Todos los cuentos de los hermanos Grimm (25 page)

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Authors: Jacob & Wilhelm Grimm

Tags: #Cuento, Fantástico, Infantil y juvenil

Replicó el Lobo:

«Si quiere volverse a casar,

no tiene más que bajar.»

«La gata se sube al piso alto,

tres escalones de un salto,

llega a la puerta cerrada

y llama con la uña afilada.

—¿Estáis ahí, dama Raposa?

Si os queréis volver a casar,

no tenéis más que bajar.»

Preguntó dama Raposa:

—¿Lleva el señor calzoncitos rojos y tiene el hocico puntiagudo?

—No —respondió la Gata.

—Entonces no me sirve.

Despedido el Lobo vino un perro, y luego, sucesivamente, un ciervo, una liebre, un oso, un león y todos los demás animales de la selva. Pero siempre carecían de alguna de las cualidades del viejo señor Zorro, y la Gata hubo de ir despachándolos uno tras otro.

Finalmente, se presentó un zorro joven, y a la pregunta de dama Raposa: «¿Lleva calzoncitos rojos y tiene el hocico puntiagudo?», «Sí —respondió la Gata—, sí que tiene todo eso».

—En tal caso, que suba —exclamó dama Raposa, y dio orden a la criada para que preparase la fiesta de la boda.

«Gata, barre el aposento

y echa por la ventana al zorro que está dentro.

Buenos y gordos ratones se traía,

pero él solo se los comía

y para mí nada había.»

Celebróse la boda con el joven señor Zorro, y hubo baile y jolgorio, y si no han terminado es que siguen todavía.

Los duendecillos

Cuento primero

U
N zapatero se había empobrecido de tal modo, y no por culpa suya, que al fin no le quedaba ya más cuero que para un solo par de zapatos. Cortólos una noche, con propósito de coserlos y terminarlos al día siguiente; y como tenía tranquila la conciencia, acostóse plácidamente y, después de encomendarse a Dios, quedó dormido.

A la mañana, rezadas ya sus oraciones y cuando iba a ponerse a trabajar, he aquí que encontró sobre la mesa los dos zapatos ya terminados. Pasmóse el hombre, sin saber qué decir ni qué pensar. Cogió los zapatos y los examinó bien de todos lados. Estaban confeccionados con tal pulcritud, que ni una puntada podía reprocharse; una verdadera obra maestra.

A poco entró un comprador, y tanto le gustó el par, que pagó por él más de lo acostumbrado, con lo que el zapatero pudo comprarse cuero para dos pares.

Los cortó al anochecer, dispuesto a trabajar en ellos al día siguiente; pero no le fue preciso pues, al levantarse, allí estaban terminados, y no faltaron tampoco parroquianos que le dieron por ellos el dinero suficiente con que comprar cuero para cuatro pares.

A la mañana siguiente otra vez estaban listos los cuatro pares y ya, en adelante, lo que dejaba cortado al irse a dormir, lo encontraba cosido al levantarse, con lo que pronto el hombre tuvo su buena renta y, finalmente, pudo considerarse casi rico.

Pero una noche, poco antes de Navidad, el zapatero, que ya había cortado los pares para el día siguiente, antes de ir a dormir dijo a su mujer:

—¿Qué te parece si esta noche nos quedásemos para averiguar quién es que nos ayuda de este modo?

A la mujer parecióle bien la idea; dejó una vela encendida, y luego los dos se ocultaron, al acecho en un rincón, detrás de unas ropas colgadas.

Al sonar las doce se presentaron dos minúsculos y graciosos hombrecillos desnudos que, sentándose a la mesa del zapatero y cogiendo todo el trabajo preparado se pusieron, con sus diminutos dedos, a punzar, coser y clavar con tal ligereza y soltura, que el zapatero no podía dar crédito a sus ojos. Los enanillos no cesaron hasta que todo estuvo listo; luego desaparecieron de un salto.

Por la mañana dijo la mujer:

—Esos hombrecitos nos han hecho ricos, y deberíamos mostrarles nuestro agradecimiento. Deben morirse de frío, yendo así desnudos por el mundo. ¿Sabes qué? Les coseré a cada uno una camisita, una chaqueta, un jubón y unos calzones y, además, les haré un par de medias, y tú les haces un par de zapatitos a cada uno.

A lo que respondió el hombre:

—Me parece muy bien.

Y al anochecer, ya terminadas todas las prendas, las pusieron sobre la mesa, en vez de las piezas de cuero cortadas, y se ocultaron para ver cómo los enanitos recibirían el obsequio.

A medianoche llegaron ellos saltando y se dispusieron a emprender su labor habitual; pero en vez del cuero cortado encontraron las primorosas prendas de vestir. Primero se asombraron, pero en seguida se pusieron muy contentos. Vistiéronse con presteza y, alisándose los vestidos, pusiéronse a cantar:

«¿No somos ya dos mozos guapos y elegantes?

¿Por qué seguir de zapateros como antes?»

