Tormenta de sangre (36 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

De pronto, empezó a oír más gritos. Procedían de los vigías de la proa y de lo alto de los mástiles; se estremeció al pensar en los hombres que estaban allá arriba, rodeados por todas partes por la insana niebla.

—¡Diez cuartas a babor! —dijo Urial, cuya voz tenía un tono aún más débil que antes.

Algo hizo que Malus se volviera a mirar en esa dirección —una premoción, tal vez, o las invisibles manipulaciones de otra visión—, ¡y de repente, vio la sombra de una embarcación de ancha manga que salía de la niebla en dirección a ellos! Si no vibraban, el barco los embestiría a la altura de la manga y los partiría en dos.

—¡Todo a estribor! —gritó Malus—. ¡Hazlo virar de prisa o estaremos perdidos!

—¡No! —rugió Urial—. ¡Despacio!

El barco se encumbraba ante Malus, y los apuntaba como una daga dirigida a su corazón.

—¡Preparaos para el impacto! —gritó al mismo tiempo que alzaba las manos en un vano intento de protegerse del golpe que sabía que se avecinaba.

Y sin embargo, no sucedió nada.

Malus bajó los brazos y quedó boquiabierto de horror. El barco estaba atravesándolos como una aparición, pese a parecer tan sólido como el que tenía bajo los pies.

Entonces, se dio cuenta de que reconocía a las ceñudas figuras que lo observaban al pasar.

Era su barco.

Vio a un pálido Hauclir de semblante severo que le dirigía una mirada pétrea desde la proa de la aparición. A medida que pasaba el barco, se hicieron visibles otros tripulantes, cada uno tan ceñudo como la muerte. Allí estaba Tanithra, aún inclinada sobre el timón y ciega ante la locura que la rodeaba. Cuando vio la demacrada aparición pálida que se hallaba junto a Tanithra, dio un respingo como si lo hubieran pinchado.

«¿Es eso lo que ven los demás cuando me miran?», pensó. Observó cómo se alejaba la fantasmal visión de sí mismo hasta que el barco fue tragado otra vez por la niebla. Luego, la cubierta sobre la que se encontraba descendió vertiginosamente una vez más, antes de detenerse con brusquedad. El noble dio un traspié; el corazón se le subió a la garganta debido al miedo que sentía de ser lanzado de un lado a otro como un barril de cerveza, y arrojado por la borda hacia la espectral tormenta.

Navegaban por aguas oscuras bajo un cielo tenebroso y, ante ellos, la isla surgía del mar como las ruinas de un reino anegado. Al pie de los escarpados acantilados del islote se amontonaban los pecios de barcos perdidos hacía cientos de años. Directamente delante del barco pirata se extendía una ensenada protegida por largos diques marinos, que parecían dos brazos curvados; en la superficie había torres gemelas que se alzaban hacia el cielo como dientes partidos. La playa de la ensenada estaba sembrada de una mezcla de pecios procedentes de incontables naufragios, y sobre las oscuras aguas sembradas de desperdicios había casi una docena de barcos anclados: naves de los skinriders, algunas más grandes y mucho más poderosas que la embarcación en que habían llegado los druchii. En lo alto de los acantilados que dominaban la ensenada había una ciudadela en ruinas, derruida y rajada por el peso de los siglos y el incesante desgaste del viento marino. En las ventanas de la ciudadela ardían pálidos fuegos, así como en las saeteras de las malevolentes torres de los diques. Por todas partes se veían los efectos del aplastante manto de antigüedad descomunal, como si se tratara de un lugar que el resto del mundo había olvidado hacía mucho, mucho tiempo. Habían llegado al islote de Morhaut.

20. La moneda del reino

Cabalgando, inquieto, sobre un gris mar picado, el barco pirata salió del banco de niebla. Una ráfaga de viento que olía a podredumbre y moho mojado rozó el rostro de Malus y tironeó de las velas aferradas en lo alto.

Nadie hablaba. Incluso el chapoteo del agua contra el casco estaba, de alguna manera, amortecido; era como si todo estuviese enterrado bajo un invisible manto de antigüedad incalculable. Al fin, fue Malus quien rompió el silencio.

—Deberíamos largar algunas velas y averiguar lo que podamos antes de regresar a la flota.

Al principio, pareció que Tanithra no lo había oído. Cuando se volvió a mirarlo, se movió como si estuvieran dentro de un sueño.

—¿Por qué está oscuro el cielo? Cuando entramos en la niebla, lucía el sol.

—Es este lugar —dijo Urial—. Es... otro sitio. Un lugar que no es ningún lugar, extraído del tejido físico como una hebra de un tapiz.

La corsaria sacudió la cabeza violentamente.

—¡Cállate! ¡Lo que dices no tiene sentido!

Malus logró reír queda y amargamente.

—Así es la brujería, Tanithra. A mí no me gusta más que a ti. Concéntrate en lo que sí entiendes, como aquellas torres de allá —dijo, y señaló hacia las ciudadelas que se alzaban sobre los diques marinos— y los barcos de la ensenada. ¿Con qué nos enfrentamos?

