Tormenta de sangre (38 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

—Sin tener en cuenta que cuando se dé cuenta de algo de todo eso, se encontrará atada como un cerdo de sacrificio y en el fondo de nuestra bodega.

Malus asintió con la cabeza.

—Ahí es donde intervienes tú.

—¡Ah, ya! Debería haberlo adivinado.

—Cuando Bruglir y yo nos marchemos a hablar con el jefe de los skinriders, tú te quedarás a bordo, aparentemente para formar parte del grupo de desembarco que hará bajar la cadena. Antes de hacerlo, quiero que pongas en libertad a Yasmir. Dile que Urial se ha enterado de su captura, y que tú y yo hemos estado intentando encontrarla desde entonces.

Con expresión pensativa, Hauclir asintió con la cabeza.

—Intentará matar a Tanithra, ¿lo sabes?

—Cuento con ello. Desde siempre se sabe que es diestra con esos cuchillos que usa, pero después de ver la carnicería que hizo cuando nos abordaron hace algunas semanas, me di cuenta de que hay algo casi sobrenatural en su capacidad para matar. —El noble guardó silencio y consideró cuidadosamente sus palabras—. Por primera vez, comienzo a preguntarme si la obsesión de Urial hacia ella no estará, tal vez, motivada por algo más que la simple lujuria. La verdad es que podría poseer el toque de la divinidad.

—¿Y por eso has decidido aliarte con ella?

—Me alio con ella porque Bruglir debe morir. De lo contrario, sin duda me matará en cuando hayamos vencido a los skinriders. Y si él muere, Tanithra también debe morir, porque no puedo permitirme que nadie más rivalice conmigo por el control de la flota.

—¿Y Urial?

—Por el momento, aún nos necesitamos mutuamente —replicó Malus—. Yo lo necesito para entrar en la torre de Eradorius, y él me necesita para que interfiera en su favor ante Yasmir.

El antiguo capitán de la guardia meditó el plan durante un largo rato en silencio.

—¿Así que, en lugar de limitarte a secuestrar a la amante del heredero del vaulkhar, de hecho estás poniendo en marcha un plan que garantice que sobre tus propios aliados caerá una tormenta de sangre apenas horas antes de una importante batalla?

—Es una manera bastante superficial de considerarlo, pero, esencialmente, es correcto. Hauclir suspiró.

—Bueno, supongo que podría ser peor, aunque, de momento, no es más que una teoría, te lo advierto.

—Basta de gimoteos —dijo Malus—. ¿Qué hay de Urial? ¿Estás seguro de que ha dejado de vigilar a Yasmir?

—Ni siquiera ha acudido a la puerta de su camarote desde que regresó, y tampoco se ha visto a sus guardias. Supongo que ha estado ocupado en dibujar las cartas que orientarán al resto de la flota a través de esa condenada niebla.

—¿Y le diste mi mensaje?

—Le repetí exactamente lo que me dijiste: «La hora de pagar las deudas ya casi ha llegado». Asintió con la cabeza y desapareció dentro de su camarote. Es la última vez que lo vi.

—Muy bien. Tal vez bastará con eso para mantenerlo fuera de nuestro camino durante las próximas horas. Después, que haga lo que le plazca.

Antes de que Hauclir pudiera responder, ambos giraron en el recodo de un pasillo adyacente y se encontraron con media docena de corsarios que aguardaban impacientemente a poca distancia del camarote de Yasmir. Al igual que Malus, la mayoría iban vestidos de negro y ocultaban el rostro bajo capuchas o detrás de máscaras de cuero. Sólo Tanithra llevaba la cara desnuda, y su expresión no era nada menos que jubilosamente asesina. Dos corsarios cargaban, entre ambos, una sábana de piel de vela, mientras que los demás llevaban en la mano cachiporras negras.

—Te has tomado tu tiempo para llegar —siseó Tanithra—. Arriba tengo hombres que están cargando provisiones en la canoa, pero sólo disponemos de pocos minutos antes de que acaben.

—Tranquilízate —le dijo Malus con calma—. Es probable que Yasmir ya esté dormida. La desmayaremos de un golpe, la envolveremos y nos habremos marchado antes de que nadie sepa qué ocurre. —Tocó con un codo a Hauclir, que asintió, obediente, y se cubrió la cara con un pañuelo negro de marinero—. ¿Tus hombres conocen el plan?

—Sí.

Malus asintió con la cabeza.

—Bien. Y recordad: que nadie hable hasta que nos encontremos a bordo del barco pirata, y que nadie mencione ningún nombre en su presencia, salvo el de Bruglir. —Se volvió a mirar a los corsarios—. Vamos.

Sin aguardar respuesta, Malus avanzó sigilosamente por el corredor hasta llegar a la puerta del camarote de Yasmir. La fina madera estaba literalmente cubierta de runas votivas y nombres de marineros que pedían la bendición de Khaine. Aquí y allá, las estrías de los símbolos tallados estaban cubiertas de sangre seca. Malus pasó los dedos por encima. De repente, una sensación de intensa aprensión se apoderó de su corazón, pero hizo un esfuerzo para apartarla de sí.