Y venga saltar y bailar, brincando por sobre mesas y bancos, hasta que al fin, siempre danzando, pasaron la puerta. Desde entonces no volvieron jamás, pero el zapatero lo pasó muy bien todo el resto de su vida, y le salió a pedir de boca cuanto emprendió.

Cuento segundo

E
RASE una vez una pobre criada muy limpia y laboriosa; barría todos los días y echaba la basura en un gran montón, delante de la puerta.

Una mañana, al ponerse a trabajar, encontró una carta en el suelo; pero como no sabía leer, puso la escoba en el rincón para ir a enseñarla a su señora. Y resultó ser una invitación de los enanillos, que deseaban que la muchacha fuera madrina en el bautizo de un niño.

La muchacha estaba indecisa; pero, al fin, tras muchas dudas y puesto que le decían que no estaba bien rehusar un ofrecimiento como aquel, resolvió aceptar.

Presentáronse entonces tres enanitos y la condujeron a una montaña hueca, que era su residencia. Todo era allí pequeño, pero tan lindo y primoroso, que no hay palabras para describirlo. La madre yacía en una cama de negro ébano, incrustada de perlas; las mantas estaban bordadas en oro; la cuna del niño era de marfil, y la bañera, de oro.

La muchacha ofició de madrina y, terminado el bautismo, quiso volverse a su casa; pero los enanillos le rogaron con gran insistencia que se quedase tres días con ellos. Accedió ella, y pasó aquel tiempo en medio de gran alegría y solaz, desviviéndose los enanos por obsequiarla.

Al fin se dispuso a partir, y los hombrecitos le llenaron los bolsillos de oro y la acompañaron hasta la salida de la montaña.

Cuando llegó a su casa, queriendo reanudar su trabajo, cogió la escoba que seguía en su rincón y se puso a barrer. Salieron entonces de la casa unas personas desconocidas que le preguntaron quién era y qué hacía allí. Y es que no había pasado en compañía de los enanos tres días, como ella creyera, sino siete años y, entretanto, sus antiguos señores habían muerto.

Cuento tercero

L
OS duendecillos habían quitado a una madre su hijito de la cuna, reemplazándolo por un monstruo de enorme cabeza y ojos inmóviles, que no quería sino comer y beber.

En su apuro, la mujer fue a pedir consejo a su vecina, la cual le dijo que llevase el monstruo a la cocina, lo sentase en el hogar y luego, encendiendo fuego, hirviese agua en dos cáscaras de huevo. Aquello haría reír al monstruo y, sólo con que riera una vez, se arreglaría todo.

Siguió la mujer las instrucciones de la vecina. Al poner al fuego las dos cáscaras de huevo llenas de agua, dijo el monstruo:

«Muy viejo soy, pasé por mil situaciones;

pero jamás vi que nadie hirviera agua en cascarones.»

Y prorrumpió en una gran carcajada. A su risa comparecieron repentinamente muchos duendecillos que traían al otro niño. Lo depositaron en el hogar y se marcharon con el monstruo.

La novia del bandolero

E
RASE una vez un molinero que tenía una hija muy linda, y cuando ya fue crecida, deseaba verla bien casada y colocada. Pensaba: «Si se presenta un pretendiente como Dios manda y la pide, se la daré».

Poco tiempo después, llegó uno que parecía muy rico, y como el molinero no sabía nada malo de él, le prometió a su hija. La muchacha, sin embargo, no sentía por él la inclinación que es natural que una prometida sienta por su novio, ni le inspiraba confianza el mozo. Cada vez que lo veía o pensaba en él, una extraña angustia le oprimía el corazón.

Un día le dijo él:

—Eres mi prometida, y nunca has venido a visitarme.

Respondió la doncella:

—Aún no sé dónde está tu casa.

—Mi casa está en medio del bosque oscuro —contestó el novio.

Ella todo era inventar pretextos, diciendo que no sabría hallar el camino; pero un día el novio le dijo muy decidido:

—El próximo domingo tienes que venir a casa. He invitado a mis amigos, y para que encuentres el camino en el bosque, esparciré cenizas.

Llegó el domingo, y la muchacha se puso en camino; sin saber por qué, sentía un extraño temor, y para asegurarse de que a la vuelta no se extraviaría, llenóse los bolsillos de guisantes y lentejas.

A la entrada del bosque vio el rastro de ceniza y lo siguió; pero a cada paso tiraba al suelo, a derecha e izquierda, unos guisantes. Tuvo que andar casi todo el día antes de llegar al centro del bosque, donde más oscuro era.

Allí había una casa solitaria, de aspecto tenebroso y lúgubre. Dominando su aprensión, entró en la casa; dentro reinaba un profundo silencio y no se veía nadie en parte alguna. De pronto se oyó una voz:

«Vuélvete, vuélvete, joven prometida.

Asesinos viven en esta guarida.»

La muchacha levantó los ojos y vio que la voz era de un pájaro, encerrado en una jaula que colgaba de la pared. El cual repitió:

«Vuélvete, vuélvete, joven prometida.

Asesinos viven en esta guarida.»

Siguió la muchacha recorriendo toda la casa, de una habitación a otra; pero estaba completamente desierta, sin un alma viviente. Llegó al fin a la bodega, donde había una mujer viejísima, que no cesaba de menear la cabeza.