Tanithra le dirigió una mirada de incertidumbre, pero volvió la atención hacia la isla que se encontraba a pocos kilómetros de distancia.

—Tendremos que acercarnos más —replicó, pasado un momento—. Al menos, con esta oscuridad deberíamos ser capaces de aproximarnos bastante a la ensenada y volver a la niebla sin alarmar a nadie.

La capitana les dio una serie de bruscas órdenes a los masteleros. Momentos más tarde, las velas principales se desplegaron y la nave adquirió velocidad, impulsada por el suave viento que entonces soplaba desde el sur...si tal dirección tenía sentido alguno en un lugar como ése.

Malus se volvió a mirar a Urial.

—¿Percibes alguna otra protección entre nosotros y la isla?

Urial negó con la cabeza. Aún tenía los ojos rojos y relumbrantes.

—No. Pero... resulta difícil estar seguro. El aire mismo hierve de poder. Un brujo diestro puede ocultar muchas cosas bajo un manto semejante.

El noble suspiró.

—No debería haber preguntado.

El antiguo acólito se encogió de hombros.

—Si te sirve de algo, el brujo con el que luchamos sobre este mismo barco no era muy diestro, sólo un mero receptáculo de una enorme cantidad de poder. No creo que los skinriders sean mejores brujos que marineros. —Giró sobre sí mismo para abarcar el oscuro paisaje que los rodeaba—. No hacen más que merodear por las ruinas de un poder mucho más grandioso.

—Te refieres a Eradorius.

Urial asintió con la cabeza.

—Fue uno de los brujos más poderosos de los tiempos de Aenarion. —Hizo una pausa cuando sus ojos se posaron sobre la torre en ruinas—. Me pregunto de qué huía.

—Eso fue hace milenios. ¿Acaso importa?

El hermano de Malus clavó en él una mirada roja como la sangre.

—El tiempo es un río, Malus; no lo olvides.

—Vosotros los nobles y vuestros enigmas... —gruñó Tanithra al mismo tiempo que sacudía la cabeza—. En vuestro lugar, me preocuparían más los doce barcos que hay anclados en la ensenada. —Observó a las embarcaciones lejanas con ojo experto—. El más pequeño es tan grande como el
Saqueador
. Son grandes barcos de guerra tileanos e imperiales, no las gabarras vapuleadas con que nos hemos enfrentado hasta ahora. Apuesto a que son parte del botín del jefe, los primeros que usa para mantener a raya a sus hombres y a otros piratas de los mares del norte.

Malus frunció el entrecejo.

—¿Podemos superarlos en velocidad?

Tanithra asintió con la cabeza.

—Claro que sí. Podemos describir círculos alrededor, aún con esta bestia torpe —replicó a la vez que le daba unas palmaditas casi afectuosas al timón—. Pero no podemos vencerlos en una lucha en mar abierto.

El noble consideró la respuesta y se encogió de hombros.

—En ese caso, los sorprenderemos mientras están anclados y les prenderemos fuego. Una incursión rápida al fondeadero, con los barcos de Bruglir y una docena de virotes de fuego de dragón, y acabaremos con los skinriders.

Tanithra rió fríamente entre dientes.

—Una estrategia impecable, almirante..., pero la han previsto. —Señaló las torres que se alzaban sobre los diques marinos—. Si te fijas, verás que esas ciudadelas tienen catapultas situadas para disparar hacia el acceso del fondeadero, hasta la entrada misma que queda entre los diques. Disparos destinados a hundir, ya que las piedras volarán en un arco natural para caer directamente sobre la cubierta de un barco. Si son diestros, pueden agujerear una nave en cuestión de minutos, y sabemos que esos bastardos tienen buena puntería, como mínimo.

Malus sacudió la cabeza, consternado.

—En ese caso, largamos todas las velas que tenemos y les damos las mínimas oportunidades posibles de hacer blanco. Podemos llegar y quedar fuera de su alcance en pocos minutos. Tú misma has dicho que las catapultas sólo llegan hasta la entrada de la ensenada.

La corsaria sonrió sin alegría.

—Es cierto. ¿Y por qué supones que lo han hecho así?

El noble estudió durante un momento el dique marino, mientras intentaba ponerse en el lugar de los piratas encargados de defender la ensenada.

—Porque... no necesitan disparar más allá de ese punto. La sonrisa de ella se ensanchó.

—Justo. —Señaló la torre que tenía a la izquierda—. Mira con más atención las proximidades de la base.

Malus lo hizo, pero fue Urial quien primero la vio.

—Hay una cadena que va desde la torre al agua, por detrás del dique.

—Correcto. Una cadena de puerto que atraviesa la entrada entre una y otra torre. Si un barco choca con ella, se detendrá en seco, indefenso a la sombra de esas dos torres, mientras la tripulación intenta hacerlo virar para huir. —Se volvió a mirar hacia popa—. Y con el viento que sopla desde el sur, el barco se vería empujado hacia la cadena, en realidad, cosa que dificultaría aún más la maniobra. —Tanithra asintió con aire sabio—. Se trata de una táctica que perfeccionaron los bretonianos cuando se hartaron de que saqueáramos sus puertos marinos, y los skinriders le han dado buen uso.

