Tríada (10 page)

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Authors: Laura Gallego García

Se le quebró la voz.

—Debes de quererle mucho —comentó Jack en voz baja.

—Sí, Jack. Lo siento.

Hubo un breve silencio.

—Vale —dijo Jack entonces—. Puedo asumirlo. Lo veía venir, de todas formas.

Victoria entendió de golpe lo que el chico le estaba diciendo, y se separó bruscamente de él.

—Pero...

—No, no digas nada. Está claro lo que sientes, está claro que es a él a quien quieres. Pero ojalá tuviera la certeza de que esa serpiente puede hacerte feliz; me quedaría mucho más tranquilo.

—Pero...

—Sigo sin entender cómo eres capaz de perdonarle tantas cosas, pero si puedes hacerlo, eso sólo puede ser amor, de forma que no me queda más remedio que...

—¡Pero es que no lo entiendes! —casi gritó Victoria.

Cerca de la hoguera había un grupo de van que jugaban a un extraño juego con piedras pintadas, hablando muy deprisa y gesticulando mucho, pero se callaron todos a una y se volvieron para clavar en ellos sus ojos brillantes como carbones encendidos. Victoria enrojeció.

—No lo entiendes —repitió, bajando la voz; los yan reanudaron su juego—. Te quiero a ti también. Con locura. No quiero que pienses ni por un segundo que no siento nada especial por ti, porque...

No fue capaz de seguir hablando. Bajó la mirada, confusa. Sintió que Jack le acariciaba el pelo, y se dejó llevar por su caricia. Antes de que pudiera darse cuenta, se estaban besando, con suavidad, con dulzura. Se separaron, respirando entrecortadamente, e intercambiaron una mirada llena de cariño y complicidad.

—No quiero hacerte daño —suspiró Victoria, apoyando la cabeza sobre su hombro.

Jack se había-quedado sin habla, maravillado. Ninguna palabra, ninguna mirada, podían revelarle tanto acerca del corazón de Victoria como aquel beso que habían compartido.

Ahora sabía que ella no fingía, no estaba jugando, iba en serio. Lo que sentía por él seguía estando ahí, era real y verdadero. Y muy intenso.

—Todavía me quieres —dijo, feliz.

—Y tanto —sonrió ella, ruborizándose un poco—. Todo sería mucho más sencillo si pudiera quererte solamente a ti. ¿Verdad?

Jack calló, pensando, al mismo tiempo que la abrazaba con fuerza y acariciaba su cabello oscuro. El corazón le latía muy deprisa mientras terminaba de asimilar el hecho de que Victoria todavía lo amaba.

—Creo que aún no estás preparada para elegir —dijo por fin. —¿Entonces...?

Jack dudó. Era su oportunidad, no debía dejarla escapar. Pero Victoria sufría por Christian, lo echaba de menos, lo quería de veras. Igual que él a ella. Suspiró para sus adentros. Qué diablos, pensó.

—... Entonces, deberías ir a hacer las paces con Christian —concluyó—. Además... —titubeó un poco antes de seguir—, no está pasando por un buen momento.

Por la mente de Victoria cruzó de nuevo, fugaz, el recuerdo de Christian besando a Gerde. Frunció el ceño, preguntándose ni aquélla era la manera que tenía él de conjurar los malos momentos; pero Jack no había terminado de hablar.

—No sé lo que ha pasado entre vosotros, pero lo único que sé acerca de Christian, lo único que comprendo... es que está loco por ti. Creo que eso no debes dudarlo jamás.

Victoria se quedó mirándolo un momento.

—Jack, ¿cómo...? —No le salieron las palabras, y probó otra vez—: ¿Por qué me dices esto? ¿Precisamente tú?

—Porque soy tu mejor amigo, y tengo que cuidar de ti —sonrió él.

Victoria sonrió otra vez. Lo abrazó con todas sus fuerzas, lo besó de nuevo, con cariño.

—Gracias, Jack —susurró.

