Tríada (16 page)

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Authors: Laura Gallego García

—¿Creéis que puede llegar a adivinar adónde van?

—Ashran debe de saber hacia dónde se dirige Christian —dijo Allegra—. Estoy empezando a pensar que Gaedalu tenía razón, y ese muchacho no escapó de la Torre de Drackwen por casualidad. Puede que su padre todavía tenga planes para él, así que alejarse de nosotros es lo más inteligente que ha podido hacer, si de verdad quiere proteger a Victoria. En cuanto a ellos...

—Todos esperan que Jack y Victoria lideren la rebelión contra el Nigromante —reflexionó Alexander—, no que se escondan en el más remoto lugar del mundo, donde nadie puede acogerlos ni apoyarlos en su lucha.

—¿Qué debemos hacer, pues?

—Debemos hacerles creer que van a hacer lo que se espera de ellos —decidió Alexander—. Ir a Vanissar, iniciar una rebelión, apoyar al Archimago en su absurda cruzada si es necesario... todos deben saber que el dragón y el unicornio no están lejos de nosotros y que llegarán para luchar a nuestro lado en el momento oportuno. Que la Resistencia sigue unida, y que todo el mundo sepa exactamente dónde está. Para que Ashran se centre en nosotros a la hora de buscar a Jack y a Victoria.

—¿Crees que caerá en la trampa?

—No lo sé, pero debemos intentarlo. Y, aunque no fuera así, si le ponemos las cosas difíciles no tendrá más remedio que prestarnos atención.

—De acuerdo —aceptó Allegra—. Sigamos con el plan y vayamos a Vanissar. ¿Shail?

El mago la miró, dubitativo.

—Eso implica ir en la dirección contraria a la que ellos han tomado —dijo.

—Lo sabemos. ¿Querrías haber ido con ellos? —preguntó Allegra con suavidad.

—Los habría retrasado —admitió Shail a regañadientes, echando un vistazo al lugar donde antes había tenido la pierna izquierda—. Aun así... hay otra cosa que me preocupa, y es esa dichosa profecía. —Alzó sus ojos castaños para mirar fijamente a sus amigos—. Hemos tardado años en saber que un shek estaba también implicado en ella. Me pregunto qué más cosas nos ocultan los sacerdotes... y si hay algo más en esa profecía que debamos saber.

Allegra y Alexander asintieron, sombríos.

Fue un día muy complicado para la Resistencia. En cuanto las hadas informaron de que, junto con el shek, también habían desaparecido Yandrak y Lunnaris, tanto la Madre como el Archimago pensaron que Kirtash les había tendido una trampa y se las había arreglado para acabar con ellos. Pero sus amigos, aunque parecían preocupados, no se mostraban en absoluto tristes o desesperados, por lo que Gaedalu no tardó en darse cuenta de que ellos sabían más de lo que querían admitir. Cuando les preguntó al respecto, fue Alexander quien tomó la palabra:

—Kirtash no tiene nada que ver con esto —declaró—. Jack y Victoria se han ido por voluntad propia.

—¿Ellos solos? —dijo Qaydar, entornando los ojos.

Alexander lo miró un momento. No confiaba en el Archimago, y su obsesión por reconquistar la Torre de Kazlunn no mejoraba las cosas. Pero tendría que convencerlo, al menos a él, para que apoyara a la Resistencia. De modo que dijo, escogiendo con cuidado las palabras:

—Se han ido solos porque aquí estaban en peligro. Ashran sabía dónde se ocultaban, y es cuestión de tiempo que el bosque de Awa caiga en sus manos, como cayó la Torre de Kazlunn.

El rostro del Archimago se contrajo en una mueca de odio. Pero calló, y esperó a que Alexander siguiera hablando.