—Muy bien. ¿Cómo eliminamos la cadena? —preguntó Malus.

Tanithra negó con la cabeza.

—Es de suponer que los guardias de las torres sólo permitirán el paso de los barcos que reconozcan. No podemos romper la cadena desde aquí fuera. Tendríamos que entrar en una de las ciudadelas y bajarla desde allí.

Malus estudió las torres con detenimiento mientras, meditativo, se daba golpecitos en el mentón con un dedo. En su cerebro se arremolinaban diferentes planes al considerar el problema. Comenzó a discernir un modo de unirlos todos, y una sonrisa apareció lentamente en su rostro a medida que las piezas encajaban.

—Entonces, eso es exactamente lo que haremos —declaró—. Haz virar el barco. Creo que ya hemos visto lo suficiente.

Urial estudió a Malus con desconfianza.

—Así pues, ¿tienes un plan?

—Querido hermano, yo siempre tengo un plan.

* * *

Bruglir se cruzó de brazos y se recostó en el respaldo de la silla.

—Es el plan más estúpido que he oído jamás. Malus permaneció impasible.

—No tenemos que engañarlos, hermano, sino sólo tentarlos, y durante poco tiempo.

El capitán frunció el entrecejo.

—Pero ¿Karond Kar?

—Nuestras naves luchan contra los skinriders cada verano al regresar a Naggaroth. Esperan a que volvamos con las bodegas llenas e intentan robarnos el botín. ¿Y de qué se apoderan? ¿Oro? ¿Gemas? No. Se llevan los esclavos y tantos tripulantes como pueden. Ahora piensa en Karond Kar y en cuántos esclavos pasan por allí cada mes. Miles, todos engrilletados y listos para el transporte. —Malus bebió un sorbo de vino de una de las jarras del capitán—. El reto residirá en convencerlos de que no intentamos atacarlos durante el tiempo suficiente para que escuchen nuestra patraña.

La feroz mirada de Bruglir pasó por Malus, Urial y Tanithra por turno, como si creyera que era víctima de una elaborada broma.

—Así que mientras hablamos con el jefe, un grupo de tierra se escabulle del barco, se las arregla para entrar en una de las torres del dique marino y baja la cadena justo a tiempo para que nuestra flota ataque a los barcos anclados.

El capitán lo pensó una vez más, y una vez más negó con la cabeza.

—Son demasiadas las cosas que pueden salir mal.

—En todos los planes osados existe un cierto elemento de riesgo —replicó Malus—. No te preocupes de lo que puede salir mal, ya que nosotros nos aseguraremos de que eso no suceda. Considera, en cambio, lo que ocurrirá si las cosas salen bien. Los skinriders estarán acabados, sus depósitos de tesoros serán nuestros, y tú regresarás a Hag Graef como un héroe. Un héroe muy rico, cabría añadir. Podrías comprar un barco para todos y cada uno de los hombres de tu flota..., y también para cada mujer, ya que estamos —añadió al mismo tiempo que hacía un gesto de asentimiento hacia Tanithra.

El capitán druchii continuó meditando, mientras daba golpecitos en la mesa con un dedo enguantado. Finalmente, suspiró.

—¿Cómo vamos a coordinar nuestras acciones? La flota tendrá que aproximarse sin que la vean.

Malus miró a Tanithra. Habían hablado del tema, largo y tendido, mientras iban a reunirse con los demás barcos.

—Cuando hayamos atravesado la niebla, la flota esperará dos horas antes de continuar adelante. A esas alturas, ya tendremos hombres esperando en una de las torres, preparados para hacer que caiga la cadena.

Bruglir lo pensó.

—¿Y si el jefe de los skinriders no se cree tu historia? El noble se encogió de hombros.

—Eso, de hecho, no importa. Para entonces, la flota estará de camino y nuestros hombres dentro de la torre. Los que seamos llevados ante el jefe sólo tendremos que presentar dura batalla y resistir hasta que llegue ayuda.

—Las probabilidades a vuestro favor serán casi nulas.

Malus asintió con la cabeza.

—Es un riesgo que estoy dispuesto a correr.

Bruglir se puso de pie, con las manos cogidas a la espalda.

—Y un riesgo que no tienes ningún reparo en exigirnos al resto de nosotros. —Abrió las manos hacia adelante—. En última instancia, no importa lo que yo arriesgo. Tu poder supera mi autoridad, en este caso. —Suspiró—. Muy bien, Malus. Seguiremos el plan. Pero que los Dragones de las Profundidades se te lleven si fracasa.

De repente, Tanithra se puso en pie de un salto.

—Hay una cosa más. Si llevo el barco al interior del puerto y bajamos esa cadena, quiero algo a cambio —dijo precipitadamente—. Me quedaré con el mando del barco capturado. Para entonces, lo habré comprado con sangre dos veces. Y no pediré ningún tripulante más. Lo llevaré de vuelta a Ciar Karond y contrataré a mis propios marineros...

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