Después, se levantó y se alejó hacia la espesura, en busca de Christian. Jack se quedó de nuevo solo junto a la hoguera, contemplando el lugar por donde se había marchado, preguntándose si había hecho bien, y sintiéndose tremendamente estúpido por haber dejado pasar la oportunidad.

Recordó lo que el Padre le había contado acerca de Christian. El shek tenía una forma muy particular de demostrar su amor... pero amaba intensa y dolorosamente a Victoria. Cada día que pasaba, Jack estaba más convencido de ello.

Los dos eran muy diferentes, y se habían hecho mucho daño el uno al otro. Y volverían a hacérselo, una y otra vez, aunque no lo quisieran. Pero nunca dejarían de amarse, por mucho dolor que pudiera causarles aquella relación. Jack suspiró, cansado. Sabía que Christian había herido a Victoria en varias ocasiones, pero sabía también lo mucho que el shek había sufrido por ella. Y, sin embargo, separarlos sería peor para ambos, mucho peor... Jack conocía lo bastante bien a Victoria como para saber esto, y la quería lo suficiente como para no desearle tanto sufrimiento.

«Quizás es ése mi problema», se dijo, abatido.

De camino, Victoria pasó junto a la cabaña de Shail, y se le ocurrió que, si Zaisei ya se había marchado, podría intentar hablar con su amigo. Se acercó en silencio, preguntándose qué podía decirle...

—...Tienes que hablar con ella —dijo entonces una voz desde el interior—. Tienes que convencerla de que deje atrás al shek.

Victoria se detuvo en seco y se arrimó a la pared de la cabaña, ocultándose entre las sombras. Había reconocido aquella voz: era la suave voz de la sacerdotisa celeste. Y la chica estaba segura de que hablaban de Christian.

—Ese muchacho la ha protegido de Ashran mucho mejor que cualquiera de nosotros —respondió la voz de Shail, y Victoria detectó un tono amargo en sus palabras—. ¿De verdad crees que podéis sacarla de aquí, separarla de sus amigos, llevarla al Oráculo y pensar, siquiera por un instante, que estará más segura o será más feliz?

—El Oráculo está protegido por las diosas —replicó Zaisei, y su voz, habitualmente dulce, sonó ahora fría y severa—. Ellas lo han guardado de Ashran y los sheks para que fuera un refugio seguro para Lunnaris.

Shail resopló, malhumorado.

—No me hagas reír. Los dioses nos abandonaron hace mucho tiempo, y lo sabes. Si el Oráculo sigue en pie es porque los sheks tienen interés en que así sea.

—¿Cómo te atreves a dudar de los dioses? —le reprochó ella, sin levantar la voz—. Oh, los magos sois tan arrogantes... creéis que vuestro poder superior os da derecho a cuestionar a los Seis. Y es vuestra ambición y descreimiento lo que ha amenazado tantas veces la paz de Idhún.

Shail suspiró, y Victoria adivinó que no era la primera vez que él y la sacerdotisa mantenían aquella discusión.

—¿Y qué hay de Jack? —preguntó el mago, cambiando de tema—. ¿También vais a separarla de él?

—El dragón vendrá con nosotras, por supuesto. Pero de ninguna manera podemos permitir que ese shek se acerque a Lunnaris, nunca más.

Victoria sintió como si un puñal de hielo le desgarrara el corazón. Comprendió que no soportaría que la apartaran de Christian, que la obligaran a romper su relación con él.

« ¿Cuántas cosas más vas a perdonarle?», había dicho Jack.

Victoria sonrió con tristeza. «Al menos una más», pensó.

Prestó atención a la conversación de la cabaña, porque Shail seguía hablando.

—Sabes lo que Victoria siente por él. Sabes que él la corresponde. Lo sabes, Zaisei, lo has leído en su corazón. ¿Y aun así hablas de separarlos?

—Es una relación que sólo les causará dolor a ambos... y a Yandrak.

Hubo un breve silencio. Victoria cerró los ojos.