—Tenemos que organizar una rebelión —prosiguió el joven—. Tenemos que reunir un ejército para luchar contra Ashran. Y, cuando estemos preparados, Yandrak y Lunnaris volverán con nosotros, para liderar el ataque, para... para reconquistar la Torre de Kazlunn si es necesario —añadió—. Pero no ahora. Todavía no somos fuertes, aún no estamos organizados. Si Ashran nos ataca, es mejor que el dragón y el unicornio no se encuentren con nosotros, porque hay muchas posibilidades de que logre acabar con ellos.

«Ashran no podrá acabar con ellos —dijo Gaedalu—. Son los héroes de la profecía.»

—Incluso los héroes pueden morir —replicó Alexander con frialdad—. Yo he visto crecer a esos chicos, los he visto enfrentarse a situaciones difíciles y salir triunfantes; pero también sé que son vulnerables. Si Yandrak y Lunnaris son la única esperanza que nos queda, debemos protegerlos hasta que estén preparados, no lanzarlos a las garras de Ashran a la primera oportunidad. Hoy por hoy, nuestro enemigo es aún más fuerte que nosotros.

«Habrían estado seguros en el Oráculo...»

—...El primer lugar donde Ashran los buscaría —intervino

Allegra.

Los ojos oceánicos de Gaedalu se centraron en ellos. « ¿Acaso sabéis adónde han ido?», preguntó.

Alexander alzó la cabeza y la miró fijamente, y no titubeó cuando dijo:

—No.

Shail se esforzó por reprimir su perplejidad. Alexander jamás mentía. Era algo que estaba prohibido por el código de honor de la orden de caballería a la que pertenecía. El mago se obligó a sí mismo a recordar que en los dos años que había pasado alejado de la Resistencia habían cambiado muchas cosas... y que su amigo ya no era el príncipe Alsan que había conocido.

Gaedalu entrecerró los ojos, intentando sondear sus pensamientos. Pero se topó con una barrera impenetrable. Tal vez un shek habría podido leer la verdad en la mente de Alexander, pero los poderes mentales de los varu eran limitados, y Alexander tenía una voluntad de hierro.

Ha-Din, sin embargo, desvió la mirada, turbado. Sabía perfectamente que Alexander estaba mintiendo, y el joven se preguntó si los delataría. Pero el Padre permaneció callado.

—¿Por qué deberíamos creer en ti? —intervino el Archimago—. Eres un príncipe sin reino. Y ya no eres el caballero que partió al otro mundo. Recuerdo cómo eras entonces. No tenías el cabello de color gris, y tus ojos eran diferentes. Detecto en ti una huella de magia negra.

—Los esbirros de Ashran hicieron de mí lo que soy ahora —admitió Alexander; pero no dio detalles—. No les estoy agradecido por ello. Ardo en deseos de hacérselo pagar. Venganza. Aquél era el lenguaje que Qaydar entendía. Asintió; pero todavía lo miraba con desconfianza. Allegra dio un paso al frente.

—Yo estoy con él, Qaydar. Si no puedes confiar en un no iniciado, al menos escúchame a mí. Es cierto que no soy Archimaga, pero tuve a mi cargo una torre de hechicería, y sé lo que es perderla. Deseo recuperar lo que Ashran nos ha arrebatado. Yo voy con el príncipe Alsan al norte, a Vanissar, para iniciar una rebelión desde allí.

Gaedalu los miró con resentimiento.

«Magos —dijo—. Siempre pensando en vuestros propios intereses. No os apoyaré en vuestra locura. Regresaré al Oráculo N rezaré a los dioses para que Yandrak y Lunnaris recobren la cordura y acudan a nosotros.»

Shail alzó la cabeza bruscamente para mirar a Zaisei, que estaba de pie tras Gaedalu, junto con el resto de sacerdotisas de su séquito. La joven celeste sostuvo su mirada un momento, pero después volvió la cabeza hacia otro lado. Shail sabía que Zaisei no los acompañaría a Vanissar, pues su lugar estaba en el Oráculo, con sus superiores. Eso significaba que tendrían que separarse, apenas dos días después de haberse reencontrado. Una vez más, el mago percibió el alto muro que los separaba.

