú resolver todo esto, pero tendrás que dejar que hagamos las cosas a nuestra manera.

Jana se volvió una vez más a mirar a David. Su hermano asintió, sombrío.

—Corvino tiene razón, Jana. Es mejor que confiemos en ellos… Lo saben todo sobre el libro. Lo sabían desde el principio, en realidad.

Jana arqueó las cejas, mirando a Corvino.

—¿Qué es lo que sabéis, exactamente?

—David nos ha contado lo que os dijo Argo —contestó el guardián. Dos profundas arrugas surcaban su rostro juvenil. El antiguo especialista en el dominio de los sentimientos parecía tener dificultades para reprimir su cólera—. Está claro que jugó con vosotros. Él sabía desde el principio dónde estaba el Nosferatu, la copia humana del Libro de la Creación elaborada por Dayedi.

—¿Cómo no iba a saberlo? —intervino Nieve—. Le encargamos que la custodiara hace más de cuatrocientos años…

—Fue después de la caída de los kuriles. El resto de los medu no sabía nada sobre el libro. Existía una profecía que lo mencionaba, pero nadie lo había visto. Sin embargo, era un objeto muy peligroso. Destruirlo podía acarrearnos más problemas aún que conservarlo, de modo que decidimos mantenerlo oculto en la antigua villa de Dayedi. La compramos, y Argo se encargó de su custodia durante cientos de años… Hasta que murió.

Jana observó en silencio a Corvino cuando este terminó de hablar. Necesitaba ordenar sus ideas.

—Pero… pero eso no tiene sentido —balbuceó por fin—. Si Argo tenía el libro desde el principio, ¿por qué se empeñó en que le ayudásemos a buscarlo?

—Creo que empiezo a entenderlo —murmuró David—. Si llevaba tanto tiempo custodiando al Nosferatu, debía de saber lo peligroso que era. Por eso no quería leerlo él.

—Exacto —confirmó Nieve—. Prefirió arriesgarse a invocar una visión del auténtico libro en el momento en que este se le reveló a Arawn, antes que intentar reanimar a ese monstruo. Sabía que, si lo hacía, corría el riesgo de quedar atrapado dentro del libro… Como le sucedió a Dayedi.

—¿Qué le ocurrió exactamente? —preguntó David—. Esa parte de la historia no figuraba en las pinturas mágicas que Armand nos enseñó.

Sus ojos se encontraron con los de Yadia, que brillaban de un modo extraño. A los labios del mercenario afloró una sonrisa burlona, idéntica a la que solía animar el rostro de Armand el ilusionista.

—Dayedi realizó su copia del Libro de la Creación sobre un muñeco elaborado con piel humana —explicó Corvino—. Pero, para leer el libro, tuvo que permitir que aquella criatura se apoderase de su alma. El resto supongo que ya lo sabéis… Dayedi se convirtió en una especie de monstruo, y los propios kuriles tuvieron que matarlo. Antes de morir, profetizó la guerra de los clanes y la destrucción de su poder hasta el advenimiento de la quinta dinastía medu.

Sus ojos se posaron, reflexivos, en el rostro de Yadia. La sonrisa se había borrado del rostro del muchacho, y Jana creyó percibir una leve vibración de sus facciones, como si estuviese realizando un gran esfuerzo para mantener su máscara intacta.

Jana apartó la vista del írido. Sus pensamientos se estaban dispersando, y eso era algo que no podía permitirse. Necesitaba volver a Argo, entender por qué había actuado de un modo tan extraño en relación con el libro.

—Argo me mostró la visión del libro que había tenido —confesó, rehuyendo la mirada de Nieve—. Arawn le impidió leerlo. Lo arrojó al fuego sagrado… Vosotros visteis el resultado. Sus alas carbonizadas, su cuerpo envejecido… Eso no era ningún truco.

—No, no lo era —admitió Nieve con un suspiro—. Supongo que la ambición lo volvió loco. Temía al Nosferatu, pero prefirió ignorar que el libro original era más poderoso aún. Y, después de su fracaso, regresó, más lleno de odio y de cólera que nunca…

—Y decidió vengarse —añadió Corvino—. Eso es, al menos, lo que suponemos. Decidió hacer un último intento para resucitar el poder del libro. Pensó que tal vez Álex pudiese leerlo para él. Aunque, en el fondo, Argo debía de saber que no podría conseguirlo, y que el libro lo destruiría.

—Y me utilizó a mí para obligar a Álex a llegar hasta el libro —murmuró Jana con amargura—. Y yo le seguí el juego… Pero, de todas formas, Argo murió. Si Yadia no hubiese seguido con todo esto, Álex estaría conmigo ahora. Quiero saber por qué…

¿Por qué, Yadia? ¿Tanto nos odias a Álex y a mí? ¿Qué era exactamente lo que querías?

Antes de que Yadia pudiese responder, se oyeron pasos en la escalinata de mármol. Al mirar hacia arriba, Jana descubrió que se trataba de Heru.

El cambio que se había operado en el antiguo guardián desde la última vez que lo había visto la impresionó. Estaba más delgado, llevaba gafas, y su aspecto atlético de antaño había desaparecido. Un guante de color marfil ocultaba las heridas que David le había infligido en su mano izquierda durante su enfrentamiento en la Caverna. Por lo demás, con sus anchos pantalones grises y su camiseta de Batman, parecía un informático desgarbado y alérgico a la luz solar.

Sin embargo, y a pesar de la distancia, Jana captó un brillo singular en sus ojos, y se dio cuenta de que había estado escuchando toda la conversación.

—¿Por qué no subís? —dijo, deteniéndose en el rellano de la escalera—. En la cocina estaremos todos más cómodos. Por lo que he podido oír, Yadia tiene aún bastantes cosas que contar… Vamos, os prepararé un café.

A Nieve y a Corvino les pareció bien la idea, de modo que todos subieron. Jana notaba el latido apresurado de la sangre en sus sienes mientras ascendía por los peldaños de mármol detrás de Yadia. La impaciencia la estaba devorando; necesitaba respuestas, y las necesitaba cuanto antes. No podía quitarse de la cabeza la sombra del espejo, el rostro de ceniza gris que la había contemplado con ojos llameantes… ¿Qué quedaba de Álex en aquella criatura monstruosa? Si aún quedaba algo, lo rescataría, tenía que recuperarlo… Pero ¿cómo?

¿Estaría aún a tiempo?

Ya en la cocina, sentados alrededor de una mesa de madera y cristal mientras Heru echaba café molido en la cafetera, Nieve pareció apiadarse por fin de su ansiedad.

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