Shail dijo entonces:

—Es un error. No podéis presentarlos en el Oráculo y esperar que los dioses hagan el resto. Tenemos que luchar, organizar una rebelión, desafiar a Ashran en una guerra abierta.

—¡Luchar! ¡Guerra! —repitió Zaisei, horrorizada—. Sin duda no será necesario nada de todo esto, ahora que Yandrak y Lunnaris han regresado, ¿verdad?

—No seas ingenua —replicó Shail, con dureza—. ¿Por qué crees que Gaedalu quiere llevarse a Victoria al Oráculo? Los varu siempre se han sentido a salvo en sus ciudades submarinas, pero eso se ha acabado. ¿Crees que no lo sé? Los sheks han conquistado el continente, pero también pueden moverse bajo el agua y ahora quieren conquistar el mar. Atacaron Dagledu y paralizaron a todos sus habitantes con su poder telepático. Y otras ciudades del Reino Oceánico se están rindiendo también. El Oráculo de la Clarividencia está junto al mar, cerca de la capital de los varu.

—Eres retorcido, Shail —le echó en cara la sacerdotisa—. ¿Cómo puedes hablar así de la Madre? ¡Ella actúa por el bien de todo Idhún! Siempre estás pensando mal de todo el mundo.

—Y así es como la Resistencia ha logrado sobrevivir —respondió Shail con sequedad—. Vosotros lleváis quince años bajo el dominio de los sheks y os estáis acostumbrando a ellos... pero para nosotros ha pasado mucho menos tiempo y todavía tenemos fuerzas para luchar. Y eso es lo que haremos, ¿entiendes? Nuestra fuerza radica en que peleamos todos juntos. No debemos separarnos. Christian es de los nuestros; me salvó la vida en una ocasión, y sus sentimientos por Victoria son sinceros.

Victoria tembló un momento, recordando que acababa de ver juntos a Christian y Gerde. Intentó no pensar en ello.

—Es un shek, Shail —dijo Zaisei suavemente—. No, no dudo de sus sentimientos por Lunnaris, porque todos los celestes hemos podido percibirlos. Pero, dime, ¿cuánto tardará en aflorar de nuevo esa parte de su ser que rinde adoración al Séptimo? ¿Cuánto tardará en dejarse llevar por su instinto y atacar a Yandrak?

Shail guardó silencio, y Victoria no lo consideró una buena señal.

—Has hecho un gran trabajo, amigo mío —dijo ella con dulzura—. Los habéis traído de vuelta, sanos y salvos. Ahora, vuestra misión ha concluido. Dejad que otros más poderosos y más sabios cuiden de ellos en vuestro lugar.

—Quería estar a su lado cuando se enfrentase a Ashran —dijo Shail en voz baja.

—Son el último dragón y el último unicornio. ¿De verdad crees que es una buena idea enfrentarlos a Ashran, correr el riesgo de perderlos?

—Pero la profecía...

—La profecía se cumplirá de todas maneras, porque es la voluntad de los dioses. En el Oráculo, sin duda, se nos revelará cómo...

—¡Deja de hablar de los dioses! —casi gritó Shail—. ¡Los dioses no hicieron nada el día de la conjunción astral, no nos ayudaron a enviarlos a otro mundo, y tampoco nos pusieron las cosas fáciles para encontrarlos y traerlos de vuelta! Dime, Zaisei, si existen los dioses... ¿dónde estaban el día que Ashran exterminó a todos los dragones y todos los unicornios? ¿Por qué nos abandonaron?

Hubo un silencio tenso. Entonces, Victoria, conteniendo el aliento, oyó el suave murmullo de la túnica de la sacerdotisa, y se pegó aún más a la pared. La vio salir de la cabaña de Shail, y le pareció que había lágrimas brillando en sus bellos ojos violetas.

Esperó a que se perdiera de vista, y entonces entró ella en la vivienda. Se detuvo un momento en la puerta, indecisa.