Gaedalu dio media vuelta y se alejó en dirección al río, seguida de las sacerdotisas. Zaisei no volvió la cabeza ni una sola vez, pero Shail no apartó la mirada de ella hasta que el grupo se perdió en las sombras de la floresta.

—No deberíais haber dejado marchar a Lunnaris —les reprochó entonces el Archimago, con un brillo de cólera palpitando en sus ojos—. Ella podría haber otorgado la magia a más gente, podría haber sido un arma muy valiosa para nuestra lucha...

—No está preparada —cortó Allegra, con rotundidad—. Todavía no sabe cómo entregar la magia como hacen los unicornios, Qaydar. Precipitar las cosas habría supuesto perderla para siempre. Lo sabes tan bien como yo.

El Archimago la miró un momento, sombrío. Entonces dijo con sequedad:

—Reuniré a los magos para comunicarles lo que ha sucedido.

Miró a Allegra, esperando que replicara, o que exigiera ser ella misma la portavoz de la Orden. Aunque Qaydar era un Archimago, y su poder era mayor que el de ella, Allegra había estado al mando de una escuela de hechicería, y era, por tanto, superior a él en rango, según las jerarquías de la Orden Mágica. Pero Allegra sonrió e inclinó la cabeza, en señal de conformidad, aceptando así a Qaydar como líder de lo que quedaba de la comunidad de magos. El Archimago la miró un momento, suspicaz, preguntándose tal vez si Allegra trataría de arrebatarle el mando más adelante. En cualquier caso, ahora no parecía tener interés en enemistarse con él, de manera que asintió y se alejó del grupo, en dirección opuesta a la que habían tomado Gaedalu y sus acompañantes.

Allegra lo vio marchar y suspiró, preocupada. No veía a Qaydar capacitado para liderar la Orden Mágica; pero su larga estancia en la Tierra había menguado mucho su poder, y por el momento no estaba en condiciones de enfrentarse a él.

—Acabamos de reunirnos y ya estamos divididos —sonó una voz suave tras ellos, sobresaltándolos—. Mala cosa.

Shail, Allegra y Alexander se dieron cuenta entonces de que Ha-Din, el Padre de la Iglesia de los Tres Soles, seguía estando allí.

—¿Y vos, Padre? —preguntó Alexander, inquieto—. ¿Acompañaréis a la Madre hasta el Oráculo?

Ha-Din negó con la cabeza.

—Estamos construyendo un nuevo templo en el corazón del bosque —explicó—. Los trabajos avanzan lentos, porque hemos de respetar el deseo de los feéricos de no destruir ni un solo árbol, pero, en cualquier caso, debo estar aquí para dirigirlo todo. La Iglesia de los Tres Soles necesita un nuevo Oráculo.

—Tal vez haya llegado el momento de volver a reunir a las dos Iglesias en una sola —dijo Allegra con suavidad.

Ha-Din rió apaciblemente.

—Me temo que no lo verán mis ojos, hechicera. Tal vez si el Gran Oráculo continuase en pie, habría alguna posibilidad de que eso sucediera. Pero la Madre tiene miedo, mucho miedo, y se encerrará en sí misma y en su templo, sin fuerzas para tratar de cambiar las cosas...

—... esperando que Jack y Victoria hagan todo el trabajo —cortó Shail con brusquedad.

Ha-Din le dirigió una mirada de honda comprensión.

—Sí; y me temo que esos dos chicos tienen una ingente tarea por delante. Esperemos que _Jack encuentre en Awinor lo que anda buscando, porque si no lo hace... nadie más podrá plantarle cara a Ashran, ni ahora, ni nunca.

Shail y Alexander lo miraron, perplejos. Allegra sonrió.

—Vuestra fama no os hace justicia, Padre —dijo—. Es cierto que leéis en el corazón de las personas como en un libro abierto. Apenas habéis hablado un par de veces con Jack, y ya conocéis las dudas que alberga su corazón.

Ha-Din sonrió con dulzura.

—Pobres chicos. A veces es difícil aceptar los designios de los dioses. Y el camino que han trazado para ellos haría vacilar a personas más poderosas, mayores y sabias.