—¿Podríais decirme —preguntó la muchacha— si vive aquí mi prometido?

—¡Ay, pobre niña! —exclamó la vieja—. ¡Dónde te has metido! Estás en una guarida de bandidos. Creíste ser una novia y celebrar pronto tu boda, pero es con la muerte con quien vas desposarte. Mira lo que he tenido que preparar para ti: este gran caldero con agua. Cuando te tengan en su poder, te despedazarán sin piedad y, después de cocerte, se te comerán, pues se alimentan de carne humana. Si yo no me apiado de ti y te salvo, estás perdida.

Dichas estas palabras, la vieja la condujo detrás de un gran barril, donde no pudiese ser vista.

—Permanece callada como un ratoncito —le dijo—, sin mover ni un dedo. De lo contrario no hay salvación para ti. Por la noche, mientras los bandidos duerman, huiremos. Hace tiempo que estoy esperando la oportunidad.

Casi en el mismo momento se presentó la pandilla de desalmados. Traían raptada otra doncella, estaban borrachos y no hacían caso de sus lamentaciones y lágrimas. Diéronle a beber tres vasos de vino: uno, blanco; otro, tinto, y el tercero, amarillo. Después de beberlos, le estalló el corazón.

Arrancáronle entonces los hermosos vestidos y, extendiéndola sobre una mesa, cortaron su cuerpo a pedazos y lo salaron.

La infeliz novia, escondida detrás del barril, temblaba y se estremecía de horror, pues veía claramente la suerte que habría corrido en manos de aquellos malvados.

Uno de ellos observó que la joven asesinada llevaba un anillo de oro en el dedo meñique y, como no pudiera quitárselo, le cortó el dedo de un hachazo. El dedo saltó en el aire y, por encima del barril, fue a caer en el regazo de la novia. El bandido cogió una luz y se puso a buscarlo por todas partes. No encontrándolo, le dijo otro de los asesinos:

—¿Has mirado detrás del barril grande?

Pero la vieja exclamó presurosa:

—Venid a comer, ya lo buscaréis mañana. No se va a escapar el dedo.

—La vieja tiene razón —dijeron los bandidos.

Y, abandonando la búsqueda, sentáronse a la mesa. La mujer les echó un somnífero en el vino, y al poco rato todos dormían y roncaban, tendidos en la bodega.

Al oírlo la novia, salió de detrás del barril y hubo de pasar por encima de los durmientes, pues todos yacían en el suelo; y se moría de miedo, temiendo despertarlos. Pero Dios la ayudó, y pudo salir felizmente de aquel lugar y, con ella, la vieja, la cual abrió la puerta y escaparon las dos a toda prisa.

El viento había esparcido la ceniza, pero los guisantes y lentejas, que habían germinado y brotado, mostraban ahora el camino a la luz de la luna.

Las dos mujeres estuvieron andando toda la noche, y no llegaron al molino hasta la mañana siguiente. Entonces la muchacha contó a su padre todo lo que le había ocurrido.

Cuando llegó el día designado para celebrar la boda, presentóse el novio. El padre había invitado a todos sus parientes y conocidos y, sentados todos a la mesa, pidió a cada cual que narrase algo para entretener a la concurrencia.

La novia permanecía callada, y entonces le dijo su prometido:

—Anda, corazoncito, ¿no sabes nada? ¡Cuéntanos algo!

Respondió ella:

—Pues voy a contaros un sueño que he tenido. He aquí que soñé que caminaba a través de un bosque, sola, y llegué a una casa. No había en ella alma viviente, pero de la pared colgaba una jaula, y un pájaro encerrado en ella me gritó:

«Vuélvete, vuélvete, joven prometida.

Asesinos viven en esta guarida.»

»Lo gritó dos veces. Tesoro mío, sólo es un sueño. Entonces yo recorrí todas las habitaciones, y todas estaban desiertas; ¡pero daban un miedo! Finalmente, bajé a la bodega, donde había una mujer viejísima, que no cesaba de menear la cabeza. Le pregunté: «¿Vive mi novio en esta casa?». Y ella me respondió: «¡Ay, hija mía, has caído en una cueva de asesinos! Tu novio vive aquí, pero te matará y despedazará, y luego de cocerte se te comerá». Tesoro mío, sólo es un sueño. Pero la vieja me ocultó detrás de un gran barril y, estando allí disimulada, entraron los bandidos; con ellos traían a una doncella, a la que forzaron a beber de tres clases de vino: blanco, tinto y amarillo, por lo cual le estalló el corazón. Tesoro mío, sólo es un sueño. Quitáronle entonces sus primorosos vestidos, cortaron sobre una mesa su hermoso cuerpo a pedazos y le echaron sal. Tesoro mío, sólo es un sueño. Uno de los bandidos observó que conservaba aún un anillo en el dedo meñique y, como le costara sacarlo, cogiendo un hacha le cortó el dedo, el cual, saltando por encima del barril fue a caerme en el regazo. Y aquí está el dedo con el anillo.

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