Shail estaba tendido sobre el jergón; una suave manta le cubría hasta la cintura, por lo que Victoria no pudo ver los resultados de la intervención. Pero sí apreció el gesto de amargura de su amigo, y el brillo febril de sus ojos castaños, que destacaban en su pálido rostro.

—Hola, Vic —dijo él—. Pasa.

Ella lo hizo, llena de remordimientos por haber estado espiando.

—Qué cara traes —sonrió Shail—. ¿Por casualidad no estarías escuchando conversaciones ajenas?

Victoria se ruborizó.

—Yo... bueno, me pareció que, a pesar de ser una conversación ajena, me incumbía bastante.

—Y tenías razón —asintió Shail.

Victoria se sentó junto a él.

—Creo que has sido un poco duro con ella —opinó en voz baja.

La expresión del mago se suavizó un tanto.

—No puedo evitarlo —admitió—. A veces tengo la sensación de que los celestes no deberían existir en este mundo, es demasiado malvado para ellos.

—El Padre de la Iglesia de los Tres Soles es un celeste —le recordó Victoria.

—Sí, y lo ha pasado muy mal, pobre hombre. Ser Venerable no es más que otro puesto de poder, igual que tener a cargo una de las torres de hechicería, igual que ser rey de algún país. Ha-Din está en contra de todo tipo de violencia. Imagina lo que supone para él ser el líder de una Iglesia en tiempos de guerra.

—Me da la sensación de que Gaedalu le come terreno —opinó Victoria.

—Por supuesto que es así. Y no ayuda el hecho de que tanto el Oráculo de los Pensamientos, que pertenecía a la Iglesia de los Tres Soles, como el Gran Oráculo, que era un centro compartido por ambas Iglesias, hayan sido destruidos. El que queda en pie, el Oráculo de la Clarividencia, es la sede de la Iglesia de las Tres Lunas. Muchos fieles han interpretado que las diosas tienen más poder que los dioses, que ellas pueden protegerlos mucho mejor que la tríada solar. Gaedalu ha ganado mucho poder últimamente.

—Quiere llevarnos a Jack y a mí al Oráculo, ¿verdad? Quiere separarnos de vosotros.

—No es la única que tiene planes para vosotros. Alexander me ha contado que Allegra ha estado hablando con él acerca del Archimago. Por lo visto, está muy trastornado.

—¿Por qué?

—Es el último Archimago que queda. El último de los que se formaron en la Torre de Drackwen. Sabes lo que eso significa.

Victoria asintió. Conocía la historia. Las Iglesias tenían tres Oráculos, los magos tenían tres torres de hechicería, y así se mantenía el equilibrio entre el poder sagrado y el poder mágico. Pero tiempo atrás, la Orden Mágica había edificado una cuarta torre en el corazón de Alis Lithban, el bosque de los unicornios, el lugar más poderoso de Idhún. El equilibrio entre ambas fuerzas se había roto. Los hechiceros que habían recibido allí su educación sobresalían por encima de los magos de las otras torres; con el tiempo, se demostró que habían desarrollado su poder más allá del de los magos corrientes, y se les llamó Archimagos. Cuando, debido a la presión de los sacerdotes, la Orden Mágica accedió a clausurar la Torre de Drackwen, había ya cerca de una veintena de Archimagos en Idhún. Ninguno de ellos tenía especial interés en reabrir la escuela de la Torre de Drackwen; no les convenía que ésta generara más Archimagos que pudieran disputarles el poder.

Así, con el tiempo, los Archimagos, a pesar de su extraordinaria longevidad, fueron desapareciendo poco a poco. En los tiempos de la conjunción astral ya sólo quedaban tres. Dos de ellos gobernaban la Torre de Kazlunn y la Torre de Awinor. El tercero era Qaydar.

—A Qaydar le ofrecieron el gobierno de la Torre de Derbhad —le explicó Shail—, pero lo rechazó, porque no le interesaba la política, sólo el estudio de la magia. Así que fue tu abuela quien se encargó por fin de la escuela.

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