—Padre —dijo entonces Shail, respirando hondo—. Necesitamos saberlo. ¿Qué dice exactamente la profecía? Hubo un breve silencio.

—Nadie lo sabe —dijo entonces el celeste—. Los Oráculos hablan, y nosotros escuchamos. Entendemos algunas cosas... nunca todo lo que dicen. Cuando los Oráculos hablaron acerca de Ashran, sí comprendimos lo esencial del mensaje: que una nueva Era Oscura llegaría a Idhún, y que sólo la magia de un unicornio y el poder de un dragón combinados lograrían hacerle frente... Y que sería un shek quien les mostraría el camino.

—¿...les abriría la Puerta?

—Tal vez. Los Oráculos no hablan como nosotros, muchacho. Podernos interpretar sus palabras de muchas maneras.

»Meses antes de la conjunción astral, las voces de los Oráculos solicitaron la comparecencia de los superiores de ambas Iglesias. Y cuando estuvimos allí, reunidos bajo la cúpula del Gran Oráculo, los dioses hablaron de nuevo.

»Sólo seis personas escuchamos la profecía de los Oráculos, Shail. De esas seis personas, tres están muertas. La cuarta era alguien cercano a Gaedalu, y a quien yo sólo conocía de vista. Las otras dos somos la Madre y yo. Y cada uno de nosotros tres te recitaría la profecía con distintas palabras... aunque estemos de acuerdo en lo esencial.

—Eso no me basta —dijo Shail—. Necesito saber qué va a pasar exactamente y cuál es el papel de Victoria en todo esto. Si le sucede algo, será responsabilidad mía... por haberla sacado de su mundo para traerla hasta aquí, por haberla obligado a participar en una guerra que no es la suya.

Hubo un breve silencio.

—Esa alma humana que late en ellos... —suspiró Ha-Din—. Puede ser su salvación, o su desgracia.

—¿Hay alguna manera de volver a escuchar la profecía de los Oráculos? —preguntó Alexander.

—Como sólo queda un Oráculo en pie, y ése pertenece a la Iglesia de las Tres Lunas, tendríais que hablarlo con la Madre. De todas formas, en quince años las voces de los Oráculos sólo han vuelto a mencionar la profecía en una ocasión.

—¿Nadie registró aquellas primeras palabras por escrito? —quiso saber Shail.

—Sí, hubo alguien que lo hizo... El Gran Oráculo fue destruido tiempo después, pero conseguimos salvar ese registro, que se halla en el Oráculo de Gantadd, junto con la trascripción de lo que llamamos la Segunda Profecía.

—¿La Segunda Profecía? —repitieron Shail y Alexander, a la vez.

Ha-Din asintió, con una serena sonrisa.

—¿Aún no lo habéis comprendido? La primera vez que los Oráculos hablaron, mencionaron sólo a un dragón y un unicornio. Lo he comentado muchas veces con Gaedalu, hemos consultado los registros de la profecía en muchas ocasiones, y parece evidente que los Oráculos no hablaron del shek en ningún momento.

»Fue mucho tiempo después, cuando la conjunción astral ya se había producido, cuando los dragones y los unicornios habían sido casi completamente exterminados, cuando Yandrak y Lunnaris ya habitaban en otro mundo... entonces, las voces de los Oráculos hablaron de nuevo. Repitieron la profecía que ya conocíamos... y añadieron la intervención del shek. En esa ocasión, sólo tres personas la escuchamos: Gaedalu, una sacerdotisa de Irial y yo. Esa sacerdotisa también había estado presente en la primera profecía. Por lo que sé, falleció hace un par de años. Así que sólo quedamos Gaedalu y yo, y el registro que se hizo por escrito de aquellas palabras, y que permanece en el Oráculo de Gantadd. Puede que esas anotaciones sean más fiables que nuestra memoria, dado que fueron realizadas por alguien acostumbrado a escuchar la voz de los dioses. No lo sé.

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