Tendió una mano, y Hauclir le puso en la palma el mango de la cachiporra. El noble dedicó otro momento a asegurarse de que los corsarios estaban en posición.

—Recordadlo —dijo con un susurro apenas audible—. Moveos con rapidez. No le deis oportunidad de reaccionar.

Las cabezas asintieron. Malus inspiró profundamente, abrió la puerta y, raudo y silencioso, entró en el camarote apenas iluminado.

Dentro, el aire era cálido y sofocante. Las tablas de la cubierta estaban pegajosas de salpicaduras y regueros de sangre, las suelas de las botas se despegaban con un crujido. Al otro lado de la habitación había seis velas que se habían consumido casi hasta el final; habían derramado largos regueros de cera que caían por el borde de un estrecho anaquel para formar brillantes columnas que llegaban hasta la cubierta.

La única litera individual del camarote estaba vacía y sin deshacer. Yasmir se encontraba arrodillada en un rincón de la habitación. El negro cabello le caía suelto como un manto sobre los hombros desnudos. Su piel relumbraba a la suave luz de las velas y dejaba ver las brillantes líneas de cortes que formaban intrincados dibujos sobre los brazos, las piernas y los hombros.

Cuando los corsarios entraron, tenía la espalda vuelta hacia ellos, pero Malus le echó una sola mirada y supo que las cosas ya habían salido terriblemente mal.

Había llegado a la mitad del camarote cuando ella se puso de pie y se volvió con casi lánguida gracilidad. Su rostro estaba beatífico, sin marca alguna del agudo filo que le había decorado gran parte del cuerpo desnudo; los párpados se cerraban a medias sobre los serenos ojos violeta, como si se moviera en sueños. Era la serenidad del verdugo, la elegancia de la muerte encarnada.

Cuando corrió hacia él, los largos cuchillos de hoja estrecha que sostenían sus manos aparentemente delicadas trazaron arcos plateados, y el instinto nacido de la experiencia de ensangrentadas manos le dijo a Malus que si permitía que ella lo alcanzara, estaría muerto. Yasmir sonrió y abrió los brazos como una amante mientras avanzaba, y Malus se lanzó al entarimado en lugar de caer en el mortal abrazo.

Rodó por las tablas manchadas de sangre, chocó contra una mesa y una silla, y sobre su cabeza cayeron botellas vacías y una bandeja con migajas de pan. Luego, oyó el sonido de un agudo filo de acero que cortaba cuero y piel, y un gorgoteante gemido ahogado en el lugar que acababa de abandonar apenas momentos antes.

Dos cuerpos cayeron sobre la cubierta con un solo golpe sordo. Malus había esquivado la mortal carrera de Yasmir, y los dos corsarios que iban detrás habían recibido el embate de la carga en lugar de él. Los cuchillos habían atacado como víboras y habían matado a los hombres que contemplaban, boquiabiertos, la imagen sobrenatural que tenían delante.

Yasmir pasó entre los muertos mientras caían, y los corsarios que los seguían se dispersaron como ovejas ante un lobo. Uno que no se movió con la rapidez necesaria murió con una hoja de cuchillo clavada en una sien, y entonces, no quedó nadie entre Yasmir y Tanithra. La corsaria gruñó para emitir un desafío inarticulado y sacó la pesada espada de la vaina. Malus se puso precipitadamente de pie, aunque sabía que no lograría llegar a tiempo hasta las dos mujeres. A pesar de su gran destreza, Tanithra estaría muerta en breve, y Malus iba a necesitar un plan completamente nuevo.

De repente, se oyó un agudo tintineo de eslabones metálicos, y Yasmir cayó hacia adelante. Hauclir tiró con todas sus fuerzas y arrastró a Yasmir hacia atrás con la cadena con la que le había rodeado un tobillo.

Tanithra se lanzó hacia Yasmir, y Malus también saltó, decidido a llegar antes hasta su hermana. Ella rodó y quedó de espaldas ante él, y sus manos se transformaron en borrones de movimiento. Malus apretó los dientes y descargó la cachiporra, que impactó de lleno en la frente de Yasmir. La cabeza cayó sobre la cubierta con un golpe seco, y ella quedó inerte. El noble se desplomó sobre la cubierta, a su lado, y Tanithra frenó en seco y detuvo el golpe de espada en el último instante.

De inmediato, Hauclir llegó junto a Malus y se situó entre su señor y la mujer corsaria. Una de las dagas de Yasmir estaba clavada en un hombro del guardia.

—¿Estás bien? —preguntó con voz tensa.

El noble asintió con la cabeza. Rodó y quedó de espaldas. Apretó los dientes y se llevó una mano al muslo derecho, donde su mano se cerró sobre la empuñadura del cuchillo que tenía clavado, y se lo arrancó. Por la herida manó un torrente de sangre caliente que le empapó el ropón de lana.

El guardia se arrodilló, sin hacer caso del arma que tenía clavada en el hombro, y palpó la pierna de Malus a través del agujero que tenía en el calzón.

—No ha tocado la arteria por menos del ancho de un dedo —dijo, ceñudo; después, levantó la mano y se arrancó el otro cuchillo de Yasmir—. Esperemos que no sea de las que envenenan los cuchillos. He oído que es algo que está de moda entre las damas esta temporada.

Malus no le hizo caso. Con los dientes apretados por el creciente dolor, alzó ojos coléricos hacia Tanithra.

—Supongo que planeabas dejarla inconsciente con un golpe del plano de la espada.

—Por supuesto que no —le espetó Tanithra—. Si hubiera dado un paso más, la habría abierto como a una salchicha. Ya viste lo que les hizo a mis hombres.

—En ese caso, ha sido para nosotros una suerte que mi guardia llegara antes hasta ella —replicó el noble, que reprimió un gemido y se puso de pie—. Envolvedla. Ahora.

—¿Y qué hay de mis hombres? —exclamó Tanithra, que señaló los cadáveres que yacían en medio de la habitación.

—¡Baja la maldita voz! —siseó Malus—. Déjalos. Nadie vendrá a buscar a Yasmir hasta que haya acabado la batalla, y para entonces no importará si los encuentran. ¡Ahora, atadla antes de que recupere el conocimiento y tengamos que hacer todo esto otra vez!

Tanithra chasqueó los dedos, y los corsarios supervivientes se lanzaron a la acción para atarle los pies y las manos a Yasmir, y amordazarla con una tira de cuero antes de envolverla con la vela. Con un gruñido, los dos hombres se echaron el hato sobre el hombro mientras la mujer corsaria asomaba la cabeza por la puerta para asegurarse de que no había nadie por las inmediaciones. Satisfecha, les hizo un gesto a los hombres, que salieron con rapidez por la puerta y echaron a andar por el corredor.

Malus cojeaba detrás de Tanithra y hacía muecas de dolor a cada paso. Le sorprendió lo tentado que estaba de recurrir al demonio para que lo curara a pesar de encontrarse ante testigos, pero resistió el impulso con resolución.

—Volved al barco pirata —le dijo a ella—, y asegúrate de que no sufra ningún accidente por el camino. Recuerda, debemos hacer que Bruglir se vea obligado a matarla, o no lograrás nada con su muerte.

Tanithra clavó en él una mirada implacable. Sin decir nada, pasó ante el noble herido y siguió a sus hombres.

Cuando estuvo fuera del alcance auditivo, Malus se volvió a mirar a Hauclir.

—¿Tienes los cuchillos de Yasmir?

El guardia asintió con la cabeza y se señaló el cinturón, del que asomaban las empuñaduras de las armas. Los ojos de Hauclir no se apartaron en ningún momento de Tanithra, mientras se alejaba por el pasillo.

—Ésa no es de fiar, mi señor —declaró con voz tensa de dolor—. Es demasiado impredecible.

Malus negó con la cabeza.

—Los dados están echados, Hauclir. No matará a Yasmir después de que le haya recordado las consecuencias que tendría hacerlo, y no puede recurrir a nadie más. Le llevamos ventaja.

—Por ahora, mi señor —dijo Hauclir con tono lúgubre—. Por ahora.

Malus subió lentamente a la cubierta del barco pirata capturado e intentó disimular la cojera al ascender por la estrecha escalerilla. Muy a su pesar, había permitido que Hauclir le diera una pequeña dosis de
hushalta
, y la herida del cuchillo le dolía ferozmente mientras la droga le hacía efecto. Los efectos narcóticos de la bebida lo habían retenido bajo cubierta mientras Bruglir y Urial subían a bordo y el barco bogaba nuevamente a través de las nieblas que rodeaban la isla. La arena ya caía dentro del reloj; en menos de dos horas los seguiría el resto de la flota, guiada por las cartas náuticas de Urial, y comenzaría el ataque.

Bajo un cielo oscuro, el noble subió a la cubierta principal, por encima de la cual se encumbraban ominosamente las estrechas torres que guardaban el dique marino de la isla. Se encontraban a menos de media milla de la entrada de la ensenada, y se acercaban velozmente, a todo trapo. Urial ya iba de un lado a otro entre los tripulantes, para tocarlos por turno e impartirles la bendición de Khaine que los protegería del halo corruptor de los skinriders. Bruglir se hallaba de pie en la proa, y estudiaba la ensenada con agudos ojos. El noble se volvió y vio a Tanithra ante el timón, con expresión ceñuda. No se veía a Hauclir por ninguna parte. Malus imaginó que ya estaba abajo, esperando en las sombras cercanas a la bodega donde se encontraba Yasmir.

Avanzó lenta y cuidadosamente hacia la proa. Se había quitado la cota de malla ligera, y entonces llevaba su habitual armadura completa y las espadas gemelas que le había regalado Nagaira. Bruglir tenía puesta una armadura vapuleada pero funcional, y una única espada bien cuidada y, obviamente, muy activa. El noble se sintió irritado al ver que su hermano se las arreglaba para armarse como un caballero de pocos medios, y sin embargo tenía un aspecto regio y heroico al mismo tiempo. Se detuvo ante la borda de popa y entrecerró los ojos al mirar hacia la oscuridad.

—¿Alguna señal de que ya haya bajado la cadena?

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